Susy, una dulce ama de casa. La prepa. Parte 1
Susy atravesó la plaza cívica, seguía excitada. El recreo empezaba y varios jovencitos y jovencitas ya salían para descansar un rato de sus aburridas clases. No sabía dónde lo había visto pero al levantar el rostro vio a la distancia a un joven que se le hizo conocido.
Miró el reloj: eran las 8 y 10 de la mañana. Carlos, su marido, tenía ya casi una hora de haber salido de casa. El atrevimiento de su “Manú” como ella le decía, el día anterior, la tenía muy excitada, y la idea de estar con los tres jóvenes al mismo tiempo, demasiado caliente. Esperaba la hora, no podía ser un mejor día. Bastante nublado, con una lluvia pertinaz y abundante que había caído a lo largo de la noche, y que aún mojaba la tierra de vez en cuando, hacían un clima ideal para encerrarse a disfrutar de las mieles del pecado y de la lujuria. Su corazón dio un vuelco cuando sonó su celular, su mente solo podía pensar en los tres jóvenes. Lo tomó como autómata, casi sin mirar quién llamaba, contestó:
- Hola hermanita, se escuchó una voz femenina del otro lado de la línea.
- Hola “nena”, respondió Susy, nombrándola por el mote familiar con el que llamaban a su hermana la más pequeña de toda la familia.
- Quiero pedirte un favor del tamaño del cielo, le dijo la “nena”.
- ¿Qué pasó? le preguntó Susy, y en su voz dejaba ver toda su disposición para ayudarla, ¿todo está bien? ¿qué pasó? volvió a preguntar un poco ansiosa.
- Sí todo bien, afirmó “la nena” pero fíjate que tu sobrino tuvo un problema en la escuela y estoy citada a las 10 de la mañana, pero yo no puedo ir, Rubén, anda un poco enfermo y tengo que atenderlo, y quiero pedirte que por favor vayas tú en mi nombre. ¿Me haces ese favor? Le preguntó melosa con la finalidad de que Susy cediera, aunque sabía de antemano que casi siempre estaba dispuesta para apoyarla cuando se necesitara.
- ¡Nena!, le dijo, como cuando le dices a alguien que sin querer te ha arruinado los planes. Tengo un compromiso en un rato más, ¿por qué me haces esto?
- Por favor “Susita” insistió la hermana, de verdad no puedo ir, Rubén está muy malito y ves cómo son de exigentes en esa escuela, si no voy o no vas tú me lo van a suspender. Hazme ese favor, suplicó.
- Lo sé “nenita”, dijo Susy, sé que son muy exigentes. Está bien, dijo con cierto enfado pero con cariño, pues era su hermana la más chiquita, voy a ir y ya te platico qué me dijeron; y me saludas a mi “cuñis” y que se mejore.
La hermana se deshizo en besos y agradecimientos hacia Susy, quien apenas colgó con ella, tomó su teléfono y le marcó a su “manú”. Le explicó la situación y le dijo que se pondrían de acuerdo después.
Susy no necesitaba vestirse con algo especial para verse infartante, era su presencia, su figura, su fino talle, sus redondeces traseras que se bamboleaban al caminar, era ese “defecto” que algunas mujeres tienen en donde su cintura parece meterse dentro de su columna vertebral y que hace que sus nalgas se noten sumamente antojables. Era su lindo rostro, su suave aroma, sus senos medianos y firmes, su madurez de mujer lo que la hacía sumamente atractiva.
Como casi todos los días, se ciñó un pantalón de mezclilla deslavado y una blusa azul celeste con una ligera abertura por delante a la altura de su cintura que se abría sensualmente a cada paso que daba. Un collar de fantasía que hacía juego con sus pulseras, unas zapatillas azules no muy altas, pero lo suficiente para hacerla ver más deseable; un ligero rubor en sus mejillas y un discreto color que besaban sus labios eternamente. Un poco de sombra color esmeralda sobre sus párpados le daban el toque final.
Se presentó con la secretaria del director, esta desapareció tras la puerta y enseguida salió para informarle a Susy, ahora la hermosa, deseable y temperamental tía.
- Me dice el director que por atención a que usted vino la va a escuchar y le va a explicar el tema, pero que él desea hablar con la mamá de Moisés, puede pasar, le dijo.
- Muchas gracias, respondió Susy al tiempo que se levantaba, y sí, su mamá va a venir -prosiguió- pero su esposo está delicado y no pudo venir, pero no quiso que pensara que no le importa lo que sucede con su hijo, por eso me pidió que yo viniera, pero sí va a venir.
- Pase, repitió la secretaria, sin responder al discurso previamente ensayado de Susy.
Los ojos de Lázaro, director de la preparatoria, no pudieron disimular el gusto enorme que sintió al ver a la tía de Moisés entrar a su oficina; caminar con cierto garbo, un poco de lado, con la bolsa colgando en su antebrazo izquierdo que se doblaba ligeramente para que esta no se cayera fueron suficientes para que Lázaro, el maestro Lázaro, quedara prendado de tan fina y encamable figura. Lázaro no supo si por unos instantes se quedó con la boca abierta o si sus ojos desmesurados se abrieron más de la cuenta, o si, sin disimulo, recorrió aquel infernal cuerpo con movimientos suaves y calientes como dibujando en el aire la silueta de Susy; pero tampoco le importaba.
Ambos hablaron, pero para el director fue lo de menos, lo más importante estaba delante de sus ojos. No quiso ser descortés ni mucho menos muy exigente; el asunto del sobrino quedó arreglado y agradeció al cielo y a todos los santos que el cuñado estuviera enfermo, eso lo había llevado a conocer a Susy, para quien no pasó desapercibida la mucha atención que le prestaba a su cuerpo, a su figura, y la nula atención que ponía en sus palabras.
No sabía si la iba volver a ver, por lo que el director tenía que apostar por todo. Susy sabía que tenía que hacerse la difícil, tenía que sacar más de lo que en otras relaciones había ganado. Lázaro no era un adonis, pero tampoco estaba tan desagraciado. Era fornido, se notaba que practicaba o había practicado algún deporte, o quizá ejercicio con pesas; solo un poco más alto que ella, tal vez 1.67 metros, ojos penetrantes color café claro, pero lo esencial para ella es que se había portado como un caballero a pesar de que con su mirada se la comió completamente. En un recorrido, ahora de parte de Susy, pudo ver algo que llamó poderosamente su atención, sus ojos se posaron unos centímetros y por unos instantes debajo del cinturón del director, aquello se marcaba claramente, su mente, su lujuriosamente mente pensó en “manú”, en “el chino”, en “el negro”, en su último amante Jorge quien estaba muy bien dotado, pero la virilidad del profesor se veía especialmente, muy especialmente, gruesa. Tal vez este estaba un poco excitado y eso hacía que fuera notorio el grosor de su aparato reproductor, aunque para Susy siempre había sido un “aparato lúdico y placentero”. Arreglándose un poco el saco, Lázaro sacó fuerzas de la nada y le dijo a Susy:
- La invito a desayunar mañana u hoy mismo si gusta.
- No puedo, soy una mujer casada y no es correcto, dijo Susy, asumiendo su papel de señora, además hoy debo volver por mi niña al kínder, ya casi es la hora, continuo, y con ello abría la posibilidad de que hoy no podía ir a desayunar con el director, pero otro día tal vez sí.
- Entonces mañana, insistió él, o usted dígame cuando puede. Puede ser la siguiente semana.
- De verdad no puedo, este pueblo es muy pequeño y los chismes corren muy rápido, y no me gustaría que las cosas se malinterpretaran.
- No se preocupe por eso, dijo Lázaro volviendo a la carga, no podía dejar que su presa se le fuera, vamos a desayunar o a comer a otro lugar, no en este pueblo como usted dice, vamos a otro lugar un poco más alejado.
- Mmmm, dijo Susy cerrando sus labios como quien se queda pensativa, mejor hagamos algo, deme su número de celular y cuando yo tenga un tiempo nos ponemos de acuerdo.
- Está bien, dijo el director, sintiendo que estaba perdiendo terreno, pero deme usted el suyo también por favor, casi suplicó intentando con ello recuperar un poco de lo perdido.
Intercambiaron teléfonos pero Susy le insistió y casi le rogó que no le marcara, que ella lo buscaría, ya que si él le marcaba podía generarle un problema con su marido. El director prometió que no lo haría, que esperaría impaciente su llamada.
Susy se dirigió a la puerta para retirarse y a medio camino volteó para despedirse con un saludo por el aire solo para descubrir que su recién conocido le miraba fijamente aquel par de exquisitas nalgas, que estaba embelesado con el bambolear, ahora exagerado, del caminar de tan bella dama. Susy no pudo ocultar su gusto al descubrir aquello, eso era algo que le excitaba demasiado. Sentirse admirada, deseada, causar insanos pensamientos y ardientes deseos en los hombres era su debilidad. Al darse cuenta de ello, su cuerpo empezaba a sentir un hormigueo muy especial, sentía recorrer en cada centímetro de su tersa piel un calorcillo muy especial, que ella ya identificaba perfectamente bien; sentía como se empezaba a humedecer, como en su entrepierna aumentaba la temperatura, deseando ser recorrida por las manos y los labios de algún hombre, nadie en especial, solo deseando sentirse acariciada, besada y poseída. Hizo el ademán para despedirse y desapareció tras la puerta.
Lázaro se quedó sumido en un mar de ardientes pensamientos hasta que el teléfono lo sacó de sus cavilaciones.
Susy atravesó la plaza cívica, seguía excitada. El recreo empezaba y varios jovencitos y jovencitas ya salían para descansar un rato de sus aburridas clases. No sabía dónde lo había visto pero al levantar el rostro vio a la distancia a un joven que se le hizo conocido. Eso era mejor que el director. El chico también la vio, ella siguió caminando rumbo al estacionamiento y el joven hizo lo mismo hasta que los caminos se cruzaron.
- Usted es la mamá de Arturo, ¿verdad? Dijo el chico.
- Mmmm, ¡no! me confundes, afirmó Susy.
- Perdón, dijo el joven, pero se parece demasiado a la mamá de Arturo.
- No te preocupes, afirmó Susy, y su cabeza empezó a darle vueltas si eso era verdad o era un juego del chico; y en su ego de mujer se decía que si era verdad le gustaría conocer a la mamá de Arturo para ver si efectivamente eran muy parecidas, y aquella señora estaba tan buena como ella.
- Discúlpeme señora, dijo el muchacho, pero le iba a pedir su número, aunque ya me lo había dado pero lo perdí.
- No te preocupes, dijo Susy al tiempo que sonreía, no hay ningún problema y lamento que no sea yo la persona que pensabas.
- Bueno, dijo el joven, está bien. ¿Y usted no me daría su número de teléfono? Digo…bueno… no sé…. sé que no me conoce pero… bueno…solo digo… tartamudeo el joven.
- Jajajaja, rio Susy, un poco más relajada y tranquila, sabiendo que aquello era un juego del chico y no había otra señora parecida a ella; solo porque me caíste bien te lo voy a dar, pero no me marques no te voy a contestar nunca, recalcó.
- Está bien, afirmó el muchacho, recobrando el aplomo, démelo y le prometo no molestarla.
Susy se lo dictó, el chico lo anotó directamente en su celular e inmediatamente le marcó; cuando sonó su celular Susy empezó a buscar el celular en su bolso de mano, pero el chico la detuvo diciéndole:
- Soy yo, ese es mi número, si algo se le ofrece algún día márqueme. Me llamo Armando, la dejo, y déjeme decirle que es usted muy guapa.
Susy se quedó sin habla, “ que valor de muchachito ” pensó, tomó su celular y efectivamente, la llamada era de un número desconocido. Susy empezó a arder, nuevamente estaba ante sí una oportunidad de disfrutar de aquello que más le prendía: una verga joven.
Ya casi eran las doce del día y debía ir por su nena al kínder, pero aunque tenía poco tiempo le marcó a “manú”, este no le contestó la llamada, un poco más tarde le mandó un mensaje diciéndole que estaba ocupado, que su mamá estaba muy “pesada” y molesta con él, que no podía ni siquiera responder el teléfono; ella le mandó otro mensaje para preguntarle si le podía dar el teléfono del “chino” o del “negro”. Ya no obtuvo respuesta. Susy se estaba quemando.
Pasó por Dana, su preciosa chiquilla de 5 años, llegó a casa y se metió a bañar con agua fría. Se tocó. Su bello cuerpo fue recorrido infinito número de veces por sus delicadas y suaves manos, se tocó su clítoris, sintió rico, se metió un dedo, luego dos, se chupó los dedos y los volvió a meter, sentía algo de placer, pensó en “manú”, en el “chino”, en Jorge, en Raúl… nada era parecido, no era igual tocarse e incluso meterse sus dedos a sentirse acariciada y deseada por un hombre, por un macho; introducirse dos dedos o hasta tres, eran una versión caricaturesca de sentirse penetrada por Jorge o por Raúl, o quizá por aquellos hermanos que una tarde la sorprendieron, nada era comparado con sentirse ardientemente poseída por un macho. Salió del baño con un olor a hembra en celo, estaba deseosa de una buena verga.
Tomó su celular y volvió a marcarle a Manuel sin obtener respuesta. Apenas eran las 12.35 de la tarde y esperar hasta la noche para estar con su marido y tener una mala cogida no era una opción para calmarla. Insistió con Manuel y la llamada se fue directamente al buzón. Era en vano. Se acordó de Armando, el joven que recién acaba de conocer en el patio de la preparatoria. Buscó el número en su teléfono inútilmente, no aparecía entre sus contactos; sus dedos temblaban presas del nerviosismo y de los deseos que la consumían por estar siendo poseída. Recordó que no había guardado el número de Armando sino que este le había llamado, revisó sus registros, y ahí estaba, un número desconocido, por la hora de la llamada era él. Con mucha prisa marcó.
- Hola señora… buenas tardes, se escuchó la voz de Armando del otro lado de la línea.
- ¿Armando? Preguntó ella solo para asegurarse pues ya había reconocido el timbre de la voz del joven.
- Sí, asintió el chico, soy Armando.
- Oye, dijo Susy, quiero ver si podemos vernos, tengo un poco de tiempo y me gustaría preguntarte unas cosas de la escuela, a ver qué me recomiendas.
- Sí, por supuesto que sí, dijo Armando, en dónde nos vemos, le preguntó.
- ¿Conoces la calle que lleva al Hospital, que está cerca de tu escuela?
- Sí claro, claro que sí la conozco.
- Muy bien ahí te espero en una hora, más o menos, pero si ves que la calle tiene una curvita, como a la mitad, ¿si la ubicas?
- Sí, dijo el joven, adelante de la tienda, rumbo al hospital ¿esa verdad? Preguntó para estar seguro.
- Sí, afirmo Susy, exacto, ahí, ahí casi no pasa gente. No quiero chismes, dijo ella.
- ¡Perfecto! Dijo Armando, llegaré un poco antes, iré en mi moto, es una “kawa” roja, ¿va?
- Mmmmm, dijo Susy, muy bien ahí te espero, no vayas a faltar.
- ¡No! Cómo cree, ahí llego en una hora.
Tomó a su nena, la bañó y después de una comida frugal la hizo dormirse. Le marcó a la mamá de Mary, la niña que cuidaba a su beba, para que estuviera en casa por si se ofrecía algo. Sabía que Dana podía dormir toda la tarde, pero ella solo necesitaba un par de horas, tal vez un poco más pero no demasiado.
Cuando Susy llegó Armando ya estaba en el lugar citado. Se saludaron y ella tomó la iniciativa, no podía perder tiempo, prácticamente se estaba quemando, consumiendo en sus deseos y no deseaba desaprovechar esa maravillosa y ardiente oportunidad con aquel joven preparatoriano.
- ¿A dónde vamos? Le dijo ella, y sin dejarlo responder le volvió a preguntar ¿a dónde me vas a llevar?
- Mmmm, no sé a dónde quiera ir, le respondió Armando todavía guardando el respeto debido a una señora de esa edad.
- Vamos a donde podamos estar tranquilos, sin tantas miradas, quiero platicar contigo y preguntarte unas cosas, pero acá, no! dijo imperativa doña Susy. Vamos a donde tú quieras, casi le ordenó.
- Mi papá tiene por acá, cerca, una casa, no está terminada del todo por lo que nadie vive ahí, si gusta vamos para allá.
- Ok, dijo Susy, está bien.
Susy se subió en la parte trasera de la moto, se agarró muy bien del cuerpo de Armando y pegó sus senos, sus deliciosos senos en la espalda de este. El joven se hizo un poco hacia adelante, él también tenía muchas ganas, y todo aquello era obvio de lo que podía pasar, pero aun así, le que quedaba un poco de dudas y no quería echarlo a perder.
Doña Susy aprovechó muy bien el viaje. Primero se tomó del fuerte abdomen del joven, después y ya con la estabilidad del movimiento, acarició suavemente sus pechos, una mano la descansó en la pierna izquierda del chico, mientras la otra subía y bajaba suavemente por los músculos pectorales de aquel joven que prometía mucho. Acercándose a la casa del padre de Armando, la calle estaba bastante desierta, varias casas en construcción, el chico bajó un poco la velocidad y zigzagueaba para no pisar ladrillos partidos o pedazos de tabla con clavos; Susy se animó un poco más y metió su exquisita y delicada mano debajo de la camisa de Armando, tocó la piel, también suave, de este; empezó a sentirse aún más excitada, un deseo parecido a un torbellino hizo presa de ella, revivió momentos gratos, sentir esa piel tan suave, tan joven, tan delicada, quizá virgen, la prendían absolutamente; sintió sus sienes palpitar fuertemente y un oleaje de calor recorrer la parte media de su cuerpo al tiempo que una humedad exquisita, chorreante y ardiente se anidaba en sus labios menores, sentía, como un fuego viviente entrar e inundar sus entrañas, sus pezones se pusieron más duros que de costumbre y un escalofrío recorrió su médula espinal empezando por su nuca y desapareciendo por esa breve y fina cintura, como un abrazo tierno pero lleno de lujuria. Cuando sintió que Armando casi detuvo la motocicleta, y sabiendo que no había nadie alrededor, bajó su mano derecha, aquella que no tenía el anillo de casada, y sobó suavemente, durante unos breves segundos pero tiempo suficiente para que él lo sintiera, la joven verga ante el sobresaltó del chico, quien volteó hacia atrás para mirarla acusando la sorpresa en sus ojos para encontrar en los ojos de Susy la picardía propia de una mujer caliente y experimentada.
La casa estaba en una cerrada en forma de “L”, casi hasta el fondo. La casa más cercana, también deshabitada, estaba a unos 5 o 6 lotes baldíos. Armando abrió el portón e hizo pasar a Susy. Abrió la casa que ya tenía puerta y ventanas, pero aún no estaba terminada. Le faltaban varios detalles. Un pequeño árbol de almendros se erguía en el centro del patio proporcionando una fresca sombra. Debajo de él estacionó Armando su motocicleta. Cerró el portón, abrió la casa e invitó a tan bella señora a pasar al interior.
- Esta es la casa, espero no le incomode.
- No para nada, está perfecta, dijo Susy, pero ya no me hables de usted; me haces sentir vieja, le dijo con una sonrisa que denotaba que no se sentía así.
- Ok, está bien. Gustas sentarte, en ese cuarto -dijo, señalando hacia su derecha- hay una silla.
- Vamos adentro, dijo Susy.
Apenas entraron al cuarto, que efectivamente solo tenía un silla de madera como decoración, Susy se acercó a Armando y lo besó intensamente en los labios, Armando iba a preguntar algo pero los labios de la señora lo callaron. Susy no se despegó de los carnosos labios de aquel chico hasta después de varios minutos, después recorrió sus orejas, mordisqueando suavemente sus lóbulos, primero uno luego el otro, acarició los jóvenes brazos, los recorrió con cierto morbo, la piel sedosa, tersa y llana de aquel chico la ponían a mil; ardiente y cachonda bajó ambas manos para sobar, sin recato alguno, por encima de los jeans de Armando aquel pene que ya estaba muy duro, lo acarició desde abajo, desde los huevos, el chico respingó, pero ella lo tranquilizó. Parecía que era su primera vez, ella no lo sabía pero el ligero temblor del cuerpo del joven así se lo daban a entender.
Susy tomó la playera del chico, la pasó por encima de su cabeza y se la quitó, dejando al descubierto un torso moreno y musculoso, propio de la edad, con delicadeza succionó las jóvenes tetillas, luego con furia, con deseo salvaje hasta escuchar un cierto quejido de dolor de Armando, pero no paró, siguió con su tarea mientras su mano izquierda buscaban el cierre de los pantalones, lo bajó y sacó aquella verga, no la miró solo la palpó, sintió su calor, su tamaño, su grosor y esa mezcla que siempre la excitaba enormemente, esa mezcla de dureza y suavidad, le encantaba sentir una verga dura pero con la suavidad de una piel, eso la transportaba al éxtasis, a la locura, a su ardiente locura.
Siguió besando los pechos de Armando, ascendió hasta su cuello, el joven gemía, su piel se enchinaba y sus manos torpes que acariciaban a Susy, sudaban al grado que de vez en cuando él se tallaba sus palmas en los pantalones para evitarle un disgusto a la señora. A Susy eso no le importaba, todo lo contrario, sentir temblar su piel, su cuerpo, escuchar sus gemidos, sentir sus manos sudadas llenas de nervios la excitaban mucho y la hacían sentir dueña de la situación.
Cuando sintió que aquella verga estaba dura, muy dura, tocó el ojo viviente y sintió en la yema de su dedo pulgar el líquido simiente de la juventud, se arrodilló, con una rodilla en el piso y la otra pierna semi-doblada, tomó la verga oscura, lo miró como deleitándose de lo que iba a saborear, no era muy grande, pero de buen tamaño para su edad, sus manos apretaron la base de aquel falo y entre ella sus huevos, lo volvió a mirar y de un solo golpe se lo introdujo en la boca. Los pantalones de Armando estorbaban, así que la señora los bajó más allá de las rodillas, él se separó un poco y descalzándose los zapatos, se quitó completamente los jeans quedando únicamente en su trusa blanca y sus calcetines azules. Susy empezó su placentera y lujuriosa tarea, lo chupaba con delicia, con suavidad, no quería que aquel chico terminara pronto, pero fue en vano, no pasó más allá de cinco minutos; ella lo sintió, las piernas de Armando empezaron a tensarse, sus huevos se pusieron duros y su verga se hinchó enormemente dentro de su boca; Susy no quiso sacarla de su caliente cavidad, tomó aquel palo duro con su mano derecha, cerró sus labios alrededor de aquella cabeza roja, empezó a masturbarlo mientras su lengua recorría la punta de la verga de Armando, daba vueltas alrededor de ella con su lengua, todo esto sin dejar de succionar desde el glande y su mano, en un frenético movimiento, lo hacía venirse. El joven cuerpo se tensó, los labios de aquel chico emitieron sonidos que nadie entendería pero que eran dulce melodía para doña Susy, gozaba escuchar como su macho gozaba, y aquello era un signo muy cierto de que así era. Los borbotones de semen inundaban la boca de Susy, no acostumbraba tragarlo pero esta vez era diferente, el chico en realidad era muy guapo para su gusto, se dejó hacer, sintió como Armando se derramaba dentro de su ardiente boca, empezó a pasarse un poco, su sabor era rico, su espesor era tal que permitía el paso libre a través de su garganta, Armando no dejaba de venirse, ella siguió pasándoselo. Después de un rato y sosteniéndole la cabeza, Armando empezó a sacar su verga de la boca de Susy, esta sacó la lengua y se la mostró a él, completamente limpia. Se levantó, fue hacia el lavabo, quiso enjuagarse la boca pero fue en vano, la casa no tenía agua aún. Sonrío para sí misma y con el dorso de su mano izquierda se limpió los labios.
Susy volvió a donde estaba Armando y vio como el chico seguía de pie, se había subido la trusa pero lo que no podía disimular era su gran erección.
- ¿Todavía no se te baja? le preguntó.
- Él, entre apenado y orgulloso le dijo, no, todavía no.
- ¿Sigues con ganas? le inquirió Susy mientras melosamente se acercó a él para besarlo apasionadamente en la boca mientras su mano izquierda sobaba fuertemente por encima de la trusa aquel palo duro y firme de Armando.
Aún a estas alturas Susy se encontraba completamente vestida, por lo que separándose del joven se quitó la blusa, se desabrochó el brassier y bajándose los jeans junto con la tanga azul que traía puesta, se dio la media vuelta, y “le paré mis nalguitas” como ella decía, y así media empinada, con sus manos sosteniendo su cuerpo en sus rodillas se preparó para recibir el embate de aquella juventud.
Armando se acercó por atrás de doña Susy, aquella señora que ya había visto en varias ocasiones cuando visitaba a su amigo el “negro” pero ella no había reparado en él, y hoy la tenía ahí, delante de ella, dispuesta, caliente y abierta para él, con su deliciosa vagina perfectamente depilada, con sus labios ardientes dispuestos a abrasar su verga con su íntimo calor y abrazar su redondez con la estrechez de su vulva y la profundidad de su vagina. Se acercó los dedos a sus labios, puso un poco de saliva en ellos y tocó los carnosos labios vaginales de Susy, tomó su verga con su mano izquierda, esta no era muy larga pero si algo gorda, empujó suavemente, escuchó el leve y placentero quejido de Susy, un “a” prolongado, entró completamente, Susy empujó sus nalgas hacia atrás para hacer más fuerte y dura la penetración. Aquella joven verga entraba y salía duramente de los pliegues internos y ardientes de la señora. En esa posición y a pesar de haberse venido ya una vez, Armando tampoco pudo aguantar mucho cuando Susy, con su magistral destreza apretaba con sus músculos internos su dureza juvenil, y sus quejidos diciéndole “qué rico mi amor” “qué rico me coges” “así, así, sigue…siiiiiii”; nuevamente su cuerpo se tensó, su verga se hinchó a lo máximo y explotó a chorros espesos y calientes golpeando el fondo de las entrañas de Susy.
Así se quedaron un momento, cuando por fin se bajó aquella dureza, Susy se salió y miró a los ojos a Armando:
- ¿Te gustó? fue su pregunta.
- Sí, mucho -dijo este entre resoplidos y jalando aire- estás muy...muy rica.
- ¿Qué año estás en la escuela?
- Voy en segundo semestre, le dijo Armando, casi, acabo de entrar.
Era finales de junio, la lluvia volvía a caer suave pero pertinaz, un poco mojada, ahora por fuera, Susy descendió de la motocicleta. Caminó un poco hasta la esquina, dobló y avanzó tres cuadras más. Eran casi las 6 de la tarde cuando llegó a casa. Le pagó a Mary, y con el pretexto de venir mojada se metió a bañar, la tibia agua cayó por su cuerpo acariciando cada poro de su piel, pensó en las manos de Armando, se dijo así misma que habría más tiempo para disfrutarlo, se volvió a sentir excitada.