Surprise!

Mi vecino me cuenta EL secreto que ha guardado por 18 años...

En el edificio donde vivo llamo la atención. No hay otro universitario que viva solo ahí. Hay abuelos, matrimonios jóvenes, parejas que conviven, amigas que comparten apartamentos, y familias enteras. Pero soy el único pibe soltero que tiene todo un apartamento para el. Nos conocemos todos, porque son pocos apartamentos. Del piso 1 al 15 son dos apartamentos por piso, del 16 al 21, es sólo uno. Así que somos 36 departamentos en un solo edificio.

En el piso 19, cuatro pisos por sobre el mío, vive una familia bastante amigable. La mamá, el papá, y dos nenes: uno de 18 y el otro unos años menor. Y digo nenes, porque el mayor aún esta en su ultimo año de secundaria. A pesar de que solo teníamos 4 años de diferencia, yo en la universidad y el en el colegio, nos separan las etapas.

Hace un tiempo, Laura, la dueña de casa del apartamento 19, me invitó a almorzar. Yo recién había llegado al edificio, de hecho a la ciudad, pues antes vivía con mi familia en provincia, y me había ido solo para estudiar. En esa ocasión conocí a la familia. Laura y su marido Matías, y los hijos: Carlos, que en ese entonces era apenas un adolescente, y José su hermano menor. Fue un almuerzo muy entretenido. Matías es arquitecto, Laura diseñadora; ambos tienen una empresa que construye y ambienta casas de lujo. Carlos es algo introvertido, pero advierto en él un joven muy inteligente. Y José, habla hasta por los codos, siempre preguntándome cuándo lo invitaré a una cirugía, que el también quiere estudiar medicina. Así los conocí.

Poco a poco me fui haciendo más amigos de los chicos. Ellos iban creciendo, y a veces incluso me visitaban sólo para conversar, aunque la mayoría de las veces querían jugar videojuegos (siempre tuve los últimos videojuegos, algo que me distrajera de mi carrera absorbente). Pero sin duda, el que más cercano a mi era, y me atrevo a decir que era la persona con quien más conversaba de entre todos en el edificio, era con Carlos.

Apenas ayer, Carlos estuvo de cumpleaños. Cumplió 18 años. Está en su último año de highschool, y ahora está sentado en mi estancia. No sé que quiere. Volveré con él en este instante.

  • Que tal Carlos, sírvete una cerveza, ahora que eres mayor de edad.
  • Gracias Tomás – me respondió mientras abría la lata.
  • ¿y que haces por acá? – abrí la conversación – apenas ayer nos hemos saludado en tu fiesta de cumpleaños.

Carlos había tenido una cena de celebración, con su familia, amigos, y algunos vecinos del edificio, entre los cuales estaba yo.

  • Pues nada, quería conversar, tomarme unas chelas contigo – decía relajadamente – la verdad quería aprovechar de beber alcohol legalmente con un amigo.

Reímos un rato; conversamos de la vida, de responsabilidades que se le venían, de cosas banales, de chicas, hasta que, bien entradas las copas en el cuerpo, salió el tema que, al parecer era el que él quería: sexo.

  • Soy virgen – me dice poniéndose serio.
  • Que bien – respondo algo extrañado - ¿esperas el amor o el matrimonio?

La verdad sí me extraña bastante que un chico de 18, con esa facha, alto, de buen cuerpo, y buena cara, con los modales que él tenía, aún fuera virgen. Mis preguntas eran sinceras.

  • jajaja – rió Carlos – no es tan así...
  • esperas a la chica ideal? – interrumpo riendo – bueno, debo advertir que la mujer perfecta no existe.

Pensándolo bien, nunca le conocí, en estos 4 años, una novia a Carlos. Incluso le conocí varias aminovias a José, que es tres años menor.

  • No es eso – responde entre avergonzado y eufórico, parece que tiene ganas de hablar y no puede.
  • ¡Que va!, un chico como tú, con esa pinta, tan atractivo... – estoy tratando de arreglar el embrollo que acabo de provocar – seguro que no ha sido por falta de oportunidades.
  • No – es un no corto y seco – es que estoy enamorado, pero no soy correspondido.

Ajá! He ahí el meollo. Son temas de faldas. Lástima que no puedo ayudarlo a comprender a las mujeres. La verdad es que si bien me encantan las mujeres admito que son muy complicadas; es por eso, creo, soy bisexual.

  • Tranquilo, ya llegará una chica que...
  • Ese es el problema – me interrumpe suavemente – no es una chica, es un chico...

Silencio. No me espanta. Sólo no me lo imaginé. Y sé que él sabe que yo soy bisexual. Se lo conté alguna vez. De hecho todos saben en el edificio, y me respetan.

Ahora sí que no entiendo qué quiere este pibe aquí.

  • La verdad, Carlitos – le digo mientras sonrío relajadamente – es que soy pésimo para dar consejos. Te respeto tu tendencia sexual, pero...

Es que no entiendo porqué ese es el problema...

  • ¿Saben tus padres que te gustan los hombres? – pienso que por ahí va la cosa
  • No. Pero no me importa. Sé que entenderán. Son de mente abierta. – me responde tranquilamente.

Ok. Descartado el tema del problema de los papás. O sea que no me viene a pedir consejo de cómo enfrenté yo el tema con mi familia.

  • ¿Y cómo se llama ese desdichado? – pregunto para distender un poco, y para ver si puedo desviar el tema: no quiero dar consejos malos.
  • Tomás... – responde mientras me mira fijamente a los ojos.

Oh oh... si. Ya encontré el problema: ese chico que no le corresponde soy yo. Silencio otra vez. Parece que estoy pensando mucho rato. ¡Vamos Tomás, di algo!

Abro mi boca para decir alguna palabra; pero no alcanzo a emitir ni un sonido. Se me acerca sutilmente, y posa sus labios sobre los míos...

...y no lo puedo resistir. Es un joven atractivo, lindo, buen cuerpo... y ya no es un niño, eso lo noté ya hace tiempo. Pero simplemente no se me había ocurrido pensar en él como un hombre. Quizás porque lo conocí a los 14 años, cuando era un adolescente pavo, desgarbado, flaco. Pero en este instante me está besando. O al menos lo intenta. Vamos a ayudarlo un poco. Le tomo la cabeza por la nuca, acaricio su cabello, y le doy un beso mejor. Abro mi boca para exhalar. Él hace lo mismo, y aprovecho de meter mi lengua en su boca. Nuestras lenguas chocan, y sus manos recorren tímidamente mi espalda por sobre mi remera. Yo sigo acariciando su cabellera corta y rubia con una mano, mientras paso la otra por debajo de su camiseta deportiva. ¿Habrá que parar? Estoy muy excitado ahora. Pero hay que ir más lento.

Me alejo de él abruptamente.

  • ¿qué pasa? – me pregunta con voz entrecortada por el aliento – no te gusto en verdad?
  • Si me gustas – respondo de inmediato y con mucho énfasis – pero, ¿estás seguro?
  • Cien por ciento.

Me acerco nuevamente, y acaricio su cara lampiña, mirando esos ojos verdes profundos. Realmente es muy lindo. El toma mi cintura y volvemos a besarnos. Esta vez con más pasión. Carlos me está demostrando lo que quiere y cuánto lo quiere. Y creo que yo también lo quiero.

Paso mis manos por debajo de su camiseta. Se la quito. Puedo admirar ese cuerpo. Woow qué cuerpo. Es delgado, pero tiene músculos marcados. De sus axilas sobresalen vellos oscuros, que contrastan con su pecho desprovisto de rastro alguno de vellos corporales. Y sus abdominales... perfectamente marcados, sin sobresalir mucho. Le beso el cuerpo, ese torso desnudo que me tiene a mil. El baja al encuentro de mis besos, y me quita mi remera. Nos besamos abrazados, sintiendo los cuerpos, sintiendo la piel sensible de cada uno. Nos besamos de nuevo. Mis manos recorren su torso desnudo, fibroso, sus hombros, su espalda, sus brazos... mientras nos seguimos besando. Y nuestras lenguas se encuentran una y otra vez. Decido cambiar la dirección de mis besos, busco su cuello, mientras el toca mi espalda y baja suavemente. Mientras beso y acaricio con mi lengua ese cuello que se tensa y relaja cual potpurrí de sensaciones que le produce la situación, desabrocho hábilmente su pantalón. Cae al suelo descubriendo sus boxers de género, boxers sueltos, de cuadros. Aquellos interiores que ahora parecen una tienda levantada. Me excita más aun ver que su cuerpo reacciona al mío. El se quita los pantalones definitivamente, y también los soquetes. Mientras observa mi pecho, bastante más musculoso que el de él, con vello oscuro pero no muy abundante. No puede evitarlo, y toda mis pectorales, los mira, los palpa. Baja a m vientre, y se entretiene con mis abdominales marcados. El fruto de mis ejercicios. Yo me quito el pantalón. Ahora estamos exactamente iguales, ambos en ropa interior, mirándonos.

Decido dar el primer paso. Me acerco a él y le pregunto si es virgen. Como lo sospechaba, sí lo es. Me agacho, y deslizo sus interiores hasta los tobillos, dejando a la vista un pene erecto bastante deseable. Es largo, si bien no muy grueso. Está circuncidado, y luce brillante. Sin avisarle paso mi lengua por ese falo duro, y siento una contracción de sus músculos. Lo empujo a una silla, para que esté más cómodo. Sigo lamiendo, humectando con mi saliva su miembro, mientras con una mano toco sus piernas, flacas, velludas, largas; y con la otra acaricio su pubis, su vello de color castaño claro, encrespado, enmarañado, cuya abundancia compruebo jugando con mis dedos. Y entonces meto todo su pene en mi boca. No todo, la verdad no alcanza. Pero sí bastante. Y comienzo la fellatio. Mi boca sube y baja, desde la punta hacia la base, saboreando ese pene virgen, ese aroma peculiar de un pene limpio, solo lubricado con sus fluidos naturales y mi saliva. Mi lengua hace lo suyo, y Carlos emite algunos soniditos. Eso me complace. Abajo, en mi entrepierna, estoy a reventar. Sus gemidos aumentan de intensidad y de frecuencia. Creo que está a punto de venirse. No sé si en verdad es lo que busco. Pero él no merece que me detenga. El merece acabar en mi boca. Y así sucede.

Varios chorros de semen llenan mi cavidad bucal. No me los trago. Cuando el clímax pasa, retiro mi boca, y subo al encuentro de la suya. Y lo beso. Mi lengua nuevamente masajea la de Carlos, pero esta vez hay un ingrediente adicional. Mi boca está llena de él. Y se da cuenta. Porque ese beso ahora tiene sabor a él, a su semen, un sabor que de seguro nunca había probado. El traspaso de saliva y semen que ese beso apasionado produce me trastorna. Mi mano derecha busca su entrepierna. Compruebo que su pene ya no está totalmente erecto. Y decido que es mi turno de liberar al monstruo que clama por acción ahí abajo; a mi monstruo.

Le pregunto si quiere mamármelo. Accede. Yo mismo bajo mis boxers apretados, y salta mi pene, erecto en un cien por ciento. Su cara me parece de asombro. Me agrada su expresión cuando dice "woow, es grande!". Sin alardear, mi pene es quizás tan largo como el suyo, pero bastante más grueso. Yo no estoy circuncidado, e ignoro si él ha visto otro pene que no sea el suyo. Se lo pregunto.

  • El de mi hermano – dice Carlos – pero se parece más al mío.
  • ¿también circunciso? – añado yo.
  • Si, pero mucho más pequeño que el mío – responde Carlitos – incluso erecto.

Y aunque la escena de los hermanos mirándose mutuamente sus miembros viriles me era agradable, la que vivo yo con Carlos era más excitante. Carlos sube y baja mi prepucio, jugando con mi pene, masturbándome suavemente. Luego me imita, y pasa su lengua por mi pico duro. Luego me mama. Increíblemente, mi pene cabe casi entero en su boca. Después de todo, quizás no es tan largo como el de él, y solo se ve así porque recorto mi vello pubiano.

Después de unos minutos, en que controlaba mi eyaculación, le pregunto si quería probar mi semen, o pasar a otra cosa. Dijo que quería semen. Y le doy en el gusto. Relajo mis músculos, y me corro. Al parecer, su intención era besarme con mi semen en la boca, al igual como lo hice yo, pero no pudo contenerlo, y se lo tragó. No se si le gustó o no; a mi nunca me resultó agradable tragarme todo el semen de una felación. Mi pene también se destensó.

Carlos aún no está erecto nuevamente.

  • ¿quieres ir más allá? – le pregunto sutilmente, develando mis intenciones-
  • Si - responde mirándome a los ojos – tu eres el guía. Hazme lo que quieras hoy.

Cambiamos la posición. Lo recuesto en el piso boca arriba, y masajeo su pecho. Me detengo en las tetillas, y paso mi lengua por ellas. Acaricio sus piernas hasta llegar a la punta de los pues. Lo beso. Su falo comienza a despertar. Aprovecho de masturbarlo un poco. Arriba a abajo, lentamente. Y siento como se pone duro. Aprieto la base y muevo mi mano. Ya está.

  • espérame un segundo – le digo mientras me pongo de pie y me dirijo a mi habitación.

Busco unos condones y lubricante. Cuando vuelvo, aún está empalmado. Le pongo el condón. Como es su primera vez, la posición será esta: el acostado, y yo hago el trabajo. Aplico lubricante en el pene protegido de Carlos, y también un poco en mi trasero. Carlos está nervioso. Eso creo por su cara. Pero sonríe. Yo le hablo mientras me preparo. No quiero que sea molesto. Y tampoco quiero que sea muy corto. Me siento en su abdomen y acaricio su pecho. Le digo que lo quiero, que esto es importante, e insisto en si está seguro. No quiero aprovecharme. El indica que sí, con mucho entusiasmo. Entonces, ayudándome de mis manos para ubicar su pene y mi orificio, introduzco ese falo largo en mi. Suavemente. Y al entrar, Carlos da un suspiro prolongado. Me siento en él. Y comienzo el vaivén. Entra y sale, lentamente; yo subo y bajo. No es cómodo para mi, pero creo que es lo más fácil, dado su poca o nada experticia. Poco a poco voy intensificando el ritmo, sin llegar a que sea excesivo. No quiero que se corra en 2 minutos. Yo también emito sonidos de placer. Siempre ayudado por mis manos, hago que su pene entre y salga de mi recto, y mis movimientos tratan de darle un mayor placer. El toma mi cintura, y yo decido darle más cercanía a la posición. Sin dejar de moverme, lo jalo de los brazos y quedamos abrazados. Carlos queda sentado y yo sigo moviéndome. Pero ahora estamos cuerpo a cuerpo. Podemos besarnos, abrazarnos, tocarnos. Él aprieta mi espalda, y yo, con la mano libre, juego con su cabello. Nos besamos otra vez. Es un tiempo aceptable para el desflore de Carlitos, y empieza la intensificación de los suspiros. La respiración de ambos se hace más agitada. Su piel se eriza, y sé que se está viniendo. Da un gritito entrecortado y sus manos se detienen. Entonces voy deteniéndome también. Lo abrazo fuerte, y nos besamos otra vez. Nos recostamos en el piso, donde estábamos. Y así quedamos unos minutos... abrazados, pegados el uno al otro.

  • Ahora quiero que tú entres en mi – me dice complaciente.

Yo sonrío, pero noto que Carlos está exhausto. No creo que sea apropiada tanta acción. Además es tarde. Lo beso y le señalo que en otra ocasión.

  • Quizás mañana. – le digo acariciando su cara – No quiero que llegues muy agotado a casa.
  • Pero yo quiero... – me replica Carlos.
  • ... hey – lo interrumpo – no seas lujurioso, ya habrá más tiempo. A menos que me quieras solo como una aventura de primera vez...
  • No – ahora me interrumpe él – eso no.

Nos vestimos. Y él se fue a su casa. Espero que mañana cumpla, y venga a verme de nuevo. Porque yo si quedé con ganas de entrar en él. Penetrarlo será otra bella opción. Pero lo dulce se disfruta más en dosis racionadas.

Ojala venga otra vez. Si vuelve mañana, por supuesto, será otra historia.

(Todos los comentarios, críticas, preguntas o simplemente saludos, escríbeme a wyatt.hall@gmail.com)