Susy, el regreso y fin del viejo

Era el hombre más apuesto que había conocido en los últimos años; su porte de caballero y pulcritud en el vestir y el trato la derretía... le envió mensajes sugerentes, tan sutiles como candentes... era cuestión de tiempo

El día pintaba soleado. De por sí la zona era muy calurosa y, hoy tan temprano, con el sol cayendo a plomo, Susy decidió salir vestida con algo muy ligero. Escogió muy bien la vestimenta, además recordaba que debería pasar a ver al tendero, había quedado muy formal en ir a pagarle. Un short de mezclilla corto, unas zapatillas negras altas, tamaño 12, y una blusa tipo camisa, a rayas, que remataba con un nudo alrededor de su cintura, como simulando un par de manos que apretujaban aquella fina y sexy cintura. Lucía como lo que era, una señora muy atractiva y muy ligera, aunque en el trato con ella no era tan fácil robarle siquiera un beso, más bien era ella quien decidía a quien dárselo, y no sólo eso, sino todo lo que pudiera ser comestible de ella. Esa mañana Susy había decidido no ir al gym. Le inquietaba ir a esa cita con Panchito, el tendero. Si bien era cierto que este no era un tipazo, a Susy le seguían llamando la intención los hombres maduros, y este no era la excepción. Era cierto que los jóvenes la hacían vibrar, e incluso a veces hacían que tuviera una multitud de orgasmos, como muchas penetraciones por hora, también era cierto, y no menos placentero, que la experiencia de los hombres maduros la hacían gozar cada instante, sin prisas y a plenitud, el momento en la intimidad.

Dejó a su niña en el kínder, no sin escuchar murmullos de las otras madres de familia que hablaban corroídas de la envidia y llenas de celos porque los ojos de todos los hombres incluidos sus maridos, volteaban a ver, unos con descaro otros con mayor recato, todo lo que podían ver de doña Susy. Segura estaba que más de uno hubiera deseado acompañarla a donde ella hubiese pedido en ese momento, sólo con el fin de pasar más tiempo en compañía de esa hermosa, deseable y cogible madre.

Se despidió de las amigas, quienes tampoco disimulaban su enojo por verla tan guapa, fresca y con un cuerpo tan bello y firme. Aún le faltaba como una cuadra para llegar a la tienda de don Panchito, cuando a la distancia vio un auto que se le hizo familiar. El color amarillo y el auto deportivo no le eran ajenos, este viró a la izquierda como yendo a su destino sin reparar en ella. Siguió caminando, cruzando sus pies uno delante del otro lo que ocasionaba que sus caderas se contonearan cual barco en altamar. Las negras zapatillas paraban más sus nalgas que ya de por sí desafiaban las leyes de la edad y de la gravedad, haciéndola ver demasiado antojable para cualquiera que caminara detrás de ella. A unos escasos metros de llegar a la tienda, su corazón dio un vuelco. El auto deportivo se paró junto a ella…

-          Buenos días doña Susy, dijo una voz demasiado conocida para ella. Era una voz que ya antes le había hablado muy cerca de su oído diciendo tanto cosas hermosas como obscenas, y entre gemidos le había dicho lo buena que era para hacer el amor.

-          Bu.. buenos días don Margarito, se le escuchó tartamudear.

-          A donde va tan linda y hermosa como siempre? Le preguntó el viejo. Se me desapareció muy rápido, ya no supe más de usted.

-          Mmm, dijo doña Susy al tiempo que se reponía de la primera impresión, la verdad es que no esperaba encontrar al viejo Margarito nuevamente, casi todos sus amantes eran de una sola ocasión, necesitaban ser demasiado buenos para repetir con ellos, pero el viejo Margarito tenía algo especial, algo que no lograba descifrar, algo que al tiempo que le hacía revolotear animales salvajes en su estómago y más abajo, le hacían sentirse la señora más deseable y bella del universo... usted tan caballero y galante como siempre don Margarito, no voy a ningún lado, sólo fui a dejar a mi nena al kínder y pasaba a pagar a la tienda... voy a mi casa, dijo con voz pausada para demostrar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. El viejo la inquietaba.

Si el viejo tuviera un oído biónico hubiera escuchado el latir apresurado y agitado del corazón de Susy, ese ritmo que había sentido hacía poco más de un año cuando sus cuerpos se abrazaban uno al otro sintiendo la intensidad  que brotaba de la virilidad de don Margarito y que eran bañados por los jugosos aromas de ella, sólo en ese momento ella había sentido latir su corazón con tanta prisa y tanta intensidad, quizá era el recuerdo o tal vez los nervios de sentirse descubierta, como una niña que hace una travesura, no lograba entender porque se sentía así pero eran emociones indescriptibles.

  • Si gusta la espero, le dijo, al tiempo que apagaba el auto para dejar escuchar aquella melodía que ella hizo sonar en la ardiente noche “hacer el amor con otro… no… no…” me recuerda a usted, le dijo el viejo al tiempo que señalaba hacia el estéreo de su auto, y le sonreía con gesto de complicidad.

Susy sólo sonrío y entró a la tienda. Pagó a don Panchito quien no dejó de mirarla como si estuviera desnuda, ni dejó de hacerle comentarios morbosos y en doble sentido… “y no desea algo más señora?, le decía… no sé, usted pida, leche, algo de carne o lo que usted quiera…” No, gracias, le decía doña Susy quien en su mente le seguía inquietando el viejo que la esperaba afuera. Salió de la tienda. Rodeó el auto por el frente, el viejo ya estaba de pie y con la puerta abierta. Sus ojos se posaron donde sus manos ya antes habían recorrido, las hermosas y tersas piernas de doña Susy. Esta se subió y al sentarse, sin miramiento alguno, los ojos del viejo Margarito recorrieron las piernas de Susy y se detuvieron unos segundos en los labios de su vulva que claramente eran dibujados por el short que al sentarse se apretaban un poco más, de lo que ya de por sí la apretaban.

Don Margarito arrancó su auto y enfiló hacia afuera de la ciudad. “no puedo tardarme” le dijo Susy, “debo volver por mi hija” sintiendo que en sus palabras daba a entender que estaba dispuesta para lo que el viejo deseara sólo que en ese momento no tenía el tiempo suficiente para pasar, y hacerle pasar, un momento lleno de placer. “No te preocupes” afirmó Margarito, mientras su mano derecha dejaba por un momento la palanca de velocidades y se desplazaba por el espacio para posarse suavemente en la pierna izquierda y descubierta de doña Susy, empezando por su rodilla y ascendiendo lenta pero de manera segura, hasta detenerse cerca de su muslo, en tanto que las yemas de sus dedos iban acariciando cada palmo de esa piel madura y firme; su mano derecha jugó con los pliegues de la tela del short de Susy, y su dedo índice buscó, a hurtadillas, los labios mayores de la intimidad de la señora. No entró más allá de unos cuantos centímetros, lo apretado del short dificultaba la acción, prefirió sacar su dedo, y sobre la tela, acariciar, casi de manera grosera, la concha de doña Susy, y esta, en un gesto más que caliente, abrió las piernas y tomando la mano del viejo lo restregó sobre la tela de su pantalón corto al tiempo que sus labios sólo alcanzaban a emitir sonidos ininteligibles; “sólo tomaremos un café o algo parecido”, remató Margarito mientras retiraba su mano para concentrarse en conducir el auto.

-          ¿Qué pasó? ¿por qué te desapareciste tan rápido? –le preguntó el viejo Margarito.

-          No sé qué pasó, contestó Susy, una semana después que nos vimos, mi marido me dijo que teníamos que cambiarnos de casa, y casi al mismo tiempo llegó la mudanza, ellos empacaron todo y a mí me llevó a un hotel a vivir por ese fin de semana. También me pidió el celular y cambió el número, me argumentó que había estado recibiendo amenazas; no pude decirle que no y tampoco pude buscarte, discúlpame.

-          Entiendo, no te preocupes. Yo tampoco pude buscarte, todo fue muy rápido. Tu marido me buscó el lunes muy temprano y me comentó que tenía un problema muy fuerte y que tenían que dejar la casa; fui con él a la casa pensando que te vería pero esta ya estaba desocupada. La verdad por un tiempo pensé que las cosas entre ustedes no estaban bien, pensé que había sospechado algo de lo que había pasado entre tú y yo. ¿Te dijo algo? preguntó el viejo.

-          No, no… asintió Susy, todo está igual, todo bien. De verdad no sé qué sucedió, pero así fue.

-          ¿y por qué no me buscaste? Le inquirió Margarito, tú sabes dónde vivo, me hubieras buscado.

-          Sentí algo de miedo, en el fondo también pensaba que él había sospechado algo, discúlpame, pero además, lo más importante es que ya nos encontramos, le dijo la bella señora, en tanto pasaba sus sedosos dedos por encima del dorso de la mano del viejo, y se deslizaba, cuál ladrón en noche oscura, hasta la pierna derecha de don Margarito y bajar escurridizamente hasta su entrepierna, tocar con suavidad, sobre la delgada tela del pantalón el miembro semiduro del viejo; fue sintiendo como iba creciendo entre su delgada y pequeña mano, como poco a poco se fue endureciendo, y lo soltó cuando escuchó un leve gemido de placer que Margarito dejó escapar por sus labios. Sonrió cual niña traviesa, quitó su mano y le dijo, entre risas que escapaban alegremente de sus labios, “concéntrate papi, no vayamos a chocar”.

La velocidad del auto disminuyó al tiempo que saliéndose de la carretera enfiló por un camino de terracería, recorrió poco más allá de 200 metros, al fondo se encontraba “El Venado”, un pequeño restaurante de comida típica.

Tomaron una mesa en la terraza, cerca de la alberca. “El dueño es amigo mío” dijo Margarito, “pero no creo que esté hoy, es jueves, y es el día que hace las compras para el fin de semana… aquí se desayuna muy rico” afirmó. Ni bien acababa de decir eso cuando del fondo del restaurante surgió la figura de hombre de cerca de 50 años, moreno claro, fornido, se notaba en su cuerpo que hacía ejercicio, alto, cerca de los 1.80 de estatura, cabello entrecano, vestía un pantalón de gabardina azul marino y una camisa tipo polo que marcaba aún más su musculatura. Con paso seguro y firme se dirigió a la pareja, saludó de manera afectuosa a Margarito y volviendo los ojos, para saludar de un beso en la mejilla de Susy quien sintió un choque eléctrico sacudir y recorrer cada milímetro de su cuerpo para detenerse y juguetear, cual lengua viviente, su entrepierna hasta humedecerla. Las manos tan amplias como velludas y los dedos gruesos cobijaron la mano derecha de Susy, abrigándolas durante unos segundos –quizá más de lo normal- haciendo estremecer aún más los pliegues de sus labios mayores y sintiendo que el calor la penetraba sin piedad. Observó aquel rostro, Jorge era muy atractivo para su gusto. Su piel morena resaltaba sus ojos claros y penetrantes. Su rostro perfectamente rasurado delataba el cuidado que ese hombre tenía por su persona. Sentía derretirse pero debía comportarse. La voz grave y pausada de Jorge la subyugó. Después de la rigurosa presentación, tomaron asiento nuevamente y Jorge los acompañó unos minutos. Se despidió para continuar con sus labores, seguido de los ojos de Susy quien vigilaba, casi obsesionada, los movimientos de Jorge, observando cómo los músculos de sus brazos desnudos se tensaban a cada momento. Jorge regresó para despedirse, ella le preguntó a qué hora abría, él se portó como un caballero pues aunque entendió la indirecta le dijo que desde las 8 de la mañana ya había servicio en el restaurante; “qué bueno” dijo Susy, creo que el próximo jueves que es mi cumpleaños, vendré con mis amigas, y si no puedo ese día porque mi marido seguramente querrá estar conmigo, vendré sin falta el viernes”... dijo con extrema sensualidad al tiempo que acompañaba sus palabras con movimientos sugerentes de sus labios y boca. “Serán ustedes bienvenidas y que honor me hará” le dijo Jorge, quien tuvo que disculparse nuevamente para salir a realizar sus actividades del día. El tiempo pasó muy rápido y Susy debía regresar por su nena. El regreso sólo había un tema para ella: Jorge, y aunque Margarito intentaba darle otro giro, ella volvía a preguntar más sobre él. Llegó por su niña, se despidió del viejo Margarito, y puso los miles de pretexto para no acordar una nueva cita con él, sólo le dio su número de celular y con un beso en la mejilla –aunque el viejo deseara mucho más- se despidieron.