Susan, la pelirroja caliente
Susan es una estudiante Erasmus de Inglaterra que va a demostrar lo bien que sabe chupar una polla en el interior de un taxi en el trayecto desde la discoteca a su casa.
Ambos salimos calientes de la discoteca. Tanto sobeteo, tanta insinuación y tantos besos apasionados nos encendieron hasta límites insospechados. Cuando ella me sugirió irnos a su casa, no me lo pensé dos veces. Ligar en una noche y pillar cacho de forma tan increíble no es algo que pase muy a menudo.
Ella se llamada Susan y era una estudiante de intercambio de Inglaterra. Era de piel clara y melena áspera y pelirroja. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo de forma felina, acariciando, tocando e incluso arañando instintivamente, calentándome aún más con cada roce. Su boca eran una delicia para los sentidos. Su lengua serpenteaba con facilidad allí donde la metiera, saboreando lo que fuera y sus labios completaban un equipo simplemente devastador. Poseía unos ojos verdes de profundidad insospechada. Quedaba claro quién mandaba sólo con mirarla fijamente unos segundos. A Susan nadie la mangoneaba... si ella no quería que así fuese. Las tetas de la inglesa eran pequeñas y picudas, insinuantes en la ropa que llevaba y morbosas a su modo. Su culo, por otro lado, era de esos que estarías tocando durante horas sin cansarte lo más mínimo. Lo suficientemente duro como para no agarrar grasa en vez de carne, pero lo suficientemente blando para saber que tocabas algo precioso y delicado.
En cuanto salimos del local, Susan se lanzó temeraria a la carretera para lograr un taxi. Tardó exactamente quince segundos en parar uno libre. Antes de que unos chavales que estaban esperando taxi se pusieran a nuestra altura dedicándonos todo tipo de lindezas idiomáticas, estábamos ya en su interior, en la parte de atrás, confortablemente abrazados. Susan le indicó la dirección al taxista, el cual reinició el taxímetro y puso en marcha el vehículo.
Susan se había mostrado muy caliente en el interior de la discoteca, pero en cuanto el conductor dobló la primera esquina, su cuerpo pareció hervir de pasión. Cada metro que recorrió el coche, Susan podía retener menos sus deseos de tocarme y besarme. Nos besamos fogosamente durante varias decenas de segundos. Cuando sentí la mano de Susan introducirse dentro de mis pantalones me sobresalté e interrumpimos el besuqueo. La miré con ojos desorbitados mientras sentía su delicada mano tocar los puntos más erógenos de mi aparato. Me dijo en silencio con su mirada que me callara y me dejara llevar, y eso es lo que hice, metiéndole yo también mano a ella, con una mayor facilidad eso sí, debido a la minifalda que llevaba.
Mis dedos trabajaban sorprendentemente ágiles, quizá debido a la tensión de aquella situación. Susan tenía los ojos cerrados y balanceaba la cabeza de un lado a otro, apenas pudiendo contener los jadeos y evitando gemir. Apoyó su cabeza en mis hombros, y sentí su pelo en mi barbilla y mis labios. Podía oler fácilmente el aroma a champú que desprendía. Al mismo tiempo, su mano no dejaba de torturar mi verga, que apenas cabía en el interior de mis pantalones. También ella pareció percibirlo, por lo que desabrochó mi cinturón y un par de botones. La cabeza de mi polla aparecía lujuriosa, buscando guerra y lista para la acción. Tras unos breves segundos en los que la inglesita se detuvo, conteniendo la respiración y mordiéndose el labio inferior, señales que identifiqué como un primer orgasmos, bajó su cabeza hacia mi pubis y comenzó a dedicarle atención plena y personalizada a mi verga dura y caliente.
Aquella mamada fue sencillamente espectacular. Jamás sentí algo similar. Me agarraba a los asientos para contener los gemidos de placer que pugnaban por salir al exterior. No tenía ni idea de qué me estaba haciendo ahí abajo, pero sí sabía que me estaba llevando al séptimo cielo. Su lengua se agitaba frenéticamente por doquier y sus dedos recorrían mis pelotas dejando huellas que me daban escalofríos. Me di cuenta en ese momento de que el taxista no se estaba perdiendo absolutamente nada de lo que sucedía en el asiento de atrás de su coche, aunque bien poco me importó.
La cabeza de Susan se sincronizaba con su boca húmeda, y cuando esta daba unos segundos de respiro a mi glande gordo y reluciente, subía y bajaba para chupar el resto de mi verga. Esperaba aguantar, y puse todas mis energías en intentar aguantar, pensando que si duraba lo suficiente, Susan me iba a follar allí mismo. Pero sólo de imaginármela cabalgando encima de mí en aquel reducido habitáculo, mi excitación se incrementaba exponencialmente, y ese círculo vicioso me llevó, muy a pesar, al orgasmo. Me corrí desaforadamente en el interior de su boca. Susan no dejó de chupar y absorber en todo el proceso, sin dejar que una sola gota de esperma cayera sobre la tapicería del coche. Cuando cesaron las vibraciones de mi polla, levantó la cabeza y me besó, compartiendo todo el contenido de su boca. Mi semen fue objeto de juego para nuestras lenguas durante el resto del trayecto, que fue poco más de un par de minutos.
- Son 13 con 80.
Susan se separó de mí, y tras reajustarse un poco la blusa, que dejaba ver más de lo que se suponía que debía dejar ver, comenzó a rebuscar en su bolso. Yo miré al taxista, el cual mostraba una amplia sonrisa que identifiqué en parte como envidia. Susan le extendió un par de billetes y le dijo que se guardara el cambio y salió del taxi. Yo salí, casi sin darme cuenta de que la mitad de mi polla seguía suelta. Me adecenté y me acerqué a aquella caliente pelirroja.
- Preparado para el segundo asalto, machote?
- Por supuesto, preciosa.