Surastia, la Ciudad de los Ladrones

Surastia, la Ciudad de los Ladrones. Un peligroso lugar de bandidos y asesinos en el que cualquier noche puede ser la última.

I

El hedor de la taberna era palpable, pero aquello no parecía importar a los escasos parroquianos que se hallaban en el antro, ni tampoco la escasa iluminación o el repugnante sabor de la cerveza y el vino que se servía. El posadero limpiaba una jarra con un trapo roñoso despreocupadamente, sin meterse en los asuntos de los desechos humanos que se sentaban en las mesas, embozados en oscuras capas, susurrando en tono conspirativo siniestros tratos que probablemente se saldarían con la pérdida de una o más vidas humanas.

En una de las mesas se hallaba una solitaria mujer madura, de unos cuarenta y tantos años. Su figura, algo entrada en kilos, había conocido tiempos mejores. Hebras de plata surcaban su cabello castaño, sus pechos eran generosos aunque algo caídos, pero su rostro, aunque malcarado, con algunas arrugas y surcado por varias cicatrices, sugería un aura de peligro, acentuada por unos fríos ojos azules. Decadente y peligrosa, era la viva imagen de la ciudad de Surastia.

Tatiana contempló por la ventana cómo el sol comenzaba a ocultarse por detrás de los tejados, y cómo la algarabía de la avalancha humana que atestaba las calles fue disminuyendo. Pronto, cuando la luna se alzara sobre Surastia, ésta no sería más que una amalgama de plazas solitarias, de pasadizos sombríos, de callejones estrechos y tenebrosos. La mano de la mujer agarró la jarra de cerveza ante ella y la vació de un trago, mientras ahogaba un eructo. La noche se acercaba, pero el peligro no menguaba, sino todo lo contrario. Tatiana sabía que antes de que el sol volviera a despuntar en el horizonte, no menos de una docena de cadáveres degollados desprovistos de sus pertenencias aparecerían en las calles de Surastia.

Surastia, la última ciudad libre. Surastia, la ciudad controlada por infames Gremios y habitada por inmundos maleantes, aventureros de capa caída, vagabundos, parias, putas, criminales, atracadores, asesinos y rufianes de la más baja calaña. La peor escoria. Surastia, la ciudad de los ladrones. Tatiana amaba y odiaba por partes iguales a la ciudad que la había visto nacer.

La vida de Tatiana no había sido muy diferente de la de la mayoría de los habitantes de Surastia. Nacida en la pobreza más absoluta, se vio obligada a prostituirse por unas monedas siendo casi una niña. Asqueada, pronto ingresó en las filas de uno de los incontables Gremios de Ladrones. Tras unos cuantos años de malvivir, la fortuna le sonrió y tuvo oportunidad de enrolarse en la milicia de la ciudad, la Guardia Negra, cuyos efectivos masculinos habían sido despoblados por las continuas guerras que asolaban el Imperio. Tatiana se alistó, ansiosa por demostrar que creía fervientemente en la igualdad de oportunidades: una mujer podía ser igual de corrupta que el más deshonesto de los hombres. Durante unos años, Tatiana, como otras mujeres y hombres a su alrededor, se enriqueció gracias a los sobornos, los negocios de "protección" y las extorsiones a los mercaderes. El tiempo transcurrió hasta que alcanzó el poder el duque Hans Kabbot, denominado en primer lugar el Honesto por sus esfuerzos por limpiar la Guardia de sus elementos corruptos y traer la ley y el orden a Surastia; y apodado posteriormente el Efímero tras morir dos semanas después de jurar el cargo en un desgraciado accidente, al tropezar y caer catorce veces sobre un cuchillo.

Tatiana, como muchos otros milicianos, se encontró de pronto sin trabajo y sin dinero, por lo que decidió ingresar en el Gremio de Guardaespaldas, unos mercenarios sin más lealtad que el dinero, dedicados a proteger las propiedades de orondos mercaderes de los ataques de ladrones o incluso defender sus vidas de ataques contratados por otros mercaderes tan "decentes" como ellos. Se podría decir que era uno de los pocos trabajos honrados a desempeñar. Eran horribles las profundidades a las que podía verse arrastrada una persona.

Y allí se hallaba Tatiana, en La Rata Cornuda , uno de los peores tugurios de la ciudad, esperando al ocaso. Contempló la escudilla sobre su mesa, ya sin ningún resto de las grasientas patatas con costillas que acababa de cenar. Todavía seguía con hambre. El pastel de carne de la taberna no era especialmente sabroso y Tatiana sospechaba el motivo por el que no se distinguía ningún gato por los alrededores. Pero era tan barato

-Ah, aquí estás, Tatiana. No ha sido difícil encontrarte.

La burlona voz sacó a la mujer de sus cavilaciones. No tuvo que girarse para saber de quién se trataba. Tatiana miró el vacío fondo de la jarra con fastidio. El hombre se sentó frente a la mujer sin esperar permiso. Se trataba de un tipo en la treintena, con un largo cabello castaño claro y barba de varios días.

-Jacob, nuestro jefe común, te envía saludos. Y te recuerda, como líder del Gremio, que como la cagues esta noche te aguarda un futuro muy, muy negro. –La sonrisa del hombre se ensanchó como la de un gato de Chesire. -¿Qué quieres que le responda, mi oronda amiga?

-Que le jodan. A él y a ti, Albrecht.

El hombre entornó los ojos amenazadoramente sin dejar de sonreír.

-Me temo que nuestro empleador estaría muy disgustado si le transmitiera tu respuesta.

-¿Sabes, Albrecht? Si alguna vez Jacob se detuviera en seco, se encontraría con tu lengua en su culo.

La sonrisa se borró del rostro del hombre.

-Zorra asquerosa…Estás jodida y lo sabes. Va a ser imposible que evites que roben el diamante de Mercia. ¿Sabes quién está detrás de la joya? ¿Lo sabes, eh? Nada menos que el Cisne Rojo. Estás jodida, ¿me oyes?

El rostro de Tatiana no reflejó ninguna emoción. Albrecht continuó hablando atropelladamente.

-Has fallado demasiadas veces, Tatiana. Jacob no tolerará otro error. Seguro que prepara un castigo imaginativo para ti. Le sugeriré que unos cuantos tíos del gremio te follemos y te demos por tu culo gordo hasta que revientes, puta de mierda. Todo el mundo sabe que te pirras por los coños, pero estoy seguro de que vas a disfrutar como nunca, ¿eh, zorra?

-Cualquier cosa es mejor que tener que soportar tu apestoso aliento, Albrecht.

El hombre apretó los dientes de rabia. Pareció a punto de saltar, pero la mano de Tatiana, posada aparentemente distraída sobre su daga en el cinto le hizo desistir. Poco a poco, volvió a sonreír.

-Estaré cerca. No me perdería tu caída por nada del mundo.

Tatiana permaneció en silencio mientras el hombre se levantaba y salía por la puerta. El imbécil de Albrecht era un verdadero incordio. Tatiana sabía que él sentía su posición dentro del gremio amenazada por ella, y que haría cualquier cosa por verla caer. Pero no tenía ganas de pensar en ello. Ahora tenía otra preocupación más acuciante. Ya ni siquiera pensó en pedir al posadero ningún pastel de carne. Sorprendentemente en ella, había perdido completamente el apetito.

Alguien quería robar la joya que ella debía proteger. El Cisne Rojo. La mejor ladrona de toda Surastia. Tatiana estaba perdida.

II

Tatiana ultimó los preparativos mientras contemplaba los aposentos en los que se hallaba. Había estado recorriendo la vacía casa, intentando anticiparse al curso de acción de su enemiga y decidiendo qué trampas colocar. Resopló con fuerza. No podía permitirse dejar ningún cabo suelto ni cometer ningún error. Si el Cisne Rojo lograba robar esa noche el collar, como había dicho Albrecht, podía darse por jodida.

Tatiana estudió la habitación. Era amplia, y llena de caros muebles ostentosos y unas horribles estatuas y cuadros de colores chillones que herían los ojos de cualquiera con un mínimo gusto. No se podía esperar menos de Mercia, la última fulana de Jacob. Aquella furcia debía ser muy buena en la cama, a juzgar por la ingente cantidad de regalos que Jacob la había hecho. Montones de estridente ropa en los armarios, de mobiliario y de joyas, incluso un rimbombante espejo de pie, sin duda para que esa fulana pudiera contemplarse luciendo sus presentes. El más mínimo capricho de Mercia era satisfecho al instante por Jacob.

Como el collar que engastaba el legendario diamante de Arbasia. Tatiana volvió a abrir la caja de madera en la que estaba guardado y contemplarlo. La mujer contuvo el aliento. La titilante llama de la vela en la habitación hizo brillar la facetada superficie de la pequeña joya con un suave fulgor hipnótico como nunca había visto. Los dedos rozaron la fría superficie, provocándola un escalofrío. Era tan hermoso… Por un momento, la idea de robarlo ella misma apareció en su cabeza. Pero sabía cómo acabaría aquella aventura: Con el puñal de un esbirro del vengativo Jacob asomando entre las costillas de Tatiana. Un final no muy distinto de lo que sucedería en el caso de que el Cisne Rojo consiguiera hacerse con el diamante.

El Cisne Rojo… Los caminos de esa misteriosa ladrona y Tatiana habían coincidido en un par de ocasiones. Debía reconocer que era endiabladamente buena. La mejor ladrona de una ciudad de ladrones. Hacía dos años, Skalder, el entonces jefe del Gremio, fallecido un tiempo después de muerte natural cuando su casa ardió justo en el momento en que el Gremio de Bomberos estaba en huelga y un inoportuno derrumbe había cubierto su puerta, había ordenado recuperar una daga labrada con esmeraldas y rubíes que el Cisne Rojo había robado. Tatiana nunca tuvo oportunidad. La misteriosa ladrona se escurrió como un fantasma, como si nunca hubiese existido. Tatiana nunca lo olvidó, como una espina clavada en su costado.

La mujer indagó por todo Surastia, pero el Cisne Rojo era poco más que un fantasma. No estaba afiliada a ningún Gremio de Ladrones, lo cual era bastante inaudito. Nadie sabía quién era, qué aspecto tenía, dónde se ocultaba ni ningún detalle relevante. Tan solo que el Cisne Rojo había robado grandes fortunas de los líderes de los Gremios que, muchas veces, habían sido encontradas a los pocos días en las puertas de orfelinatos, asilos o en las casas de viudas de guerra. Por una parte, Tatiana se alegraba. Odiaba a los jerifaltes de Surastia y no le causaba ninguna pena que ellos fueran los blancos de los robos. Por otra parte, estaba atónita y contrariada. Ella sabía lo difícil que era conseguir un maldito ducado de oro en esa ciudad, como para que esa impertinente ladrona derrochase el dinero de aquella estúpida manera, regalándolo a vagos y pedigüeños que no tenían los arrestos suficientes para empuñar un arma y cambiar su destino.

Meses después tuvo su oportunidad. Tras una alocada persecución, logró acorralarla en un callejón. Por primera vez pudo verla, a pesar de ser de noche. Haciendo honor a su nombre, portaba una elaborada máscara rojiza y emplumada que imitaba el pico de un cisne. Su felina figura era la de una mujer joven. Iba ataviada con una malla elástica ajustada que no ocultaba las esplendidas curvas de su figura. Tatiana se censuró a sí misma. Debía apresarla y entregarla al gremio, no admirar su esbelto cuerpo. De nuevo, quedó con un palmo de narices. El Cisne Rojo se giró hacia ella, hizo una burlona reverencia, se llevó una mano hacia su boca, la lanzó un beso y se deslizó por una rejilla abierta de alcantarillado, escabulléndose sin dejar ni rastro.

La humillada Tatiana tuvo que soportar estoicamente la bronca de su nuevo jefe, Jacob. Cuando llegó hasta su casa, su rostro ardía de furia. Se dejó caer pesadamente sobre su camastro y se prometió que capturaría a esa descarada ladrona que la había dejado en ridículo. Después empezó a imaginar las torturas a las que la sometería. Tatiana imaginaba la escena: a sus pies, el Cisne Rojo, humillada y desnuda excepto por su máscara roja, la suplicaba piedad mientras besaba sus pies. Tatiana se desnudaba lentamente, mientras contemplaba el miedo mezclado con deseo en los ojos de su adversaria. Después, la tumbaba sobre el suelo, indefensa y derrotada, mientras la mujer hundía su rostro en la entrepierna de la muchacha, aspirando su fragancia, mientras con una mano la retorcía sus pezones, arrancando de la garganta de la joven ladrona quejidos de placer. Tatiana, tumbada sobre su camastro, comenzó a notar la humedad en su sexo y acercó dos de sus dedos a su sexo, rozando sus labios mayores y presionando contra su clítoris.

En su imaginación, la lengua de Tatiana se hundía profundamente entre los pliegues del sexo del Cisne Rojo, provocándola gemidos de placer, mientras un dedo de la mujer se posaba sobre su esfínter y lo presionaba ligeramente. Sobre su cama, Tatiana se mordía los labios para no gemir a la vez que sus dedos trazaban espirales sobre su sexo, mientras intentaba no pensar en qué demonios hacía ella masturbándose pensando en su enemiga. Pronto, los dedos de la jadeante mujer entraban y salían frenéticamente de su sexo, inundando la estancia con unos viscosos sonidos de chapoteo. El orgasmo llegó poco después. Fue una sacudida que le subió de la cintura hasta el cuero cabelludo, un calor que vino en ráfagas y más ráfagas, que iba y volvía, que se apagó como el último rescoldo de la chimenea en invierno mientras, en su imaginación, ambas mujeres se besaban y llegaban juntas al clímax, permaneciendo tumbadas y entrelazadas.

Tatiana, de vuelta a la realidad, se sonrojó mientras intentaba no pensar en el hormigueo que recorría su entrepierna. ¿Se había vuelto loca? ¿Qué pensarían de ella el resto de los miembros del Gremio si supieran de sus fantasías eróticas? Intentó olvidarlo mientras ultimaba la trampa. El Cisne Rojo podía penetrar en la estancia de dos maneras: por la puerta, cerrada con llave o por la ventana, que no podía abrirse desde fuera. No importaba. Tatiana se dirigió hacia el cofre, lo abrió y sacó de su mochila un saquito con un polvo rojizo. Con una navaja y un alambre comenzó a manipularlo.

Tras poco menos de una hora, asintió apreciativamente ante su trabajo, sacó unos grilletes que tenía en su mochila y ajustó uno de ellos a su muñeca. Después, apagó de un soplido la vela que había sobre la mesa y se retiró a una esquina de la habitación en penumbra. Afuera, el viento azotaba los vidrios del balcón y lejanos ladridos de perros se perdían en la noche.

Ahora sólo quedaba esperar.

III

El sonido apenas fue perceptible, pero Tatiana se puso alerta. Giró su cabeza, aunque apenas pudo ver nada. La luz de la luna apenas iluminaba someramente la habitación. La ventana. Un ruido la avisó de que alguien estaba usando algún tipo de instrumento para cortar el cristal.

Tatiana movió su cuello hasta que crujió, preparándose. Agudizó el oído. Tras unos interminables minutos, el cristal se separó de la ventana del todo. Tatiana no escuchó ningún ruido. Imaginó que el ladrón debía haber usado algún tipo de ventosa para que el pedazo de vidrio no cayera dentro de la estancia y provocara ruido. A continuación una mano enguantada entró en el hueco dejado en la ventana y descorrió el cerrojo.

Tatiana pudo observar desde su escondite cómo una figura femenina penetraba en la estancia. Aunque la luz de la luna era escasa, distinguió la máscara emplumada. Era ella. El Cisne Rojo permaneció expectante mientras observaba toda la habitación. Por un momento, Tatiana temió que la ladrona llegara e escuchar los desbocados latidos de su corazón. Intentó serenarse.

Tras el escrutinio, la ladrona se dirigió hacia el joyero sobre la mesa mientras Tatiana se mordía el labio, expectante. Cuando la mano de la ladrona se disponía a abrir la caja, la mujer cerró los ojos. Las tiras de lija que había montado en la tapa, al abrirse, friccionaron una contra otra y desprendieron una chispa que prendió el fósforo que había comprado en el Gremio de Hechiceros esa misma mañana. Súbitamente, la habitación se iluminó con un fogonazo, cegando a la ladrona.

Con un grito, Tatiana se arrojó sobre la deslumbrada muchacha y, atrapándola, ambas rodaron por el suelo. Por un momento, la mujer se preguntó por qué no sacaba su cuchillo y la apuñalaba sin más, pero no sabía el porqué pero quería atraparla viva. Ambas mujeres forcejearon y lucharon como dos tigresas enfurecidas. Aunque cegada, el Cisne Rojo se debatió como un gato panza arriba. La habitación se inundó con gritos y quejidos. Antes de que su adversaria pudiera reaccionar, Tatiana colocó el grillete libre en la muñeca de su adversaria y lo cerró con fuerza.

-Ya eres mía.

-¡Nunca!

El Cisne Rojo barrió las piernas de Tatiana con una veloz patada, derribándola al suelo. La muchacha aprovechó para correr hacia la ventana, pero las esposas provocaron que quedara sujeta al brazo de su enemiga, lo que, debido a su impulso, la hizo caer cuan larga era al suelo. Su largo cabello rojizo, recogido antes en una trenza, se esparció libre. Agotada, Tatiana se sentó a horcajadas sobre su caída adversaria. Ambas mujeres jadeaban.

-Ya… eres… mía

-Ja… más

Tatiana pudo observar a su enemiga a la luz de la luna. Su desnudo cuello estaba perlado de sudor y sus menudos pechos se agitaban arriba y abajo, acompasados a su apresurada respiración. La malla negra estaba tan ceñida sobre su cuerpo que resaltaba sus curvas, acentuando su atlético cuerpo.

La muchacha la observaba en un silencio sólo roto por los jadeos tras su máscara, desafiante a pesar de su derrota. Tatiana siguió contemplándola triunfante mientras recuperaba el resuello.

Tatiana no supo cuánto tiempo transcurrió hasta que la muchacha habló, con la voz enronquecida por la anticipación.

-Vas a follarme.

No fue una pregunta, ni una orden o sugerencia. Fue como una afirmación, como si la muchacha constatase un hecho tan obvio como que la nieve es blanca o que el sol saldrá mañana. Lentamente, los labios de las dos mujeres se fueron acercando paulatinamente en un movimiento lento pero incesante.

Tatiana gimió cuando sintió una de las manos de la ladrona acariciando sus senos. Sus pezones se endurecieron con rapidez. Cerró los ojos y aspiró con fuerza, mientras la mano de la joven recorría sus pechos y subía por el valle entre ellos, ascendiendo por su cuello. Pasó el dedo por el contorno de sus labios, para a continuación ser sustituido por su lengua, que entró tímidamente por sus labios.

¿Qué demonios estaba haciendo? Se trataba del Cisne Rojo, la ladrona que quería robar el diamante de Arbasia y que la había humillado en el pasado. Tenía que detenerse. No obstante, su cuerpo parecía tener vida propia y no hacer el menor caso a su cerebro. Las lenguas de ambas mujeres se entrelazaron. Tatiana pensó que quizás hubiera muerto sin darse cuenta y estuviera en el paraíso.

La mujer se tumbó en el suelo, empujada por la joven ladrona, quien comenzó a prodigarse en caricias y besos mientras desvestía como podía a Tatiana. Las manos esposadas de ambas dificultaban la operación pero pronto, los abultados pezones de la mujer refulgían bajo la luz de la luna bañados en saliva, desapareciendo entre los labios del Cisne Rojo. Ni un solo milímetro quedó sin repasar por su boca, hasta que volvieron de nuevo a besarse, mezclando sus lenguas y saboreándose bien a fondo, como el más exquisito de los manjares.

Después, el Cisne Rojo volvió otra vez a los abundantes pechos de Tatiana, aunque esta vez su paso fue fugaz. Se dirigió hacia su vientre, y allí besó el ombligo de la mujer. Sus manos se situaron en sus caderas y bajaron trabajosamente los pantalones de cuero de Tatiana. Las manos palparon su generoso trasero y lo elevaron ligeramente, mientras su lengua luchaba por meterse en el ombligo. Tatiana, como en una nube, se dejó hacer mientras la muchacha le sacaba por completo sus pantalones. La mujer se envaró cuando una daga resbaló desde su bota hasta el suelo, cayendo con un sonido metálico, pero el Cisne Rojo no hizo el menor amago de cogerla, concentrándose en besar los dedos de los pies de la mujer.

Pronto, la chica fue subiendo hasta situarse frente a la región púbica, observando pese a la escasa luz los labios entreabiertos y húmedos. Su lengua no pudo resistirse y recorrió cada pliegue de su sexo, separando y estirando los labios con los dedos para después penetrar con ellos el interior de la vagina. Tatiana no pudo reprimir un gemido de placer, pero tampoco pudo evitar temblar, incómoda.

-Perdona… Tu máscara… me haces daño.

Los bordes de la máscara que imitaba un cisne rojo se clavaban entre los muslos de Tatiana, lastimándola. La muchacha pareció vacilar. Después, lentamente, se quitó su careta. A pesar de la mortecina luz, Tatiana pudo observar por primera vez el rostro de su adversaria. Le resultaba familiar. Se trataba de una joven muy hermosa, con una larga cabellera roja y unas finas cejas que enmarcaban unos intensos ojos verdes. Tatiana tuvo que ahogar un gemido cuando la reconoció.

-¡Te conozco! Eres… eres la hija de la baronesa Orloff. –Tatiana hizo memoria. Hacía pocos años había hecho un… "encargo" para la baronesa y había acudido a la mansión para comunicarle que no debía preocuparse más por aquel molesto rival. Todavía se acordaba de la hija menor, una chiquilla vivaz que corría de un lado para otro ante el disgusto de su madre y que se quedó contemplándola fijamente con una absorta mirada de miedo y curiosidad. –Sí, eres la hija menor, Eva.

La muchacha se encogió de hombros.

-Saberlo no te valdrá de nada. Nadie te creería.

Tatiana la miró con expresión asombrada.

-Pero… ¡¿estás loca?! ¡Mírate! No tienes ni veinte años. ¡Y eres la hija de un noble! ¿Por qué haces esto? ¡Es muy peligroso, incluso podría haberte matado yo misma!

-Oh, vamos… Viva soy más divertida, ¿no crees? –Eva acarició burlonamente el muslo de la mujer. Tatiana bufó.

-¡No lo entiendo! Tu familia es rica… No necesitas el dinero. Además, has humillado a todos los Gremios. En breve pondrán precio a tu cabeza

-Me he quitado la máscara para comerte el coño, no para que me pegues una charla. Es mi vida y hago con ella lo que quiero.

Tatiana la miró boquiabierta. Había muchas cosas que no entendía.

-Pero… ¿cómo es posible que tú… que alguien como tú…? Eres demasiado buena. Dicen que eres la mejor ladrona de Surastia, pero es imposible que la hija de un noble haya aprendido sola

Eva sonrió, mientras sus dedos continuaban recorriendo los muslos y caderas de Tatiana.

-Bueno… Lo cierto es que todo me lo enseñó mi padre

-¡¿El barón?!

-No, tonta. –Eva rió. –Mi verdadero padre. Se llamaba Graynard.

-¡El legendario ladrón! Se dice que era el mejor ladrón que jamás pisó Surastia. Fundó el primer Gremio de Ladrones. –Tatiana abrió la boca de la sorpresa. Aquello explicaba muchas cosas. –Pero, si mal no recuerdo, desapareció de la noche a la mañana sin dejar rastro hace ya… ¿veinte años?

-Entró a robar en la mansión de mis padres. Él le robó a ella sus joyas, y ella a él, su corazón. Parece ser que se obsesionó con mi madre, dejó su vida de ladrón atrás, abandonó el Gremio e ingresó como sirviente a las órdenes de la baronesa. Un año después, nací yo. Cuando tuve uso de razón, me dijo que yo era su única hija y que sólo podía ofrecerme enseñarme sus… "artes". Y dicho y hecho, a lo largo de los años él me enseñó todo lo que sabía, a espaldas de mi madre. ¡Ja! Seguro que a la vieja le hubiera dado un infarto si nos hubiera descubierto. Graynard falleció hace ya unos años y yo decidí emplear lo que me había enseñado… Seguir el legado de mi padre, podríamos decir.

-Pero… sigo sin entenderlo… ¿por qué lo haces?

-¿Por qué no? Surastia es una ciudad de ladrones.

-¿Es todo un juego? ¿Eso es esto para ti?

-Así es, cariño. Un juego en el que soy la mejor.

-Pero te he atrapado

Eva rió.

-Esta noche, al entrar en esta habitación, he presentido que era una trampa. Podía haber huido, intentarlo otra noche, olvidar ese estúpido diamante. Pero sabía que tú, Tatiana, estarías aquí. Oh, sí, no pongas esa cara de sorpresa. Sé quién eres. Te he seguido los últimos meses.

-No entiendo… ¿Todo ha sido un juego? ¿Incluso lo de antes?

-Vamos, cariño, no te pongas melodramática. Hago lo que quiero y cuando quiero. Nunca seré de nadie. Ni tuya ni de nadie. Tú querías hacer el amor conmigo y yo contigo. Me gustas. –La mano esposada de Eva acarició la mejilla de la mujer, provocándola un escalofrío.

-¿Y… Y después?

-Después, me liberaré de este molesto grillete y me iré por donde he venido.

-¿Así de fácil?

-Así de fácil. Y ahora, silencio. Toda esta cháchara me aburre. Ven.

La mano de Eva se cerró suavemente sobre la de Tatiana y la condujo hasta la amplia cama de la habitación. Ambas se tumbaron sobre ella e hicieron el amor. Dulce, pausadamente. Ruda, furiosamente. Hicieron el amor explorándose, besándose, lamiéndose, frotando sus cuerpos uno contra el otro vehemente, con hambre en sus ojos, sujetándose como si quisieran ser un solo cuerpo. Hicieron el amor uniendo sus bocas, trenzando sus lenguas, hasta que ambas gimieron y ahogaron sus gritos mordiendo sus labios, agitándose espasmódicamente sin poder parar, hasta que las fuerzas abandonaron sus músculos y cayeron exhaustas y entrelazadas sobre las sábanas.

Tatiana contempló la espalda de la dormida Eva. Su mano recorrió lentamente sus largos cabellos rojizos y su pálida piel. La muchacha se estremeció y emitió un leve ronquido, pero siguió durmiendo. Parecía tan frágil… Tatiana pensó que si la abrazaba con fuerza, la quebraría como una rama. Se preguntó si era posible enamorar a alguien estando dormido, porque la joven ladrona lo había conseguido con ella.

Condenada muchacha. Adorable muchacha. No le había mentido. Nunca sería suya, ni de nadie. Una opresión la atenazó las entrañas. Sabía que no podía hacer otra cosa. Tatiana observó el grillete en su muñeca. Con cuidado para no despertar a la ladrona, alcanzó la llave y la insertó en la cerradura de la esposa en la muñeca de Eva. Un leve chasquido la avisó de que ya estaba abierta. Depositó un suave beso en el hombro de la muchacha y se giró en el lecho.

Tatiana despertó bruscamente. ¿Había oído algo? Todavía no había salido el sol, pero ya había algo de claridad en los aposentos. No tuvo que girarse para saber que estaba sola en la cama. No fue ninguna sorpresa, pero no pudo evitar sentir congoja en su interior. Pasó la mano por entre las sábanas donde horas antes había estado el caliente cuerpo de Eva y chocó con un objeto. No necesitó mirarlo para saber qué era. Tatiana sostuvo ante sí el collar con el diamante de Arbasia.

-Eva

Tatiana acercó su rostro a las sábanas y aspiró. Todavía olían al sudor de la contienda amorosa de horas antes. Tatiana cerró los ojos mientras deseaba retener ese aroma, olerlo durante toda su vida.

Se levantó de la cama y contempló su cuerpo desnudo en el espejo de pie de la habitación. No sintió pudor, como otras veces. Sus ojos azules sostuvieron su mirada hasta que la bajó lentamente, recorriendo su cuerpo. Sus pechos ya no le parecieron enormes y caídos. A Eva le habían gustado. Sus brazos y piernas eran firmes y fuertes y recordó a la ladrona besando cada centímetro de su tripa y más abajo. La mano de la mujer rozó su pulsante sexo.

Tatiana sonrió. Por primera vez en su vida se sintió bella.

Se disponía a vestirse cuando escuchó el grito en la calle.

IV

-Desnúdate. Completamente.

-¿Perdón?

-Ya me has oído, putita. No lo volveré a repetir. Y nada de trucos.

Eva contempló con miedo la pistola-ballesta en manos de Albrecht. Sabía que no era un arma especialmente poderosa, pero a esa distancia era letal. Vacilante, se deshizo de su malla negra hasta quedar desnuda. El frío a su alrededor puso sus vellos de gallina y provocó que sus pezones se irguieran.

-Sabía que si me quedaba rondando por aquí, podría conseguir algo. Y está claro que me ha tocado el premio gordo. No estás nada mal, zorrita.

Eva se sintió enrojecer. Tener que permanecer bajo el lascivo escrutinio de aquel hombre era humillante. Albrecht, sin dejar de devorarla con la mirada, se desabrochó el cinturón con una mano y bajó sus pantalones, revelando una grande y enhiesta verga.

-Jacob va a ponerse muy contento cuando te entregue al Gremio. Nos has jodido muchas veces, pero eso ya se acabó. Seguro que Jacob va a divertirse mucho quitándote las ganas de jugar con nosotros nunca más. Pero no nos adelantemos… Ahora es mi turno de pasármelo bien.

Eva, atemorizada, intentó retroceder, mirando a derecha e izquierda, pero la pistola-ballesta de Albrecht apuntaba directamente a su cabeza. A su alrededor, ni un alma. Sólo callejuelas vacías y ventanas firmemente cerradas. Nadie iba a ayudarla, nadie vería nada. Así era Surastia.

-Ah, ah, yo que tú no intentaría huir, putita. Tengo muy buena puntería. Túmbate boca abajo y abre bien las piernas.

La muchacha, vaciló, mientras sus ojos se inundaban de lágrimas. Intentó aparentar firmeza pero sus hombros comenzaron a temblar incontrolablemente.

-Por favor, no

La sonrisa de Albrecht aumentó considerablemente, así como su erección. Dio un paso hacia la muchacha.

-Me encanta que supliquéis.

De pronto, se detuvo en seco. La hoja de una daga parecía haberse materializado de la nada y se posaba sobre el falo del hombre. Albrecht quedó paralizado, mientras sentía la frialdad del acero presionando contra su miembro viril que empezó a perder visiblemente la erección. Tras él, una figura embozada sujetaba con firmeza la daga.

-¡No sé quien eres, pero sin duda desconoces a quién estás amenazando! ¡Soy Albrecht, el segundo jefe del Gremio de los Guardaespaldas!

Una fría voz femenina surgió a su espalda.

-A mí sólo me pareces un cerdo violador. Tira la ballesta al suelo, Albrecht, a menos que quieras ingresar en el Gremio de los Castrati .

El rostro de Albrecht se congestionó por la furia mientras obedecía a regañadientes.

-¡Tatiana! ¡Maldita estúpida! ¿Qué coño estás haciendo?

La mujer hizo un gesto con la barbilla a la sollozante muchacha.

-Vete.

En poco más que un parpadeo, la muchacha había desaparecido, como si nunca hubiese estado allí.

-¿Estás loca? ¡La has dejado escapar! Estás muerta, Tatiana, ¿me oyes? ¡Muerta! Yo mismo me encargaré de que Jacob te ajuste las cuentas, zorra boller

El cuchillo voló desde la verga del hombre a su cuello. Por un momento, pareció que sólo lo rozaba en un suave movimiento de oreja a oreja, pero en pocos segundos, la sangre comenzó a brotar de una fina línea roja. Albrecht boqueó, mientras escupía sangre. Se dio la vuelta e intentó con paso tambaleante aferrarse a la mujer para no caer al suelo pero Tatiana dio un paso atrás. El hombre, con la mirada desencajada por el odio, escupió al rostro de Tatiana antes de caer pesadamente al suelo.

La mujer, como en un trance, se tocó la mejilla y miró sus dedos, manchados del sanguinolento esputo. Durante un buen rato permaneció en esa postura, hasta que, consciente de que los primeros rayos del sol asomaban por las calles de Surastia, limpió su daga en la ropa del muerto, se embozó en su capa y desapareció por uno de los callejones.

EPÍLOGO

La primera vez que pisó La Rata Cornuda , Tatiana pensó que tendría que salir a vomitar por la pestilencia en el ambiente o por el sabor de la cerveza. Ahora, consideraba aquella taberna como un hogar. Miró discretamente a su alrededor. Varios encapuchados susurraban en cada mesa, sobre asuntos oscuros que probablemente terminarían con la muerte de una persona, que aparecería degollada al amanecer en algún callejón oscuro de Surastia.

Tatiana suspiró, dejó en el plato el cuchillo con el que había cortado los últimos trozos de carne y apuró la jarra de cerveza. La mujer se secó despreocupadamente los labios con el dorso de la mano. Sabía que sólo tenía que esperar. En un par de días como mucho, un esbirro de Jacob se pondría en contacto con ella para felicitarla en su nombre por evitar que a su fulana favorita le robasen el collar con el diamante y para proponerle un ascenso dentro del Gremio debido a la desgraciada muerte de Albrecht, su segundo. Pobre Albrecht, asesinado por un ladrón durante la noche en las peligrosas calles de Surastia. A nadie le había extrañado: es bien sabido que Surastia es una cruel amante. Nadie llega a viejo en esa ciudad.

Tatiana fingiría pensarse la oferta durante un par de días y aceptaría. Sonrió amargamente mientras dejaba la vacía jarra sobre la mesa y se levantaba para salir a la calle. Aunque subiera en el escalafón del Gremio, lo cierto es que apenas la importaba. Los últimos días no había podido dejar de pensar en cierta persona.

Tatiana miró hacia arriba. Los últimos rayos del sol dibujaban un color rojizo en las nubes del cielo. Como el cabello de Eva. Tatiana se censuró a sí misma. Eres una estúpida, se dijo, ella te ha olvidado ya. Es la hija de una baronesa, bella y atractiva, todo lo contrario que tú y, además, la duplicas en edad. La mirada de Tatiana se volvió borrosa. No llores, vaca estúpida. No pienses más en ella.

La calle estaba atestada, y Tatiana pronto se vio rodeada por una incesante y vociferante marea humana. Instintivamente, sujetó con fuerza su monedero entre sus ropajes. Pronto, se mimetizó con su entorno, deslizándose por las tumultuosas calles como pez en el agua, sin fijarse en nadie y sin que nadie se fijara en ella.

De pronto, una figura se cruzó en su camino. Se trataba de una vagabunda embutida en harapos que extendió una mano hacia ella. Tatiana gruñó una disculpa y se disponía a sortearla, cuando la vagabunda repentinamente acercó su rostro a ella y posó sus labios sobre los suyos. Apenas fue consciente de un largo mechón de cabello rojizo. Tatiana no tuvo tiempo de reaccionar y se encontró respondiendo a aquel beso.

En escasos instantes, la joven había desaparecido y Tatiana volvió a encontrarse sola, rodeada de la multitud. Durante un momento se preguntó si no lo habría soñado. Después, se llevó los dedos a los labios y sonrió al comprender qué había sucedido. La mejor ladrona de todo Surastia acababa de robarle un beso.

Al introducir la mano en su bolsillo, descubrió un papel que antes no estaba ahí. Tatiana lo desplegó nerviosamente y leyó la cuidada caligrafía.

"Nunca seré tuya. Por eso me tendrás para siempre.

Me gustaría verte. Te espero esta noche en la entrada oeste del Parque de los Sauces.

C.R."

Tatiana leyó y releyó la nota, una y otra vez, como si temiera haberla entendido mal o fuera a desaparecer repentinamente. Sus ojos se humedecieron y, por primera vez desde hacía mucho, mucho tiempo, comenzó a llorar como una niña pequeña.