Susanita

Llovía. Los rayos iluminaban la noche. Los truenos atemorizaban. Susanita pudo ir para la habitación de su tía abuela, pero vino para la mía. Levantó la ropa de la cama y se metió entre las sábanas. Después de estar en la cama, me preguntó: -¿Puedo dormir contigo, tío?

Llovía. Los rayos iluminaban la noche. Los truenos atemorizaban. Susanita pudo ir para la habitación de su tía abuela, pero vino para la mía. Levantó la ropa de la cama y se metió entre las sábanas. Después de estar en cama, me preguntó, en bajito:

-¿Puedo dormir contigo, tío?

-¿Por qué no fuiste para la cama de tu tía?

-Ronca.

-Sí que ronca, sí. ¿Te dan miedo los rayos?

-No.

-¿Tienes frío?

-No.

-¿Qué tienes?

-Ganas de follar.

-Vuelve a tu cuarto, Susanita.

-¿Por qué no dormís juntos tú y la tía?

-Esas son cosas de mayorers.

-Tengo 20 años, tío.

-Y yo 52.

-Y la tía 72. ¿Es por eso?

-Preguntas demasiado.

Susanita se puso en posición fetal con las manos entre los muslos. La luz de un rayo iluminó la habitación y vi su preciosa carita blanca, sus ojazos azules y su cabello pelirrojo.  Puso su cabeza sobre mi pecho y siguió hablando en bajito.

-¿Cuánto tiempo hace?

-¿De qué?

-De que no hacéis el amor.

-Mucho. Vuelve a tu cama.

Una mano de Susanita cogió mi mano derecha y la puso sobre sus tetas. Eran grandes y duras.

-¿Vas a putas, tío?

-No.

-¿Te masturbas?

-Vuelve a tu cuarto, Susanita.

-¿Te masturbas?

Casi sin darme cuenta, mi mano empezó a acariciar sus tetas y mi polla se puso morcillona. Le respondí:

-Sí, a veces.

-Yo también.

-La necesidad obliga.

-¿Alguna vez te masturbaste pensando en otro hombre?

-¡No! No soy marica.

-¿Le diste alguna vez a la tía por el culo?

-Hace mucho.

-Pero le diste. Todos los hombres tienen algo de marica.

-Puede ser, pero yo no lo soy.

-Ni yo soy lesbiana, pero a veces me masturbo pensando en otra mujer.

-Pero no todas serán como tú, digo yo.

-¿Crees que soy una guarra?

-Un sueño, eso es lo que eres.

Susanita comenzó a acariciar mi verga por encima del pijama y del calzoncillo. Le metí la mano debajo del pijama. Sus tetas tenían el tacto del terciopelo.

-Tienes unas tetas deliciosas.

-Y tú la tienes gorda. ¿Quieres que te la chupe?

-Chupa.

Nos destapamos. Me sacó el pantalón del pijama y los calzoncillos. Yo me quité la parte de arriba. En pelotas, cogió mi polla y lamió la descapullada cabeza. Me preguntó:

-¿Te gusta?

-Sí.

Mamaba bien. Le pregunté:

-¿Quién fue el afortunado que te aprendió a mamar?

-Mucho porno, tío, mucho porno.

Al rato se quitó la parte superior del pijama, la inferior y las bragas. La luz de otro rayo iluminó la habitación. ¡Que flash de belleza!

-Pareces una diosa.

-Adulador. Bésame.

La besé y sentí la frescura de sus labios. El fuego que llevaba dentro al chupar mi lengua... Sentí la pasión de una mujer.

Le cogí las tetas con las dos manos. Se las chupé. Se las mamé. Se las apreté y jugué con sus pezones. Toqué su chochito y mi mano se pringó de flujo. Le pregunté:

-¿Quieres que te la coma?

Me cogió la verga, la apretó con su mano y la  sacudió con rapidez una docena de veces.

Me miró, picarona, y me dijo:

-¿Qué me quieres comer?

-El chocho.

La volvió a sacudir. Me besó,  y después volvió a preguntar:

-¿Qué me quieres comer?

-Vas a hacer que me corra, Susanita.

Me la volvió a sacudir,  pero menos veces.

-¿Qué era esa cosita que me ibas a comer?

-La almeja.

Subió encima de mí, me puso el chocho peludo en la boca, y me dijo:

-Come.

Pasé mi lengua por los labios de su chocho y le lamí todo el flujo que lo empapaba. Susanita, exclamó:

-¡Ooooooooh! ¡¡Qué placer!!

-¡Está riquísima!

-¿Tanto te gusta mi chocho, tío?

-Sí.

Seguí lamiendo.

-¿A qué te sabe?

-A juventud.

-¿A qué más?

-A libertad.

Le metí la punta de la lengua en el ojete.

-Cochino.

-¿No te gusta?

Se puso guasona.

-Sí, me gusta, sigue, mariquita.

-¡Qué no soy marica!

-¿Qué acabas de hacer?

-Bueno, a lo mejor, un poquito...

Del culo pasé al clitoris. Susanita se puso tensa.

-¡Ahí me has dado!

Vi que el clítoris se le habia puesto erecto y que le salía del capuchón. Era muy pronto para hacer que se corriera. Le metí y saqué la lengua  de la vagina.

-Me estás matando de placer, tío.

-De eso se trata.

-Si sigues me corro, y si no sigues también.

-Hay un modo de  evitarlo. Pon tu culo  sobre mi polla.

-¿Me quieres encular?

-Sí, mi parte marica quiere encularte.

-Por fin lo reconoces.

-¿Te enculó alguien?

-No, solo follé una vez, vaginal, y con una polla más delgada que la tuya.

Susanita cogió mi verga con la mano y frotó su ojete con ella. Le dije:

-Métela.

Empujó con el culo, y con el capullo empezando a entrar, dijo:

-Duele.

-¿Se te fueron las ganas de correrte?

-Sí.

-Sácala.

-Ahora que empecé quiero terminar.

La fue metiendo tan despacito que no me corrí dentro de su culo de puro milagro, y el milagro fue que lo notó y la sacó a toda prisa.

Me volvió a poner el chocho en la boca.

-Sigue donde lo dejaste.

Le metí y le saqué la lengua en la almeja babosa... La puse otra vez a punto.

-¡Diooooooooooos! ¡¡Estoy llegando al cielo!!

La besé, y le dije:

-Ven y llegaremos juntos.

Susanita fue mojando mi pecho con la humedad de su chocho mientras lo acercaba a mi verga. La cogió y metió el capullo dentro. Entró casi tan apretada como en el culo. Me dio las tetas a chupar mientras la iba metiendo... Me besó con tanta dulzura que fue como si me besara un ángel. ¡Ay el ángel! El ángel me comenzó a follar con la fuerza de un huracán, hasta que se detuvo, me miró y me dijo:

-¡Me corro, tio, me corro! ¡¡¡Córrete conmigo!!!

Su Chocho empezó a apretar mi polla. Su flujo inundó mis huevos, y comiéndonos vivos, la llené de leche.

Al acabar de disfrutar, estábamos abrazados y besándonos, cuando oí la voz de mi vieja:

-¡Despierta, Quique! Tienes que ir al aeropuerto a buscar a Susanita.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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