Susy y el casero (1)

Margarito se sintió gratamente sorprendido, cuando antes de dejarla en la escuela de su niña; Susy, con un acento dulce y cachondo lo invitaba a desayunar en la casa de ella... al fin estarían solos, sin comensales, sin meseros ... solos ellos dos...

  • Sí, buenos días, diga – se escuchó la voz del viejo al contestar el celular-.
  • Don Margarito, soy yo, Susy, su inquilina… su nueva inquilina.
  • Ah!! Sí doña Susy, dígame para qué soy bueno, en qué le puedo servir.
  • Don Margarito, mire, ayer platicando con mi esposo, queremos hacer unos pequeños arreglos acá, debajo de las escaleras, pero no sabemos si a usted le molestaría, dígame usted.
  • Mmmm… mire doña Susy, hagamos una cosa, si usted me permite voy a ver dónde lo quieren poner, y le digo, le parece?
  • Sí don Margarito, claro que sí, usted dígame a qué hora vendría.
  • Pues si usted puede, en este momento voy para allá.
  • Mire, ahorita voy a dejar a mi nena al kínder, de ahí me voy al gimnasio, llego a la casa como a las 10 y media, le parece bien a esa hora?
  • Está bien doña Susy, a esa hora llego por ahí.

Apenas una semana antes, Susy y su marido Carlos, habían rentado una nueva casa. Don Margarito el dueño se había portado muy bien con ellos, pero Susy sabía muy bien que no le quitaba la mirada de encima, no le quitaba la mirada de todas las partes visibles y no visibles de su cuerpo, si hubiese podido desde el primer día no sólo la hubiera desnudado con la mirada, sino con sus manos y con su boca; y no sólo eso, Susy sabía que don Margarito hubiera sido capaz de recorrerla completamente en cada centímetro y en cada poro de su piel, y que seguramente en su loca imaginación ya lo había hecho.

Susy no era de las mujeres que pasaba desapercibida, sino todo lo contrario, una sola hija, y horas de ejercicio la hacían ver increíblemente más que atractiva. A sus 36 años, Susy lucía más que radiante, su cuerpo tonificado, sus piernas torneadas, una cadera ancha y nalgas pronunciadas, la hacía lucir con ese cuerpo que vuelve loco a los hombres. Si bien sus senos no eran grandes, el tamaño era ideal. Aún firmes, tanto por su tamaño como porque su nena nunca quiso mamar sino que prefirió el biberón, sus pechos y su vientre plano, le quitaban la respiración a cualquiera. Con sólo 1.55 cm de altura, una figura esbelta, más bien atractiva y deseable y sólo 45 kilos de peso, se antojaba alzarla entre los brazos, para poseerla suavemente, bebiendo de la miel de sus labios, así como succionar lentamente el calor de la piel de su cuello, de sus hombros, de su espalda, y poco a poco entrar en ella, suave, delicada pero lujuriosa y ardientemente adentrarse a su intimidad; era, en pocas palabras una mujer con una figura que se antojaba más que manipulable, la fantasía de muchas mentes calientes para ponerla en todas las posiciones imaginables, y aquellas que aún quedaran por inventarse; imaginar sentirse abrigado por el calor de su más íntimo rincón y cobijado por la dulce y tersa piel de sus piernas, y poco a poco arremeter con más vigor hasta que los movimientos de uno y otro se hicieran uno solo, hasta la locura del paroxismo, llegar cual un solo cuerpo fundidos en el clímax, entre gritos y gemidos de placer, descargando dentro de ella el ardiente vigor guardado y acumulado durante la fricción de los cuerpos, y terminar agotados, pero satisfechos de haber disfrutado de ese cuerpo tan deliciosamente formado, y saber que ella también lo hubiese disfrutado al máximo.

Margarito fue puntual. A las 10.30 estaba tocando el timbre de la casa alquilada por Susy. Susy aún tenía en la mano su toalla personal, y todavía sudada, abrió la puerta y le dijo que pasara.

  • Perdón, doña Susy no quiero importunarla, dijo el viejo.
  • No se fije don Margarito, la verdad apenas vengo llegando del gym. No pensé que fuera tan puntual. ¿Ya desayunó?
  • Ya doña Susy no se preocupe por mí, si gusta la acompaño mientras usted desayuna pero yo ya desayuné, muchas gracias.
  • Sí acompáñeme, no me gusta desayunar sola; aunque siempre lo hago es algo que detesto. Y después le enseño lo que mi marido quiere arreglar debajo de la escalera.
  • Esta bien doña Susy, oiga y… ¿todos los días va al gimnasio? preguntó al viejo, dudoso de no cometer una indiscreción, ya que no podía ocultar, en su mirada, ese morbo de de que la veía demasiado "buena".
  • Sí, así es don Margarito. Tengo ya casi 6 años yendo. Empecé a los 30, antes de esa edad no lo consideraba necesario, pero ya ve usted, con el tiempo una se pone fea y "aguada"… y dejó escapar una sonrisa entre coqueta y nerviosa.
  • No diga eso doña Susy, la verdad es que usted es muy guapa. Ya decía yo que ese cuerpo que tiene está muy bien cuidado, además el color y la textura de su piel se ve, también, bastante cuidada, y no se enoje, pero la verdad envidio a su marido.
  • Jajajajaja, Susy soltó una carcajada, no diga eso don Margarito, usted no me conoce bien y dicen por ahí que las apariencias engañan.
  • Lo que yo veo no creo que engañe, la verdad está usted muy guapa, y con todo respeto, tiene un cuerpo muy bonito.
  • Gracias, además lo dice usted muy decente, no como otros pelagatos que le dicen a una cada cosa en la calle.

Margarito quiso preguntar qué cosas le decían, pero no lo consideró prudente, se dijo para sí… "tal vez en otro momento, yo también se las diga".

La charla se extendió por espacio de una hora. Susy aún seguía en su leotardo, y encima de llevaba un pants muy pegado que dibujaban su cuerpo con toda precisión, cual si hubiera sido trazado a mano por un artista que se hubiera empeñado en cada detalle del mismo. Al final el viejo le autorizó que su marido hiciera los arreglos. El morbo de saberse a solas con una mujer casada, y demasiado guapa, le provocaban una erección de adolescente, y él sabía que si se quedaba un rato más no iba aguantar todo el deseo que sentía por Susy, y él se dio cuenta que no era la manera de ganársela. Susy era una mujer que necesitaba conquistarse. No quiso echarlo a perder, así que optó por despedirse, pero ya en su mente trazaba una estrategia para llevarla a la cama.

  • Bueno doña Susy, yo me retiro, no quiero seguir quitándole su tiempo, y que le parece si mañana la invito a desayunar, así usted ya no lo hace sola y, pues la verdad, yo tampoco. ¿qué dice?
  • Me encantaría don Margarito pero después de dejar a mi nena, paso al gym, sólo que usted quiera desayunar después de las 10 y media, ¿además a donde iríamos?, por que yo estaré muy sudada y no me sentiré a gusto.
  • Conozco un lugar muy discreto, no se preocupe, es muy bonito, al aire libre, con jardines muy bonitos, ya verá que le gustará. Ande deme esa oportunidad. Diciendo esto último como una súplica, seguro funcionaría con Susy.
  • Está bien don Margarito, le acepto su invitación. Entonces mañana lo veo a las 10 y media, ¿pasa por mí al gym?
  • Claro que sí, dijo demasiado gustoso el viejo, no pudo ocultar que se sentía demasiado orgulloso de pasar por una señora de la naturaleza de Susy. Seguro muchos de los que estarían en el gym, lo envidiarían.
  • Muy bien don Margarito, entonces así quedamos. Mañana a las 10 y media allá, en el gym.

Margarito extendió la mano para despedirse de Susy, pero se sorprendió gratamente cuando ella acercó su rostro a de él para despedirse de con un beso en la mejilla. Él correspondió gratamente agradecido por ese gesto de Susy, y no quiso dejar pasar esa bella, pero ardiente oportunidad, y colocó su mano izquierda sobre el leotardo al nivel de la cadera de Susy. Ella no dijo nada, sólo apretó con su mano izquierda el brazo del viejo, entre el codo y el bíceps ejerciendo una ligera presión. El viejo fue el más sorprendido, pero aceptó de buena gana el ritual de la despedida.

Nuevamente ahí estaba a las 10 y media en punto. Nunca antes había sido tan puntual, pero pensar en la señora Susy, y así de esta manera, como una señora, con un marido, cierto, pero también muy cierto con un cuerpazo que le quitaba no sólo el sueño y la respiración, sino también sentía que le quitaba años de encima. Pensar en ella como prohibida, y verla entre sus brazos, o más bien, verse él entre sus piernas, siendo apresado por las piernas de ella; en un loco frenesí de movimientos, entrando y saliendo de su intimidad; abrazarla por la cintura, subirla a su cuerpo, imaginarla a ella colgada de su cuello mientras su dureza la penetraba con toda la fuerza que podían sus 56 años, 20 años mayor que ella, lo hacían sentir como un adolescente de 16, 20 años menor que ella.

Susy salió con su pequeña maleta en su mano izquierda y una pequeña toalla en la derecha, que aún usaba para llevársela a la cara de vez en cuando y limpiarse algo de sudor de su bello rostro. La sorpresa del viejo fue mayúscula, sin ser una minifalda, la que usaba Susy, era bastante corta, de una tela suave, bastante suave, semejante a la seda, tan sedosa como su piel, y una caída natural que el caminar de Susy se alzaba ligeramente y hacía que se vieran perfectamente esas tan deseadas y bien formadas piernas, y… un poco más; el viejo se bajó, abrió la cajuela del auto, tomó la maleta de Susy, y después le abrió la puerta. La visión fue más que perfecta cuando Susy se sentó en el asiento del copiloto, en ningún momento trató de tapar algo de sus bellas extremidades al sentarse, más de tres cuartas partes de sus piernas fueron captadas por los morbosos y ardientes ojos de don Margarito. Sencillamente era la mujer más hermosa, guapa y deseable que había conocido. No quiso permanecer más tiempo junto a la puerta del auto, aunque hubiera dado más de media vida por tocar lo que sus ojos veían; sencillamente sabía que tenía que esperar.

Enfiló el auto rumbo a las afueras de la ciudad. La plática era muy amena, fluida, natural, se estaban conociendo, y por lo tanto, había muchas cosas que contarse. La mano derecha del viejo se posó sobre la palanca de cambios de su auto deportivo, ahí permaneció un rato; no supo si por descuido, o adrede, la rodilla desnuda de Susy se recargó sobre el dorso de su mano, ella no intento siquiera quitarla; él hubiera deseado posar su mano sobre la rodilla de ella, aunque fuera unos breves segundos, andar suavemente sobre la delicada piel de Susy, y empezar a recorrerla suavemente, sintiendo cada espacio de esa hermosa pierna, haciéndole sentir que ella era más que su musa, su inspiración ardiente. Recorrer palmo a palmo, centímetro a centímetro, casi milimétricamente, y llegar, seguro estaba de ello, al lugar más recóndito y más caliente de Susy; tocar y sentir el flujo ardiente de su intimidad, hacer a un lado esa tanga que su mente imaginaba y que ya tenía textura, forma y hasta color; que su dedo fuera como un ladrón que hurgaba un lugar secreto, que profanaba el más preciado tesoro, casi sintió el calor y el olor que emanaban de ahí, entró, se sentía como un jovenzuelo, no había vellos, se lo imaginó, completamente depilada, entró suavemente, primero uno, luego fueron dos dedos, entraba y salía más rápido, en tanto que ella se abría cada vez más para facilitar la faena, él veía su rostro agitado, sudoroso, su boca entrecerrada emitía de vez en cuando un gemido ardiente y placentero, sus ojos se cerraban, seguramente para experimentar con más intensidad ese momento tan lujuriosamente delicioso; de repente el viejo vio el letrero que señalaba la cercanía del restaurante, y su imaginación dejó de volar, nada de eso había pasado, y Susy quién sabe desde que rato ya había retirado su pierna del dorso de su mano. Pero él no podía ocultarlo, su erección era más que evidente, tenía que pensar en otras cosas para que nadie se diera cuenta.

El tiempo pasó demasiado rápido, ya tenían que volver. Susy debía recoger a su nena del kínder. Era más que obvio que ese día ahí debería de parar su deseo. Él la había pasado muy contento, muy feliz, y no quiso preguntarlo, para no desilusionarse quizá, pero sentía que también Susy había estado muy a gusto.

El viejo iba de sorpresa en sorpresa. Poco antes de llegar al lugar donde dejaría a Susy, ella dijo algo que para los oídos de Margarito fueron más que una melodía dulce.

  • Tengo que pagarle este desayuno, le dijo dirigiéndose hacia él, al tiempo que volteaba a verlo y cruzaba la pierna izquierda debajo de la derecha.
  • No tiene por qué, le dijo el viejo, no sin antes dirigir en primer instante la mirada hacia ese par de piernas que lo traían loco, viendo casi completamente los muslos de Susy.
  • Sí, don Margarito, no me diga que no. Nada más que yo no puedo invitarlo a un restaurante. ¿Aceptaría usted una invitación a desayunar en mi casa?

El brinco de gozo de Margarito fue más evidente en su parte noble que en su rostro. Su imaginación volaba y ya se veía a solas con ella; ahora sí, sin nadie más, sin meseros, sin comensales, y lo mejor de todo, no lo pedía él; se lo proponía ella. Quizá Susy deseaba que algo más pasara entre ellos. Lamentablemente era viernes, él sabía que tenía que esperar.

  • Por supuesto doña Susy, por supuesto que acepto su invitación a desayunar en su casa. Con el gusto de mi alma acepto comer lo que sus hermosas manos preparen.
  • Jaja- rió Susy con discreción- está muy bien entonces que le parece si el próximo lunes nos vemos en la casa y desayunamos juntos.
  • Sí, doña Susy me parece más que perfecto, dígame a qué hora llego.
  • Voy a hacer una excepción don Margarito, no iré al gym ese día. Lo espero en la casa a las 9 de la mañana, después de que deje a mi nena en el kínder, ¿le parece?
  • Me parece más que excelente, dijo el viejo, a las nueve en punto estaré en su casa el lunes, sin poder ocultar el deseo en su rostro y los pensamientos morbosos que le recorrían la mente, sólo de saberse a solas con Susy en su casa; sabía que desayunaría con ella, y quizá, todo parecía indicar que también podría comérsela.
  • Bueno, dijo Susy, más bien es su casa, recordándole que él les rentaba esa casa.

Llegaron a su destino, al tiempo que Susy abría la portezuela para bajarse, y mover su pierna derecha hacia el piso, inclinó su rostro hacia el viejo para despedirse con un beso en la mejilla, don Margarito correspondió con el beso pero sus ojos volaron por el espacio para posarse y acariciar el par de bellos muslos que nuevamente se asomaban por debajo de la falda de Susy para mostrarse tímidas pero maravillosamente perfectas, deliciosas, hermosas, y en los pensamientos de Margarito, ardientemente deseables. Susy bajó, no sin antes recordarle que lo esperaba el lunes en su casa a las 9 en punto para desayunar.

continuará