¡Suplica!

Nunca he sido una persona competitiva, pero esta vez estoy decidido a ganar. Este estúpido juego me vuelve loco, pero cada vez que me lo propones no puedo contenerme, es superior a mis fuerzas.

Nunca he sido una persona competitiva, pero esta vez estoy decidido a ganar. Este estúpido juego me vuelve loco, pero cada vez que me lo propones no puedo contenerme, es superior a mis fuerzas.

En cuanto te digo que estoy de acuerdo, sales disparada hacia el vestidor, con esa risa cantarina que amo y detesto a un tiempo y yo me desnudo, consciente de que la imagen no es mi fuerte. No es que sea feo, pero contra la belleza de tu cuerpo y tu forma de moverte no tengo nada que hacer. Esta vez voy a cambiar de táctica y para ello voy a empezar a calentar.

—Recuerda, —levanto la voz ligeramente para que tú me oigas a través del frufrú de la ropa y el ruido de los cajones abrirse y cerrarse— nada de tocarse y las caricias propias no deben prolongarse más de quince segundos. En cuanto al resto, todo vale. Esta vez vas a suplicar.

—Vale, empezamos. —dices tú, justo antes de que una de tus piernas asome por la puerta del vestidor, mostrando las medias, el liguero y los tacones de aguja que las adornan hasta convertirlas  en una obra de arte.

Las deseo, deseo acariciarlas, besarlas... te deseo a ti. Respiro hondo y siento como mi cerebro auxiliar intenta tomar el mando.

—Veo que ya tienes una respetable erección. —dices tú apareciendo vestida con un sujetador y un tanga minúsculo— ¿Seguro que no quieres suplicar y ahorrarte el sufrimiento?

Yo te miro a los ojos, esos ojos que me subyugaron desde la primera vez que los vi y niego con la cabeza, temeroso de que mi boca diga lo contrario.

Haces un mohín y sacando el mando a distancia de no se sabe muy bien dónde, envuelves la habitación con la música de Foreigner.

—Yo te enseñaré lo que es el amor. —dices meciendo tus caderas.

Puede que no seas la mejor bailarina del mundo, pero el suave crepitar del vinilo y  el vocalista suplicando que le enseñes lo que es el amor ayudan, haciendo que vuelva a la primera vez que te vi, en el fondo de aquel bar, apareciendo como una diosa entre las brumas del tabaco.

Siento un pinchazo y un deseo incontrolable de abrazarte y besarte. Tú lo sabes y atacas con todo lo que tienes. Te bajas las copas del sujetador mostrándome tus pechos e invitándome a tocarlos con una sonrisa traviesa. Yo gruño y cierro los puños hasta sentir como las uñas se clavan en las palmas de mis manos. Respiro de nuevo y me contengo, pero no me espero el último golpe bajo. Hasta ahora, el bordado del tanga solo me deja entrever la piel de tu pubis, así que cuando te lo bajas con esa sonrisa de suficiencia que pones cada vez que estás a punto de ganar y me muestras tu sexo totalmente depilado, suave y brillante, casi consigues que caiga a tus pies.

Mi miembro da un salto hambriento e insiste en decirme que me deje de tonterías y te folle hasta desarmarte. Me gustaría cerrar los ojos, pero también está prohibido. Me juro que nunca volveré a jugar a este estúpido juego y con mis piernas temblando me acerco a ti y preparo mi contraataque.

—Tengo que reconocer que estás preciosa. —le digo hablando apenas lo suficiente para sobreponerme a la música— No sabes las ganas que tengo de estrujar tus pechos... de que beses mis labios, me encanta que los atrapes entre tus dientes y  los  mordisquees suavemente, —la digo acercando mis labios a los suyos hasta que solo los separa un suspiro— solo con que me supliques serán tuyos.

Me miras e inmediatamente sabes que esta vez no va a ser tan fácil. Veo la duda en tus ojos y sonrío consciente de lo poco que te gusta perder.

Te miró a los ojos un instante más y rodeo tu cuerpo mientras tu permaneces de pie en el mismo sitio, esperando que tu belleza y tus movimientos sinuosos ablanden mis sesos. Notas el calor de mi cuerpo a tu espalda y tensas las piernas y los glúteos. Sabes que me encanta acariciarlos, duros y esbeltos, como esculpidos en alabastro.

Me acerco un poco más a ti y aproximo mi boca a tu oído:

—Ahora mismo podrías estar sentada en mi regazo sintiéndome dentro de ti mientras beso y acaricio tu cuerpo. —digo yo.

—No tienes más que arrodillarte. —dices acariciándote los pechos suavemente por primera vez.

Te observo y sonrío. Sé que esa es un arma de doble filo. Me excita, pero también a ti.

—Adelante, puedes intentarlo, pero sabes que nada puede sustituir a estas manos...

Para confirmarlo recorro tu brazo y tu hombro a escasos milímetros de tu piel, levantado el vello casi invisible a mi paso. Inclinas tu cabeza y a punto estás de dejarla reposar sobre mi mano. En el último momento te das cuenta y con un respingo te yergues de nuevo.

Te giras enfadada por el desliz y con un gesto brusco te sueltas el sujetador dejando que tus pechos caigan y reboten llamando mi atención instantáneamente y haciendo que me olvide de lo que estaba haciendo. Aprovechando que la música se hace un poco más roquera, te giras y bailas ante mí, desnuda como una ninfa. Yo solo puedo rechinar los dientes e intentar mirar a través de ti... Iluso. Jamás he conseguido hacerlo, ni siquiera cuando estas vestida. Mis manos se acercan a ti y solo en el último segundo las aparto y finjo rascarme la nariz.

Tú, que ya saboreabas las mieles de la victoria, no puedes evitar mirarme airadamente.

—¡Suplica! —exclamas.

—¿Me estás suplicando que suplique? —respondo yo a lo Rajoy.

—¡Cabrón! —dices tú.

—¡Mi diosa! —respondo yo, sabiendo lo mucho que te gustan los piropos.

—¡Pelota! ¡Capullo! —dices ahora enfadada.

Mi cerebro grita desesperado. ¿Y si estas enfadada de verdad? ¿Y si cuando pierdas decides dejarme a dos velas solo por rencor?

Eres como un leopardo, hueles mi miedo y te acercas a mí hecha una furia, insultándome de nuevo. Casi lo consigues, pero tus ojos te delatan... están sonriendo.

Notas mi cambio de actitud y sabes que mi momento de debilidad ha pasado. Aprovecho que estas cerca y aspiro el aroma de tu cuerpo.

—Creo que me voy a conformar con oler tu piel. —digo acercando mi nariz e inspirando profundamente.

Una jugada arriesgada, el aroma de tu perfume, unido al suave olor a hembra que exudas me excita hasta el punto de enervarme, pero te conozco y sé que eso también te gusta a ti.

—¿Seguro que no quieres probar? —me preguntas recogiendo una lágrima de sudor de entre tus pechos con tus largas uñas color rojo sangre y ofreciéndomela con una sonrisa traviesa.

Acerco mi mano a tu dedo pero no llego a tocarlo. Frunciendo el ceño te giras aprovechando la música y dándome la espalda, separas las piernas y te inclinas. Te acaricias las piernas desde los tobillos hasta el interior de tus muslos y agitas tus caderas. Tu sexo totalmente desnudo se abre como una flor. Lo observo hipnotizado, pero  veo como un fino hilo de humedad surge de tu interior y resbala por el interior de tu muslo. ¡Es el momento de atacar con todas mis fuerzas!

Me arrodillo y acerco mi boca a ese imán disfrazado de coño.

—Eso es, cariño. No es nada malo arrodillarse. —dices meneando suavemente las caderas, creyéndote de nuevo victoriosa.

Esperas que envuelva tu sexo excitado con mi boca, pero solo abro mi boca todo lo que puedo y soplo sobre los labios de tu sexo, envolviendo tu clítoris en una cálida corriente. Tú gimes y todo tu cuerpo se estremece.

Me yergo y cogiéndome la polla   la dirijo a la entrada de tu coño, quiero que sientas su calor.

—¡Suplica!

Gimes y retrasas ligeramente las caderas, intentando un empate, pero yo me aparto a tiempo.

—¡Suplícamelo! — exclamo autoritario aunque ya he decidido que si te resistes diez segundos más voy a mandar el puñetero juego al carajo.

—¡Está bien! ¡Está bien! —dices ansiosa— ¡Tu ganas!

—No entiendo... replico yo haciéndome el duro.

—¡Por favor! ¡Por el amor de ...

No te dejo terminar y agarrándote por las caderas  te penetro ahogando un suspiro de alivio. Mi miembro resbala triunfante en tu encharcado interior.

—¡Mierda! Como lo necesitaba. —dices gimiendo de placer al sentirte de nuevo completa.

Acaricio tus muslos empujando suavemente y disfrutando de mi trofeo duramente ganado unos instantes antes de separarme y tirar de ti hacia la cama.

Me siento y como te he prometido dejo que tú lo hagas en mi regazo. Mi polla salta emocionada dentro de tu cuerpo mientras te abrazo y nos comemos a besos. Besos apresurados, besos profundos, besos húmedos, besos violentos.

Nos tomamos un respiro mientras tú balanceas suavemente las caderas. Me abrazas y vuelves a moverte, ahora más rápido. Gimes a mi oído, sabes que eso me vuelve loco. Un par de minutos más y tengo que separarme para no correrme.

Te levanto y te tumbo boca arriba sobre la cama. Beso tus tobillos y el resbaladizo tejido que cubre tus piernas. Gimes y separas las piernas. Yo entierro la cara entre tus muslos y esta vez envuelvo tu sexo con mi boca. Tu cuerpo se comba atenazado por el placer y tus manos aprietan mi cabeza contra tu pubis desnudo. Yo chupo y mordisqueo, mi lengua golpea tu clítoris con violencia hasta que no puedes controlarte más y te corres, tu columna se dobla, tu vagina se estremece y tu sueltas gritos estrangulados al ritmo de mis chupetones.

Aparto mi cara solo para colocarme sobre ti. Dejo que mi polla hambrienta descanse sobre tu pubis y te beso de nuevo, esta vez con suavidad, mirándote a los ojos mientras nuestras manos se entrelazan.

Nuestros cuerpos se separan unos centímetros y tanteo tu sexo con mi miembro, al segundo intento estoy dentro de ti de nuevo. Tú te estremeces de nuevo y ciñes tus piernas contra mis caderas mientras empujo en tu interior procurando no dejar ni una molécula de aire entre los dos.

Sin dejar de embestirte beso tu cuello y tus pechos, acaricio tus piernas y siento como tus uñas se clavan en mi espalda, cada vez estoy más excitado, acelero el ritmo hasta hacer que la cama se estremezca. Tu gimes y me pides más y más y más... hasta que no puedo contenerme y me derramo en tu interior con un gemido bronco. Sigo empujando con mi menguante miembro hasta que consigo que un nuevo orgasmo te conmueva.

Me derrumbo a tu lado, y te acaricio mientras tu cuerpo aun se estremece ligeramente. Te giras y me miras a los ojos, sonríes.

—¿Sigues opinando que este juego es una mierda? —preguntas.

Yo no respondo. Solo acaricio tu cuerpo desnudo, sintiendo como el placer agoniza en él. Te beso de nuevo.

—No disfruto del juego, pero no sabes cómo disfruto del final.

Me inclino sobre ti, mi polla de nuevo está erecta.

—¿Otra vez? —preguntas sorprendida— Y luego dices que no te gusta... ¡Eh! ¡Cuidado que no soy una muñeca de traaapo!