Susy, una esposa muy dulce 3

Esa noche mi esposa había elegido, para vestirse, algo muy fresco. Era una noche cálida, por lo que se puso una minifalda azul de tela muy suave, zapatillas del mismo color sin medias y una blusa sin mangas, para variar no quiso llevar brassier

Ya habían pasado cerca de dos meses de aquella ocasión que Jorge había disfrutado a mi esposa. Recordar aquella sesión de sexo entre ellos me prendía sobremanera cuando mi mujer y yo disfrutábamos de nuestra intimidad. Mi erección era tal que nuestras sesiones de sexo eran como nunca antes lo hubiesen sido. Esa noche especialmente nos encontrábamos sumamente calientes. Decidimos salir a cenar. El lugar que escogimos se llama "El rincón de Charly". No era un restaurante muy grande. Cerca de 10 a 12 mesas. Esta era la segunda vez que íbamos. No había sido algo usual, pero en esa primera ocasión, fuimos atendidos de maravilla por el dueño. Un caballero alrededor de los 55 años, hombre pulcro, formal, que si bien no era guapo, para su edad estaba muy conservado y, creo que era del tipo de hombre que agrada a las mujeres, simpático y muy agradable en su plática. Algo fornido, yo creo que medía cerca del metro ochenta, realmente era alto, en contrapartida conmigo que apenas llego a los 1.64. Se llamaba igual que yo, Carlos.

  • Hola buenas noches, ¿cómo han estado? –nos dijo

  • Muy bien Carlos, ¿y tú? ¿Qué tal? ¿Cómo has estado? Le pregunté, en tanto él saludaba con un beso en la mejilla a mi esposa.

  • Muy bien, gracias, todo bien. Respondió, al mismo tiempo que nos indicaba con la mano por donde deberíamos de ir para tomar nuestra mesa.

Esa noche mi esposa había elegido, para vestirse, algo muy fresco. Era una noche cálida, por lo que se puso una minifalda azul de tela muy suave, zapatillas del mismo color sin medias y una blusa sin mangas, para variar no quiso llevar brassier, pues siempre me decía que le incomodaba. Debajo de la minifalda se colocó una hermosa y caliente tanga que le ajustaba muy bien y le cubría muy poco, verla en ropa interior, esa noche, resultaba muy excitante, debo decir que se veía muy bien, demasiado guapa para salir una noche informal a cenar, pero en fin ahí estábamos y la noche prometía una gran velada. Ya saben que ella es más baja que yo, 1.55. delgada, pero con muy buenas piernas y unas caderas que vuelve loco a muchos. Si bien es cierto que no tiene senos grandes, sus medidas son perfectas, caben exactamente dentro de la boca de cualquiera, y al ser muy sensibles, basta tocarlos suavemente, ya sea con los dedos o con la punta de la lengua, para arrancarle un gemido que vuelve loco al más cuerdo.

Después de la cena, que fue muy rica, nos quedamos escuchando un poco de música, trova que a los dos nos gusta mucho. El tiempo pasó muy rápido y tal fue así que cuando nos dimos cuenta sólo había una pareja además de nosotros, la música en vivo había sido sustituido ya hacía un buen rato por la música de algún estéreo. Cerca de las 12 de la noche sólo estábamos en la mesa, mi esposa y yo, y de vez en cuando Carlos venía a preguntarnos si algo se nos ofrecía. Mi esposa y yo charlábamos muy amenamente, y aunque no tomábamos mucho, media botella de tequila ya se había vaciado. La gente de servicio se fue retirando, cerca de la 1 de la mañana, Carlos se acercó a nosotros llevando consigo una botella más de tequila

  • Miren, este tequila es muy bueno, se los dejo.
  • No, Carlos, le dije, esta aún no se acaba, y la verdad ya estamos a punto de irnos.
  • No me digas, dijo Carlos con cara de asombro, ¿acaso la están pasando mal? Y yo que pensaba venir a acompañarlos, ya nomás le pago a la señora que lava los platos y vengo.
  • Bueno, intervino mi esposa, si es así sí, si tú nos acompañas nos quedamos un rato más, asintió. Mientras yo la veía con algo de sorpresa, pues minutos antes me había comentado que ya quería irse a descansar, sin embargo no quise decir nada, pues aún cuando no habíamos comentado el tema sentía que mi mujer estaba un poco más cachonda de lo normal, me imaginé que era por los efectos del tequila que había ingerido; así es que dentro de mi cabeza también ya empezaba a imaginar que algo muy rico podía suceder. Esperamos, pues, a Carlos una vez que terminara de ocuparse.

No pasó más allá de 5 minutos, Carlos llegó junto a nosotros, una vez cerrado el restaurante por dentro, puso música suave y apagó las luces, dejando únicamente, un candil de luz cálida sobre nuestra mesa; saludó nuevamente, y mientras sus labios besaban la mejilla derecha de mi mujer, su mano iba a la cintura de ella permaneciendo ahí breves segundos y al retirarla, se deslizaba suavemente sobre su cadera, en tanto que ella le colocaba su mano izquierda sobre su bíceps de él, y de igual forma lo tocaba por breves segundos que no pasaron desapercibidos para mí.

Carlos, tomó la botella de tequila que minutos antes había traído, lo destapó, y tomando tres vasos tequileros nuevos, sirvió él mismo, brindando por la ocasión de tenernos y el gusto de aceptarle compartir con nosotros esa noche. Brindamos, en tanto que en mi mente se agolpaban imágenes que no habían sucedido pero que siendo muy honesto, me excitaban enormemente.

No bien habíamos terminado la primera copa que nos había servido, cuando tomó nuevamente la botella para servirnos la siguiente, pero mi mujer puso su mano derecha sobre el vaso tequilero, al tiempo que decía:

No, gracias, a mí no me sirvas tan rápido por que "se me sube", frase que los mexicanos sabemos que se refiere a que el licor se "sube" a la cabeza...

No me diga eso señora, prometo no subirme, dijo Carlos, y volteó a verla directamente a los ojos, en tanto que mi mujer buscó mi mirada para saber mi reacción encontrando en mí el esbozo de una sonrisa, que pronto se transformó en una risa algo fuerte a la que secundaron ellos, lo cual daba pie a que los comentarios podían subir de tono y que contaban con mi aprobación

Pero deveras, dijo Susy, mi esposa, no me sirvas tan pronto, mejor bailemos le dijo.

Me permites Carlos, dijo dirigiéndose hacia mí.

Claro, asentí, por supuesto, baila con ella, es muy buena en eso, se deja llevar muy bien, llévala

Se acercó a ella, y como un caballero le ofreció su mano y la condujo al centro del restaurante. A la distancia que ellos estaban, yo no veía con mucha claridad, distinguía las siluetas, pero la luz no era lo suficientemente fuerte para dejarme ver con nitidez… la música era suave, él la atrajo hacia su pecho, con una mano en la de ella y la otra entre su cintura y su cadera, estaba seguro que los cinco tequilas que ella había tomado y el comentario de él, así como la cercanía de Carlos la tenían muy inquieta. Ella se dejo tomar de la cintura, recargó sus pechos en el de él, y su cabeza quedó reclinada entre el pecho y el hombro de Carlos. Yo tomé un cigarro, lo encendí y me dispuse a tomar un tequila más. La siguiente conversación, no la escuché, ella me la contó después.

Qué rico huele señora, su perfume me subyuga, me extasía… es delicioso olerla

Deveras te gusta? Pero no me digas señora, háblame por mi nombre, es mejor... dime Susy

Qué rico hueles Susy… me encanta olerte… has de oler toda así

Imagínate, este perfume lo uso en todas las partes del cuerpo

¿En todas?

Sí, en todas…. No hay rincón de mí que no huela a este perfume, tal vez confundido con otros aromas, pero este perfume me lo pongo en toda mi piel… y más allá

mmmmmm… ha de ser delicioso olerte así como dices, confundido, mezclado con otros olores más tuyos, pero también, más deliciosos

No digas eso… que ahora el que me extasía con sus palabras eres tú… además recuerda que allá en la mesa está mi marido –ella voltea a verme en este momento-, y él levantó un poco la mirada como tratando de disimular que buscaba verme para conocer mi reacción… yo seguía fumando mi cigarro y de vez en cuando daba un sorbo a tan delicioso tequila que Carlos nos había invitado.

Pero por lo que veo tu marido no es un hombre celoso, sabe muy bien lo que tiene contigo… tú eres una mujer muy guapa, y mira que dejarte bailar conmigo, cualquier otro se hubiera negado.

"No, no es celoso para nada" –le dice ella en tanto levanta un poco su cuerpo para hablarle más cerca del oído- "y por supuesto que sabe muy bien lo que tiene conmigo"… déjame morderte la oreja, le dice –y sus dientes se abren ligeramente para morder suavemente el lóbulo derecho de la oreja de Carlos- luego se aleja coquetamente y deja de bailar, sin soltar su mano izquierda, le dice en voz más alta, "ven sentémonos ... creo que mi maridito ya debe estar aburrido". Carlos se queda muy asombrado de la osadía de mi mujer, y aunque intenta que ella se quede con él un rato más en la pista, pues ella ha caldeado el ambiente, Susy no cede y lo conduce –casi halándolo- hacia nuestra mesa.

  • Carlos, me dice Susy, como ves a tu tocayo, no se cansa de bailar y la verdad a mi ya me duelen los pies, que de buena gana me tiraba en una cama… dijo, mirándonos como buscando algún cómplice.

  • Pues, a falta de cama, le dije, puede servir esta mesa, al tiempo que la tocaba como mostrando que estaba muy firme, tal vez no sea muy cómoda, pero seguramente te aguantará sin ningún problema.

  • No amor, dijo ella, mejor deja subo mis pies en tus piernas, al tiempo que se quitaba los zapatos iba subiendo sus pies cruzándolos al llegar a mis rodillas, ven Carlos, le dijo a mi tocayo, acércate déjame recargarme un poco sobre tus piernas.

Carlos se acercó, ella lo tomó de su pantorrilla derecha y fue acomodando suavemente su cabeza en las piernas de mi tocayo.

  • Aaaahhh... que rico, dijo, ya estoy algo cansada.

  • Susy, le dije, voy a tener que poner tus pies en la silla, debo ir al baño.

  • mmmm.... ya qué –dijo- está bien. Tárdate.

  • ¿Perdón? –le dije-

  • Que no tardes amor, me dijo ella.

  • ¿Ya te quieres ir? –le pregunté-

  • Mmmm.. nada amor, olvídalo. Anda ve al baño.

  • Ok, te la dejo Carlos, no tardo, le dije a él.

En realidad yo no tenía ganas de ir al baño, pero ya estaba demasiado excitado, y sabía que mi mujer deseaba estar con Carlos. Al quedar solos ella no desaprovechó ni un solo momento.

  • Acércate Carlos, le dijo, quiero decirte algo.

Carlos, acercó su rostro, inclinando un poco la cabeza para escuchar de sus labios lo que ella quería decirle.

  • Ven... más... le dijo Susy... acércate más... y cuando él estuvo casi tocando sus labios ella lo jaló de la cabeza y le dio un beso muy apasionado en la boca, todo esto mientras yo observaba desde la oscuridad de los baños. Ellos en penumbra, si bien no veía claramente, lo que dibujaban las siluetas no se prestaba a confusión.

-Susy, le dijo Carlos, no hagas eso, sabes bien que eres una mujer por la que puedo perder la cabeza.

-No pretendo que la pierdas Carlos, sólo vive el momento, y no te preocupes por mi marido, acaso ¿tú crees que él no se imagina esto?

Esto fue el detonante, si acaso había alguna duda en la mente de Carlos con esas palabras le quedaba muy claro que hicieran lo que hicieran, pasara lo que pasara... contaba con mi aprobación.

Nuevamente, Susy lo tomó de la nuca y lo acercó a sus labios, volviendo a fundirse como uno solo. Él la levantó suavemente, ella se sentó en la silla quedando frente a frente. Separó sus piernas, para que entre las suyas cupieran las de Carlos. En un momento se paró frente a él, con las piernas abiertas. Carlos la tomó de la cintura, en tanto que ella repegaba su vientre en la boca de mi tocayo. Poco a poco fue levantando su blusa, para sentir con sus dedos el calor y la humedad de la piel de ella. Carlos también se paró, volvió a fundirse sus labios. Susy caminó hacia atrás hasta que sus nalgas chocaron con la mesa donde unas horas antes habíamos cenado. Se fue sentando poco a poco. Sus labios no se separaban, eran dos labios fundidos en uno sólo. Al sentarse ella, subió su minifalda azul por encima de su cintura, de tal modo que quedó sentada sobre su hermosa tanga. Él jaló una silla, se sentó, en tanto que ella abrió ambas piernas para descansarla en los hombros de Carlos. Él fue acercando sus labios para recorrer suave y ardientemente los labios inferiores de ella, sólo hizo a un lado su diminuta tanga, para rozar primero, y luego succionar en un ardiente y húmedo ósculo las mieles de mi mujer, los aromas de mi esposa, que yo bien sabía, lo estaban volviendo loco. Poco a poco me fui acercando hasta quedar a unas dos mesas de distancia, sentado en el rincón de aquel pequeño restaurante. Ahí donde estaba ahora, escuchaba todo, veía todo con mejor claridad. Me levanté, fui por un trago de tequila más, volví a mi lugar, encendí un cigarrillo. Hice todo esto y ellos seguían como si no existiera alguien más en ese mismo espacio, ello me decía que estaban gozando sin temores, sin dudas, entregados plenamente a los más deliciosos placeres de la carne.

Carlos, siguió con su tarea, con su deliciosa y ardiente tarea, succionaba suave, a veces, mientras que en otras, casi pretendía hundirse con todo y rostro. Los gemidos de Susy eran realmente delirantes: pidiendo más, gimiendo, tomaba la cabeza de Carlos y hundiéndola con fuerza en su intimidad, arqueando su espalda hacia atrás, envolviendo la espalda de Carlos con sus piernas, entre sus ardientes piernas. Yo fumaba un cigarrillo y saboreaba mi trago de tequila, demasiado excitado, para mi era delirante verlos gozando, mi erección era muy fuerte, mi pene me dolía como pidiendo ser sacado de su prisión, aún así era demasiado pronto para hacerlo, deseaba seguir ahí, viéndolos gozarse uno al otro, y yo sabía que esto era apenas el inicio.

Susy con los codos en la mesa arqueaba su cuerpo hacia atrás de tal modo que su cabeza casi tocaba la cubierta de nogal de aquella mesa que antes nos sirvió para comer... ahora ella misma era la comida o quizá el rico y caliente postre. Sus piernas oscilaban en el aire sostenida en los fuertes hombros de Carlos, en tanto que este hundía cada vez más su cabeza entre las piernas de mi esposa, aspirando fuertemente su olor y dándole placer a raudales. Los gemidos de mi mujer eran sin duda alguna el termómetro de lo que disfruta de aquella lengua, que ardiente y viva como ella sola, buscaba llegar hasta su rincón más escondido para hacerla gozar como nunca. Gozaba ardientemente el momento. No sé cuanto tiempo pasó, Carlos supo exactamente que la había hecho llegar dos veces cuando ella aumentó el volumen de sus gritos y el movimiento de sus caderas hacia atrás y hacia delante así como la fuerza con la que apretó su cabeza entre sus piernas y sus manos halaron su cabeza hacia su ardiente cueva, deseando tener algo dentro de ella. Sus gemidos y ardientes gritos me excitaban enormemente. Para este momento yo ya me la acariciaba fuera de mis pantalones.

Carlos se paró frente a ella, dejó caer sus pantalones y su trusa. Sacó un miembro grueso, duro y firme. Susy abrió sus piernas al aire, y así recostada sobre la mesa esperó recibir dentro de su cuerpo aquel trozo de carne que ambos deseaban compartir. Él entró de un solo golpe. Ella gimió con un "aaaaaaaaaaaaa... Carlooooossss ... qué ricooooooooooooo". Mis manos subían y bajaban lentamente sobre la piel de mi pene que ardiente se erguía, también, duro y firme. Carlos entraba y salía de ella como un poseso. Mi mujer sólo atinaba a cruzar las piernas alrededor de la cintura de mi tocayo para que no se saliera tanto de ella mientras sus labios se abrían lo más posible para aspirar bocanadas de aire y permitirle así gemir y gritar a gusto sin miedo a caer desfallecida de tanto placer. No sé cuanto tiempo duraron así. Él, contra el deseo de mi mujer, se salió de ella y tomándola de sus caderas la bajó suavemente de la mesa. La besó ardientemente en tanto sus expertas manos acariciaban suave y tiernamente los pezones erectos de las tetas de mi esposa. Ella bajó ambas manos y rodeando suavemente la verga de mi tocayo acarició tanto los huevos de él como su duro y rico falo. Sin separarse de ella, Carlos la fue volteando suavemente. A sus espaldas fue inclinándola sobre la mesa hasta que el vientre de mi esposa descanso en la mesa. Carlos siguió tras ella, tomó con una mano su enhiesta y caliente verga, y penetrándola lentamente fue acariciando la espalda de ella con su mano izquierda. De un solo golpe entró fuertemente en ella. Susy gimió, gritó y abriendo los labios en un gesto de satisfacción y deseo, gritó fuertemente su nombre como expresando en ello lo feliz que la hacía sentirse llena de ese trozo ardiente y duro que entraba sin piedad en su húmeda, caliente y perfectamente depilada panocha. Los movimientos de mi mano alrededor de mi verga era el seguimiento casi fiel del movimiento de caderas de Carlos entrando y saliendo de mi señora, mientras ésta abriendo los brazos se asía a lo ancho de la mesa para sostener los fuertes embates de mi tocayo. Mi mano subía y bajaba en tanto que Carlos entraba y salía de ella. Su cuerpo se fue tensando, agarrándose muy fuerte de las caderas de mi mujer para aumentar la rapidez de sus movimientos, mientras que mis piernas se estiraron lo más que pudieron para permitir así, con mayor libertad, el sube y baja de mi mano sobre mi duro miembro. Ambos gritaron casi al unísono mientras sobre mi mano caía mi esperma caliente, ella sentía que Carlos llegaba a su clímax aferrándose a su cuerpo en una descarga casi eléctrica que los llevaba al cielo del placer. Él se salió suavemente de ella. Le besó la espalda, la volteó y sentándola en la mesa la besó tiernamente en sus labios. Yo aún no existía para ellos. El beso se transformó en un beso apasionado y duradero. Se soltaron y arreglándose su minifalda tomó unas servilletas de la mesa, y mientras Carlos iba al baño a asearse, ella me limpió con mucha ternura mi pene bañado en mi propia esperma. Carlos no dijo palabra alguna conmigo. Abrió la puerta de su restaurante y plantándole un beso en sus labios se despidió de ella. Sólo un "vuelvan cuando quieran" me dijo al tiempo que apretaba con sus grandes manos una de las mías, "Siempre serán bienvenidos", remató.