Susana, la perra
No le costó nada acercar sus manos a su ropa interior, hacerla a un lado, untarse un dedo por su rajita también húmeda y pasarme aquel dedo por los morros.
El pasado domingo fue un gran día. Ciertamente no por el tiempo, porque estuvo lloviendo a cántaros todo el santo día, y el viento que lo acompañaba tampoco ayudaba especialmente. Sin embargo, si una verdad hay universal, es que siempre que alguien está jodido, otro anda jodiendo... perdón, quería decir que siempre que hay un perjudicado hay un beneficiado. Es así, y no hay que darle muchas más vueltas. Así que lo en principio podría catalogarse como un día de perros, resultó ser el día de mi perra favorita, y dejo ya los juegos de palabras tontorrones.
El caso es que había quedado por la tarde con una amiga para tomar café. A Susana, que es como se llama la chica en cuestión, la conocí por Internet, después de que su dirección de correo electrónico llegara a mis manos a través de otra amiga en común. No es que me guste entablar relación a través de la red, sobre todo por la frialdad y por la cantidad de mentiras que se pueden soltar en poco tiempo, pero entre chorrada y chorrada, al final nos fuimos conociendo un poco más, hasta el punto de decidir quedar en persona para conocernos mejor. La chica está muy bien, o al menos a mí me pone el manubrio en posición de firmes. Apenas levanta un palmo del suelo, poco más de metro y medio mide, pero su escasez de estatura la suple con unas tetas que en su cuerpecito resaltan de forma espectacular. Tiene una vocecita muy dulce, aunque por su boca salgan más guarradas que otra cosa. Su culo es otro punto verdaderamente interesante. Respingón, durito, con unas nalgas que incitan al manoseo más descarado y lúbrico posible.
Ya la primera vez que quedamos conectamos en seguida. No conseguí gastar ninguno de los tres condones que me había llevado (por si acaso), pero en lugar de un polvo conseguí una buena amistad, que a su vez más tarde, con el tiempo, me daría unos cuantos polvetes la mar de interesantes. Si he de ser sincero, me enfadé bastante en aquella primera cita (si es que puede llamarse cita), porque llegó un punto en el que los dos estábamos a punto de darlo todo. Me harté de sobar sus pechos, de lamerle los pezones y de comerle la boca, mientras que ella se ocupó de aprenderse mi anatomía a través del sentido del tacto. En realidad, llegó a sacarme la polla, darme un par de meneos y metérsela en la boca, cuando un par de gilipollas empezaron a armar alboroto en las cercanías. Creo que no lo he dicho, pero estábamos en el coche. Intenté convencerla para irnos a casa, pero no hubo forma posible. Si no es por el calentón que llevaba encima, hubiera bajado a abrirles la cabeza a ostias a aquel par de imbéciles. Por suerte, en futuras citas la cosa se arregló y por fin pude catar el néctar de Susana. Absolutamente embriagador.
Bien, pues el pasado domingo habíamos quedado, y como decía, estaba lloviendo a cántaros. Cuando llegué al sitio donde habíamos quedado, me encontré a Susana completamente empapada, de arriba abajo. Mientras venía, le había pillado por el camino una tromba de agua y, para cuando había encontrado un sitio donde guarecerse, ya estaba calada de agua hasta las bragas. En esas condiciones, decidimos irnos a casa. Ya en el coche, no pude evitar fijarme en sus pezones erizados a causa del frío, claramente visibles a través de la camiseta que llevaba puesta, a pesar incluso del sujetador. Bueno, tampoco vamos a engañarnos, sus pezones fue lo primero que vi de ella nada más acercarme. Si normalmente lo primero que le miro son las tetas, en esta ocasión con aquel cartel luminoso llamando mi atención, pues aún más.
- Si no fuera posible, juraría que esta tormenta ha sido un montaje tuyo.
- Por qué lo dices?
- Porque no paras de mirarme las tetas.
Me reí ante sus palabras, dándome cuenta de que era evidente que se me estaba cayendo la baba, pero realmente no podía evitarlo. Durante cinco minutos, la conversación no salió del tema de sus pechos. Yo me deshice en elogios y ella me contó algunas anécdotas, algunas un poco light como la vez que se libró de una multa gracias a no llevar sujetador, y otras más fuertes, como cuando la novia de su hermano le tiró los trastos en los probadores de El Corte Inglés un día que estaban de compras. En aquel momento Susana estuvo un poco esquiva, pero a través de preguntas conseguí sonsacarle lo "fuerte" de esa anécdota, y es que aquella tarde Susana cumplió la habitual fantasía de practicar sexo en un probador, pero para más inri, con una morenaza calentona. Se me nubló la vista cuando me lo contó. A Susana le gusta ser muy perra cuando quiere, y sabe cuándo alguien está más cachondo que un animal en celo. Si mezclamos ambas cosas, tenemos que no dejará de provocarte continuamente hasta que digas basta. Se le nota cuando entra en esa fase, porque sus ojos adquieren un brillo especial y su voz se torna más pausada y sensual. Casi me atrevería a decir que hasta sus pechos aumentan de tamaño, pero tal vez sean imaginaciones mías.
Con la excusa de la ropa mojada, decidió quitarse el sujetador, y no tuvo mejor idea que ponerse a hacerlo mientras estábamos parados en un semáforo. Se quitó la camiseta en primer lugar, y a continuación me pidió que le desabrochara los corchetes del sujetador. La gravedad afectó de lleno a sus calabazas, que se expandieron aún más. Al darse la vuelta, finalmente conseguí contemplar con admiración aquel par de regalos que dios le había dado. En la acera, a unos diez metros, un pobre abuelete sonreía con la mandíbula desencajada. Cerca, un jovenzuelo se dio un mamporro contra una farola por andar con el cuello absolutamente girado hacia las virtudes de Susana. Los pitidos de los coches de atrás a causa de que el semáforo estaba en verde me sacaron del ensoñamiento en el que estaba inmerso justo antes de que Susana se quitase un par de gotas de agua de sus hermosos pechos con el sujetador y lo dejara caer al asiento de atrás del coche. A continuación, volvió a ponerse la camiseta, que se adhirió a su cuerpo, fundiéndose con su piel, cual participante de un concurso de camisetas mojadas. Era casi peor que no llevar nada. Las palabras que me regaló a continuación me hicieron apretar el pie contra el acelerador para llegar cuanto antes a casa. Si mi memoria no me falla, cosa probable porque en aquellos momentos la realidad me llegaba a oleadas, dijo algo como "No me quito las bragas, porque no quiero ponerte la tapicería pegajosa".
La falda que llevaba, también empapada, en condiciones normales le llegaría sobre medio muslo. Sin embargo, con el movimiento al sentarse, realmente sus muslos estaban completamente al descubierto. No le costó nada acercar sus manos a su ropa interior, hacerla a un lado, untarse un dedo por su rajita también húmeda (aunque no de agua, precisamente) y pasarme aquel dedo por los morros. Aspiré con efusión y nerviosismo y capté aquel aroma marinado tan incitante, tan provocador. Saqué la lengua dispuesto a chupar aquel dedito, pero no me dejó. Regocijándose en su crueldad, fue ella quien degustó aquel dedo impregnado de tan deliciosa sustancia. Gracias a dios, ya estaba entrando en el garaje, porque de no ser así, habría echado el freno en aquel mismo instante, estuviese donde estuviese, y me habría abalanzado sobre ella.
Una vez que hube detenido el coche, Susana se puso encima de mí. Su cuerpo, aun estando mojado, irradiaba un calor inusual. Estaba tan encendida como un trozo de carbón en plena hoguera. Tomé sus pechos con ambas manos y los junté, metiendo la cabeza entre ellos y disfrutando de la sensación de ahogamiento mamario. Fue ella misma quien me sacó la verga de los pantalones y quiso sentir el poder directamente en sus manos. Me la empezó a sacudir al tiempo que su lengua se metió en mi boca y establecía una auténtica dictadura de placer, sintiéndose más fuerte según su dominio se imponía ante mí. Dadas las circunstancias, y teniendo en cuenta que llevaba tres días sin hacerme ni una miserable gayola, me corrí como un niñato en sus manos, una presa demasiado fácil, pero con la cual se divirtió a lo grande manejándome a su antojo, poniéndome en el filo del desfiladero y empujándome sin miramientos hacia abajo.
Entre risas, abrió la puerta del coche y se apeó del mismo, posando sus pies descalzos sobre el frío cemento del garaje, dejándome abatido con la polla ligeramente morcillona fuera de los pantalones. Oí unos pasos y, a continuación, voces. Saqué la cabeza y vi a mis vecinos del tercero, a los que saludé con cara de pasmado.
- Uff, vaya pedazo de tormenta nos ha pillado -dijo Susana con una sonrisa encantadora en la cara-. Nos hemos quedado empapados.
No pude evitar darme cuenta de una espantosa verdad, y es que la falda de Susana no solo estaba empapada de agua, sino que además estaba decorada con los restos de mi corrida. Lo que no sé es mis vecinos se habrían dado cuenta de eso o directamente no habrían quitado ojo de las tetas de mi amiga. La pareja finalmente siguió su marcha, tirando la mujer del brazo de su marido, cuyos ojos taladraban la delgada ropa mojada de aquella despampanante chica. Una vez que la pareja hubo desaparecido en el ascensor, le hice saber a Susana que mi semen se escurría por su falda.
Despreocupadamente, recogió los grumos con un dedo y se lo llevó a la boca, donde degustó mi esperma con paciencia bajo mi atenta mirada. Cuando hubo terminado, se quedó mirándome atentamente, mordiéndose el labio. El silencio se asentó entre nosotros, espeso como los lecherazos que acaba de expulsar. Casi inadvertidamente, comenzó a subirse la falda, sin dejar de mirarme en ningún momento. Apareció ante mis ojos un tanga verde manzana fuera de su sitio. Uno de sus labios escapaba por el lateral de la pequeña braguita. Dio un par de pasos acercándose hacia a mí, pero justo cuando estaba a punto de enterrar la lengua en aquella incitante cavidad, se oyó el ruido de un coche entrando en el garaje. Apenas con un hilillo de voz, conseguí proponer:
- Mejor subamos a mi casa.
Ante lo cual ella asintió, bajándose la falda. En realidad, debí balbucear a duras penas algo así como "ejor... amos... casa...", porque no estaba en condiciones de articular nada mucho más coherente que eso. Susana tomó sus sandalias en una mano y el bolso en otra. Yo me enfundé, no sin esfuerzo, mi polla en los pantalones, y finalmente nos dirigimos hacia el ascensor. Ya dentro del mismo, no pude resistir la tentación de poner las manos en su trasero y levantarla ligeramente (ventajas de su reducido tamaño) para meter mi lengua en su boca mientras ella me abrazaba con las piernas. Deseé con todas mis fuerzas que hubiera un apagón para poder trincármela allí mismo, pero en apenas treinta segundos estábamos ya en el cuarto piso. Ella con la falda arrollada en su cintura, y yo con una erección de tres pares de narices, enfilamos hacia mi apartamento, donde aún faltaba por llegar lo mejor de la tarde, pues no había hecho más que empezar.