Sunday. Jan 1. 4:37:53 am
Pasé mis dedos por los párpados, como queriendo borrar los rastros de somnolencia. Abrí los ojos. El reloj de mi muñeca me escupía verdades a la cara. Sunday. Jan 1. 4:37:53 am.
El viento soplaba casi acariciándome las mejillas. El alcohol iba acomodándose en mis venas, calentándome la sangre. Inspiré profundamente y a mis fosas nasales llegó el aroma salado del mar que se extendía ante mí. A mis espaldas, martilleaba sin piedad la música del DJ. Con un poco de suerte, ahora que está de moda, quizá pusieran "fiesta pagana", de Mago de Oz, o incluso "Legalización" de Ska-p. Con un poco de suerte, sí, quizá con un poco de suerte...
- Toma, mátalo tú.- dijo alguien a mi derecha.
El arma, mi boca. La víctima, un porro de marihuana a medias. Lo cogí y lo llevé a mis labios. A la primera calada sentí cómo su calor inundaba mis pulmones y luego escapaba en forma de humo, con la cadencia y la suavidad de una buena poesía. Cerré un momento los ojos para disfrutar del calor tranquilo del canuto.
Pasé mis dedos por los párpados, como queriendo borrar los rastros de somnolencia. Abrí los ojos. El reloj de mi muñeca me escupía verdades a la cara. "Sunday. Jan 1. 4:37:53 am". Seguía en noche de nochevieja. Mi figura se recortaba sobre un horizonte oscuro en el balcón del local. Perdí mi mirada por el mar, como buscando barcos en el horizonte. Di una última calada al porro y lo tiré al suelo. Chafé la colilla, y devolví mis ojos a las aguas que reflejaban la luz de las farolas del paseo y de la Luna, que no era más que un arañazo curvo en la oscuridad del cielo. Delante de mí, en la playa, sólo una chica caminaba sobre la arena.
No sé porqué me fijé en ella, desde la distancia y a contraluz no podía asegurar cómo era de guapa. Sin embargo, me quedé mirándola. Al rato, me sorprendía quitándose ropa y luego lanzándose a las frías aguas del enero mediterráneo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al ver cómo aquella mujer se enfrentaba a un mar invernal completamente desnuda. Sí, desnuda. A pesar de la distancia, y gracias al brillo de las farolas, se podía ver la ropa que había dejado en la arena, además de la suave sombra que formaba un triángulo de vello púbico sobre su sexo.
Mientras el mundo se empeñaba en afirmar que hoy era una noche de fiesta, esa mujer, en el agua, parecía ajena a todo el griterío, ruido musical y demás perturbaciones del sosiego natural de las cosas. Movía su cuerpo en el agua como si la fecha y el frío no fueran con ella. Las olas parecían relajarse cerca de ella. El agua era una balsa mientras su cuerpo entraba y salía del agua, haciendo que su piel morena brillara, sobre todo la de sus piernas.
- Ahora vengo, voy a tomar el aire.- dije a los que me acompañaban, a todos en general y a nadie en particular, dirigiéndome hacia la puerta.
Bajé las escaleras intentando esquivar a la marabunta de chavales que abarrotábamos el local. Me pusieron el cuño en la muñeca izquierda y salí de allí agradeciéndole a la noche su silencio, que batallaba con los acordes de la música que retronaba en el interior. Estaba sonando... ¿Ariel Roth? No, creo que era Maná. Sí, seguro. Era Maná. No importaba lo más mínimo pero apostaría lo que fuera a que era Maná.
Salí al paseo marítimo intentando localizar a la chica. A ella no la vi, pero encontré el montón de ropa que se había quitado. Avancé hacia él y vi que también había una toalla. Ella parecía haber desaparecido.
Me quedé preocupado al no verla. Por mi mente pasaron diversas posibilidades. Entre todas, estaba la de que se hubiera ahogado. Podía haberse ahogado, el mar no estaba precisamente tranquilo y las corrientes se la podían haber llevado hacia lo lejos. Estaba a punto de quitarme la ropa para buscarla dentro del agua cuando su cabeza emergió altiva de la superficie marina. Su pelo mojado reflejó la luz directamente sobre mis ojos, haciendo una fiesta de reflejos sobre mis pupilas. Cuasi hipnotizado por ella, yo también me desnudé y me metí en el agua.
Agujas de frío se clavaron en mi cuerpo. Se me cortó la respiración durante un instante mientras mi cuerpo, completamente destemplado, luchaba para adaptarse al agua fría. Comencé a nadar lejos de la mujer. No me interesaba abordarla. Nadé hasta que nos quedamos a cincuenta metros, más o menos, en una línea paralela a la orilla. Tardó en verme, cosa que no me importó, ya fuera por que mi cuerpo trataba de acomodarse entre las frías corrientes, ya fuera por que me estaba empezar a gustar sentir ese frío por todo mi cuerpo.
¿Qué haces aquí?- me gritó, con un acento que no pude identificar.
No lo sé. ¿Y tú?
Me miró con extrañeza y luego siguió nadando, aunque a cada dos por tres me miraba de reojo. Yo seguía manteniéndome a flote, intentando fijar mis ojos en el mar, que se perdía por allá lejos, batallando con el cielo en el horizonte, en una batalla destinada a acabar en empate por toda la eternidad.
Volví a buscar a la chica, pero había desaparecido, aunque su ropa seguía en la arena. En fin, el paisaje también era precioso. Estaba abstraído mirando una estrella que se asomaba tímidamente por encima de la línea entre cielo y mar cuando, de repente, algo me tocó los muslos. Giré sobre mí mismo, sin encontrar nada ni a nadie, dando una vuelta completa. Luego oí una risita a mis espaldas. Me giré, y allí estaba ella.
Vista de cerca puedo afirmar que era preciosa. Su piel mojada le confería un brillo mágico. Nariz pequeña, ojos grandes y azules, quizá ligeramente achinados, labios finos que esbozaban una sonrisa traviesa y se veían completamente apetitosos bajo el marco de su melena negra.
Iba a decir algo cuando se introdujo en el agua. Al instante, ya la volvía a tener detrás de mí. Riendo. Siempre riendo. Volví a girarme, volvió a introducirse en el agua. No sé por qué, pero me recordó a una de esas ninfas de la mitología helénica. Estaba jugando conmigo como lo haría una de ellas.
- Estoy aquí.- Sonó, cómo no, a mi espalda.
Me giré y volvió a meterse en el agua, sólo que esta vez la seguí. La sal se me introducía en los ojos mientras la buscaba bajo el agua. Entonces la vi. Me quedé petrificado. No sé si fue efecto óptico o efecto del alcohol, pero juraría que tenía cola de pez. ¡Cola de pez! ¿Era cierto? ¿Estaba nadando con una sirena? ¿Habría bebido tanto? Sólo fue un instante, pero pude ver cómo sus piernas estaban envueltas en un brillo plateado hasta la cintura, donde comenzaba el cuerpo de mujer, donde comenzaba una cintura estrecha, unos pechos más que generosos, unos pezones de grandes aureolas, un medio-cuerpo perfecto. Un medio cuerpo de mujer.
Volví a salir a la superficie completamente asombrado. Ella salió justo delante de mí, con la misma sonrisa juguetona. En cuanto ella salió volví a meterme en el agua. Ahora sí, ante mí, todo el esplendor de su cola de pez. Pude ver cada brillo, cada detalle, cada escalón de las escamas. Era algo tan bello que hipnotizaba. No duró mucho la visión. Ella, la sirena, descendió a mi nivel, bajo el agua, con cara de susto. Sus ojos mostraban un temor no carente de confusión. En un instante, sentí sus manos en mis mejillas y su boca acercándose a la mía. Instintivamente, abrí mis labios y una pequeña corriente de agua salada se coló en mi boca antes de que fuera tapada por la de la sirena. Su pelo me tapó entonces la vista, mientras mis manos se aferraban a su espalda.
Poco a poco, sentí que estaba cayendo, bajando en el agua, hasta que mis pies tocaron el fondo arenoso del mar. No me faltaba el aire. Por lo menos no todavía, ya que, aunque me había parecido una eternidad, sólo hacía unos diez segundos que había metido mi cabeza en el agua buscando ver de nuevo la cola de la sirena. ¡La cola! Mis manos descendieron por su espalda buscando la superficie escamosa.
Sin embargo, allí ya no había cola de pez, ya no habían escamas. Lo que yo estaba tocando, era una piel humana. Suave y humana. Lo que mis dedos tocaban eran unas piernas. Lo que mis dedos tocaban era la quebrada de unas nalgas firmes, suaves y redondas. Lo que mis dedos tocaban era una cadera de mujer, era una vello púbico corto y empapado, era un sexo de mujer. Era un sexo de mujer. Era un sexo de mujer y mi verga respondió con una erección instantánea.
Cuando mi mano acarició el prominente monte de Venus de la mujer, se separó de mí. Cuando lo hizo, fijó sus ojos azules en mi cara. Hasta debajo del agua se podían ver sus bellos ojos azules. Automáticamente, miré sus piernas. Ahora sí. Piernas. No se parecían en nada a la cola de pez que había visto antes. Ella, después de regalarme esa mirada inexpresiva, pasó por mi lado buceando.
Sin embargo, cuando estaba a veinte centímetros de mí, pude ver como sus piernas se juntaban y se cubrían de nuevo de un brillo plateado. De nuevo, se vestía con su cola de pez y se alejaba nadando, o buceando mejor dicho. Luego, el agua nubló su imagen y desapareció en la distancia.
¿Qué había sido más real? ¿Ver su cola? ¿Tocar sus piernas? ¿Ver sus piernas transformarse en cola de pez? ¿Acaso todo?... ¿Pero qué estaba diciendo? ¿Acaso me creía que todo esto era real?... ¿Y por qué no? Un pinchazo en el pecho me sacó de mis pensamientos. Ya se me había olvidado que estaba bajo el agua. Ahora sí que me faltaba el aire. Salí como pude a la superficie. El aire que se coló en mis pulmones estaba tan frío que me arrancó un ataque de tos. Miré a mi alrededor. No había nadie.
Lo más extraño que me había pasado en la vida había desaparecido. Se esfumó como el humo del porro que me acababa de tomar. ¿Habría sido eso? ¿La maría? En fin. Fuera lo que fuera, Había desaparecido. Nadé hacia la orilla, a recoger mi ropa.
- ¿Por qué has tardado tanto?- La voz me sorprendió a mis espaldas.
Me giré y allí estaba ella. Tan real como antes. Tan desnuda como antes. Tan bella como antes. "Tu piel morena, sobre la arena..." cantaba un grupo cuyo nombre olvidé. ¿Viceversa? ¿Platón? ¿Qué más da? Alguien lo escribió y lo cantó ¿De verdad importa quién lo hizo? "...Nadas igual que una sirena... Tu pelo suelto ondea al viento..." Me quedé de piedra de nuevo ante su cuerpo desnudo. Mi miembro, aletargado y escondido por el frío, comenzó a despertar de manera violenta. La mujer me extendía una toalla que no quise coger. Aún una pregunta ronroneaba en mi mente.
- ¿Antes...? ¿Tú...?- ¡Maldita sea! ¿Cómo le preguntas a alguien si es una sirena?
Sin embargo, la chica lo comprendió sin yo decir nada.
- ¡Qué demonios! ¿Porqué no decírtelo? Total, creo que lo has visto- dijo.
Entonces, juntó sus piernas, que se comenzaron a hinchar cerca de la cadera y a estrecharse en los tobillos, mientras se tintaban de un gris plata. En pocos segundos, tenía ante mí una sirena de pie en la playa.
- Ya lo has visto. ¿te importa?
Y tan rápido como apareció, su cola de pez desapareció dejando de nuevo a la vista unas piernas largas y torneadas y un sexo de labios hinchados y apetitosos.
- ¿Si me importa para qué?
Me acerqué a ella y tiré de sus manos la toalla. Después... La besé. Nos besamos, si hay que hacer honor a la verdad. Pues su boca buscó el encuentro tanto o más que la mía. Su lengua entró en mi boca. La mía, en la suya. Y danzaron juntas. Danzaron sobre la hoguera de nuestra excitación. La hoguera que me ardía en la punta de los dedos hasta que los llevé al territorio amigo de la espalda de la mujer-sirena. Mis manos bajaron hasta su culo. Redondo, magnífico. Un culo perfecto. Mis dedos acariciaban la suave y caliente piel de sus nalgas mientras mi verga le hacía un corte de mangas al frío y sacaba altiva la cabeza endureciéndose hasta llegar al umbral del dolor.
No sé quién hizo el primer movimiento, o quién cayó antes, pero los dos acabamos dando vueltas por la arena. Sentía la divina opresión de sus pechos, y sus pezones, sobre mi torso. Ella, por su parte, también debía sentir otra opresión un poco más abajo. Dejamos de rodar, y ella quedó sobre mí. Mi verga apuntaba al cielo. Ella cogió mi falo con una mano y lo encaminó hacia su sexo, que se abrió suavemente recibiendo al esperado invasor. Un suspiro de su boca encendió el aire de la madrugada mientras, allí arriba, a escasos trescientos metros, sonaba la música y el gentío bailaba ajeno al espectáculo que dábamos en la playa.
Mis manos viajaron a sus pechos, a sus caderas, a su mejilla, eran extranjeras de turismo en un país nuevo. Eran extranjeras por las calles de sus labios, por los montes de sus pechos, por la estepa de su vientre, por la obra de arte que era su cuerpo desnudo sobre mí. Un cuerpo desnudo y mojado que brillaba reflejando toda la luz que recibía.
La sirena comenzó a moverse sobre mí, deslizando sus caderas por sobre mi cuerpo, gimiendo, extasiando mis sentidos. Los gemidos también escapaban de mi boca. La arena jamás me había parecido un colchón tan suave, el aire frío parecía una cálida manta sobre nuestros cuerpos envueltos en el frenético baile del sexo.
Sentía como mi miembro era abrazado con fuerza en el interior del cuerpo de la mujer-sirena. Cada vez la sentía más ardiente, más potente en sus movimientos, más enloquecida en sus murmullos de placer. El reloj avanzaba contando segundos y minutos mientras nosotros seguíamos envueltos el uno sobre el otro.
Mis manos encontraron sitio por fin. Una, la izquierda, se quedó jugando con los erectos pezones que miraban al frente. La otra, la derecha, buscó el clítoris inflamado, que clamaba por un aliado en esa carrera al orgasmo. Las manos de mi compañera se dirigieron a mis hombros, clavando sus uñas en mi espalda, pintando con cuatro rayas rojas cada lado de mi dorso. Sin embargo, jamás el dolor estuvo tan lejos de mí. Jamás el placer fue tan grande como ahora. Tan grande como para hacerme olvidar el dolor de la espalda, la arena pegándose a mi piel, las más que posibles miradas desde aquél baile que tan lejano en el tiempo y el espacio me parecía.
Sus ojos azules estaban fijos en los míos, mientras de su boca escapaban gemidos, jadeos, palabras entrecortadas y al final, mojándose por dentro tanto como por fuera, haciendo latir su sexo apretando el mío, haciendo que estalláramos juntos, su grito rasgó en dos el silencio de la madrugada de Nochevieja.
Derrotada, derrotados, ella cayó sobre mí. Sentí su cuerpo caliente pegarse al mío. En un último movimiento, me besó tiernamente los labios. Luego, me quedé dormido. Creí que habían pasado horas cuando desperté.
Pasé mis dedos por los párpados, como queriendo borrar los rastros de somnolencia. Abrí los ojos. El reloj me escupía verdades a la cara: "Sunday. Jan 1. 4:37:54 am". Seguía en noche de nochevieja. Mi figura se recortaba sobre un horizonte oscuro en el balcón del local. Perdí mi mirada por el mar, como buscando barcos en el horizonte. Di una última calada al porro y lo tiré al suelo. Chafé la colilla, y devolví mis ojos a las aguas que reflejaban la luz de las farolas del paseo y la de la Luna, que no era más que un arañazo curvo en la oscuridad del cielo. Delante de mí, en la playa... no había nadie.