Susy, una dulce ama de casa. Eso puede esperar

El rudio de una cuarta nalgada rompió el breve silencio que surgió después de las palabras de Susy, enrojeciendo la parte golpeada, y haciendo chorrear su ardiente vagina. Estaba descubriendo algo que no había sentido antes. Se estaba excitando demasiado al sentirse sometida y golpeada.

Nuevamente se encontraba recostada en la cama, con las piernas abiertas, las rodillas ligeramente dobladas y sus delicados y suaves pies reposando en los hombros del chico; su espalda se arqueaba y empujaba sus caderas hacia afuera para sentir totalmente, y hasta el fondo, la penetración ansiosa y vigorosa. Gozaba enormemente la dura y frenética cogida que le estaba dando Manuel, su “manú”.

Esta vez era diferente, notaba a un chico con el rostro duro, no había ternura, solo deseo, pasión, y quizá hasta enojo o coraje. Manuel estaba usándola, pero se dio cuenta que lejos de molestarla se estaba excitando demasiado.

Eran las tres de la tarde, el calor era muy fuerte pero la necedad de Manuel fue mayor. Tuvo que llamar a Mary, la niña que le cuidaba a su nena, para que se hiciera cargo de ella por el resto de la tarde. Manuel se había puesto muy necio en el sentido de que deseaba estar con ella. La estuvo esperando, y cuando regresó con su nena del kínder ahí estaba enfrente de su casa. Hacía mucho calor y no podía dejar al chico afuera de su casa, y tampoco podía exponerse a una escena de celos, pues el tono de la voz de Manuel era claramente recriminatoria.

Dentro de su casa, Manuel la encaró. Le dijo que había estado sentado más de media hora afuera de su casa y que no le creía que el joven que había salido de ahí le hubiera vendido libros; que había estado tocando la puerta varias veces y que si eso hubiese sido ella habría salido. Su rostro mostraba mucho enojo y celos. Su mirada se clavaba duramente en los ojos y en el cuerpo de doña Susy. Hurgaba cada centímetro de la delirante y hermosa silueta, como queriendo hallar rastros visibles de su infidelidad hacia él. Por un momento Susy quiso reirse de la actitud de Manuel, pero lo vio muy celoso y molesto que sabía que podía hacerle daño, y que si no manejaba la situación de manera adecuada, este podía contarle a mucha gente todo lo que habían hecho, y por otro lado se sentía halagada que aquel jovencito la celara inmesamente. Se sentía halagada y sumamente excitada.

  • No está mi madre, dijo Manú, salió a ver a mi abuela y regresará muy noche. Estoy solo en mi casa y quiero que vayas para allá.
  • Estás loco mi amor, le dijo ella con mucha ternura y suavidad en sus palabras, no puedo ir a tu casa, los vecinos pueden verme.
  • A esta hora no hay nadie, dijo el chico, todos están trabajando. Quiero que vayas a mi casa, quiero cogerte allá, remató muy seguro de sí mismo.

Susy se asombró, sonrió para sus adentros, le gustaba el aplomo de Manuel y le agradaba que estuviera muy celoso por ella; era verdad que le daba cierto temor que los vecinos la vieran entrar en casa de Manuel, pero al mismo tiempo le daba miedo que las cosas se salieran de control, debía ser muy inteligente para calmar al chico; sin embargo la situación de sentirse dominada la empezaba a excitar, ella conocía muy bien su cuerpo, y ese cosquilleo que iniciaba por su nuca y que recorría su espina dorsal, para luego hacerse acompañar de ese calorcito y anidarse atrevidamente en su entrepierna y jugar por segundos en su íntima cavidad a modo de pellizcos y sudoraciones, dando un paseo previo por su estómago que le hacían sentir escalofríos que recorrían levemente sus brazos, le indicaban que tenía que llamar a la chica para que cuidara a su beba.

  • Está bien, le dijo a Manuel, voy en un rato más pero no te enojes tanto, además yo te estuve mandando mensajes a tu celular y nunca me respondiste, no todo es mi culpa, le dijo en un tono que sonó a reproche sin llegar a los límites de querer iniciar un pleito.
  • En ese momento no podía, le dijo el chico, pero si revisas tu celular más tarde te avisé que venía a tu casa, seguro no lo has visto verdad? Estabas muy entretenida, dijo Manuel con los dientes entrecerrados. Era obvio su enojo.
  • No he visto mi celular, perdón, dijo doña Susy, sintiendo que los colores le subían con fuerza por el rostro.

Lo que su marido no había podido hacer, este chico lo había logrado en poco tiempo: la había atrapado en su infidelidad. * Voy a tu casa en un rato, deja que venga Mary para que cuide a mi niña, dijo Susy, pero háblale a tus amigos, me prometiste que invitarías a dos de tus amigos más. Le suplicó la señora ya con la fiebre de la putería apresando todo su ser. * Eso puede esperar, dijo Manuel, hoy quiero cogerte solamente yo, quiero que seas mía solamente. * Está bien, sonrió con su perfectos dientes, vestida de deseo y calentura, en cuanto llegue Mary voy para allá, pero espérame afuera no quiero estar mucho tiempo tocando tu puerta, alguien puede verme. * Sí, ahí estaré esperándote, no me vayas a dejar plantado. * Por supuesto que no mi bebé, le dijo, mientras se acercó a él y tomando su rostro entre sus suaves manos, lo besó, primero tiernamente, luego abriendo los labios metió la lengua lo más profundo que pudo hasta encontrar la de “Manú”. No se separó de él hasta que sintió el rozar del cuerpecito de su nena en su pierna izquierda pidiéndole agua, era tanta su calentura que por un momento se había olvidado de ella.

Ahora estaba ahí acostada boca arriba, en la cama de Manuel, con sus torneadas y hermosas piernas abiertas, bien abiertas. Manuel la tomaba de los tobillos y la abría más. Él estaba de pie, dando una estocada tras otra, fuerte, con rudeza entraba y salía de la bella y ardiente intimidad de doña Susy. A sus casi 39 años Susy se conservaba sumamente bella y deseable. Era un cuadro lujuriosamente bello: un cuerpo bello, casi perfecto, el bamboleo de sus senos hacia arriba y hacia abajo debido a los

envites

del chico; sus labios entreabiertos gimiendo, gozando, y que de vez en cuando sentían la humedad de su lengua pasar por ellos, y un chico con toda la fuerza que daba la juventud y el deseo desenfrenado, poseído por la lujuria y los celos, sus caderas se movían fuertemente hacia atrás y hacia adelante, por momentos sentía la fuerza de los músculos vaginales de la señora apretar fuertemente su pene como rogándole que no la sacara, pero él, sin piedad la sacaba y luego arremetía con todo su ímpetú hasta el fondo, parándose de punta sobre los dedos de sus pies para llegar hasta lo más hondo de aquella dulce y deliciosa vagina. Por momento Susy perdía la respiración, halaba aire a bocanadas. Hacía unas horas disfrutaba de José, pero había sido distinto, ella lo había cazado; ahora era Manuel, todavía un poco enojado quien arremetía su falo dentro de ella, sin piedad, duro, salía y entraba de ella a ritmo endemoniado, ella lo sentía menos profundo pero bastante grueso. Sentía rozar la piel de aquella juventud ardiente tocar cada milímetro de su vagina, acariciándola salvajemente. Se sentía usada, demasiado usada, pero se había dado cuenta que eso también la excitaba, la excitaba demasiado, estaba chorreando como nunca antes había sido conciente de ello.

No era necesario vestirse para la ocasión. Manuel había sido muy claro, solo quería cogérsela. Tomó un vestido azul celeste-aunque casi no le gustaba usar vestido-, discreto, más abajo de la rodilla, unas suaves zapatillas negras, bajas, si acaso unos 5 centímetros, no se puso tanga, ¿para qué? Pensó, solo un brasier para no ser muy evidente. Se ajustó un cinturón ancho de color azul marino alrededor de su cintura, este apretó su breve cintura aún más. La figura que se dibujaba era hermosa, aún sin pretenderlo Susy se veía sumamente deseable. Sus medianos pero erguidos senos sobresalían por encima de su torso dibujando un bamboleo erótico en cada paso que daba; su fina cintura remataba en unas caderas amplias y perfectas, acompañadas siempre de ese par de redondas y deliciosas nalgas. Era imposible no voltear a verla si te la encontrabas cruzando por tu camino. Buscó en su cajón especial un condón, luego pensó que sería insuficiente y tomó un par, lo colocó debajo de su cinturón, ese era el propósito de ese cinturón ancho color azul marino.

Llegando Mary, enfiló rumbo a la casa de Manuel, efectivamente, si las calles de su colonia eran poco transitadas a esa hora eran similar a un desierto, no solo por que nadie caminaba por ahí sino por el infernal calor que hacía. Se sentía algo nerviosa pero muy caliente, se daba cuenta de ello. Caminó segura por la banqueta de la casa de Manuel, unos cuantos pasos y al estar enfrente de su casa se dio cuenta que la puerta estaba entreabierta, no fue necesario tocar, empujó la puerta, cerró por dentro y caminó rumbo a Manuel quien estaba sentado en el sillón de su sala mirando hacia la puerta de la calle. Sin playera, con las piernas dobladas y apoyadas en el sillón marrón, con una toalla tapando su parte noble, era evidente que este estaba más crecido de lo normal pues la toalla caía a los lados mientras que en el centro se levantaba como el mástil de un velero o la carpa de un circo.

Susy se acercó hasta él, y mientras se pasaba la lengua por sus labios le dijo:

  • Mmmmm que cosa más rica papi, te ves súper sexy así... me encantas
  • Acércate, ven acá, dijo Manuel siguiendo en su papel de dominador.

Susy caminó lentamente, se acercó a Manuel, fue besando suavemente el cuello del chico rodeando poco a poco hasta llegar a su oreja izquierda, mordió suavemente el lóbulo, sintió cómo el joven se estremeció un poco, su mano izquierda tocó por encima de la toalla, estaba muy duro, más duro que de costumbre; subió sus piernas por encima de las de “Manú”, siguió besando el rostro del chico, se desvió hasta los labios de este y se fundió con él, sus besos lo estremecían, su lengua jugaba con la lengua de Manuel, tomó con ambas manos la cabeza del jovencito para besar con todas sus fuerzas aquellos labios juveniles, mientras su caliente y chorreante vagina empeza a juguetear con la punta de la dura verga, se interponía solo la toalla, pues ella había ido sin tanga ni nada parecido. Montada a horcajadas, siguió besando a Manuel, pasó su mano entre su rica vulva y el pene de Manuel para despejar cualquier estorbo, tiró la toalla a un lado, se subió un poco más el vestido con ambas manos quedando este a la altura de sus caderas. Manuel tocaba las tersas y redondas nalgas de la dulce ama de casa, a veces con ternura, otras de manera fuerte y grosera; a veces con cariño otras con el intenso deseo que estaba apoderado de él, pero siempre con la pasión juvenil que despierta una amante madura y caliente.

Susy sintió la punta de la verga de Manuel deslizarse un poco dentro de ella, no lo permitió más, se levantó un poco para que el glande jugara con sus labios menores y de vez en cuando con su duro y sensible clítoris. No quería que Manuel la penetrara así, pero debía tener cuidado pues chorreando como estaba era muy fácil que él se deslizara hasta lo más profundo de su carnes íntimas. Siguió besando a Manuel y en un movimiento descuidado sintió como se comió todo el glande, este lubricaba mucho y ella más que en cualquier otra ocasión, era muy fácil que se le metiera toda si no tomaba sus precauciones.

  • Hoy te voy a coger hasta cansarme, le dijo el chico, tenemos tiempo de sobra, y no me vas a decir que no, al tiempo que levantaba las caderas para entrar en la ardiente cuevita de Susy.
  • Claro que no mi amor, le dijo Susy sin desear contrariarlo, lo que tú digas; y se alzó un poco pero sin poder evitar la penetración. Aaaaaa!! fue el sonido fuerte y proongado que inundó aquella casa, saliendo de los sensuales labios de ella.
  • Te cogió ese chavo verdad? Le preguntó, mientras ambos seguían besándose y tocándose, y el empujaba más su cadera hacia arriba.
  • No, ya te dije que no, dijo entre suspiros y una respiración entrecortada, solo entró a venderme libros, le compré dos, ¿porqué no me crees? Le dijo melosamente Susy, y se levantó un poco más para evitar la profunda penetración.
  • Porque se te ve en la cara, le dijo con cierto enojo. Si te lo cogiste ¿verdad? Le repitió la pregunta mientras le soltaba una nalgada fuerte, y su verga se levantaba en alto hasta sentir las ardientes carnes de la vagina de Susy, ¿verdad qué sí? Te cogió ¿verdad? Le repitió la pregunta, y una nalgada más surcó el aire hasta descansar en las traseras carnes redondas de la bella dama. Dime la verdad, amenazó el chico, y una tercera nalgada surtió el efecto deseado. Susy sintió que la sangre agolpaba su rostro y el deseo bañaba su cuerpo, de momento se sintió convertida en una puta, lejos quedaba la señora, la ama de casa, y brotaba de sus poros, de todos sus poros, la lujuria y el desenfreno que la convertían en una mujer entregada a las pasiones más bajas; y se hundió completamente en el grueso y duro falo de Manuel.
  • Sí, sí me cogió... y me cogió muy rico, dijo balbuceando y tomando fuertemente aire para poder controlarse un poco, mientras meneaba sus caderas en círculos perfectos de izquierda a derecha y luego de derecha a izquierda, completamente clavada en esa verga que la tenía profundamente trabada. No te enojes mi amor, dijo con el rostro enrojecido, pero la verdad sí me cogio muy rico, dijo, prologando la última letra de esa palabra; tan rico como tú me estás cogiendo ahorita.

El rudio de una cuarta nalgada rompió el breve silencio que surgió después de las palabras de Susy, enrojeciendo la parte golpeada, y haciendo chorrear su ardiente vagina. Estaba descubriendo algo que no había sentido antes. Se estaba excitando demasiado al sentirse sometida y golpeada.

De repente una imagen llegó a su cerebro. No recordaba su nombre, la imagen era difusa, aún no tenía nombre. Era alto, sí, alto, moreno claro, usaba bigotes, él andaría en los 35 o 36 años. Empezaba a recordar un poco más. Javier, sí ese era su nombre: ¡¡Javier!!. ¿Cuánto tiempo había permanecido sumergido en la oscuridad densa del olvido de su memoria? Estaba a punto de cumplir los 39, sacó cuentas rápidamente, casi 26 años. ¿Cuál era la razón del olvido? Lo ignoraba. A veces Susy se sentía sucia, por momentos trataba de justificar su actuar, pero otras era presa del torbellino de sus pasiones que la orillaban a sumergirse en los más bajos, pero deliciosos, apetitos de la carne, y se olvidaba de todos sus sentimientos y pensamientos de “cordura”.

Susy había nacido en cuna muy humilde. Sus padres, además del problema de alcoholismo que tenían, no hacían los mínimos esfuerzos de salir adelante y tener una vida digna para ofrecérsela a sus hijos. Era la tercera de cinco hermanos, pero era la más bonita de toda la familia, con excepción de su madre que era una belleza increíble, piernas exquisitamente torneadas, cabellera blonda y exuberante que caía hasta donde su cintura apretujaba su cuerpo y delineaba su curvilínea y escultural figura, y encendía sus turgentes senos hacia el frente como los pitones de un toro embravecido. Doña Cecilia, su madre y don Jaime, su padre eran dueños de un tugurio en donde más de una docena de malandrines se daban cita día a día. Entre todos ellos destacaba Javier, delgado pero fuerte, apuesto, o al menos eso le parecía a ella, siempre generoso con ella, la consentía como a una hija: zapatos, vestidos, faldas, bolsas, todo lo que pudiera darle le regalaba. No sabia qué turbios negocios tenía con sus padres, pero era un visitante constante de su casa. Siempre vestido con pantalones de mezclilla ajustados, se dibujaba, debajo de ellos, perfectamente, su virilidad. Su camisa a cuadros, entreabiertos en los botones de arriba dejaban ver el vello de su pecho y sus botas puntiagudas le hacían verlo como un hombre encantador y atractivo. Siempre oliendo muy rico. Su barba perfectamente rasurada y sus bigotes oscuros le enchinaban la piel cada que lo veía. Pero ella era una niña, él no se fijaba en ella.

El jalón fuerte del chico, hacia abajo, sobre el tirante de su vestido para empezar a desnudarla la volvió a la realidad.

  • Espera, dijo, deja me lo quito yo.

Se desnudó completamente. Dejó el cinturón en el suelo y el juego de condones en el descansa brazos del sillón. Manuel se levantó y le dijo: “vamos a mi recámara”. La tomó de la mano y subieron abrazados la escalera. Llegaron hasta el pie de la cama de Manuel. De pie como estaban se fundieron en un abrazo y sus labios se amalgamaron en uno solo.

Las manos juveniles le sobaban los senos de manera suave, los pezones eran pellizcados de vez en cuando, luego un poco más duro. Volvió la rudeza del chico y pellizcó un poco más fuerte los oscuros y firmes pezones de la señora, “Ay, exclamó ella, despacio, me lastimas”. “Manú” hizo que no escuchó y mientras sus labios se comían la boca de Susy, volvió a atacar con una nalgada más fuerte que todas las anteriores, que se detuvo de repente entre la unión de ambas nalgas, dejando la huella de la infidelidad en una tenue sombra de los dedos del joven y un color rojo esparcido en la blanca y suave piel de la dulce Susy. Su rostro se encendió nuevamente y sus manos bajaron a sobar los huevos de Manuel sin dejar de acariciar por unos momentos el fuerte y grueso palo, casi puberto, del chico. Era esa suavidad mezclada con la dureza propia de una verga bien parada lo que la perdía. Hacía muchos años lo había descubierto y se había vuelto esclava de esa sensación y presa de esos vorágine de deseos que día a día, momento a momento la consumían por dentro de su ser. Quiso hincarse para mamar ese delicioso caramelo que de vez en cuando le punzaba a la altura de su pubis, pero Manuel no la dejó, la volteó y la empujó para que cayera de bruces en su cama.

Con la punta de los pies tocando el frío de la loseta blanca con vivos grises, su abdomen descansando en el filo de la cama y su abundante cabellera revuelta cubriendo su cabeza y parte de su rostro que se ladeaba un poco para respirar sin dificultad, se sentía expuesta, indefensa, sometida, pero extremadamente excitada, sentía como lubricaba casi a chorros, un calor intenso que nacía en su entrepierna y subía por su estómago, haciéndole sentir que estaba viva, y que luego aceleraba su corazón para volver a bajar por su pecho y anidarse, nuevamente, en esa cueva delicadamente depilada que invitaba a su profanación. Manuel se hincó tras ella, pasó su lengua por la tersa piel de sus nalgas, las separó con ambas manos para ser observado por ese oscuro y diminuto ojo negro, puso la punta de la lengua en él y empezó a hurgar con mucha intensidad aquel agujero que se relajaba un poco para dejar entrar ese pedazo de carne húmedo y travieso. Separándose un poco Manuel alzó la mano derecha y nuevamente el sonido del golpe en las nalgas de Susy llenaron la habitación del chico, el color rojo que tomaban sus hermosas protuberancias redondas y exquisitas era la muestra de la rudeza del chico. Volvieron los recuerdos.

Esa tarde ella se encontraba sentada en la banqueta de su casa. Escuchó el inconfundible ruido del auto rojo de Javier cuando dio la vuelta para quedar prácticamente enfrente de su casa. Javier era del Distrito Federal, pero cada diez o quince días viajaba para estar en la casa de los padres de Susy, en aquel hermoso y bello pueblo del Estado de Morelos. Se estacionó y descendió del auto; ella se puso de pie, vestida solo con un short blanco, una blusa azul delgada, raída y sus sandalias oscuras con piedras azules, “para que hicieran juego”, decía ella, Siempre tuvo unas lindas y hermosas piernas, y aunque era muy jovencita su silueta ya despertaba pasiones a muchos hombres. Permaneció de pie esperando que Javier llegara hasta donde ella se encontraba, como una novia espera a su novio. Este fue a la cajuela del auto y sacó una bolsa pequeña y un oso de peluche. Cuando Javier caminó a su encuentro pudo ver claramente como aquel bulto que siempre se le notaba a Javier debajo de sus pantalones ahora se veía muy alargada, tomando la clásica forma cilíndrica; era larga y se veía gruesa, rematando en la punta en una forma redonda, más redonda que el resto del cuerpo.

  • Mi niña, le dijo, al tiempo que le daba un beso en la mejilla, permaneciendo parado debajo de la banqueta; esto es para ti, y le entregó el hermoso oso de peluche y la bolsa que contenía linda bata de dormir que semanas antes ella había expresado que le gustaba. Me gustaría que esta noche la estrenaras preciosa, remató.
  • Javier, le dijo Susy, muchas gracias, muchas gracias -repitió- y ladeó su cara y la acercó a él para volver a darle un beso.

Él subió una pierna arriba de la banqueta, la acercó lo más que pudo a la descubierta pierna de Susy, y al momento de corresponder el beso en la mejilla apretó su pierna con aquél mástil cilíndrico que ella había visto minutos antes, para que sintiera la dureza de su virilidad.

La tarde pasó entre cervezas y licor. La noche cayó y todos estaban cayéndose de borrachos, todos, excepto Javier. Ya era noche y ella se fue a dormir. Se puso el regalo de Javier y lo modeló delante de sus padres y del mismo Javier. Ya para dormir se quitó sus calzoncitos y su brasieer. No tenía senos grandes, pero eran lo suficiente para que los oscuros pezones se pararan con el roce de la suave tela. No tuvo noción del tiempo, se quedó dormida hasta que sintió unas manos callosas acariciando sus delicadas y lindas piernas. La impetuosa penetración de Manuel en su chorreante vagina la regresó nuevamente.

  • Espera, le dijo, los condones se quedaron abajo.
  • No quiero ponerme condón, dijo el chico, quiero cogerte así... y nuevamente una nalgada y luego otra surcó el hermoso par de nalgas que eran el delirante paisaje que veía Manuel.

No dijo más, se dejó hacer. Manuel, entró con fuerza, impetuoso, empujaba sus caderas hasta el fondo, se salía un poco y arremetía con más fuerza. Había enojo, coraje, deseo, pasión y lujuria dibujado en su rostro. Los embates del joven hacían que el abdomen de la señora golpeara con el filo del colchón lastimándola un poco, sin embargo por la posición era imposible moverse, estaba sometida; sus brazos se extendían hacia el frente sin poder asirse de nada, Manuel seguía entrando y saliendo, una y otra vez, duramente, fuerte, como un loco poseído de deseo, en la habitación solo se escuchaban el chasquido del chocar del pubis de “Manú” con las carnosas nalgas de Susy, y las respiraciones entrecortadas del joven como el quejido, a veces suave, otras más fuertes, que salían de los labios de doña Susy.

La volteó. Los ojos de Susy miraron el cielo blanco de la habitación, sus senos bamboleaban al ritmo de las frenéticas embestidas de Manuel. Las piernas de ella se abrían para recibir la gruesa y dura verga del joven, quien disfrutaba como nunca esa rica cogida, ya que sentía, por primera vez, el roce de la caliente cavidad de doña Susy y los flujos chorreantes y profusos de la hermosa señora; él tomó sus tobillos, la abrió aún más, se separó un poco, observó la vulva de Susy, parecía una delicada y bella flor, cuyos pétalos esperan, ansiosamente, recibir el vuelo de una linda y traviesa abeja. A él le parecía una rosa, cuyo capullo ya abría lo suficiente, su color rosáceo, sus labios mayores abriéndose hermosamente y el hilillo de flujo que brotaba de él, lo prendían aún más, mucho más que todas las veces anteriores. Así estuvo bastante rato, se salió de ella, y la tomó de las caderas para indicarle que deseaba se pusiera en cuatro puntos, ella obedeció, él se hincó un poco, chupó con delicado frenesí y tino aquel agujero negro que amenazaba devorar todo lo que estuviera cercano a él, lo siguió chupando y vio como este se abría y se cerraba rápidamente como mandándole un beso a través del espacio cachondo que llenaba la habitación. Manuel siguió con su tarea un rato más, Susy disfrutaba la deliciosa lengua del chico, cuando este considero conveniente fue acercando su dura y gruesa verga al agujero negro de Susy para que se la devorara. Entró suave, primero el glande, o la cabeza como él la llamaba, Susy se quejó de placer, no dijo nada, relajó su ano; Manuel entró un poco más, no le fue difícil. El dulce culito de Susy se tragaba media verga de Manuel, le pidió que se detuviera un poco, luego le ordenó que entrará más, “toda”, dijo Susy, métela toda, exclamó; Manú obedeció, entró con vigor, con fuerza, con coraje, con celos, quería poseer a Susy para sentir que todavía le pertenecía ese hermoso y delirante cuerpo. Ella le pidió que se detuviera unos segundos, él aceptó, aunque en su interior quería arremeter contra ella. “Ya” fue la palabra que indicó que podía entrar y salir como él qusiera. Manuel sentía la fuerza que apretaba todos los pliegues de su duro palo, era mucho más fuerte que lo que él mismo apretaba su verga cuando se masturbaba, y mucho más rico. Las nalgadas se sucedieron una tras otra nuevamente, fueron subiendo de intensidad y de frecuencia; de los labios de la señora salían “a” prolongadamente, llenas de placer y de dolor, de un suave y rico dolor.

Los recuerdos volvieron a su mente...

Las manos callosas de Javier la despertaron cuando acariciaban sus delicadas y suaves piernas; abrió los ojos desmesuradamente, vio a Javier hincado, la bata que él le había regalado la tenía casi a media cintura.

  • ¿Me dejas consentirte? fueron las palabras de Javier.

No atinó a decir nada, solo movió la cabeza en un claro “sí”. Javier, siguió acariciando sus piernas, se acercó a ella y le dio un beso suave. Ella lo recibió con gusto, nunca antes había besado a alguien, pero en ese momento su cuerpo ardía y su corazón latía fuertemente, estaba llena de miedo y deseo. Javier no separó sus labios, un beso nuevamente, dulce, suave, luego abrió la boca y ella también, las lenguas se reconocieron, primero tímidamente, luego con mayor intensidad. No recordaba sabores, pero en ese momento su calentura la hacía su presa. Sintió como el duro falo de Manuel se hinchaba cada vez más, ella movía sus caderas hacia atrás para hacer más fácil la penetración. Volvió a recordar. Javier se subió en ella, él no se había quitado la ropa, solo se bajó el pantalón, y en la penunmbra ella pudo ver la verga totalmente enhiesta que apuntaba a su hermoso y frágil cuerpo. Cuando él se acostó encima de ella pensó que no podría aguantarlo, él era mucho más corpulento que su bello y delicado cuerpo. Javier, con toda la experiencia, tomó con su mano izquierda su verga y la dirigió hasta la extremadamente lubricada vagina de Susy, la colocó en la cerrada entrada. Se acercó a besarla, ahora con pasión, al tiempo que empujaba su cuerpo hacia adentro y Susy abría, instintivamente, aún más sus piernas para recibir completamentet su primera vez.

Manuel se hinchaba más, se ponía más duro, sus embates eran más fuertes, más frecuentes y las nalgadas cada vez menos. Sentía que llegaba, sentía que alcanzaba la gloria. Ella ya tenía un rato tocando su clítoris para alcanzar la cima junto con el chico. Sus cuerpos se tensaron, sus gemidos se escuchaban más fuerte. Manú empezó a vaciarse dentro de ella, profusamente, ella empezó a convulsionarse al sentir la simiente caliente del chico que le golpeaba e indudaba los intestinos, sintió las olas de calor golpear su rostro, luego aquel clásico escalofrío que le enchinaba la piel y le erizaba los vellos, rindió su cuerpo, lo dejó caer en la cama del joven, completamente rendida, él siguió pegado a ella como lo hacen los perros, no quería que se desperdiciara una gota de su semen, quería que esa tarde Susy, a su casa, se llevara todo su olor y su sabor muy dentro de su cuerpo.

Respiraron hondamente. Susy volvió a pensar en Javier. No, no había sido él quien la tratara así. Javier siempre la trató con mucho cariño y delicadeza. Entonces, ¿de dónde salió todo ese deseo desenfrenado que sintió ante los golpes de Manú? De repente una imagen llegó a su memoria. Ahí estaba frente a su secundaria, parado junto a su blanca y hermosa camioneta, esperándola a que ella saliera de clases... ¿Gerardo?, se preguntó.