SUSI, la nalgona, y su severo PADRE

Susana es una nena de moral distraída que lleva tiempo volviendo loco a su padre. Después de flirtear con el exhibicionismo, y tras emplear una agresiva retorica turbadora, está lista para dar un paso más hacia la depravación del incesto sin salir del hogar que cobija a su familia al completo.

Blanca guarda cierto parecido con Susana: ojos marrones claros, corta estatura, voz aguda… Su pelo también es castaño, pero ella lo lleva más corto que su hija; a la altura del cuello. Pese a ello, cuesta creer que las nalgas y los muslos de la niña sean obra de una mujer que se asemeja a un saquito de huesos.

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Susana todavía tiene los pechos pequeños, pero su anatomía inferior se ha desarrollado ostensiblemente dotándola de un trasero impropio para una chica tan joven. En la era de los culos, de internet y de la precocidad sexual, esos atributos tan redondos resultan demasiado golosos para mantenerlos en el anonimato.

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Eduardo lleva gafas de cristal grueso. Siempre es el último de la cola y carece del menor atisbo de competitividad. No tiene amigos y parece destinado a convertirse en un solitario. Sus padres le han llevado a psicólogos para ver si padece algún trastorno, pero los resultados no han sido concluyentes.

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Javier es opuesto al pequeño de la casa. Alto, fuerte, despierto, ambicioso… Se considera un tiburón de las finanzas y suele triunfar en todos sus propósitos.

Le ha ido bien en la vida: tiene una casa con jardín y piscina en la mejor zona de la ciudad, un buen trabajo, un auto de gama alta…

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A primera vista, los Montero aparentan ser una familia perfecta, pero, como suele pasar en todos los hogares habidos y por haber, de puertas para adentro son muchos los desajustes que desafían a esa concordia cotidiana.

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-miércoles 26 junio-

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JAVIER: No, nono. No, no y no.

SUSANA: Pero papá…

JAVIER: Te digo que No. Me da igual lo que hagan tus amigas. No tienes edad para eso.

SUSANA: Soy la única que no…

JAVIER: Es pronto para que salgas por la noche. Que los padres de tus amigas sean unos irresponsables no significa que yo también tenga que serlo.

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No es la primera vez que se repiten esos argumentos. Se trata de una discusión cada vez más recurrente en el seno de la familia Montero. Blanca no suele tomar cartas en el asunto y deja que su marido se ocupe de las cuestiones disciplinarias.

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SUSANA: A ti lo que te pasa es que eres un antiguo que vive en otra época.

JAVIER: Puede que tengas razón, pero soy tu padre y harás lo que yo te diga.

SUSANA: !No es justo! Primero me cierras la cuenta de Instagram y ahora…

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La chica anda por el salón, inquieta, sin dejar de zarandear los brazos para enfatizar su desespero. Frente a ella, Javier mantiene su quietud; de pie y con los brazos cruzados.

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JAVIER: No me hagas hablar de esa maldita cuenta, Susi. Nunca me entrará en la cabeza que se normalice semejante despropósito; que se esté sexualizando a niñas tan menores sin ningún reparo ni censura.

SUSANA: !Sí que hay censura, papá!

JAVIER: ¿Censura? Eso no es censura.

SUSANA: !Claro que sí!

JAVIER: !Que vi tus fotos, Susi! A saber cuántos pervertidos se han pajeado con ellas.

SUSANA: !Pero que exagerado eres!

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Susana se pone las manos en la cabeza y, sin borrar la incredulidad de su rostro, desvía su mirada perpleja.

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JAVIER: ¿Exagerado? Ninguna niña debería de exhibirse de ese modo en la red.

SUSANA: !Era una foto en bañador!

JAVIER: Un bañador que no es tuyo y que, por su puesto, nunca dejaría que te pusieras en un lugar público; pero no me refiero solo a esa foto, y lo sabes.

SUSANA: A ti todo te parece mal.

JAVIER: Demasiadas imágenes sacando la lengua, tirando besitos, insinuándote…

SUSANA: ¿Qué pasa? ¿Es que las miraste todas?

JAVIER: Claro que sí. Quería asimilar la gravedad del asunto.

SUSANA: !Menuda condena!

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Susana se marcha enfadada hacia su cuarto y se encierra en él previo portazo despechado.

Todavía en el salón, Javier suspira hondamente mientras se sujeta los lacrimales con el índice y el pulgar.

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[...]   No son pocos los encontronazos que suelen enfrentar a Javier con su rebelde hijita adolescente, pero, durante los primeros días de julio, algo ha conseguido relegar esas tensiones a un segundo plano. Los crímenes de un misterioso asesino en serie conmociona a todos los vecinos de Fuerte Castillo, y la familia Montero no es una excepción.   [...]

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-lunes 08 julio-

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Javier se dispone a abrir esa ventana libre del yugo de su respectiva persiana, pero algo le detiene. Unos parpadeos lumínicos llaman su atención desde el cuarto de Susana. Al afinar el oído, consigue distinguir un tenue sonido telefónico.

“Otra que tiene insomnio. No me extraña. Pobre niña”

Olvidándose de lo que iba a hacer, se desentiende de la ventana de su hijo y se encamina hacia la habitación contigua. A lo largo de la última semana, cada vez que ha tenido que tratar con Susana se ha sometido a una auditoría propia; una especie de análisis que le ayuda a valorar las situaciones que comparten de un modo objetivo para purgarlas de cualquier erotismo insano.

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-Toc – toc - toc-

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-¿Sí?- susurra la chica desde el otro lado de la madera.

-¿Estás bien, pequeña?- pregunta tras abrir la puerta.

-No puedo dormir-

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Rodeada por la opaca oscuridad de la noche, la cara de la niña se ilumina con la luz coloreada que, desde abajo, recibe por parte de la pantalla de su teléfono.

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JAVIER: Lo peor que puedes hacer para el insomnio es mirar el móvil.

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Con pasos inseguros, el recién llegado anda hacia la residente de aquella habitación. Susana se sirve de unas cuantas almohadas apoyadas en la pared como respaldo. Sus rodillas, juntas y dobladas, se inclinan hacia la pared como si quisieran arrinconar, todavía más, su postura recogida.

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SUSANA: Tengo miedo, papá. ¿Te quedas conmigo hasta que me duerma?

JAVIER: Esto podría retenerme aquí toda la noche.

SUSANA: ¿Tan malo sería?

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Incapaz de interpretar el tono travieso de la niña, Javier se sienta a su lado, en un espacio del colchón que parecía reservado para él. La curiosidad le empuja a mirar lo que aparece en aquel móvil noctámbulo. Contrariado, se indigna al vislumbrar unos grafismos relacionados con los crímenes del Barquero.

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JAVIER: Dame esto. ¿Es que quieres volverte loca?

SUSANA: Joh. ¿Qué quieres que haga? No dejo de pensar en que…

JAVIER: Inténtalo, cariño. No puedes pasarte el día entero y la noche torturándote con la idea de que estas chicas murieron por culpa de haberse metido contigo.

SUSANA: Pero Damián…

JAVIER: Son solo sospechas. Sospechas: nada más.

SUSANA: No te lo crees ni tú. ¿Cómo has podido mirarle a la cara, hoy, en la oficina?

JAVIER: No me ha sido fácil, Susi. Lo he hecho tan bien como he podido. El agente Román me ha insistido en que tenía que aparentar normalidad para que no saltara la liebre.

SUSANA: Entonces, ¿lo tienen vigilado?

JAVIER: Sí, pequeña. Lo tienen en el punto de mira. A la próxima lo pillan.

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La descompresión que le produce esa respuesta rompe su llanto, contenido hasta el momento, derramando unas lágrimas enternecedoras en un rostro mancebo que apenas resulta visible gracias a la escasa luz callejera que se cuela desde la lejanía.

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SUSANA: Suerte que estás aquí para protegerme. Toma, coge esta almohada que yo tengo muchas.

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Susana ayuda a su padre a acomodarse en una pose similar a la suya. Dichas maniobras la encaran hacia él y propician un acercamiento facial similar al de un abrazo.

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-Pero… … separa la espalda un poco, que si no…- protesta mientras coloca el cojín.

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Esclavo del cariñoso magnetismo de esa proximidad, y sin siquiera proponérselo, Javier besa la mejilla mojada de su hija con una lentitud impropia de una carantoña paterna.

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-¿Qué haces?- pregunta ella sin apartarse de él.

-Nada. Solo es un beso de… … gratitud- se excusa él sin demasiada convicción.

-¿Por la almohada?- intenta aclarar un poco extrañada.

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Sin mediar palabra, Javier asiente con cara de susto.

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SUSANA: Entonces, deja que te dé uno por quedarte un rato a mi lado.

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Inesperadamente, los labios de la chica bajan hasta el cuello de su padre para darle un beso más confuso todavía que el anterior.

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-¿Dónde vas?- pregunta extrañado.

-Tú me lo hiciste la semana pasada- replica ella -¿te acuerdas?-

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Susana no miente, pues hace justo una semana, mientras ambos miraban el reportaje que desvelaba las atrocidades del primer crimen del Barquero, Javier tuvo su primer desliz besucón.

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JAVIER: Ya, pero…

SUSANA: Cállate, anda.

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Aún sin alejarse de él, la niña le besa en la mejilla, una y otra vez, para terminar en la comisura de aquellos pasivos labios adultos. Acto seguido, alinea su pequeña nariz redonda con la de su padre. Un escaso centímetro separa la punta de tan desiguales apéndices faciales mientras, bajo el cobijo de una oscuridad casi absoluta, un aliento compartido pervierte la escena.

Incapaz de enfocar la vista en los tan cercanos ojos de su hija, Javi también pierde la capacidad de dilucidar su propia sensatez, desmantelada, esta, por una abrumadora emotividad impropia que diluye los límites de un afecto familiar cada vez más confuso y más damnificado por la seducción de ese morbo incestuoso.

La ansiedad de aquel suspenso fugaz se extingue en cuanto Javier, impaciente por comerse esos jugosos labios adolescentes, estampa su boca, apasionadamente, contra la de Susana.

La muchacha ha provocado a su padre hasta conseguir que sea él quien rompa las formas de la decencia, y quien cargue con la responsabilidad de haber traspasado aquella línea roja.

El silencio nocturno se ve mancillado por el mojado sonido baboso de un prolongado beso que no deja de articularse mientras las lenguas del uno y de la otra cobran protagonismo.

Los tenues gimoteos infantilizados de Susana terminan de encandilar a ese instinto protector tan preponderante en la libido de un padre de familia de honor menguante.

Las manos de la niña se apoyan, ahora, sobre el pecho desnudo de Javier, quien despojado de la cautela con la que ha entrado en la habitación, desliza sus dedos zurdos por debajo de la camiseta de su hija. Al mismo tiempo, usa su mano derecha para rebasar los elásticos límites superiores de aquellos pantaloncillos, dando forma a un abrazo libidinoso que no parece incomodar a Susana.

“Le estoy metiendo mano a mi Susi; !Otra vez! !Qué locura! Pero es que este culo... !Dios!”

A Javi siempre le han llamado la atención las tetas grandes, pero el acceso a los pezones endurecidos que coronan a esos pechitos en pleno desarrollo le causa una gran impresión.

Ni corta ni perezosa, Susana baja su mano para palpar la dura protuberancia que deforma los pantalones del pijama de su padre.

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-¿Qué haces?- protesta él interrumpiendo ese meloso besuqueo.

-¿Tú que crees?- contesta ella entre risas juguetonas.

-No, no. Esto no…- intenta oponerse convulsionado por semejante punto de inflexión.

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Pese a la tenue resistencia gestual a la que se enfrenta, Susana no tarda en sortear la tela que cubre las vergüenzas de Javier para apoderarse de esa flamante erección paterna.

Aquel hombre compungido no logra encajar que su hija se haya atrevido a subir un nuevo peldaño en una viciosa escalera que les está conduciendo, irremediablemente, al más pervertido de los desenlaces. Sobrepasado por las circunstancias, permite que la niña le menee la polla con un masaje cada vez más inequívoco y explícitamente masturbatorio.

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SUSANA: JoOh, papá. Qué duro que te he puesto. Se nota que te gusto mucho, ¿eh?

JAVIER: Es que… … no puedo… … esto no… … ufff… … mmmmh…

SUSANA: Por Dios. Qué trabuco más en0rme… … hhh… … Imaginaba que tenías un buen pollón, pero es que est0h… … es demasiado.

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Amorrada, todavía, a la boca de su padre, Susana jadea mientras sacude, frenéticamente, aquel falo colapsado; un pedazo de carne venoso, caliente y muy duro que se rinde, gozosamente, a una trepidante gayola que empieza a emitir ese sonido tan característico de las pajas más vehementes.

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“Flap – flap – flap – flap...”

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No contenta con la lascivia de su propia manualidad, la chica vuelve a comerse la boca de Javier. Esta vez, sus besos son más babosos, y un aliento hiperventilado les concede mayor entusiasmo. Los discretos jadeos de Susana se tornan gemidos, poniendo en peligro una preciada intimidad que podría estar salvaguardándoles de una auténtica debacle familiar.

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SUSANA: oOh… … ¿Me quieres, papáh?… … hhh… … Dime que me quieres… … oOh.

JAVIER: Te quiero muchoh, mi vida… … hhh… … te adoroh.

SUSANA: Claro que síh… … hhh… … Soy adorableh… … hhh … … lo sé.

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Ya enajenado de cualquier reparo moral, Javier saborea la lengua de su hijita mientras no deja de manosear su culo.

No se trata de un tipo de derrame fácil, pero la furiosa paja de Susana está rompiendo su contención orgásmica cuando apenas supera el minuto de duración.

Sintiendo ya el vértigo de lo inevitable, Javier echa mano a una de las camisetas que la niña ha dejado sobre una silla justo a tiempo para contener su caudalosa eyaculación presurizada.

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JAVIER: Ya-yaah… … Mngwmnmg… … jodeeer.

SUSANA: Nooh… … En mi camiseta nooh… … Es mi preferidaah.

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La chica se ha tapado la boca, con ambas manos, como si la resolución de aquel calentón fuera de lo más trágica.

Tendido a su lado, Javier derrocha un borbotón de esperma con cada contracción fálica; con cada chorro de albino desahogo. Esa cálida corriente cegadora ha derretido su sistema nervioso; desde el rincón más recóndito de su cuerpo hasta el epicentro de su médula espinal. Con el vello en punta, sigue sufriendo placenteros escalofríos bajo la atenta mirada de su hija.

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SUSANA: Qué vergüenza, papá. ¿Te parece bonito?

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