Susy, una dulce ama de casa.Sorpresas da la vida 3

Estaba ardiendo como consecuencia de sus recuerdos, tres de sus dedos se metían por completo en su vagina; se levantó tratando de no hacer ruido, Carlos seguía profundamente dormido. Se metió al baño y concluyó su placentera tarea. Tenía que dormir, el siguiente día prometía ser muy bueno.

Muchos, o por lo menos algunos, me han preguntado si Susy realmente existe o solo vio la luz al nacer en la mente de un calenturiento escritor. Quiero decirle que Carlos conoció a Susy hace siete años. Desde el primer momento que la vio quedó fascinado por la impresionante belleza de su fino y delicado cuerpo. Su apretada cintura y el contoneo de su cuerpo, así como lo desafiante que se comportaban aquel par de hermosos y redondos senos, y la exquisita danza de sus caderas a cada paso de su andar hicieron que su mente estallara en un mar de sensaciones nunca antes conocido por él. Su sonrisa al saludarlo y el vuelo de sus palabras al decirle “hola” fueron el culmen de una mal disimulada erección que amenazaba ponerlo en un momento muy bochornoso. Pasaron dos años sin lograr que se fijara en él, y un día de repente, sin saber por qué, el caprichoso destino empezó a ponerla en su sendero, una y otra vez hasta que las cosas terminaron como debieron haber empezado.*

Muchas de las cosas que narro en mis historias son verdaderas, contadas por ella y condimentadas con la ardiente imaginación de un servidor. Pero todo principio tiene un final y hace cerca de medio año que Susy y Carlos terminaron su relación, por lo que en algún momento la bella y ardiente dama deberá, también, al igual que esa relación, fenecer.

*nombres ficticios

Hecha esta aclaración continúo con la historia

Ese día le había sabido exquisitamente delicioso, aún guardaba en sus labios el sabor y la textura de esa tersa piel juvenil. Recostada en su cama al lado de Carlos quien ya dormía profundamente. Los recuerdos y las expectativas de lo que podía pasar al día siguiente con los amigos de “manú” y con Abel mismo, la tenían sumamente excitada. Si Carlos, su marido, la hubiera poseído esa noche, tampoco la hubieran calmado. Se conocía.

Revivió a Gerardo, ya habían pasado 25 años, quizá, pensó, ese sabor que hoy tenía en sus labios era el mismo que Gerardo sentía cuando la poseía a ella. Ese dulce sabor de haber disfrutado un cuerpo juvenil y casi virginal. Recordó cuando lo conoció por primera vez y lo chocante y mal que le cayó. Sonrió con ironía. Resultó mejor amante que Javier, la hacía gozar más y mejor que él. Su falo era más grande y grueso, la llenaban completamente, y se había atrevido a quitarle la virginal pureza de su exquisito, caliente, íntimo, apretado y oscuro agujero, aquel, del que nunca pensó que también servía para hacerla gozar.

Javier era lindo con ella, incluso ella creía que lo quería bastante, pero Gerardo la llevaba muy lejos, sentía estallar su cabeza en miles de pedazos cada que le hacía el amor la acercaba a la locura del placer. Con ellos dos, pero especialmente con Gerardo, había descubierto la exquisita lujuria del sexo, y a veces se sentía arrastrada y atrapada en los deliciosos brazos de una insana pasión que la hacía desear más y más.

Javier era amigo de sus padres por lo que visitaba frecuentemente su casa. Gerardo, no. Pero este último había rentado un departamento en su pueblo e iba con frecuencia, la esperaba cerca de su secundaria y la llevaba a encerrarse con él y disfrutarla toda la tarde. Con Javier era diferente, iba a su casa y una vez que sus padres se emborrachaban se metía a su cama y se la comía completa, pero no plenamente. Era más satisfacer las ganas de él que hacerla disfrutar a ella. Casi siempre era igual, la montaba, ella abría las piernas y, tratando de no hacer mucho ruido, la penetraba en su viejo catre hasta que se vaciaba en ella. Pero le excitaba mucho ser despertada por Javier una vez que sus padres dormían, ebrios, por el licor consumido. Le encantaba sentir la caliente simiente de su amante y esa sensación de chorrear cuando se paraba al baño la ponía más ardiente. Recordarlo le erizaba la piel. Era Javier quien le compraba y le regalaba cosas, entre ellas sus pastillas anticonceptivas, pues siempre se la cogían sin protección. Gerardo no le daba nada, a veces, solo ocasionalmente le regalaba dinero, pero las dos horas que pasaba con él, disfrutando las mieles del sexo eran mejor que todos los regalos que le daba Javier. Aprendió a disfrutar mucho del sexo sin recibir nada a cambio.

Como todas las noches Javier y sus padres estaban tomando, contrario a otras noches, la música alta y las risas no la dejaban dormir. Ya había pasado algo de tiempo y le extrañaba que Javier no fuera a su lugar para cogérsela. Lo deseaba. Se levantó un poco temerosa, pues sus padres no le permitían estar con ellos en esos momentos, “eran cosas de adultos”, le decían, y ella pensaba “si supieran”. Caminó con cuidado hasta el patio en donde acostumbraban beber y embriagarse hasta perderse. No le gustaba, pero era la vida de sus padres. El oscuro patio se alumbraba solo con un pequeño foco que iluminaba el camino hacia el baño. Sus ojos acostumbrados a la oscuridad vieron claramente: su padre dormido, tumbado de borracho en una orilla de aquel desvencijado sofá; su madre colocada en cuatro, con la falda enrollada en su cintura, con las manos puestas en el respaldo del viejo mueble, hincada a un lado del ebrio de su padre, estaba siendo penetrada por Javier, quien, con una pierna en el suelo, y la otra semidoblada se apoyaba en el asiento del sofá, casi rozando el cuerpo de su papá. Siempre se lo había imaginado, pero no era lo mismo pensarlo que verlo. Sintió coraje y mucho dolor, no sabía exactamente porqué, pero le dolía esa triple traición: de su madre, a su padre y de Javier para con ella. Ya de madrugada, casi al amanecer, los labios de Javier la despertaron. Ella sabía para qué, abrió sus piernas, él se colocó entre ella, la penetró, antes de venirse dentro de ella, la levantó, le pidió que se pusiera de pie frente a él, tomó una de sus piernas y agarrándola con su mano derecha, la alzo a la altura de su cadera, con fuerza volvió a ensartarla, de pie, frente a frente, a pesar de su dolor, Susy lo disfrutó mucho, no era lo mismo que otras noches, pero la sensación de tener una verga moviéndose dentro de ella le fascinaba, era el principio, de lo que ella misma llamaba su “putería”. Ahí aprendió a disfrutar de un buen trozo de carne a pesar de sentirse mal emocionalmente. A un lado, sus hermanos más pequeños que ella, dormían profundamente. Luego, después de aquella noche, quiso olvidarse un poco de Javier.

Sus recuerdos se cortaron de repente y se descubrió húmeda, caliente, mientras sus dedos tocaban su clítoris y bajaban hasta acariciar suavemente sus labios mayores; una oleada de ese calor suave, tan bien conocido por ella, subió por su rostro, se humedeció dos dedos con esa hermosa boca, los chupó suavemente y regresó a su ardiente tarea. Su cuerpo se arqueó un poco separando su espalda baja del mullido colchón mientras su mano recorría completamente y con fuerza, su lubricada vagina, y sus desnudas nalgas se pegaban fuertemente a su lecho matrimonial.

Esa tarde, casi estaba terminando la secundaria, y a mucha insistencia de Gerardo había invitado a Ana, una de sus mejores amigas, y de quien sabía, tampoco era virgen. Ana era linda y caliente como ella, aunque aún no desarrollaba un cuerpo semejante el de ella. Nunca le mintió y le habló con franqueza lo que Gerardo deseaba, Ana aceptó con la promesa de recibir un buen apoyo, se acercaban las fiestas del pueblo y necesitaba dinero para comprarse ese vestido que tanto le había gustado. Finalmente, no fue necesario gastar su dinero, Gerardo le regaló el vestido.

Ambas subieron a la camioneta de Gerardo quien se sintió demasiado halagado cuando vio que Susy le había cumplido. No sabía cómo, pero tenía que pagarle a Susy de alguna forma por haberle hecho realidad ese deseo tan fuerte que desde que conoció a Ana, su amiga, había sentido recorrer por sus venas. Su delgado cuerpo, sus largas piernas y unos incipientes senos que brillaban hermosamente debajo de su vestido escolar y culminaban en un bello, suave y delicado rostro lo volvieron loco cuando, por primera vez, la conoció.

Esa tarde Susy experimentó otra parte de su sexualidad. Besar los suaves labios de Ana era una sensación que nunca había olvidado. Tocar sus pequeños senos, sentir esa textura en su boca y saborear la dulce vagina de su amiga, quien abierta de piernas se acostaba frente a su rostro, mientras Gerardo la penetraba por detrás con fuerza. Nunca había perdido el sabor de aquella ardiente vagina que guardó en sus labios y su memoria durante toda su vida como un hermoso tesoro.

Aprendió a compartir a su amante cuando Gerardo también poseyó a Ana, quien resultó, decía ella, más puta que nadie, pues tragaba sin ningún problema el falo duro, largo y grueso de Gerardo hasta que desaparecía por completo en su boca, y sus labios, todavía más, casi besaban el pubis de él, estaba segura le llegaba hasta su garganta. Le asombraba, pues ella jamás lo había podido tragar por completo.

Cuando Ana fue penetrada por él, ella se puso, hincada, frente a ella y le pidió que le chupara sus senos, los labios de Ana eran suaves, lindos, deliciosos y besaban de una manera diferente, como más tiernos, más caliente, más sabroso. Luego le besó aquellos deliciosos y húmedos labios vaginales que ya habían sido penetrados por Gerardo, le sabía a gloria, su cabeza se embotaba y se volvía loca de placer; los golpes que sentía en sus sienes la envolvían en un torbellino de éxtasis y un fuerte remolino de calor envolvía su juvenil cuerpo hasta hacerla descender en el infierno de una pasión desenfrenada y extremadamente ardiente. Tomaba la cabeza de Ana y con fuerza la halaba hasta su intimidad para pedirle que tuviera piedad de ella y no dejara de besar esos íntimos labios como solo ella sabía hacerlo.

Después de aquella tarde Susy ya nunca volvió a ser la misma. Había probado una dimensión más de la pasión, la lujuria y el sexo, y le había fascinado. Estaba encantada. Se sentía llena, algo más en ella se había complementado. Ana y Susy fortalecieron esa amistad que ya de por sí tenían y de repente se escapaban en las tardes para perderse unas dos o tres horas, ya fuera en la casa de una o de la otra.

No fue la única vez que estuvieron con Gerardo. Tampoco fue la única vez que estuvieron solamente los tres. Gerardo en más de una ocasión invitó a varios de sus amigos, y recordó que una tarde en que dijo en casa que iría a una fiesta con Ana y que se quedaría a dormir en su casa, se encerraron, toda la noche, con Gerardo y cuatro de sus amigos en el departamento de éste.

Estaba ardiendo como consecuencia de sus recuerdos, tres de sus dedos se metían por completo en su vagina; se levantó tratando de no hacer ruido, Carlos seguía profundamente dormido. Se metió al baño y concluyó su placentera tarea. Tenía que dormir, el siguiente día prometía ser muy bueno. Regresó a su cama y se recostó. Se quedó pensando en todo lo que iba a pasar al día siguiente. Se durmió.

Durmió muy poco. Se levantó demasiado temprano, preparó el desayuno de Carlos, le preparó el baño y lo despertó, como si le urgiera que su marido se fuera de casa.

Era fin de mes y por el trabajo de Carlos, sabía que ese día volvería muy noche a casa. En realidad no había prisa, pero sus deseos la consumían y quería que se fuera pronto para preparar el ambiente. Solo esperaba que los chicos no tuvieran demasiada prisa de volver a casa.

Carlos tenía un buen trabajo y ella no tenía necesidad de trabajar. Seis años atrás su marido había caído en un bache laboral muy fuerte y ella tuvo necesidad de buscar trabajo y su marido de poner un anuncio fuera de casa para impartir clases particulares. Así conoció a Víctor, su primer “bebé” como ella le llamaba. Aunque nunca le había sido fiel a su marido, jamás antes se había sentido atraído por un joven, y mucho menos un “escuincle” como dijera ella. Había regresado de trabajar, contaba con 34 años y se desempeñaba en una pequeña oficina. Su marido estudiaba con Víctor, quien con problemas con las matemáticas había buscado apoyo para presentar su examen de admisión en la preparatoria. Corría el mes de julio, y recordó como en ese mes, la vida siempre le había dado muy buenas sorpresas.

Llegó a casa, un poco cansada, pero desde que lo vio, por primera vez, le encantó; no sabía por qué, pero había algo en él que le había fascinado. Tal vez era su inocencia, su rostro, su timidez, no lo sabía a ciencia cierta, pero sí recordaba que su impresión cuando lo vio fue muy fuerte, había algo en él que no lograba descifrar pero que la había puesto, incluso caliente, cuando lo vio. Ese calor que corría por su rostro no la engañaba.

No pasó más de una semana cuando ya lo tuvo en su cama. Víctor era virgen, y aunque no resultó buen amante pues siempre se corría muy pronto, le seguía fascinando. Le gustaba todo de él. Como nunca antes lo había sentido pues sus relaciones siempre habían sido con hombres mayores, a Víctor se le ponía extremadamente duro, “no manches”, recordaba sus propias palabras en sus pensamientos, “se le pone durísima, mega durísima, y además me coge una vez y no se le baja, a veces me tiene que coger hasta tres veces para que se le baje”. Eso, y otras cosas más, la tenían embelesada con él.

La suerte de su marido cambió casi inmediatamente de empezar a darle clases a Víctor. A los pocos días consiguió un buen trabajo, y fue tan rápido que no pudo avisarle al chico, quien esa tarde llegó a su casa buscando aclarar sus múltiples dudas. Susy ya estaba de regreso de su trabajo y como ignoraba que el chico iría a su casa se había puesto muy cómoda, andaba descalza, con un short holgado y una playera solamente, sin nada debajo, tratando de descansar de la ropa y las zapatillas de la oficina de todos los días.

Por ser los primeros días de su marido en su nuevo empleo estaba llegando muy noche. Víctor llegó como a las cinco de la tarde, ella le mintió y le dijo que pasara, que su marido no tardaría en llegar. Al verlo su calenturienta mente empezó a trazar un plan.

Carlos se despidió, y las burbujas del recuerdo se rompieron en la mente de Susy, la besó, como siempre, tiernamente en los labios, y se perdió en las calles de su empedrada colonia.

Susy empezó a preparar el juego que una tarde antes se le había ocurrido y que ya había preparado. Era muy simple, pero estaba segura le daría un toque adicional a ese encuentro. No podía simplemente meterlos a su cama y comérselos a todos, no, tenía que ser algo especial.

El juego constaba de un juego de naipes españolas y unas tarjetas que había preparado exprofesamente para ello. Había hecho una tabla de “ponderación” en donde las figuras de “copas” valían más que las de “oro”, ya que ella decía que con unas copas se podía conseguir lo que el mismo dinero, a veces, no podía. Las “espadas” valían más que los “bastos”, y en ese orden se determinaría el ganador. Ella repartiría una carta a cada uno y el ganador tenía que elegir una carta del otro mazo que ella había elaborado. El segundo mazo de cartas contenía el “premio” al que tendría derecho el ganador. Iba desde un beso en las mejillas, hasta disfrutar de una rica y excelente mamada, pasando por un beso apasionado en la boca de la linda señora o un chupeteo en sus deliciosos senos. Había de todo.

Mientras colocaba el escenario encima de su cama los recuerdos volvieron a ponerla caliente. Víctor, sentado en el sofá, tomaba un vaso de refresco que ella le había ofrecido. Se sentó a su lado y lo observó fijamente, sin esperar nada ni mediar precauciones, se dijo que era el momento, él nunca le diría nada, pensó. Colocó su mano derecha en la rodilla izquierda del joven, y le espetó.

-       ¿Te han dicho que eres muy guapo?

-       No, dijo el chico preso del nerviosismo, mientras los colores subieron a su rostro ante la malvada complacencia de Susy.

-       Sí, dijo ella, eres muy guapo, me gustas mucho, continúo, mientras que giraba su cuerpo sobre su eje y doblada su pierna derecha para quedar viendo de lado a Víctor, y en un movimiento rápido cambió la mano que se posaba en la rodilla izquierda del chico. No podía dejar escapar a su presa.

Acercó inmediatamente su cuerpo al del Víctor, este no pudo hacer nada, quizá tampoco quería escapar de aquellas delirantes formas que lo atrapaban. Lo besó en la boca, este correspondió sin saber muy bien cómo hacerlo. Era su primer beso.