Superputa
Inocencia tiene 55 años y un hambre voraz que espera satisfacer con su joven sobrinito.
Superputa era el seúdonimo que Inocencia usaba en las redes sociales. Tenía 55 años y le encantaba poner cachondos a los tíos y a las tías, tanto en los mundos virtuales como en la vida real. Superputa iba todo el rato salidísima, con el chocho encendido y los pezones tiesos. Tío que veía por la calle, tío que se quería follar. Le daba igual si era viejo, joven, guapo o feo. Con las tías le pasaba lo mismo. Se volvía loca con solo pensar en hacerle la tijera a la primera hembra con la que se cruzaba por la calle, sin importarle la edad o la apariencia, de hecho, cuanto más gorda y fea, mejor.
Había follado a tantos tíos y tantas tías que había perdido la cuenta; era una ninfómana insaciable que nunca se cansaba de darle gusto al conejo. Era una viciosa y le daba mucho morbo hacerle guarradas a los jóvenes y emputecer a las viejas.
Era mediodía y tenía mucha hambre, así que llamó a la pizzería donde trabajaba su sobrino y pidió una pizza gigante para ella sola, exigiendo que fuera su sobrino quien la trajera. Superputa era gorda y le encantaba serlo. Cuando se miraba en el espejo y se veía todas esas lorzas y mollas cubiertas de sudor le entraban muchas ganas de follarse a sí misma.
«¿Por qué cojones no habrán inventado un clonador para clonarnos y follarnos a nosotros mismos?», pensaba ella.
Cuando llegó su sobrino le dijo que pasara adentro. Le recibió con un vestido muy feo y sin maquillar. Agarró la pizza y la abrió para comprobar que era la que había pedido; luego cogió una porción con los dedos y se la metió en la boca.
—Tengo que comprobar primero si me gusta, cariño, ¿no te importa, verdad?
Cuando se comió media pizza delante del repartidor le dijo que no tenía dinero para pagarla.
—Tía, por favor, no me diga eso, que tendré que ponerlo de mi bolsillo.
—Lo siento hijo, pero no tengo ni un euro, así que tú verás lo que haces —le decía ella con la boca llena de queso fundido—, eso sí, te advierto que aún me he quedado con hambre.
Y diciendo eso le agarró el paquete al chaval.
—¿Quieres que te chupe la polla y así quedamos en paz, nene?
El nene no sabía qué decir y Superputa cerró la puerta de su casa, le bajó los pantalones y los calzoncillos y empezó a tirar de la colita, que la tenía mustia y escuchimizada.
—Joder, parece chicle.
Al joven pizzero nunca le gustó su tía, que era una señora mayor gorda y fea, pero en cuanto sintió la boca cerrarse alrededor de su pito se le quitaron las manías.
—Se nota que llevas todo el día encima de la puta moto. Vaya peste a zorruno que te echan los huevos, hijo.
Pero a pesar de la peste, Superputa, de rodillas en el suelo, se metía los cojones del chaval en la boca, chupándole las bolas y metiéndole la lengua debajo del escroto, quitándole la roña de sudor que tenía pegada allí debajo. Mientras, con mano experta, le meneaba el rabo, tirando del pellejo para abajo y sacándole el capullo fuera.
—Hostia como te huele a queso, cabroncete.
La lengua de Inocencia se metía por allí y le hacía una limpieza a fondo, arrastrando líquidos seminales resecos y olorosos trocitos de esmegma.
El pizzero no decía nada, excepto gemidos y «ays» cada vez que la boca de esa voraz leona le chupaba el ciruelo con fuerza.
—Te gusta que la chupe, ¿eh? Madre mía, mira como se te ha puesto la pija.
Y el tímido sobrino miraba para abajo y veía su polla tiesa y gorda como un pepino italiano. La tía le daba fuerte a la picha mientras le sobaba los cojones, chupando el gordo capullo como si fuera un caramelo.
—Vaya como te huele el paquete, muchacho. Eres un poco guarrillo, ¿eh? ¿El culo te huele igual?
Sin esperar respuesta la gorda obligó al chaval a darse la vuelta y luego metió su cara entre las escuálidas nalgas del chico. La lengua de Inocencia recorrió toda la raja trasera, dejando la zona oscura llena de saliva. Le encantaba limpiar los pelos sucios que tenía su sobrino alrededor del ojete. La peste que salía de allí la ponía cachondísima y mientras intentaba meterle la punta de la lengua en el ojete, con una mano le meneaba la polla.
—No aprietes cabrón. Abre el agujero, que te va a gustar, coño.
—¡No! Por ahí no, eso es de maricas.
Pero mientras decía eso Superputa ya le había metido el meñique en el ojete.
—Será cosa de maricas, pero a ti bien que te gusta, ¡mira como tienes la polla, cerdo!
El muchacho bajaba la mirada y veía su gorda polla sucia de líquidos preseminales, blancos y pastosos, con el carajo de un fuerte color morado y las venas a punto de reventar.
Cuando quiso darse cuenta, la gorda de su tía ya le había metido tres dedos en el culo y estaba en una nube de placer insoportable.
—Cuando te vayas a correr avisa, niño, que todavía tengo hambre.
No bien dijo eso cuando al joven repartidor le entraron unos espasmos orgásmicos terribles.
—¡Te dije que avisaras, coño!
Inocencia, rauda y ágil, agarró la caja de la pizza y la puso debajo de la eyaculadora verga, admirando los bonitos chorritos que le salían del agujero; no lo hacían con mucha fuerza y se escurrían por la cabeza morada, cayendo en grandes gotas encima de la pizza.
—¡Anda! —exclamó Superputa—, ¡mi sabor favorito!
Y se metió un trozo de pizza lleno de semen calentito en la boca, juzgando con cierto criticismo gastronómico que aquella porción era la leche.
Inocencia, al ver que la pija volvía a un estado de flacidez poco recomendable para sus propósitos, agarró al chaval del pescuezo y se lo llevó al dormitorio.
—Vente para acá, meapilas, que te vas a enterar de lo que es un coño de verdad.
Lo tiró a la cama y ella se puso encima de él levantándose el vestido. Debajo llevaba unas bragas de color carne feísimas y muy sucias.
—Mira, hace cuatro días que no me cambio las bragas. ¿Has visto la peste a pescado que me sale de ahí? Huele, huele.
Y le restregaba las asquerosas bragas por la jeta, meneando el gordo culo y las enormes piernas alrededor de su cabeza. El pizzero se ahogaba con tanta peste y tanta carne, así que para poder respirar tenía que abrir mucho la boca, echándole el aliento encima del coño a Superputa. Eso la ponía más cerda todavía.
Inocencia veía la cara sofocada del pobre infeliz con las mejillas imberbes llenas de acné y le entraban ganas de abofetearlo.
—Mira como tienes la cara de granos, eres un pajillero de mierda. ¿Sabes cómo quitamos los granos en el pueblo? Lavándolos con pipí.
Y diciendo eso se echó las feas bragas a un lado y le enseñó el coñazo abierto al chaval. Superputa tenía un chocho feísimo, lleno de labios extensos y retorcidos, con pelos mojados por todos sitios y una pepita monstruosa. Alrededor de la vulva tenía acumulados varios pegotes blanco-amarillos de flujo cervical y echaba un fuerte olor a bacalao rancio.
—Mira qué chorrazo me sale, chaval.
Y de esa raja abierta le salió un liquido amarillento que se abrió en todas direcciones, meando la cara, el pecho, las sábanas, el vestido y todo lo que había alrededor de ellos.
—¡Ostia que peste! —exclamó su sobrino—, ¡pedazo de puta!
—¡Anda, parece que te estás espabilando!, ya era hora, cojones.
Y diciendo eso le metió el coño abierto en la cara.
—Come, cabronazo, hínchate de almeja vieja.
Y el pizzero se comía el coño meado, pegándole unos chupetones a esos labios colgantes con muchas ganas. Los labios internos de Superputa sobresalían varios centímetros fuera, como los mocos de un pavo.
Eran unos labios feos, arrugados y llenos de bultitos, pero la boca del pajillero se llenaba de ellos y el sabor a pipí y el olor a pescado le pusieron otra vez el pijo bien tieso.
—Mira niño, te voy a enseñar una cosa que no has visto en tu puta vida.
Inocencia, experta en controlar sus músculos pélvicos, comenzó a apretar y aflojar, empujando el suelo pélvico para acercar el cuello uterino a la salida de su vagina. A riesgo de sufrir un prolapso, Superputa apretaba y apretaba, dejando que la cervix quedase a la vista.
—Mira niño, intenta meterme el dedo en el agujerito ese.
El sobrino, asqueado y fascinado por lo que estaba viendo, metió la mano en esa gruta caliente y le tocó a Inocencia el cuello uterino con los dedos, introduciendo poco a poco el índice en la entrada del útero.
Mientras lo hacía, del agujerito del meato se escapaban gotas y chorritos, mientras que por debajo de la raja iban saliendo regueros de flujo cervical.
El chico miraba embelesado el prodigioso tamaño del clítoris de Superputa, grande, tieso y erecto como un diminuto pene.
—Hijo mío, no lo mires más y chúpamelo de una puñetera vez.
El clítoris de Inocencia sabía a pipí y resbalaba muchísimo. Estaba muy caliente y duro. La boquita de su sobrino lo chupaba y rechupaba, aspirando y haciendo el vacío, pegándole unos latigazos en toda la pepita del coño tan fuertes que su tía, agarrándole de los pelos, le estrujó el coño en toda la cara hasta casi asfixiarlo.
—Joder que bien lo chupas, niño.
Al sobrino le iba gustando todo eso que le estaba pasando, así que le echó valor y le metió otro dedo más por el estrecho agujero del útero.
—Le vas a reventar el coño a tu tía, mamonazo —Y la tía le escupía salivazos en la cara.
Inocencia tenía muchas ganas de que le metieran un polla bien gorda en el conejo, pero lo tenía tan dilatado que la picha de su sobrino le iba a saber poco, así que pensó que lo mejor sería que el niñato le diera por el culo.
—A ver, deja mi coño tranquilo que vas a pillar un empacho. Toma, come de aquí atrás, que te va a gustar, anda.
Inocencia se puso a cuatro patas y le ofreció su peludo y enormérrimo culo al esmirriado pizzero.
—Vamos puto, empieza a comerme el ojo del culo, que me lo tienes que follar luego con esa pija que tienes.
Superputa se abría las nalgas y aflojaba el esfínter, dejando que el ano se le saliera para afuera. Al sobrino le daba un asco terrible, pero al mismo tiempo, no podía dejar de mirar hipnotizado cómo le colgaban los largos labios del coño a su tía por debajo.
—Hostía, tita, vaya pedazo de labios colgones que tienes. Madre mía.
Los chorros de jugos vaginales se le salian a la gorda y le chorreaban por los muslos. Algunos se quedaban colgando de los extensos labios, meneándose al aire.
—Si los labios te parecen grandes espera a que te enseñe las tetas. Tú chúpame primero el ojete, cabronazo.
Superputa agarró al niñato de los pelos y le estrujó la raja del culo en toda la jeta, cuidando de que el apestoso esfinter se aplastase contra la boquita del nene. A riesgo de morir asfixiado, éste no tuvo más remedio que abrir la boca y chupar la carne abultada y roja que le salía hacia afuera.
En cuanto Superputa sintió los labios del chico en el ojete, ella aflojó, dejando que se le abriera el agujero del culo.
—Mete la lengua ahí dentro y límpiame, anda, guapo.
Y el pizzero le metía la lengua bien dentro del culo, dejando que esa ninfómana le agarrase la sinhueso aprentando el ojete.
—Limpia bien los pelos, anda.
El sobrino obedecía en todo, sacando la dolorida lengua del oscuro agujero y repasando con la punta todos los rincones de la raja. Las nalgas de su tía eran gigantescas y a él le gustaba mucho sentir toda esa carne aplastada en su cara.
—Venga, vamos, deja de comerme la mierda del culo y méteme la polla.
El excitado sobrino se agarró la pija y le apretó el capullo en todo el ojete a su tía, empujando hacía dentro y sintiendo un gustazo enorme mientras se la metía.
—Qué estrecho lo tienes, tita. No entra.
—Venga, coño, empuja con ganas, hostia. Reviéntame el ojete de una puta vez.
El jovencito se aferró a ese grandísimo culo y empezó a endiñarle pollazos a diestro y siniestro, dándole azotes y palmadas en las celulíticas nalgas hasta dejarlas al rojo vivo.
—Así, cabrito, así se hace. Venga, dame más fuerte, hijoputa. Reviéntale el culo a la puta de tu tía.
El pizzero se iba espabilando cada vez más, y sentir el ojete caliente y resbaladizo estrujando su polla le ponía como una moto. Sin dejar de petarle el culo, el pizzero le echó mano a los pelos de la vieja gorda y tiró de ellos con fuerza.
—¡AAAHHH! ¡Cabrón, que me los arrancas!
—Toma polla, so bruja.
—¡Sí! Dame polla, mamonazo, ¡dame polla!
Y el sobrino le daba con ganas, metiendo y sacando el cilindro de carne del prieto agujero mientras que la tía se restregaba el conejo como las locas, soltando chorros de flujo y meados.
—¡Córrete, hijoputa! ¡Lléname los intestinos de leche!
Con tanto meneo a la Superputa se le escaparon las tetas fuera del vestido y, aunque el chaval estaba de espaldas dándole por el culo, pudo ver esas dos moles de carne saliendo por los costados, bailando al aire y meneándose como dos campanas gigantes.
La visión de semejantes ubres, de tamaño titánico, le provocó al muchacho una reacción instantánea a sus huevos, inyectando a los conductos internos una gran cantidad de esperma con mucho caudal. Los chorrazos le abrieron el orificio de la uretra y colmaron de ardiente semen los intestinos de su tía.
—¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHRG! —Rugió el mequetrefe con voz olímpica.
—¡¡¡DIOOOOOSSSSSSSS!!! —Chilló la puta de su tía al sentir toda esa viscosidad dentro de su culo.
El pizzero se desmayó y cayó a la cama, sacando su pija del ojete con un sonoro ¡plop!. La guarra de su tía, viendo que se le iba a escapar toda esa rica leche del culo, agarró la pizza y se la puso debajo del culo para que recogiera toda esa lefada, grumosa y viscosa.
—Un ingrediente rico, rico y con fundamento.
Cuando su sobrino se despertó le ofreció una porción de la sabrosa pizza cubierta con el semen salido del ojete sucio de Superputa. El chico, hambriento y desconocedor del ingrediente secreto, tomó dos porciones.
—Así, come, come, hijoputilla, a ver si te crece más la polla. Que de lo que se come se cría.
K.O.