Supervacaciones en Almería 2
Susi y yo no sabemos si repetir en el sexo liberal, pero nos pone mucho recordar lo que hicimos
Me desperté temprano y bajé al súper. Anduve de aquí para allá ojeando esto y aquello. Me detuve en las gorras, pero las descarté rápidamente por intuición de que me vería ridículo con una de ellas. Pero me preocupaba el sol. Desde que le propuse a Susi la idea de hacer senderismo por el desierto de Almería, se había estado cachondeando de mi: soy muy pálido e iba a quemarme con el sol seguro. Antes de pasar por caja, cogí la crema solar más cara y con mayor factor de protección que vi, algo de fruta, embutido y un pan que no me satisfizo demasiado.
Entré al apartahotel sin hacer ruido. En la cocina, preparé los bocadillos y luego lo distribuí todo en las mochilas asegurándome de que la mayor parte del peso fuera para la mía.
Luego, me dirigí a la habitación. Susi dormía desnuda. Hacía muchísimo calor aunque no eran ni las 10, y su cuerpo estaba cubierto con una fina película de sudor que la hacía brillar al sol que se colaba por la ventana. Desde nuestro encuentro con los chicos en la playa, habíamos estado follando como locos. Tres o cuatro veces al día, y con una pasión y una entrega sin parangón. Cada vez que nos poníamos a ello, el recuerdo volvía de algún modo u otro y terminábamos fantaseando y dejándonos llevar por el desenfreno y explotando de placer como nunca antes. Ahora, la veía tumbada, y aunque dormida, su cuerpo me transmitía acción y lujuria.
Tres de los chicos habían contactado en varias ocasiones con nosotros para proponernos cosas, pero los habíamos rechazado. De hecho, decidimos que no volveríamos a hacerlo, al menos no en un buen tiempo, pues nos bastamos el uno al otro, y la experiencia ya era suficiente para encender nuestro ardor. A Susi le preocupaba que me hubiera molestado que acabara haciéndolo con uno de los chicos cuando en teoría era algo que no iba a pasar, pero no me molestaba en absoluto. Yo disfruté viendo aquello igual que ella había disfrutado haciéndolo, de modo que no quise ser hipócrita y le dije que todo estaba bien.
Sin embargo, sí que tenía claro que, de volver a hacerlo en alguna ocasión, meses en el futuro como muy pronto, no quería que se sobrepasaran los límites. Lo que más me preocupaba es que el chico la había penetrado sin preservativo, pues todo fue muy improvisado, y aunque parecía limpio y tal, nunca se sabe. Cuando se lo expresé a Susi, ella estuvo de acuerdo conmigo: lo mejor era no hacerlo más y, en caso de que pasara, limitarlo a corridas en las tetas, que es con lo que habíamos fantaseado desde el principio.
Pero no me malinterpretes: el balance era positivo. Es realmente excitante ver a tu pareja cumplir sus fantasías, más aún teniendo en cuenta que esas fantasías eran (son) similares a las mías. Verla perder el control fue vibrante. Yo la conozco bien y sé cuándo su cuerpo toma el control sobre su mente, y eso me excita. Desde que estamos juntos, ella ha superado muchas barreras personales de esta manera. Por ejemplo, al principio, en teoría a ella le daba asco el semen, pero un día por la excitación no sólo me pidió que eyaculara en su boca, sino que se lo tragó. Si le preguntas si le gusta el sabor y la textura, ella te dirá que no, pero cuando está realmente excitada, se deja llevar y lo hace por simple lujuria. Así con algunas otras cosas.
Ahora, la tenía desnuda delante de mi. Dormida, fresca, tersa, viva. Su pecho se elevaba a cada respiración y sus preciosos pezones me pedían a gritos que me lanzara a por ellos. Sin embargo, me contuve y centré mi atención en otra parte. Puse las manos en el colchón con cuidado y me deslicé entre sus piernas hasta que mi boca quedó a centímetros de su pubis. Eché calor con mi boca en aquella zona y su cuerpo respondió girándose hasta dejar su culo y vagina a la altura de mi boca.
Me adelanté con cuidado e introduje mi boca entre sus nalgas y bajé hasta encontrarme con sus labios vaginales. Con cuidado, me puse a lamer aquella parte de su cuerpo, sobre todo centrándome en la parte del clítoris. Al principio, ella reaccionó ofreciéndome más su vagina, pero sin aún haber despertado, después, la escuché agitarse y la miré: había abierto los ojos. “Hola, amor”, me dijo, a lo que respondí lamiendo aún más. Ella sonrió y puso los ojos en blanco. Me agarró del pelo y apretó mi cara contra su vagina y su culo a la vez que suspiraba. Seguí lamiendo un rato más, pero pronto quiso cambiar de postura para hacerlo todo más cómodo. Me aparté y ella se puso boca arriba y separó las piernas, llevó sus manos a su vagina y me ofreció su clítoris, así que volví a mi trabajo ahora con mayor comodidad.
La mejor manera de practicarle sexo oral a Susi es estar atento a sus reacciones. Esto creo que se aplica a cada mujer. A veces responde bien a unas cosas y otras veces a otras. Aunque succionarle sin demasiada agresividad en el clítoris es lo que mejor efecto suele tener. Después de un rato en ello, sus gemidos empezaron a hacerse cada vez más cortos y cercanos, sus caderas empezaron a agitarse y finalmente tuvo un orgasmo agitando sus caderas y sujetando mi cabeza entre su sexo. Luego, cayó rendida sobre el colchón.
Me puse a su altura y acaricié su tripa y sus senos mirándola a los ojos. Ella me acarició la barbilla húmeda de sus flujos y mi propia saliva y sonrió. “¡Tengo que mear!” dijo de improviso, y de un salto se fue al cuarto de baño. Me quedé tumbado en la cama viendo su culo alejarse, maravillado por la suerte que tengo.
Desde el baño, me dijo “¿Por qué no vas desnudándote tú también?”. Y así hice. Cuando volvió, yo ya estaba desnudo. Gateó por la cama y agarró mi miembro con su mano derecha. Sacó la lengua y se golpeó con mi glande en ella. Después, se lo introdujo y succionó un par de veces.
“¿Y esta manera de despertarme, amor?”, me preguntó.
Me encogí de hombros.
“Bueno”, continuó a la vez que me masturbaba, “que sepas que tienes mi permiso para despertarme así siempre que quieras”.
Comenzó a lamer y succionar mi pene con cariño, mirándome a los ojos y luego mirandolo a éste, lo que la hacía bizquear de un modo extrañamente atractivo. Después, se metió mi pene en la boca, pugnando por que entrara entero. La agarré de la cabeza e intenté ayudarla a que llegara más hondo, pero fue inutil. Se retiró y recobró la respiración riéndose, luego siguió con una felación tranquila ayudada de la mano.
Yo miraba para abajo su precioso rostro, sus labios carnosos siendo penetrados por mi miembro y sus ojos almendrados que me miraban con picardía. Cuando llevaba un rato sentí que mi eyaculación estaba cerca. Puse mi mano sobre su coronilla y quise marcarle el ritmo. Ella notó como mi cuerpo se tensaba, y se detuvo de lleno. Subió hasta mi boca y nos besamos.
“Aún no”, dijo con un susurro, y con un movimiento hábil introdujo la punta de mi pene en su vagina. Me miró y sonrió. Yo la miré desesperado: necesitaba penetrarla del todo. Hice un movimiento de cadera para hacerlo, pero ella lo intuyó y se movió de manera que apenas logré introducirle un par de centímetros más. “Shhh..., ¿quieres metérmela?” preguntó mi novia con una vocecita seductora. Tragué saliva y asentí con la cabeza. Ella sonrió y se mordió los labios: bajó las caderas y se metió un centímetro más, pero rápidamente se elevó de nuevo hasta que sólo quedó en su interior parte del glande. “Tranquilo” susurró, “aún no quiero que me la metas”.
“Pero, Susana...” intenté hablar, pero ella me puso la mano en la boca.
Apretó los brazos, de modo que sus pechos se abultaron, proyectados hacia el exterior, llenos de voluptuosidad, carne y redondez, con los pezones señalando directamente a mi boca. Adelanté la cabeza y empecé a lamérselos con pasión. Ella gimió de placer y comenzó a mover las caderas en círculos, dejándome entrar algo más en su interior, pero no lo suficiente para cumplir mis deseos. Pasé mi mano derecha por su raja del culo e introduje la punta de mi dedo corazón en su agujero. Ella abrió mucho la boca y se rió. “Eres muy travieso”, me dijo.
“¿Travieso yo? Tú eres la que está jugando a no dejarme metértela” contesté fingiendo enfado.
“¿Sabes? Anoche me costó dormirme” dijo ella meneando sus caderas. “Tú caíste rapidísimo, pero después de hacerlo, yo necesitaba más sexo, y mientras tú dormías, me fui al salón y me estuve masturbando”.
“¿Sí? Podías haberme despertado” le dije mientras apretaba sus tetas con mi mano izquierda y con la derecha acariciaba sus nalgas.
“No. Lo que me apetecía tenía que hacerlo sola”, dijo con una sonrisa malvada. “Quería fantasear con los chicos de la playa”.
“Ah” fue lo único que fui capaz de decir en un rato. Luego sí acerté a continuar: “Como si no fantasearas con ellos cuando lo haces conmigo”.
Bajó un poco más las caderas dejando entrar mi pene a algo más de la mitad. Se mordió los labios y sonrió de placer, pero pronto su semblante se ensombreció. “¿Crees que soy una puta?” me preguntó. No supe qué contestar. A ella le suele gustar que le diga puta y cosas así mientras lo hacemos, pero el tono de la pregunta parecía demasiado serio. Guardé silencio. Al ver que no contestaba, siguió hablando. “Siento que no debería haber hecho aquello y que ahora no te vas a fiar de mi”.
“Me fío de ti. Y no veo nada de malo ni en que hicieras aquello ni en que lo hubieras deseado ni en que te excite recordarlo” le dije mirándola a los ojos. “A mi me excitó verte hacerlo, y no me considero un pervertido ni un proxeneta ni nada malo. Casi todo el mundo siente lo mismo, sólo que tú y yo hemos tenido la confianza para decírnoslo y el valor para hacerlo. A mi también me gustaría montármelo con varias mujeres. Es ley de vida, esos deseos están ahí. Y me excitó ver cómo otros se corrían en tus tetas y tu boca”.
“¿Y te excitó ver como aquel tío me follaba?”.
Guardé silencio un poco. Ella detuvo su movimiento de caderas esperando mi respuesta. La besé. “Sí”, contesté, “me excitó y disfruté de ello. Disfruté porque te vi disfrutar y disfrute porque me gustó la visión y me gustó la situación y me gustó la idea”.
Ella se rió. “Ay, mi guarrete”, y extrajo del todo mi pene de su interior y se tumbó a mi lado. Apoyó su cabeza en mi hombro y mirándome a los ojos empezó a masturbarme con calma.
“Pero yo no me masturbé recordándolo”, me dijo. “Yo me imaginaba aún más”.
“¿Qué más?”, pregunté, sintiendo de pronto una gran excitación.
“¿No te enfadarás conmigo?”.
“No”.
“Pues me imaginaba que allí en la playa todos os turnabais para follarme” dijo ella masturbándome cada vez más rápido. “Cuando el último terminaba, el primero ya la tenía otra vez dura y volvía a follarme. Y además yo estaba todo el tiempo chupando sin parar y todo el tiempo había manos en mis tetas, en mi culo, incluso dedos en mi boca. Me tiraban del pelo y me daban azotes”.
Sentí algo de confusión, pero en la punta de mi glande apareció una perla brillante de líquido preseminal, fruto de la excitación. Susi bajó y la retiró con la lengua. “¿Qué más?”, pregunté.
“Los chicos me penetraban con fuerza, sin contemplaciones, y yo no hacía más que correrme y correrme”.
“¿Cuántos orgasmos tuviste mientras te masturbabas imaginándolo?”.
Se calló un rato. Después habló: “Cuatro”, contestó ella algo avergonzada.
Rodé sobre ella y me quedé encima suya. Ella me miró con los ojos muy abiertos, como con expectación. Mi pene, a punto de explotar, se apretaba con fuerza contra su vientre. Lo agarró y lo introdujo en su vagina. Empecé a follarla con mucha dureza. La carne chocando con la carne hacía ruido como de palmadas. “¿Dónde se corrían ellos en tu fantasía?”, pregunté.
Ella jadeó. Cerro los ojos y contestó “En todas partes. En la boca, en las tetas, dentro de mi coño”.
La besé y seguí embistiendo con pasión. Sentía mi miembro a punto de estallar, cientos de escalofríos subiéndome por la espalda, pero no quería que aquello se terminara, necesitaba saber más, y sabía que en el momento en que se nos pasara la excitación, le daría vergüenza y no querría hablar de ello. “¿Eso es lo que quieres?” pregunté apretando los dientes.
“¿Tú quieres?” me preguntó ella.
“Yo he preguntado primero. ¿Eso es lo que quieres? ¿Que unos desconocidos se turnen para tener sexo contigo?”. De algún modo, aquellas palabras consiguieron excitarla aún más. Abrió la boca y empezó a menear las caderas dejando mi pene entrar más y más. Me di cuenta: con sólo oírlo se ponía cada vez más cachonda. Seguí: “¿Que te usen sin que sepas quién de ellos es el que te está follando en cada momento? ¿Que te manoseen y te tengan para su placer?”.
“Sí, si...” jadeó ella.
“¿Que mientras uno te folla otro te la meta en la boca y te usen para su disfrute? ¿Que te llamen puta y zorra y se corran en tu cara?”.
De pronto, ella estalló en un orgasmo. Su cuerpo empezó a convulsionar y varias gotas de líquido transparente salieron disparadas desde su vagina, cubriendo mi vientre. Su cuerpo temblaba y sus ojos estaban en blanco, a la vez que sólo era capaz de gritar “¡Si, si!”. Me incorporé y la miré. Estaba algo confuso, pero muy excitado. Me puse de pie en la cama, con un pie a cada lado de ella, y empecé a masturbarme. Ella fue calmándose poco a poco. Abrió los ojos y me vio de pie masturbándome y sonrió con un rostro de ensoñación. Se mordió los labios y abrió la boca mucho. “Dámelo todo”, me dijo.
“Contéstame”, dije con severidad mientras me masturbaba encima suya. “¿Eso es lo que quieres?”.
“No lo sé, tío”, contestó Susi. “Me da miedo que nos afecte como pareja. Pero me sentí muy excitada mientras todo pasaba. Todos aquellos chicos estaba allí para mi, y de haberles dado permiso, me hubieran hecho de todo. Y no les di permiso por ti. En ese momento estaba fuera de control. Y me gusta perder el control”.
“Pero Susana, ésa no puede convertirse en una práctica sexual habitual”.
“Habitual no”, dijo ella, “pero estamos de vacaciones a cuatrocientos kilómetros de casa. Es el momento de que me dejes sacar la puta que llevo dentro”.
Justo en ese momento eyaculé sobre ella. Mi semen cayó por sus tetas, su cara y su pelo mientras ella se acariciaba con lujuria, restregándose mi semilla por su bronceada piel.
Me tumbé a su lado y me quedé en silencio. Ella me abrazó un rato y tampoco dijo nada. Su cara reflejaba amor. Y yo realmente la amaba, aunque estaba algo confuso. Pasado un rato, me dijo que se iba a la ducha. La vi alejarse, su culo, sus caderas... no hay palabras. Cuando escuché el ruido del agua, me puse en pie y fui hasta el cuarto de baño.
“¿Susi?”
“Sí”.
“Déjame pensarlo, ¿te parece?”.
Retiró la cortina de la ducha y me besó.
“Me parece bien” dijo.
Salí de la habitación. Aún nos quedaban más de diez días en Almería y lo primero era hacer un poco de senderismo bajo el sol abrasador.