Susana, mi compañera de equipo
Pensaba que era pasajero, pero comprendí que lo que realmente me gustaban eran las mujeres...
Después de la experiencia con Rosana, descubrí que las chicas también me atraían, quizás no tanto como los hombres, pero desde luego me hacían sentirme de igual a igual, y podía saber a ciencia cierta qué es lo que realmente quería mi pareja en ese momento. Y comprendí que no estaba sola, que éramos muchas las que, en un momento u otro, habíamos sentido algo parecido por otra mujer. El problema era que lo escondíamos, que no éramos capaces de expresar nuestros sentimientos. No me costó mucho encontrar otra chica que satisficiera mis necesidades .
Era cuestión de tantear el terreno que pisábamos. Yo tenía la gran suerte de jugar en un equipo de baloncesto, lo que conllevaba el vernos desnudas en la ducha día sí, día también. Y fue ahí donde "capté" mi siguiente "víctima". Se llamaba Susana, y nos conocíamos desde hace un montón de años, pero nunca habíamos intimado. Jugábamos juntas y eso, pero nuestra relación no pasaba de ahí. Me llamaba la atención que, siendo tan guapa, no saliera con ningún chico. Era una chica rubita, con el pelo corto tipo paje, con un flequillo superseductor que apenas le llegaba a las cejas, con una medio sonrisa interminable, unos pechos perfectos y unas piernas perfectas, a pesar de no ser muy alta. Un día, después de acabar el entrenamiento, nos quedamos charlando en las duchas, una enfrente de la otra, con la mampara de cristal traslúcido protegiendo nuestros cuerpos. Hablamos de cosas intrascendentes, hasta que se me ocurrió preguntarle el porqué de no salir con ningún chico, con lo guapa que era. Ella se me quedó mirando a los ojos, con ganas de expresarse libremente, pero noté que no teníamos suficiente confianza. Casi de inmediato, su rostro se cubrió de una capa rojiza, un rubor indisimulable. Bajó la cabeza y siguió enjabonándose.
Casi sin darnos cuenta nos quedamos las últimas en el vestuario. No pude evitar mirarla mientras se secaba, con su pecho perfecto, su culito respingón, que incitaba a tocárselo. De pronto levantó la cabeza, y me pilló mirándola, mientras yo, sin darme cuenta, estaba acariciándome entre las piernas. Pensé que me mandaría a la mierda, que se escandalizaría, que me diría de todo. Pero no. Para mi sorpresa, lo único que dijo fue:
-¿Te gusta mirarme?
¿Y qué le dices a una chica a la que conoces desde hace años cuando descubre que la estás mirando de arriba abajo? Claro que me gustaba, pero ¿cómo decírselo?. Y más estando yo como estaba, subiéndome las braguitas, sin nada que me cubriera el resto del cuerpo. En ese momento pasaron por mi cabeza infinidad de salidas ante tal situación, pero lo único que salió de mi boca fue:
-Eres guapísima, ¿sabes?
-Te queda muy bien tu nuevo corte de pelo respondió-
Fue en ese momento cuando nuestras miradas se cruzaron, sin parpadear ninguna de las dos. Yo con mis braguitas a medio poner, ella con una toalla que secaba suavemente sus dulces pechos. Sin apenas darme cuenta, se acercó hacia mí, miró hacia un lado y a otro, cerciorándose de que estábamos solas, y puso su mano en mi pecho. Mis pezones se endurecieron al instante, algo que ella notó de inmediato. Se quedó unos segundos acariciándome el pecho, sin quitar su mirada de mis ojos, que estaban un tanto aterrados. Pensé en la posibilidad de que entrara alguien, y eso me impedía pensar con normalidad, así que le sugerí:
-Vamos dentro, a una de las duchas.
Sin apartar la mirada de mis ojos, asintió con la cabeza. Nos dirigimos hacia ese lugar apartado de la vista de cualquier curioso que pudiera interrumpirnos que eran las duchas, y nos metimos en una de ellas, entornando la mampara. En ese momento, ella se agachó para terminar de bajar mis braguitas, que por entonces estaban a la altura de las rodillas, y antes de incorporarse, sus labios besaron mi vagina, que por entonces estaba muy húmeda. La sensación de placer fue inenarrable. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo.
Fue subiendo poco a poco hasta dar a parar con mis labios. Yo que hasta ese momento me estaba dejando llevar, tomé la iniciativa, y la besé con locura, con pasión, mientras mi mano se deslizaba hacia su entrepierna, yendo a parar con mis dedos a lo más profundo de su coño. El placer poco a poco se iba convirtiendo en éxtasis, su lengua recorría sin freno los lugares más insospechados de mi boca, mientras mi mano entraba y salía lentamente de un ardiente y húmedo coño perfectamente depilado. Su mano para entonces recorría mi pecho con suavidad, con tacto, como ningún hombre hasta ese momento había hecho conmigo. Aparté mis labios de los suyos, la miré con ternura a los ojos, y poco a poco fui agachándome, hasta dar a parar con aquel jugoso coñito depilado, y mi lengua se perdió en la inmensidad de aquellas paredes blandas, jugosas, carnosas, húmedas . Un leve gemido salió de su boca, por lo que supe que aquello le gustaba. Apretaba con mis labios los suyos, pero en este caso no los de su boca. Mi lengua se deslizaba por su interior, mientras sus gemidos iban poco a poco a más.
Ella acariciaba mi pelo, al principio con ternura, luego casi con maldad. Sabía que aquello le estaba gustando a ella tanto como a mí. Me agarró de la cabeza y la levantó, a la altura de la suya, y en ese momento sus labios buscaron casi con violencia los míos, y su lengua parecía perderse en la inmensidad de mi boca. Nuestros pechos se juntaron, nuestras manos no paraban de acariciar el cuerpo de la otra. Aquello era el paraíso. Sin apenas cruzar palabra, nuestros cuerpos hablaron por nosotras.
Fueron momentos increíbles, el tiempo no pasaba a nuestro alrededor. El sudor era cada vez más incesante en nuestra piel, hasta que decidió encender la ducha. Allí seguimos, besándonos, tocándonos, acariciándonos mientras las gotas de agua corrían desde nuestra cabeza hasta los pies. Estaba convenciéndome de que realmente, aunque los hombres no me disgustaban, con quienes realmente disfrutaba era con las mujeres. El orgasmo fue total, increíble, largo, excitante, placentero .ninguna polla me había dado tanta satisfacción como aquel cuerpo, aquella persona, aquel tacto, aquella sonrisa, aquella sensación que Susana me estaba haciendo sentir. Rogué a Dios que aquel momento no acabara nunca .
Allí comprendí que lo que realmente me gustaba era el cuerpo de la mujer. Afortunadamente, todo eso no quedó en un único encuentro. Seguimos viéndonos, casi a escondidas, para no levantar sospechas. Es lo que tiene el estudiar en un colegio de monjas. Si aquella vez fue increíble, las que quedaban por llegar lo fueron aún más