Susan la holandesa (2)
La fidelidad no es su mejor virtud
La historia de Susan
La holandesa no era precisamente una virtuosa pero supongo que el destino la obligó a ello. Ella no llevaba la cuenta de los cuernos que le había puesto al pobre Alex (¿pobre?, que le den por culo al pobre, se lo tenía merecido por moro). Susan era mujer de un solo marido porque había tenido la mala pata de caer entre las garras de un celoso pero hacía todo lo que estaba en su mano para no ser mujer de un solo amante. 'En la discoteca,' me propone para demostrarme cuanto dice que 'cuando Alex se encele con tu mujer, que se encelará, podemos aprovechar para hacer una escapadita al baño y verás como le soy infiel. Dicen que soy una gran folladora', me dice bromeando entre grandes risas. La miro asustado, tanta franqueza da miedo. Sospecho que me está tomando el pelo pero ella me mira con lascivia. Algo me dice que no va a poner impedimentos para que le baje las bragas y que, si no lo hago yo, lo hará el primero que la encuentre. Me excita su calentura, procuraré ser yo quién se posesione de su coño.
Se conocieron muy jóvenes, en la Facultad de Económicas en su país. A los dos días se habían acostado, a los cinco comprometido y a la semana vivían juntos. Los padres de ella tenían dinero y le habían alquilado un pisito cerca del campus, él no tenía un duro y le vino muy bien liarse con una niña que manejara pasta y que además estaba muy buena. Los padres de ella intentaron convencerla de su error. Aquel no era el novio que hubieran deseado para su hija. Sin embargo, todo cambió un fin de semana que la madre pasó con ellos en su pisito de la Universidad. A partir de ese momento mamá era toda alabanzas de su futuro yerno. Parecía que este había utilizado unos argumentos muy sólidos para convencerla de lo buen yerno que podía llegar a ser. El último año de carrera, se casaron. El mismo día de la boda, Susan se enteraría de que los argumentos utilizados por su marido frente a su madre habían sido más que sólidos, duros… duros y vibrantes.
En el banquete de bodas, celebrado en un lujoso hotel de Amsterdam, Susan pilló a su madre con la falda levantada siendo acariciada por el que ya era su marido. No es que se hubieran escondido mucho, simplemente se metieron en un reservado junto al salón donde se celebraba el banquete para meterse mano. A Susan le había extrañado la imperceptible seña que lanzó su madre a Alex antes de abandonar el salón para ir al servicio y como éste, con una excusa similar, la seguía al minuto. Le picó la curiosidad. Intrigada le siguió sospechando que allí había gato encerrado. Le vio entrar en el reservado que estaba en penumbra y vacío. Cuando se asomó para entender tan extraño comportamiento, vio a su madre besando a su marido. Este le había levantado la falda y tenía la mano dentro de la braga frotando su coño. Mamá gemía bajito mientras Alex la masturbaba y le susurraba algo al oído. Poco después, ella le abrió la bragueta y le sacó la polla dedicándose también ella a masturbarle. Estaban abrazado, besándose en la boca, ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor, extasiados en su propio placer.
— Venga, zorrita —dijo Alex— deja que papá te coma el coño.
Su madre se apoyó contra la pared y ella misma se sujetó la falda remangada en la cintura. Alex le bajó las bragas hasta medio muslo y enterró la cara en su entrepierna. Mamá gemía pidiendo más y abría los muslos facilitando el acceso de Alex. A los cinco minutos él se puso en pie, Susan vio claramente como llevaba la nariz y los labios húmedos del flujo de su madre. La hizo darse la vuelta, apoyarse con las manos en la pared y sacar ligeramente la grupa. Sin molestarse en quitarse los pantalones apuntó con su polla la entrepierna de la mujer y de un golpe de riñones se la metió entera en el coño. Mamá gritó quedamente. 'Que gusto, cariño, me tienes cachonda', decía.
— Avísame, zorra, cuando te corras, que quiero probar tu culito.
Susan alucinaba: nunca se le hubiera ocurrido que su madre, no solo fuera capaz de quitarle el marido sino que además practicara el sexo anal. Pero lo hicieron. Cuando ella le anunció entre gemidos que se corría, él hizo un movimiento con la cadera donde se podía percibir como el capullo cambiaba de agujero. Susan no podía ver por donde estaban follando pero sus palabras les delataban.
— Despacio, cariño —decía mamá— ya sabes que tengo el ojete estrecho.
— ¿Estrecho, zorra? Tienes un ano que se podría meter hasta el badajo de la catedral.
Por el culo estuvieron solo cinco minutos. Él se corrió dando grandes embestidas con su polla y mamá pidiéndole calma porque le dolía.
— Cuando vayas con tu marido, puta, y no te puedas sentar porque te duele el culo, le explicas que es porque el yerno te ha dado por culo, te acordarás, ¿verdad que sí?
Años más tarde él le confesaría que era amante de su madre, Susan simuló sorprenderse. Un día cabreado con ella por algún motivo, la humilló escupiéndole a la cara, que si su madre había consentido en la boda es porque él le amenazó que si no había boda, ella también le perdería como amante. El muy cabrón le quería dejar claro que su madre temía más perderle a él que a ella.
Desde la boda, los viajes de su madre a visitarles se hicieron habituales. Siempre sola, 'a papá no le divierte viajar', siempre durmiendo en hoteles cercanos, 'es más cómodo para todos que me aloje en un hotel'. Susan no se engañaba, mamá le visitaba a ella pero se pasaba el día entero con él en la cama follando. Follando y dejándole que le rompiera el culo como en el reservado el día de su boda.
Lo más extraño de todo es que desde el primer día le sorprendió no sentirse ofendida, amargada, decepcionada o como tuviera que sentirse por el trágico descubrimiento. Simplemente aceptó la situación como un avatar más de la vida. Si mamá quería follar con su marido y este quería darla por culo pues que fuera así pero, a cambio, ella quería hacer lo mismo. El mismo día de su descubrimiento, sedujo a un afortunado camarero que se la folló en una pequeña habitación que hacía las veces de vestuario y almacén de cachivaches para la limpieza. Vestida con su inmaculado traje de novia, se remangó falda y enaguas y se arrodilló en el suelo para que el joven se la follara. No le dejó correrse en su coño y recordando la escena de su marido dando por el culo a su madre, le ofreció su virginal agujero que él aceptó como pago a sus servicios. Lo malo fue que en plena faena, con la cara desencajada por el dolor, les pilló un compañero del follador que reclamó igual trato so pena de acusarla de adultera delante de todos los invitados. Primero la hizo abrir la boca y se la metió entre los dientes, luego quisieron hacer con ella un emparedado y descubrió, divertida, que le encantaba eso de follar con varios, incluso cuando ambos se empeñaron en utilizar a la vez sus dos agujeros. El dolor fue terrible pero la satisfacción de saber que su marido no iba a desvirgarla por el culo le compensó todos los sufrimientos.
Su marido encontró trabajo en la multinacional holandesa que más tarde le desplazaría a Madrid y empezó a ganar dinero... y fama de buen follador. Se follaba a todas las tías que podía y Susan lo sabía porque en la lista estaban, además de su madre, tres de sus mejores amigas, dos vecinas y la esposa de un viejo profesor de la facultad. Y ella se tenía que quedar en casa porque estaba en el paro, en el paro laboral se entiende, porque quieta no estaba desde que su marido abandonaba el hogar conyugal. Se follaba a todo el que tenía la fortuna de llamar al timbre de su casa. Entre sus piernas pasaron vendedores de libros, de electrodomésticos, repartidores de pizzas... Pedía pizza a cualquier hora del día que no estuviera su maridito. Alcanzó tal fama entre los repartidores que, cuando llegaba un pedido de Susan, había bofetadas para cumplir el encargo. En varias ocasiones se acercaron a la casa, dos y hasta tres moteros con el mismo encargo. Por supuesto nunca la cobraban, con su coño se sentían plenamente pagados. También lo hizo con el típico fontanero, el antenista y el niño del supermercado, los cobradores del gas y de la luz y hasta con un cura católico que estaba buscando candidatos que incrementaran la raquítica lista de fieles de su recién estrenada iglesia. Con Susan, el cura dio por cerrada la lista de fieles y durante un mes su casa fue la única que visitó. A las nueve en punto salía el marido camino del trabajo y a las nueve y dos minutos estaba el cura con la sotana remangada metiéndole la polla por donde buenamente podía. Susan estaba prendidita de aquel pedazo de polla que se gastaba el maromo, tan grande era que no podían practicar el sexo anal y el bucal le costaba pero lo conseguía con grandes arcadas. Se hizo tan habitual su presencia en la casa que solía estar presente cuando aparecían alguno de sus amantes habituales y follaban todos como locos en grupo hasta dejarla saciada en sus apetitos. Susan le había cogido el gustillo a eso de la doble penetración Por la noche aparecía Alex que le exigía la misma dedicación, desconocedor de que su mujer estaba agotada de sexo, y ella sumisa insatisfecha, le satisfacía.
Lo malo fue que un día, su marido volvió a casa a media mañana porque tenía frío y sudores y pensaba meterse en la cama para pasar la fiebre pero lo que vio le dio tales calores que casi le causan una apoplejía. Estaba su esposa en la cocina encima del cura tumbado en el suelo que la follaba el coño a empellones. Tras ella el jovencito del supermercado, casi niño, polla mínima, le daba por culo con pequeñas arremetidas y por delante, un motero de TelePizza descargaba en su boca ríos de leche. Se puso hecho una furia y a hostias sacó a los tres varones de su hogar. El repartidor pidió la baja durante dieciséis días, los necesarios para curar las heridas. El niño se libró de la paliza porque pequeño y ágil de piernas escapó echando hostias sin que le alcanzara ninguna. Lo peor fue para el cura que tuvo los ojos con moretones durante dos meses. Para ocultar el 'accidente' a los cuatro feligreses que acudían a su Iglesia, cantaba misa con gafas de sol lo que daba el aspecto de un rockero místico. Como no hay mal que por bien no venga, se corrió la voz de que había un cura rockero y la iglesia se le llenó de curiosos, tanto que empezó a sopesar la idea de sustituir el viejo órgano por una guitarra eléctrica más moderna.
La peor parte se la llevó Susan. Ella no huyó porque pensó que, si su marido era un adúltero, poco importaría que ella también lo fuese pero se equivocaba, él era un adúltero celoso y le metió tal paliza que estuvo tres días en cama y dos semanas encerrada en casa porque le daba vergüenza que los vecinos vieran las marcas.
A partir de ese día decidió seguir siendo igual de puta pero más prudente. Ya no follaba en casa sino que lo hacía fuera. Se hizo una asidua visitante de talleres y concesionarios de coches, seductora infatigable usaba sus mejores armas para que todos sucumbieran a sus encantos y, si todo fallaba, siempre podía levantarse la falda, bajarse la braga y hacerse una paja delante del mecánico o del vendedor. Esta última maniobra era infalible y en cinco minutos tenía al elegido entres sus patas bebiendo de su coño. Más tarde descubriría los cines de Salas X con sesiones matinales. Poca gente pero muy salida. Al principio solía montárselo en los servicio pero al final descubrió que allí dentro todo estaba permitido y se tiraba al afortunado despatarrada en la propia butaca de la sala. También aquí se ganó una merecida fama entre los asiduos a estos antros y cuando la veían en el patio de butacas se formaban colas para tirarse a la rubia. A Susan le estimulaba ver que, mientras uno le follaba, cinco o seis gañanes iban poniéndose el preservativo mientras esperaba su turno.
También encontró carnaza en los mercados y en los supermercados. Su aventura más homérica fue con un zapatero. Se trataba de un vejete encantador que tenía una minúscula tienda cercana al cine. Se había pasado por allí una mañana para encargarle unos arreglos en unos tacones desgastados. El hombrecillo se la comía con la mirada y a Susan le divirtió su adoración. Al día siguiente pasó a retirar los zapatos. El viejo la recibió todo sonrisas. Insistió en que se probara como había quedado el arreglo, ella dijo que no hacía falta pero él insistió. Ella miró alrededor, no había donde sentarse. La tienda era tan pequeña, tan llena de zapatos viejos y máquinas que el único sitio disponible era la propia silla que utilizaba el zapatero. Este displicente le dejó el sitio.
Cuando se sentó, Susan descubrió que la silla era más baja de lo habitual de forma tal que su culo quedaba más bajo que las piernas. El cabrón del zapatero babeaba mirando su entrepierna que en aquella posición quedaba plenamente a la vista. Susan adivinó que todo había sido una jugarreta para verle las bragas. '¿Quieres verme las bragas?', pensó, ¡pues toma bragas! y se abrió totalmente de piernas haciendo que se colocaba los zapatos de tacón. El cabrón casi se muere del infarto y más cuando ella le miró divertida y empezó a acariciarse el coño preguntándole si le gustaba lo que veía. 'Con las bragas puestas no se le ve el coñito', dijo él. ¿Pues no quería el sinvergüenza que se quitara las bragas? Pero a Susan le dio pena su tristeza y con gran esfuerzo se quitó las bragas, entonces el viejo se arrodilló entre sus muslos y le metió una lengua larga y experta que le supo sacar dos orgasmos sin moverse del sitio. Quedó satisfecha y dispuesta hasta que vio como el abuelo maniobraba en la bragueta y sacaba al aire una polla muchísimo más grande que la de su querido cura. Había que probar aquella maravilla de la Naturaleza pero las estrecheces del lugar hacían imposible cualquier maniobra. Al final descubrieron que si ella se arrodillaba en la silla entonces él, con el cuerpo en la puerta, casi fuera de la tienda, le buscaba el agujero del coño. Una vez que se la metía, entonces sí, él entraba en la tienda y podía cerrar la puerta.
Y, por supuesto, otro lugar al que se hizo asidua fue a la Iglesia. Pese a las hostias su curita de polla descomunal la recibía encantado por su devoción. Follaban en la sacristía, en el confesionario mientras el daba penitencia a beatas asombradas por los ruidos extraños que salían tras las cortinas, o en el pequeño cuartito trasero donde tenía la habitación. Cuando se trasladaron a España, al que más echó de menos fue al cura y eso que fue el único que jamás consiguió metérsela por el culo: su tamaño la hubiera destrozado. En Madrid se declaró católica, apostólica y romana para tener la excusa de visitar todas las iglesias. Se folló a docenas de curas españoles pero ninguno como su querido curita holandés.