Supercalientes 2016

Normalmente espero un poco más para publicar un relato del ejercicio en mi cuenta, pero dadas las circunstancias creo que este es el momento adecuado. Si lo leéis, lo entenderéis.

Jamás había montado en nada tan ruidoso, ni siquiera el traqueteo del autobús de Alcatrán a Villarégula podía comparársele. Se ajustó de nuevo la pañoleta y el chal con un gesto nervioso. Una pequeña gota de sudor recorrió su sien arrugada y llena de manchas delatando su aprensión.

El piloto echó un vistazo al GPS y le hizo una seña al copiloto. Había llegado el momento, no había vuelta atrás. El copiloto se levantó de su asiento y se acercó a ella. Le quitó las gafas de pasta de gruesos cristales y se los metió en una bolsa impermeable que le colgó del cuello.

—¿Preparada? —preguntó el copiloto.

Blasa Jimenez* asintió con seguridad, aunque solo Dios sabía que jamás se le hubiese pasado por la cabeza semejante aventura. De no ser por el dinero que necesitaba urgentemente para  operar a Mesalina, su burra y por poder darle un beso a José Gabriel.

Se asomó por la puerta. La turbulencia provocada por las palas de la aeronave casi le arrancó el chal de los hombros. Blasa se lo ciñó  con un gesto defensivo. Antes de que pudiese reaccionar, una mano le dio un empujón y lo siguiente que sintió fue como el estomago se le subía a la garganta. Dos segundos después, el agua salada estaba entrando por su nariz y empapando su ropa de lana negra hasta hacerla más pesada que el plomo.

Afortunadamente los manguitos hicieron su función y poco a poco salió  a la agitada superficie escupiendo agua salada. Comenzó a nadar hacia la orilla, la falda mojada se le enredaba en sus piernas, pero eso no le impidió avanzar con una depurada técnica. Diez minutos más tarde,  finalmente hacía pie y lograba salir a la orilla.


Gonzalo oyó el helicóptero y se acercó a la orilla con el resto de los concursante para ver a la última persona que les acompañaría en aquella aventura. Al igual que sus compañeros se preguntaba quién sería el afortunado. De todas las cosas que se le habían pasado por la cabeza ninguna le había preparado para lo que le esperaba.

Lo primero que vieron fue una especie de escarabajo negro que salía proyectado del helicóptero y caía en el agua con la gracilidad de una vaca muerta. Con la boca abierta, contemplaron aquel cuerpo contrahecho nadar hacia ellos sin ninguna coordinación.

Cuando llegó a la orilla, la mujer, o eso parecía que era lo que había debajo de aquella vestimenta negra que le tapaba casi todo el cuerpo, se escurrió la pañoleta imitando gesto de Ursula Andress al salir del agua ante la mirada sorprendida de James Bond.

La mujer se irguió y mascullando un "Señor llévame pronto" soltó un par de espesos gargajos sobre la arena y se acercó al grupo guiñando los ojos por efecto del intenso sol tropical.

Sin decir nada, sacó las gafas de la bolsa que colgaba de su cuello y se la puso para observar al personal allí presente.

Era más o menos lo que esperaba, tres putones de tetas enormes y culos prietos, vestidas con escuetos bikinis que no dejaban nada a la imaginación. Rodeándolas como cuatro perros pastores babeantes, había cuatro tipos, los repasó con la mirada hasta que sus ojos se cruzaron con aquel adonis moreno, de mirada penetrante y gesto disciplente. Blasa sintió como su cuerpo serrano despertaba y se humedecía con los apetitos del sexo. Ese hombre tenía que ser suyo. Cada  vez que veía su cuerpo semidesnudo le entraba un reconcome...

Gonzalo miró a aquella vieja enteca y encorvada. Se había ajustado unas gafas gruesas y rayadas que hacían que sus ojos pareciesen los de un pez con cataratas. Los observó a todos con un gesto de desprecio hasta que se fijó en él. Su mirada le produjo un escalofrío. Era una mirada lasciva e inequívocamente sexual, potenciada aun más  por el enorme aumento de las lentes. Gonzalo se removió inquieto pensando que aquel carcamal podía ser capaz de cualquier cosa. No era suficiente el hambre y los mosquitos, ahora tendría que preocuparse por no despertarse con aquella cucaracha encaramada a su cuerpo.

Blasa sonrió. Después de todo, aquella aventura quizás no fuese del todo inútil. Ese hombre sería suyo y tarde o temprano lo tendría empujando entre sus piernas. Estaba  a punto de colocarse en una pose en la que destacasen sus pechos cuando una mujer vestida con un pareo llegó acompañada de un ejército de cámaras y micrófonos.

Les saludó uno a uno, intercambiando saludos y bromas y trasladando las preguntas que José Gabriel le hacía desde los estudios en Madrid. Cuando le tocó el turno Blasa, la presentadora le hizo unas pocas preguntas sobre el salto y sobre la táctica que usaría para mantenerse en la isla. Ella respondió que lo único que quería era operar a su burra y respondió al resto de las preguntas con monosílabos.

Afortunadamente aquella mujer no se le había echado encima. Gonzalo no se habría fijado más en ella si no hubiese sido por su actitud. Tras largarse la presentadora, la vieja se había internado entre los árboles y había desaparecido durante un par de horas. Todos creyeron que había ido en busca de comida, pero volvió con una rama a la que había dado forma  de rudimentario  bastón nadie sabía cómo. A continuación se había sentado sobre una piedra, a la sombra de una palmera, había apoyado la barbilla en el improvisado cayado y no había vuelto a moverse. Ninguno de los presentes podía entender como aquella mujer podía pasar horas sin moverse, sentada en aquella piedra, bajo es sol tropical, vestida con aquella ropa gruesa y oscura.

Un solo acontecimiento le sacó de su inmovilidad, la comida. Tras horas de intenso trabajo los concursantes habían conseguido una parca cosecha de frutas y pescado. La fruta desapareció rápidamente, pero nadie se atrevía a comer el pescado crudo. Intentaron encender un fuego por todos los medios, pero nada resultó. Estaban a punto de hacer de tripas corazón y comer el pescado antes de que se pudriese cuando Blasa salió finalmente de su inmovilidad.

Se acercó a la pila de material que habían reunido para hacer la hoguera y quitándose las gafas las acerco a la pila concentrando la luz del sol tropical sobre unas fibras de coco. Una alegre fogata ardía en cuestión de segundos. Sin decir una sola palabra cogió una de las improvisadas brochetas y tras cocinarla unos minutos al fuego se la llevó bajo la palmera y la devoró como una fiera hambrienta.

A partir de ese momento estableció su rutina. Pasaba el día y la noche bajo la palmera y se quedaba quieta como una estatua hasta que llegaba  la hora de la comida, entonces se acercaba y cogía su parte aunque no hubiese contribuido en nada a su recolección. Todos la miraban con  gesto de odio, pero ella parecía no darse cuenta y rellenaba sus carrillos con la comida que otros conseguían.

Se habían puesto todos de acuerdo para nominarla y deshacerse de ella, convencidos de que el público la echaría  a la primera oportunidad, cuando llegó la primera prueba de inmunidad.

Consistía en una especie de polea, con una cuerda engrasada, asegurada a un poste, a la orilla del agua. Se suponía que dos concursantes debían tirar uno de cada extremo hasta llegar al agua y coger una nevera con comida que flotaba al alcance del que tirase más de la cuerda. El ganador conseguiría la inmunidad y se iría con el concursante que eligiese a Isla Madura donde pasarían la siguiente semana aislados.

La competición se haría por eliminatorias y las mujeres partirían con un par de metros de ventaja. La cuerda era resbaladiza haciendo que no solo la fuerza contase, pero pronto se vio que Marco, un italiano cachas, se iba a llevar la prueba de calle.

Cuando llegó la final,  el italiano vio con suficiencia como Blasa se levantaba de su piedra y se acercaba apoyándose en el bastón.

Gonzalo miró las piernas esqueléticas y la figura encorvada acercarse con aire despreocupado al lugar de la competición y ponerse en posición. Cogió la cuerda y cuando el árbitro dio la señal la enrolló entorno al bastón, haciendo un complicado nudo en un santiamén y antes de que Marco pudiese darse cuenta, colocó el bastón frente a ella, perpendicular al sentido de la marcha y empujó con fuerza.

El italiano no tuvo nada que hacer. El intentaba tirar de una cuerda engrasada mientras ella empujaba con la cuerda asegurada en el bastón. Con determinación, la mujer tensó todos los músculos de su cuerpo y comenzó a arrastrar al hombre poco a poco y a acercarse a la nevera. Todo el mundo  observó consternado el lento pero implacable avance de la mujer. Viendo los músculos de las piernas haciendo relieve en sus oscuras medias Gonzalo no pudo evitar recordar a Conan empujando en aquel molino. Igual de inexorable, la mujer no cedió hasta que con el agua en las rodillas asió finalmente la nevera.

—¡Increíble! —exclamó la presentadora acercándole la alcachofa a la anciana— ¿Cómo lo ha conseguido?

—Simple física. Como sabría si hubiese estudiado algo más que el graduado escolar, según la tercera ley de neutón es mejor empujar que tirar. De hecho, en mi pueblo, la demostramos científicamente hace siglos y aun lo seguimos haciendo; Para mover un burro solo se necesita un empujón y un buen estacazo. —respondió la Blasa arreando un golpe a la arena con su bastón— Ley de acción y reacción.

Sin esperar a que la mujer terminase la entrevista, Blasa abrió la nevera ante la mirada ansiosa del resto de los concursantes y tras sacar un muslo de pavo se sentó sobre ella.

La presentadora observó como daba un mordisco al muslo con su dentadura postiza y tragaba un buen pedazo casi sin masticar, dejando que la grasa corriese por su barbilla.

—Felicidades Blasa, has ganado la prueba con una facilidad sorprendente. —prosiguió la presentadora— Ahora que has conseguido la inmunidad y la estancia en la isla Madura, deberás elegir a un compañero o compañera para que te acompañe. Debes recordar que esta isla esta rebosante de comida, pero esta no es nada fácil de conseguir.

Blasa no se lo pensó dos veces y levantando la mano apuntó con su dedo índice a Gonzalo.

Gonzalo miró aquel dedo sobrecogido. Aun recordaba la primera mirada que habían intercambiado y la estancia en la isla Madura prometía ser un infierno.

El resto de la tarde la pasó Blasa llenando la tripa con buena parte de la comida que había en la nevera. Los concursantes, impotentes observaban como la mujer se atiborraba con casi la mitad de lo que había en la nevera. No se explicaban como un cuerpo tan menudo y ajado podía ingerir tal cantidad de comida.  Solo cuando hubo acabado con la comida más sustanciosa  dejó que el resto de los concursantes se repartiesen la restante.


La corta travesía hasta la Isla Madura había sido sobrecogedora, con aquella bruja observándole como si fuera un delicioso pirulí. Gonzalo lo había intentado por todos los medios, incluso había amenazado a producción con abandonar el reality, pero ellos sabían que necesitaba urgentemente el dinero si quería continuar con su tren de vida, así que habían sido inflexibles y no habían tenido misericordia. Estaría encerrado durante una semana con aquella bruja en una isla minúscula. Al menos habría abundante comida...

La isla era poco más que un peñasco en el medio del mar. Cuando entraron en la pequeña cala que daba acceso a la playa donde desembarcarían, pudo ver como una miríada de peces de todos los tamaños y colores nadaban casi al alcance de la mano. Era verdad que había un montón de comida, pero ¿Cómo demonios iban a conseguirla sin  aparejos de pesca?

La rutina se estableció rápidamente. Gonzalo se dedicó a intentar pescar sin apenas éxito mientras Blasa se dedicaba a mirarle como si fuese un delicioso filete. De vez en cuando pasaba la lengua por sus consumidos labios con un gesto tan lascivo que le causaba escalofríos.

Después de intentarlo día y medio sin ningún éxito, estaba a punto de perder los nervios. Tenía la piel arrugada de tanto tiempo como había pasado en el agua y el estómago le rugía como si tuviese una pantera dentro. Se tumbó en la arena extenuado y sin saber qué hacer.

—¿No ha habido suerte? Es una lástima. —dijo la mujer irguiéndose.

—Ninguna. —dijo Gonzalo fastidiado.

—Quizás deba pescar algo. Empiezo a tener algo de hambre. —dijo Blasa estirándose y haciendo chascar todos los huesos de su columna.

Alucinado, vio como aquel escarabajo negro se acercaba a la orilla e inspeccionaba la playa con atención hasta que encontró lo que buscaba. En el extremo este, descubrió una gran piedra que sobresalía apenas unos centímetros del agua y se sentó en ella.

Se quedó quieta como una esfinge bajo el intenso calor tropical. Era increíble ¿Cómo podía aguantar así? Debería estar cocida como una almeja.

La marea subió lentamente. Durante las siguientes dos horas, la mujer no hizo nada más que permanecer sentada, mirando como subía la marea y justo cuando la roca comenzó a cubrirse con el agua se levantó y comenzó a dar vueltas por los alrededores buscando algo.

—Así no creo que pesques nada. —dijo Gonzalo aliviado pensando que aquella mujer estaba loca y que no pescaría nada dejándole a él en ridículo.

La mujer lo ignoró y siguió buscando. Tras un par de minutos se agachó y cogió algo. Al principio, desde la distancia, creyó que era una gran caracola, pero tras mirar de nuevo descubrió que era tan solo una piedra de considerable tamaño.

La bruja volvió a la roca que ya estaba cubierta con casi  un palmo de agua.

—Ahora te voy a enseñar como pescamos las truchas en Alcatrán —dijo Blasa encaramándose a  la roca y poniendo la gran piedra a su lado.

—Lo primero es un poco de cebo para atraerlos.

Gonzalo miró alucinado como la mujer se agachaba, se bajaba las medias y las bragas y empezaba a salpicarse la entrepierna. No podía verlo, pero si podía imaginar las zurraspas producto de semanas de sudor y suciedad cayendo al agua y formando una pequeña marea negra.

—Esperamos un poco y...

Con un movimiento sorpresivo Blasa levantó la piedra por encima de su cabeza y la descargó sobre la roca con todas sus fuerzas. El estruendo del choque de las dos piedras se extendió por el agua como la onda expansiva de una explosión y  tras un par de segundos Gonzalo pudo ver como alrededor de la mujer salían media docena de peces aturdidos a la superficie.

Con una sonrisa avariciosa la mujer se subió su ropa intima, utilizando el chal como una red recogió los peces que apenas se movían y se dirigió al extremo más apartado de la playa.

Con la ayuda de una concha, abrió los peces y los destripó enterrando las tripas en  la arena. A continuación hizo filetes con los pescados y los colocó sobre una hoja de palma.

Gonzalo salivaba abundantemente mientras la mujer asaba los suculentos filetes, pero no sabía qué hacer. Dudaba que aquella harpía le diese algo de comer, pero estaba desesperado así que se acercó.

—¿Tienes hambre? —dijo la mujer mientras se sacaba la  ropa.

Gonzalo se paró en seco. Estaba famélico. Dispuesto a cualquier cosa por un filete de ese pescado, pero no pensaba acceder a las asquerosas exigencias de aquel engendro.

Sin ninguna vergüenza se quedó desnuda ante él, mostrando su enteco cuerpo, sus tetas exangües y caídas, la piel pálida cuajada de manchas de vejez y un coño apenas oculto por una rala mata de pelos grises.

Blasa abrió sus piernas zambas y ajustándose las gafas se recorrió su cuerpo con un pedazo de pescado hasta introducírselo en la boca con un gesto de sucia lujuria.

Gonzalo se acercó simulando aceptar la invitación y cuando estaba apenas a tres metros la esquivó intentando coger una de las hojas de palma. Gran error. Blasa le enganchó un tobillo con el improvisado bastón y le tiró al suelo.

Aquella mujer era un diablo con el bastón. A base de golpes rápidos y secos en las costillas lo rechazó con facilidad y tuvo que retirarse dolorido sin haber podido coger ni un solo bocado.

La mujer rio y le dijo que esos no eran modales. Gonzalo se retiró a su lado de la playa e intentó no pensar en ello, pero los retortijones causados por el hambre eran cada vez más intensos.

Intentó imitar la técnica de pesca de la mujer, pero la marea ya había subido demasiado para hacer el golpe efectivo y no encontró ningún otro lugar adecuado para pescar, así que volvió a la playa frustrado.

Al mirar de nuevo hacia Blasa descubrió que se había comido más de la mitad del pescado y se había colocado un par de filetes sobre su pubis.

Tras unos minutos más Gonzalo se rindió y se acercó a la mujer. Intentó coger un trozo de pescado con la mano, pero ella se lo impidió haciéndole gestos de que debía hacerlo con la boca. Haciendo de tripas corazón Gonzalo se inclinó sobre aquel cuerpo pálido y ajado y cogió la tajada de pescado con sus labios.

Blasa levantó el pubis y lo movió rápidamente obligando a Gonzalo a realizar varios intentos para conseguir el pescado y haciendo inevitable el roce de los labios de aquel Adonis contra la sensible piel de su entrepierna, produciéndole un intenso placer.

Sabiendo que no disponía más que de los segundos que tardase en tragar el pescado se lanzó sobre Gonzalo y abrazando su cintura, le bajó el bañador y se metió su polla en la boca.

Gonzalo hizo el ademán de separarse, pero la Blasa se agarró a él como una oscura garrapata y fue incapaz de sacársela de encima. Tras dos chupetones, la larga semana sin sexo se impuso y su polla creció dentro de la boca de la mujer.

Hincando sus dedos en el duro culo del joven chupó su miembro con fuerza. Sabía que no lo tenía del todo enganchado, así que mirándole a los ojos, le guiño y escupió su dentadura postiza antes de volver a chuparle el miembro.

Enseguida notó la tensión y la sorpresa del hombre al sentir las encías desnudas acariciando su glande. Gonzalo soltó un gemido bronco y ahogado como no queriendo reconocer las sabias atenciones de la Blasa.

Chupó y lamió el miembro del joven con avidez, admirando su tamaño y grosor, recorriendo las venas que hacían relieve en él con su lengua e imaginando el intenso placer que le producirían al entrar en su chocho. Estaba tan mojada que no podía aguantar más. Con un empujón tiró a un extasiado Gonzalo sobre la arena y se montó sobre él a horcajadas.

Dios que tranca la de aquel joven. Sin poder evitar un "Señor llévame pronto" sintió como aquel gigantesco falo resbalaba por su interior hasta el fondo de su chocho haciendo que toda ella se estremeciese de placer.

Gonzalo estaba como congelado, víctima de la indecisión; solo gemía suavemente mientras aquella vieja, víctima de un bestial furor uterino, saltaba una y otra vez sobre su polla haciéndole sentir un placer como no había sentido en su vida. Su glande tropezaba continuamente con el rugoso interior del consumido chocho de Blasa, haciendo que  su polla palpitase y emitiese intensas punzadas  que hacían que todos su cuerpo se contrajese. Además solo tenía que abrir los ojos y ver aquellos pechos caídos y fofos, las gafas rayadas y los pelos  llenos de mocos  que salían de su nariz para retrasar su eyaculación prolongando indefinidamente su placer.

La bruja se inclinó sobre él y siguió moviéndose como una anguila mientras llenaba de babas su pecho y sus pezones. Pasaban los minutos y Blasa parecía que no iba a parar nunca. Gonzalo encendido por el placer la elevó en el aire y la puso a cuatro patas penetrándola de nuevo.

La folló con todas sus fuerzas levantándola del suelo con cada pollazo mientras ella se masturbaba violentamente con sus sarmentosos dedos. Cerró los ojos y se dejó llevar, intentado imaginar que estaba con su última ex. Cogió la cabeza de Blasa y la enterró contra la arena a la vez que la penetraba sin descanso. Su miembro llegaba hasta el fondo de aquel arrugado chocho y sus huevos golpeaban contra su clítoris haciendo un sonido característico parecido al de un aplauso.

Sin poder controlarse más, Gonzalo eyaculó una y otra vez dentro del coño de la Blasa mientras esta se corría por efecto del calor de su leche, repitiendo una y otra vez "las gallinas que entran por las que salen" y retorciéndose con una violencia tal que Gonzalo creyó que se iba a partir la columna.

Finalmente se apartó y se tumbó sobre la arena. Cuando volvió a tener el control de sí mismo, una oleada de asco y vergüenza le asaltó. ¿Cómo había sido capaz de follarse a aquel engendro?

Blasa se apresuró a recoger su dentadura y escupiéndola para limpiar la arena, se la metió de nuevo en la boca y le sonrió bizqueando a través de las gruesas gafas. Entonces se inclinó sobre él y le arreó dos bofetones que casi le arrancan la cabeza.

—Eso  es por deshonrarme. —dijo la mujer vistiéndose apresuradamente— Mira que aprovecharse de una belleza inociente como yo...

—Pero...

—¡Caya y arrepiéntete, gañán! —dijo dándole un bastonazo en la barriga— Estoy segura de que todo el mundo lo ha visto y ha sido testigo de tu vileza. —sentenció señalando las cámaras que estaban grabando desde el borde de la playa.

Gonzalo miró en la dirección en la que señalaba la mujer y vio perfectamente el brillo de las lentes de las cámaras y las expresiones entre alucinadas y divertidas de los operarios. Lo único que le quedaba era entrar en el mar y dejarse llevar por las corrientes, quizás un tiburón misericordioso se lo zampara de un par de bocados evitándole así  la  vergüenza.

*Para todos los que no sean españoles les facilito un enlace para que se hagan una idea más concreta del personaje de la Blasa: https://www.youtube.com/watch?v=S2jJ4sI2d3Q