Susy, una dulce ama de casa.Sorpresas de la vida 2

Sintió que el cuerpo del chico se tensaba completamente. Se volvió un poco hacia atrás y puso sus manos encima de las rodillas de Abel, se movió hacia adelante y hacia atrás, con locura, con fuerza rozaba su clítoris en la pelvis del joven

Su níveo y aún tibio cuerpo, completamente desnudo, se extendía a lo largo del lecho matrimonial, recargada sobre su costado izquierdo jugueteaba con los escasos vellos que nacían de aquellos pectorales fuertes. Había sido una sesión rica de sexo, quizá un poco rápida, pero lo entendía, le había robado la virginidad a Abel; ahora se dispondría a disfrutarlo un poco más. Aún no llegaba la hora de la comida, todavía tendría poco más de una hora para hacerlo suyo, antes de que Gina, la madre del joven, llegara por él.

Se acercó mimosa a los carnosos labios del chico, lo besó suavemente, “vamos a asearnos” le dijo, casi susurrándole, al oído. Ambos se levantaron, la juventud de Abel era evidente, su oscuro y grueso falo se encontraba semierecto, aún no se le bajaba completamente.

Sentir el agua tibia resbalar acariciando su cuerpo, como todos los días, la excitaba demasiado. Se imaginaba mil manos recorriéndola completamente, hurgando en cada rincón de su delicioso y hermoso cuerpo. Se hincó, y en cuclillas empezó a succionar aquella verga que ya se erguía de manera imponente. Con todas su destreza y experiencia fue recorriendo cada milímetro de aquella oscura pero suave piel. Le encantaban los falos jóvenes, nunca se cansaban de coger una y otra vez, pensó para sí, así había vivido desde aquella mañana, hacía 6 años, que había descubierto la verga de Víctor, su primer amante joven, conocerlo fue lo mejor que había experimentado en su vida. Tenía 34 años, Víctor estaba terminando la secundaria. Por necesidades de la familia su marido había empezado a dar clases particulares en su casa. Hasta ahí llegó Víctor. El solo recuerdo de cómo empezó aquello la excitaba muchísimo. Tenía que concentrarse en Abel y disfrutarlo al máximo.

No se privaba de hacerlo con algún hombre maduro, pero su delirio y perdición eran los jóvenes.

Abel volvía el rostro hacia atrás, de vez en cuando la tomaba de los cabellos y guiaba, por instinto, los movimientos del rostro de Susy para que mamara con mayor fuerza su enhiesto y rígido palo. Luego le acariciaba, suavemente, aquella larga cabellera, enmarañándola en sus propios cabellos. El agua seguía corriendo por aquellos febriles y ardientes cuerpos, como si pudiera empaparlos de mayor lujuria, y deseo, se mojaban de una locura que gradualmente ascendía y corría por las venas del chico y hacía presa del delicioso y delicado cuerpo de Susy.

Se puso de pie y se fundió en un beso apasionado con aquellos labios que, desde que los vio esa mañana, supo que deseaba posarse en ellos una eternidad. Abel era un poco más alto que ella, de tal manera que cuando se besaban, Susy sentía esa verga dura y ardiente punzarle a la altura de su bajo vientre, como deseando penetrarla en ese mismo instante.

Bajó por los pechos del joven, besó sus tetillas y luego mordisqueó suavemente, un ligero, pero prolongado, “aaa”, le dijeron que iba muy bien. Mordió un poco más fuerte, y el quejido de Abel eran más de placer que de dolor, ella quería experimentar con él y mezclar un poco esas dos deliciosas sensaciones: placer y dolor. Sus recuerdos volaron, ella iba saliendo de la secundaria, su falda escolar tocaba sus piernas en cada paso y se imaginaba que eran dos manos que la acariciaban, su imaginación la excitaba mucho; unas cuadras más abajo estaba Gerardo, el amigo de Javier su primer hombre, esperándola para llevarla, por el resto de la tarde, a su departamento y hacerle sentir las delicias de ser cogida por un hombre mayor y experimentado.

Ambos eran del Distrito, pero Gerardo era más arriesgado. Después de tres o cuatro meses de haberla conocido y dos encuentros con ella, había decidido rentar un departamento en el pueblo de Susy, al fin y al cabo, solo se encontraba a 45 minutos de la Capital del País.

Ahora ahí estaba, esperándola a la salida de su escuela, con sus pantalones de mezclilla apretados que dibujaban perfectamente ese bulto alargado en su entrepierna, y que ella miraba desde lejos; le encantaba verlo así, casi siempre dispuesto para hacerla gozar, imaginarse lo que había debajo de ese prominente bulto la ponía cachonda, la excitaba. Sabía muy bien que esa tarde montaría ese potro brioso y salvaje, y cabalgaría hasta el cansancio, hasta desfallecer, hasta sudar a borbotones; y luego él la montaría como su yegua fina, con delicadeza al principio, luego lo haría de manera salvaje, casi brutal, pero a ella le estaba gustando demasiado cruzar esa delgada línea entre la pasión y el hedonismo de la tortura.

Susy bloqueó su mente a los recuerdos, ya habría tiempo para ellos, ahora tenía a un ejemplar hermoso que quería disfrutar y que la disfrutara.

Acostado boca arriba, Abel, se dejaba hacer. Susy, completamente desnuda, con las nalgas al aire, besaba palmo a palmo aquellos fuertes pectorales, chupaba sus tetillas, los mordía con un poco de fuerza, bajaba por su esculpido abdomen hasta llegar a su pubis, chupaba, succionaba con fuerza, el chasquido de sus labios en la joven piel de Abel surcaba en el aire y llenaba la habitación de sus exquisitos besos.

Llegó hasta el falo duro y erecto de Abel, bajó con delicadeza hasta el área perianal, con la punta de su lengua fue acariciándola suavemente en pequeños círculos, subía con la lengua a través de los testículos hasta llegar a la base de aquella verga que la estaba desquiciando, la veía hermosa así como estaba, durísima frente a su boca, descubrió el prepucio con lentitud y acercó sus hermosos labios hasta engullir casi la mitad de ella y perderse dentro de su boca, subió la cabeza para sacársela un poco, volvió a bajar hasta sentir como la punta de aquella verga ardiente tocaba parte de su garganta, se la estaba comiendo toda; la rigidez de las piernas de Abel le indicaban que estaba muy excitado y podía venirse, se retiró por completo.

-       Levántate, le ordenó.

Este se paró sobre la cama y ella hincada se colocó frente a él, tomó sus senos y lo puso en medio de la verga de Abel, apretó con fuerza y empezó a masturbarlo, el joven se estaba calentando demasiado, era una sensación jamás experimentada; nunca pensó que esa mañana de castigo se convertiría en la más dulce, exquisita y placentera lección. Tantas veces, cuando su libido empezó a despertar, veía a doña Susy, tan rica, tan delirantemente buena pero nunca creyó que podría tenerla entre sus brazos y hoy ella lo tenía entre sus tetas.

Le pidió que se acostara nuevamente, el joven era como un dócil cordero y obedeció.  Eso era algo que a ella le excitaba, ver la docilidad de los jóvenes, ver cómo obedecían a sus deseos, cómo se dejaban llevar, tal y como ella lo pedía.

Se acercó, tomó el condón que ya tenía en el buró de su lecho matrimonial, lo fue colocando en la punta de aquella verga que se erigía fuertemente señalando, sin vacilación, el techo de su habitación. Con la boca fue bajando el látex hasta la base de la verga juvenil, con los dedos lo terminó de acomodar. Se puso a horcajadas, abrió lo más que pudo sus piernas sobre el cuerpo de Abel, se dejó caer de un sentón y su exquisito cuerpo fue penetrado con toda la fuerza posible por la oscura, gruesa y dura verga del chico, así lo deseaba ella. Subía y bajaba su cuerpo como si quisiera enterrarse en lo más profundo aquel ardiente falo. Puso ambas manos en los pectorales de Abel y tomaba impulso para subir y bajar cada vez con mayor fuerza. Sus cabellos se alborotaban al unísono con sus movimientos, y sus senos bailaban frente a los ojos del joven, era un paisaje demasiado ardiente, propio de una película erótica o pornográfica. Esa mañana se había imaginado que, quizá, el director Lázaro tendría una oportunidad para poseerla, pero nunca en su caliente imaginación pensó que iba a tener para ella sola, y toda la mañana, la rica verga de un chico guapo y demasiado joven. Estaba extasiada, demasiado excitada, su vagina chorreaba de tanta calentura que la poseía; subía y bajaba, se dejaba caer con fuerza, sentía que aquella verga la llenaba completamente.

Esa misma mañana, a esa misma hora, Carlos sentado frente a su escritorio regresaba a sus recuerdos.

Se veía nuevamente, estaba a punto de ingresar a la secundaria. Su amigo Sabino, huérfano de madre y con un padre alcohólico se refugiaba bastante en su casa. Era mayor que él y que la mayoría de los amigos de la cuadra. Ahora que revivía los recuerdos pensaba que, quizá, tendría como 18 o 20 años, no podía saberlo con certeza. Sabino era chaparro, si acaso llegaría a los 1.50, bastante moreno, de hecho, le decían “el negro” por su cuadra, delgado pero muy fuerte. Poco a poco fueron haciendo buena amistad, él, Sabino, se hacía niño con los niños, y jugaba a todo lo que ellos le pedían, desde jugar fútbol hasta jugar “a los carritos”. No sabía si Sabino trabajaba o no, pero casi siempre lo veía en la cuadra.

Aquella era una mañana de verano, vacaciones en la escuela y jugar todo el día, era lo que Carlos hacía en esos años de infancia. Se veía dentro de la casa de Sabino, una casa pequeña, con una sola cama matrimonial, el baño dentro de la casa, una pequeña cocina y un rincón en donde se encontraba la televisión. Creía que acababan de jugar fútbol, no recordaba bien. Sabino se había metido a bañar y él se había quedado viendo la televisión. Cuando Sabino salió de bañarse lo hizo completamente desnudo, era la primera vez que veía el pene de otro hombre muy cerca de él. Había visto ya varias veces el de Saúl, el amante de su madre, pero solo lo había visto en penumbras; pero esta ocasión era diferente, estaba ahí a escasos metros. No pudo evitarlo, dirigió su mirada hacia aquella verga que descansaba en el aire, era gruesa, negra, y aunque colgaba fláccida tenía un buen tamaño. No recordaba si de manera inconsciente se había pasado la lengua por encima de sus labios, como cuando uno se saborea algo que suele estar muy rico. Escuchaba, dentro de su cabeza, como un eco muy lejano, las palabras de Sabino “¡qué me miras puto!”, “¿te gusta verdad?” y una risa de este que en ese momento hería su hombría, pero que hoy, a la distancia de tanto años, se sonreía para sí mismo y se sentía descubierto por su amigo como si fuera apenas el día de ayer.

Carlos empezó a excitarse. Tomó el teléfono celular e intentó marcarle a Susy, se contuvo. Volvió a sumirse en las imágenes de su memoria.

-       ¡Tócala! Escuchaba la voz de Sabino, mientras este le pegaba su verga en el brazo izquierdo, a la altura de su antebrazo.

-       ¡¡Quítate wey!! Le decía, aunque en el fondo sabía que no quería que lo quitara. Esa sensación, por primera vez, de tener en su brazo una verga caliente, húmeda, gruesa y semirrígida, lo estaba calentando.

-       Agárrala wey, le dijo, no te hagas, si bien que quieres, remató Sabino.

Se quedó pensativo. Recordó que Sabino no tuvo que insistir mucho. Lo tomó entre sus delgadas manos. Sus suaves dedos rodearon la circunferencia de aquella negra verga, no alcanzó a abarcarla totalmente. Era extraño, sentía raro, pero le estaba gustando. Empezó a sentir como se volvía más dura, a él no le pasaba tan seguido ni se le ponía tan dura. Sabino empezó a reaccionar muy pronto. La verga empezó a estar paralela al piso, poco a poco se fue alzando más, apuntando bastante alto. Estaba muy dura. Palpitaba fuerte y la sentía muy caliente.

Le pidió que se la mamara. Recordó el sabor, le sabía muy rico, estaba recién aseado. Su mente volvió a formar imágenes, no sabía si las inventaba o era lo que realmente había sucedido. Se veía al filo de la cama, Sabino atrás de él. Lo estaba penetrando. Sabino bufaba, él sentía bastante dolor pero le gustaba. Las últimas palabras de Sabino le seguían taladrando el cerebro: ¡Quiero cogerme a tu mamá!

Tomó el lápiz que siempre usaba para morder. Se quedó quieto, estaba excitado, lo sentía. Volvió a tomar el celular, quería hablar con Susy. No lo hizo. Se quedó quieto en su escritorio, tomó papeles y empezó a revisarlos.

Susy estaba terminando su lujuriosa y placentera tarea. Sentía como la verga de Abel se hinchaba mucho más, a punto de explotar. No dejaba de cabalgarlo. El brioso corcel había resultado aguantador. Tenía más de media hora montándolo y no se cansaba, era maravilloso sentirse atrapada en aquella verga que no la dejaba caerse. Subía y bajaba, sentía como aquel falo se salía casi totalmente y luego se volvía a ensartar en ella completamente, con todas sus fuerzas, hasta el fondo de sus entrañas. Resultaba maravilloso, ardientemente maravilloso.

Sintió que el cuerpo del chico se tensaba completamente. Se volvió un poco hacia atrás y puso sus manos encima de las rodillas de Abel, se movió hacia adelante y hacia atrás, con locura, con fuerza rozaba su clítoris en la pelvis del joven. Empezó a sentir que su piel se enchinaba, era el síntoma de su orgasmo, sudaba frío, luego un calor la derretía por dentro. Apretó con fuerzas las rodillas del chico al tiempo que, también, apretó intensamente con todas las fuerzas de sus músculos vaginales aquella verga que se hinchaba hasta donde podía para explotar con todo su ímpetu y vaciarse completamente en la barrera de látex que se interponía entre ella y la simiente juvenil de Abel.

Descansó un poco, enderezó su cuerpo y volvió a apretar el palo del joven al tiempo que sonreía y con la mano derecha se acomodaba un poco su enredada cabellera. Inclinó su cuerpo hacia adelante, se acercó a los labios de Abel y lo besó apasionadamente durante unos segundos.

-       Estuviste maravilloso, le dijo mientras se separaba de él y moviendo su pierna hacia arriba se bajaba de su joven amante. Apúrate, continuó, ya no debe tardar tu mamá en venir por ti.

-       Usted también está muy rica, dijo Abel, sí, voy a cambiarme.

Susy, no dijo más, se quedó pensativa sentada en el filo de la cama. Con la calentura satisfecha, aspiró profundamente aire, suspiró y se dejó caer sobre la cama, durante unos instantes, para después con el mismo impulso de su cuerpo se levantó para también vestirse. Gina no tardaría en llegar.