Susy y el casero, un final inesperado
Nadie imaginaba lo que sus ojos veían; ahí, en el lecho nupcial, su bella esposa era ardientemente poseída. Sus sentimientos eran una mezcla de celos y furia, pero contra su deseo, una dura erección crecía con fuerza desmedida en su entrepierna. Los recuerdos se fueron desvaneciendo de su mente.
Margarito se levantó, se fue a la ducha y lavándose muy bien su aún erecta verga, fue experimentando sentimientos de satisfacción y superioridad; se sentía el hombre más afortunado del mundo, el triunfo era doble; por un lado hacer cornudo a su inquilino le causaba mucho morbo, al grado de excitarlo enormemente sólo de acordarse, y por otro lado, haber poseído a una mujer hermosa y por demás “tan buena”, como eran sus propias palabras. Desde que conoció a doña Susy, aquella tarde, hacía poco un mes más o menos, cuando ambos, ella y su marido, fueron a visitarlo a su casa para acordar todos los detalles sobre la renta del inmueble, fue presa de un deseo morboso e insano que llenaban a cada instante su mente; hacerla suya en todas las formas y lugares posibles fue tomando forma en su calenturienta imaginación; siempre se la imaginó así, desnuda y entre sus brazos, gimiendo y pidiendo ser penetrada por él, clamando que su virilidad dura y palpitante la llenara por completo en un loco ritmo entrando y saliendo de ella, pero ni en sus más locos sueños creyó que eso se haría realidad. Cuando, fingiendo ser todo un caballero, le dio el paso al interior de la casa que hoy Susy y Carlos rentaban, en realidad lo hizo para admirar, desde atrás, esas hermosas y voluptuosas caderas que se balanceaban en un ir y venir siguiendo un ritmo erótico y sensual que sólo existía en su cabeza, pero que él pensaba ella lo tarareaba para mecer su cuerpo delante de él, y provocarle erecciones como adolescente. Esa tarde, ya en el interior de la casa, cuando doña Susy le dijo a Carlos, su marido, “mira mi amor, esta puede ser nuestra recámara, acá iría la cama…” él ya no escuchó más, pues su imaginación voló, y la vio acostada, completamente desnuda y posándose encima de ella, con su calor palpitante y duro, aproximándose a ella quien lo recibía con sus hermosas y bien torneadas piernas dispuestas a recibir aquel vigoroso embate, para luego albergarlo en su íntimo calor y apretarse con él hasta hacerse solo uno, luchando como animales salvajes para satisfacer sus deseos. Esa tarde, sintió subir y bajar el calor por todo su cuerpo experimentando una fuerte erección que tuvo que disimular pues ahí se encontraba Carlos, el marido de su futura inquilina. Y hoy, esta noche con especial orgullo de macho, dispuesto a todo por hacerla feliz nuevamente y llenarla, si estuviera dispuesta, toda la noche de placer y de su enhiesto y firme falo; tenía la seguridad de los efectos de la pastilla, pero más aún de la figura candente y hermosa que trazaba en el aire aquellas carnes maduras pero firmes de doña Susy.
Susy lo siguió, entrando también al baño, se aseó muy bien todas sus partes, indicando con ello que esa sesión apenas iniciaba. Salieron juntos de la ducha, desnudos y aún escurriendo un poco de agua. Las gotas de agua sobre la piel de Susy la hacían ver muy sexy, deseable, antojable, cogible. El agua se posaba en la piel de sus senos y podían verse como estos se “enchinaban” parando con ello los pezones oscuros de sus hermosas y sexys aureolas. Margarito se tendió en la cama, tomó el control de televisión y bajó el volumen hasta un nivel apenas audible. Susy se fue al vestidor y regreso con un baby doll negro, transparente totalmente, sin nada abajo, y con unas botas negras, también, que le llegaban hasta la rodilla. Caminó contoneando las caderas más de lo normal, el viejo Margarito seguía con sus lujuriosos ojos aquella fina y delgada hilera de vellos que ascendía por el vientre de doña Susy, hasta formar un hermoso y sensual triángulo invertido. Haciendo sonar los tacones de sus botas en el piso de madera de la habitación, anduvo unos pocos pasos, de paso apagó la luz del baño y aquello quedó en penumbras, iluminado sólo por la luz de la televisión. Como si ya fuera algo estudiado, tomó el control del aparato reproductor de discos y lo encendió, en el fondo se empezó a escuchar la música, era su canción favorita, la voz inconfundible de Alejandra Guzmán cantando “amanecer con él… a mi costado no es igual que estar contigo... no es que esté mal, ni hablar… sin ese toro que tú llevas en el pecho… ” señalando con su dedo índice al viejo que la miraba fijamente; empezó a contonear sus caderas en un baile muy sensual, con pasos naturales que la hacían lucir más deseable; sus manos fueron subiendo y bajando por sus pechos, su abdomen, hasta llegar, para recrearse en su parte íntima; fue bajando sus caderas a media altura y subiendo su mano derecha hasta sus labios para después, en un gesto erótico y sugerente chupar, suavemente, su dedo índice y sacándolo de su boca para señalar con el mismo dedo hacia la cama donde yacía el viejo afortunado con su pene apuntando hacia el techo de la recámara matrimonial de Susy.
Acercándose lentamente a la cama fue subiéndose cual gata en celo, subió por las piernas llenas de vello del viejo Margarito mientras sus dientes mordisqueaban suavemente la piel de su hombre; llegó hasta la virilidad enhiesta, palpitante y caliente del viejo, fue ascendiendo milímetro a milímetro por la piel de los huevos, primero a besos suaves, hasta llegar al tronco de aquel falo que erguido la invitaba a saborearlo completamente, rodeó con su lengua y sus labios la base del venoso y duro pene que ante sus ojos se erguía; fue introduciendo la gorda cabeza que la hacía feliz cuando se sumergía en su húmeda y caliente cueva, su boca fue abrigando poco a poco succionando con fuerza mientras sus labios resbalaban por el canal del glande y en un esfuerzo pequeño, resbalaron más allá hasta sentir la dureza de aquella cabeza en la campanilla de su garganta. Se introdujo más el caliente falo del viejo, hasta que llegó a sentir en sus hermosos labios los vellos púbicos, que en su mayoría ya pintaban canas, del miembro de Margarito, se recreó un momento en esa posición; sintió el sabor salado y dulce de los líquidos preseminales. Escuchó la voz de Margarito, “date la vuelta, dame tu panocha… acá –entre jadeos y aspirando el aire apenas, dijo el viejo- en mi boca”. Suavemente fue girando su cuerpo, sin dejar de tener en su húmeda cavidad bucal la verga del viejo, hasta posicionar su ardiente intimidad en pleno rostro de Margarito. Éste tomó con sus manos las caderas de doña Susy, y fue acomodando los labios vaginales cerca de su boca, hasta darle un húmedo y rico beso. El viejo sintió en sus labios el sabor salado que ya emanaba de la vagina de Susy, los saboreó con toda lentitud, no tenía prisa, era su noche. Fue besando los labios mayores de la intimidad de la señora Susy, fue un beso suave, luego uno más profundo, hurgando con su lengua la caliente abertura; después fue un beso más intenso, de mayor tiempo, su lengua recorrió con mayor profundidad y lentitud el interior de aquella húmeda, oscura y caliente cueva. Era difícil para doña Susy concentrarse en lo que estaba haciendo, por un lado succionar con firmeza pero al mismo tiempo con suavidad el pene de Margarito, y al mismo tiempo experimentar las olas de placer que los labios y la lengua del viejo le proporcionaban, era indescriptibles. A Margarito le pasaba algo semejante; sentir la boca de Susy abrigar por la cabeza de su verga al tiempo que succionaba, y la mano de la señora subir y bajar la piel de su falo duro y caliente, era para él casi tocar el cielo.
Siguieron así durante un rato más, dándose placer mutuamente. Los gemidos, quejidos y, casi alaridos, de placer, inundaban el espacio de aquella habitación que en otras noches era el lecho de Carlos y ella. Llegó por fin el momento, ambos se entendían a la perfección. Margarito se fue levantando de la cama, dejando a Susy en esa posición, con sus manos perpendiculares a la cama y sus rodillas descansando en la mullida colcha azul que cubría el lecho matrimonial. Margarito se puso atrás de ella, con su pene duro apuntó a la vagina chorreante de Susy, fue ensartándola sin piedad. Susy dejó caer su rostro en la cama, sus manos ya no la sostenían. El viejo siguió arremetiendo duramente contra las nalgas de la señora mientras sus manos sostenían con fuerza las caderas de Susy para evitar salirse de ella. Tardaron varios minutos en esa posición, ella pedía más y más, él hacía su mejor esfuerzo. Era notorio que no pensaban cambiar de posición. Los gritos que se escucharon indicaron que ambos alcanzaban el clímax…
Los recuerdos se fueron desvaneciendo de la mente de Carlos mientras recostaba su cabeza en la almohada de su cama. Él sospechó desde un principio del viejo Margarito. Desde aquella tarde que fueron a verlo para acordar los detalles de la renta de la casa, vio en los ojos lujuriosos del viejo las ganas de poseerla, si hubiese sido posible ahí mismo. Unos días apenas de haberse cambiado a esa casa, su mujer, doña Susy, le había comentado que el viejo había ido a la casa muy temprano; había llegado así, nada más, de improviso, preguntando por él, por su marido, aún a sabiendas que Carlos le había comentado que él trabajaba todas las mañanas, que no tenía vacaciones en esos días; o quizá precisamente por ello el viejo había ido a su casa. Ella estaba con una bata de tela gruesa pero sin nada debajo. No dudaba de su mujer, pero si del viejo. Pero esa noche especialmente, después de hablar la primera vez con su esposa, no le sonaba igual. Ella siempre le decía que era muy temerosa de quedarse sola en casa, y casualmente, eso no ocurría esa noche. Así es que en lugar de ir a cenar, bajó de su habitación y tomó su auto. El trayecto a su casa no era más allá de una hora y media, en el trayecto habló con su mujer nuevamente, y la notó aún más extraña, él fingió estar en el hotel e irse a descansar. Llegó a su casa, y dejó estacionado su auto en la esquina más próxima. Caminó con llave en mano, se sentía un poco culpable, o quizá un “mucho”, por dudar así de su mujer. Cuando la conoció ella casi cumplía los 30 años, el andaba ya en 53, pero se sentía fuerte. La relación duró muy poco en ser formalizada. Ella no era casada, él en segundas nupcias. Desde el inició Susy siempre fue muy fogosa. Al principio él respondía bien, pero hoy a sus 60 años y ella en los 37, tenía problemas de erección, y cuando podía lograrla era tal su excitación que no podía controlarse y eyaculaba apenas entraba en la vagina de su esposa. Él sabía que aquello podría convertirse en un problema, pero no dudaba de ella.
Su corazón dio un vuelco cuando vio el deportivo amarillo de don Margarito dentro de su casa. No hizo el menor ruido, fue ubicándose donde lo pudo ver todo. Su corazón era una mezcla de coraje y furia, pero había algo más y que no terminaba por aceptarlo, también sentía excitación, y cosa contraria a todas las noches, tenía una erección de roca, como en sus años mozo. Lo pudo ver todo. Pero no quiso causar ningún problema. Vio su reloj y eran casi las dos de la madrugada. Salió de su casa y viajó nuevamente por la autopista para volver a su hotel y descansar un poco. Durante la hora y siete minutos que duró el viaje, en su mente sólo existían las imágenes de su mujer siendo penetrada duramente por el viejo Margarito, y en su entrepierna una erección más dura que una roca.
Volvió a la realidad, la voz de su esposa lo llamaba a cenar. Tenía un gran amor por ella, la vio poniéndole la fruta en la mesa del comedor. Estaba lindísima. Sólo una bata corta y semitransparente cubría su hermoso, ardiente y multiposeído cuerpo. Abrazó a su nena, la puso en sus piernas y se sentó a cenar.