Sumiso nato Parte XIV: El primer día en casa

El sumiso pasa su primer día en casa y ya le tratan de forma grotescamente humillante y vejatoria.

Después de plancharlo, analizo la longitud de su hermoso cabello, se lo cepillo de nuevo con mucho cuidado y recojo la mitad de su magestuosa melena en un mechón en el centro, luego le hago un nudo y lo llevó hacia atrás, le echo una pequeña cantidad de espuma a esa parte del mechón que para mi sorpresa le da volumen al pelo, harora le echo otra pequeña cantidad de espuma, y con el pelo que le queda suelto le hago un nudo y concentro todo su pelo en la coleta, le echo otra cantidad de espuma, a unos centímetros del nudo le hago otro nudo y así sucesivamente hasta hacerle una coleta con varios nudos a lo largo de esta. No me lo creo, nunca había hecho esto, y sin embarjo diría que me ha salido... perfecto.

Ahora le repaso la cara con iluminador, luego maquillo los párpados de sus ojos para elaborar las sombras y finalmente los labios. Con cada paso tengo miedo de equivocarme y enojarla, tengo tanto miedo que no sé como no estoy temblando. El iluminador le da más brillo a su cara, el maquillaje de ojos intensifican su mirada y el granate de sus labios producen el mismo efecto en su sonrisa. Reconozco que cada segundo está más bella, y siento una gran rabia porque soy yo el que la está maquillando. Ella está... está...

  • Mi Princesa, reconozco que usted es hermosísima, pero le favorece una barbaridad y está divina.

  • Ya lo sé, por eso quiero que me maquilles, pero no esperes que por hacerme uno de tus cumplidos sea más amable contigo.

  • No se preocupe, mi Princesa, eso ni me lo había planteado.

Por fin termino de maquillarla, ella se mira al espejo, sonríe, por lo menos la he complacido. No puedo creerlo, todo lo que hago es improvisar, y sin embargo he dado en el clavo, la he peinado exactamente como me ha ordenado.

A continuación me mira, me ronríe y me acaricia.

  • ¿Tienes calor, gilipollas?

  • Pués ahora que lo dice sí, mi Princesa.

Pero no solo es calor lo que siento, es una mezcla de algo como un extraño cosquilleo que recorre mi cuerpo y me da calambre y al mismo tiempo me quema por dentro. Una mezcla producida por su mirada y la caricia de sus dedos y la vergüenza que me hace pasar.

  • Suda -ordena ella-. Quiero que sudes como un cerdo y te ruborices hasta que sientas que tu asquerosa cabeza va a reventar.

De repente comienzo a sentir que ese extraño fuego de mi interior se hace más fuerte, siento que mi piel se humedece, mi cara, mi cuello, mis axilas... No puedo creerlo, mi fisiología la obedece a ella, cuando es algo que el cerebro hace automáticamente, la gente no controla ese tipo de reacciones.

  • Oh, vaya -responde risueña y con voz melosa la Señorita Ibañez al ver mi sudorosa cara-, estás sudando mucho, ahora no sé si besarte, poque me haría un empastre con la mezcla de mi carmín y tu sudor. Tienes más calor que antes, ¿no, tontito?

Mientras habla también me sonríe y me acarcia con sus suaves dedos, lo que potencia el rubor que me produce su órden, la cual por alguna extraña razón obedezco incoscientemente.

  • No, mi Princesa, no sudo por eso.

  • Ya, entonces -se acerca a mí y con una sonrrisa me pregunta susurrando-, ¿Por qué sudas como si fueras un cerdito?

  • No lo sé, mi Princesa, pero he empezado justo cuando me ha ordenado que sudara.

  • ¿No será porque te da vergüenza que yo te controle, porque soy tan bella y fe-me-ni-na -insinúa burlona, disfrutando del absoluto dominio que tiene sobre mí-, que hasta tú caes rendido a mi encanto o porque eres tan o-be-dien-te y su-si-so que o puedes resistir a mi autoridad?

  • Debe ser eso, mi Princesa, pero no sé porque mi mente te obedece de esa forma.

  • Sencillamente porque eres de naturaleza sumisa y carente de voluntad, lo único que hace falta para doblegarte es ser una mujer, ser femenina, tener feminidad y otros muchos requisitos que tú nunca podrás tener.

  • Ahora ve a tu cuarto y ponte la ropa que tienes en la cama.

  • Si, mi Princesa.

Voy a mi habitación, durante mi ausencia la han modificado completamente, la pared está pintada de rosa suave, los muebles y la colcha de la cama también son rosas, pero de un tono chillón. Echo una mirada a la ropa que hay encima. Han colocado unos short rosas de merzclilla, unas bragas rosas, unas medias blancas, unas bailarinas rosas y un top blanco de poliéster. Dios mío, con esto me voy a morir de frío.

Me quito la ropa que llevo puesta y empiezo a ponerme las bragas, me aprietan un poco, luego las medias, también me aprietan, pero son flexibles y finalmente el pantalón; esto sí que me aprieta, me molesta mucho en el entrepierna, pero no tolerará la menor queja; finalmente me pongo el top. Me siento ridígulo y ultrajado; no sé qué puedo hacer.

Cuando termino de arreglarme salgo de la habitación y me reúno con la Señorita Ibañez.

  • Ahora coge mis cosas y acompáñame, vamos de... -hace una pausa repentina-, huy, quería decir que ¡voy! de compras, tú solo vas a seguirme como el perrito faldero que eres -añade risueña, coqueta y melosa.

  • Sí mi Princesa.

  • Tu verdadero infierno empieza ahora, piensa en ello hasta que vuelva de compras -me mira más fijamente y con malicia y advierte imperativa.

  • Sí, mi Princesa.

Cojo su bolso, me coloco detrás de ella, bajo la mirada y cuando los dos salimos del piso cierro la puerta mientras ella llama al ascensor.

Estoy muerto de sueño, estoy en ayunas, y además me ha destrozado el cuerpo con sus agresiones. Desearía que me diera un respiro para comer un poco; pero sé que no me combiene pedírselo. Pero salir con tan poca ropa en febrero y además travestido...

Tengo que hacer malavares para cogerla sin que se caigan las bolsas.

  • ¡Como tires la chaqueta o una bolsa te arranco las pelotas aquí mismo!

Ahora si que me asusto, nunca la había visto así.

  • Mira mamá, ese chico parece un esclavo de la chica que le habla -comenta una niña pequeña.

  • Sí, cielo, es su esclavo, le han lavado el cerebro para para obedecer a las mujeres -responde su madre. Creo que conozco la voz, pero no sé de qué-. Ahora son escasos y cuesta mucho comprar uno, pero dentro de poco, nosotras también tendremosa uno, aunque tengan que convertir a tu tío Javier.

  • Un momento, yo te conozco -añade la madre de la niña, caminando hacia mí. Conforrme se acerca y habla, tengo la impresión de que era alguien que me humillaba y me ponía en evidencia... empiezo a pensar que la veía muy a menudo, en un lugar donde la gente me hacía sufrir muchísicmo y solía castigarme y burlarse de mí.

La tengo justo delante, pero no me atrevo a levantar la mirada, intento centrarme en la Señorita Ibañez, sus pies y sus cosas. Con esto ya tengo bastante. Me coge de la barbilla para girarla hacia ella, pero tiendo a retraerme. Veo que tiene las uñas pintadas de rojo.

  • ¡Imbecil, si ella quiere verte la cara sabes que no te puedes negar! -advirte dándome una colleja.

Automáticamente dejo que me gire la cara para obligarme a mirarla.

Mide 1,65, mas los 6 cm de sus zapatos 1,71, tiene el rostro rectangular. Lleva el pelo liso, con su melena granate muy oscura ligeramente por debajo de los hombros y un mechón recogido con una cinta roja, Su bella sonrisa muestra unos labios suaves color nude. El inferior es de mayor tamaño que el superior; sus ojos son almendrados y sus cejas ligeramente arqueadas...

Lo que yo temía, es Elisa García.

  • Tienes buen aspecto, se nota que te cuidan bien.

  • Sí Señorita García.

  • Hija, juega un poco con él, te prometo que no se resistira a nada de lo que le hagas.

Una niña de unos 8 años se acerca a mí; me sorprende que Elisa tenga una niña aparentemente tan mayor, pero 9 años más joven que yo.

Tiene el pelo recogido en una coleta de caballo; va vestida con uniforme escolar; falda, leotardos y abrigo azul marino.

Me mira con timidez y curiosidad al mismo tiempo. Yo estoy paralizado e indefenso ante ella. Me acaricia la cara con sus pequeños y delicados dedos, lleva su mano a mi cabellera, me coje del pelo y me tira al suelo; coloca uno de sus zapatos de tacón a mis genitales y los presiona sin piedad. Hasta una niña que no tiene ni 10 años me tortura y me humilla públicamente sin piedad.

Oigo las risas de las transeúntes.

Ella se arrodilla delante de mí y me acaricia de nuevo en la cara.

  • ¿Por qué no te defiendes, niñato? -me pregunta ella-, no te costaría nada.

  • Porque no me lo han ordenado, y aunque lo hicieran no sería capaz.

  • Ah, ¿no? ¿y por qué no, si se puede saber?

  • En primer lugar porque sería inmoral resistirse al trato de una fémina, de todos modos creo que me quedaría paralizado sólo por planteármelo, creo que es porque es un fémina, pero no alcanzo a entender que razón puede ser esa.

Ella me da toque con el dedo índice en la frente mientras me escupe en los labios aprovechando que los tengo abiertos.

  • Pues es muy simple, como tú bien has dicho, soy una fémina y sería inmoral por tu parte resistirte al control que tengo sobre ti.

  • Sí Señorita.

  • Además, aunque te cueste creerlo, ya soy más hermosa que tú, más lista y madura.

  • Sí Señorita.

  • El poder femenino es tan efectivo que hasta yo puedo dominarte a mi antojo.

Sí Señorita.

  • Y todo eso con sólo siete años de edad.

¡Siete años, y ya ha desarrollado semejante intelecto y crueldad!

  • Como te habrán explicado, las chicas somos superiores a ti.

Sí Señorita.

  • Somos más listas, más fuertes y somos capaces de hacer que te ru-bo-ri-ces y de manipularte a ti.

  • Sí Señorita....

No sé cuanto lleva sermoneándome, a cada comentario que hace yo respondo con un "Sí Señorita". Estoy en medio del centro comercial. pasan Damas de todas las edades, desde jubiladas, hasta adolescentes que salen a divertirse con las amigas. Todas ven como me sermonea y me humilla una niña a la que le saco diez años, que sin embargo me tiene tirado en el suelo. Y está sentada sobre mí.

  • Vale hija -interviene su madre con una bella sonrisa-, estoy segura de que ya le ha quedado claro el lugar que le corresponde a este miserable -añade con un tono que mezclaba arrogancia y ternura.

Una cosa es cierta, tanto las Damas de mi familia como cualquier otra fémina que he conocido, incluso cualquier niña de siete años ya son más listas, hermosas y poderosas, tanto que consiguen doblegarme sin dificultad y someterme a su voluntad, no es sólo por el tratamiento al que me sometió doña Cecila, siempre me he quedado embobado ante la abrumadora belleza e inteligencia de la Señorita Ibañez. Siempre ha sido muy cruel conmigo, pero esa crueldad y todas sus virtudes acababan cautivándome para que la obedeciera. Si yo no fuera el único del repugnante género masculino, creo que ellas se las habrían arreglado para que yo agrediera a alguien...

  • ¡Baja de las nubes, perro! -exclama mi Princesa dpateándome con la puntera de su zapato-. ¡No estás aquí para relajarte!

  • Sí Señorita -respondo al tiempo que me levanto mientras las Damas del entorno se ríen.

Pero ella me coge del pelo y me tira nuevamente al ssuelo.

  • A ver, ¿qué parte de la palabra perro no entiendes? -hace una pausa y vuelve a clavarme la puntera- Tienes que ir a cuatro patas.

  • Sí mi Princesa, lo siento mucho -rectifico mi postura.

Empieza a caminar y yo voy tras ella, con la mirada clavada en sus zapatos. Oigo el sonido de su caminar, retumba en mi cabeza, desperado por escapar... pego mis labios a su calzado y lo beso con toda mi entrega, todo mi entusiasmo y por supuesto con toda mi... humillación.

Vamos... quiero decir "va" a varias tiendas de moda y complementos. Yo sencillamente sigo sus zapatos, su andar, el sonido acompasado de sus tacones... y todo ello sin dejar de besar desenfrenadamente su calzado,

  • ¡Lerdo, estás bajando tu rendimiento! ¡Si no los besas con más entuiasmo sufrirás las consecuencias!

  • Sí mi Princesa -respondo levantándome.

Otra costumbre que ha cogido es que me da órdenes contradictorias o ambiguas para confundirme delibe-radamente y castigarme por ello.

  • Así me gusta, que muestres en público diligencia hacia mí.

No sé a donde me lleva, pero justo cuando entramos me ordena que me ponga derecho.

Me levanto, incómodo, inseguro y temeroso levanto la cabeza y la mirada.

  • ¡Insolente! -exclama mientra entramos en un local- ¿Quien te ha dicho que levantes tu cabeza de chorlito por encima de la mía?

Mientras me recrimina no duda en darme un duro rodillazo en los genitales. De forma repentina las Damas que hablaban entre ellas se quedan en absoluto silencio.

  • Buenas tardes, ¿les... le puedo ayudar en algo? -pregunta una joven de unos veinticinco años, sorprendida, a judgar por su voz, pero sin un atisbo de empatía ni compasión hacia mí.

  • Sí, quiero unos zapatos que he visto en el escasparate, con tacones de seis cm, color marfil, y embellecidos con diamantes.

  • Claro -responde alegre la emplieada.

Como de costumbre, al salir del comercio, yo voy detrás de ella, y permanezco a cuatro patas para dar la imagen de un perro faldero.

A lo largo de la tarde pasamos por varios comercios y ella me trata de un modo degradante y enviando un mensaje claro a las damas que nos ven, "Así es como las mujeres deben tratar a los hombres, son simples sir-vientes que deben ser tratados sin consideración tan inferiores a nosotras que no importa si les exprimimos".

Seguimos caminando y salimos del centro comercial. Como no podía ser de otra manera, soy yo el que lleva las bolsas de la compra, tres pares de calzado, faldas de invierno y un interminable etcétera. Voy a poco menos de un metro por detrás de ella, con mi cabeza por debajo de sus hombros, y la mirada al suelo. Lleva tacones de unos siete cm, aun así tengo que agacharme para no enojarla.

Volvemos a casa.

  • Deja las bolsas en mi cuarto y vuelve, que aún tenemos cosas que hacer.

  • Sí mi Princesa.

Voy al cuarto de Silvia y vuelvo al salón. Pero no puedo entrar; mi hermana está justo delante de la puerta y me planta la mano para indicarme que me detenga.

Sin previo aviso me coge del pelo, me arrastra por el pasillo hasta el baño y me mete en el baño, pero no contenta con eso me obliga a arrodillarme delante de la puerta, me pasa una cuerda por el pasador del cinturón y me ata las manos por detrás; pero no contenta con ello, la aprieta para constreñirme la cintura, pero eso no es todo, también me rodea el cuerpo con una cuerda mucho, mucho más larga y gruesa por el cuello, por las piernas, las ingles... mientras pasa la cuerda me dice que separe la pantorrilla de los pies, que separe las piernas, que junte las pantorrillas de nuevo con los pies y las piernas también. Cuando termina estoy de rodillas frente a la puerta, con las manos atadas por la espalda, y las piernas juntas y el culo pegado a las plantas de los pies; estoy literalmente inmovilizado, para acabar me introduce un puñado de algogón en la boca, me sella los labios con una cinta americana, me acaricia con una falsa ternura y me besa en la frente.

  • Esto es para que reflexiones sobre lo mal que te has portado -comenta miránome con una pérfida sonrisa, para apagar la luz y dejarme encerrado en la oscuridad más profunda.

Pasan unos segundos y de momento no dice nada mas.

Me clava las uñas debajo de las costillas.

  • ¿No dices nada, tontito? -pregunta con su nueva sonrisa.

  • Sí mi Princesa.

Me pone la planta del pie en la espalda. No hace nada de fuerza, sabe que no me resistiré nada.

  • Si cuando abramos no estás de rodillas, o peor aún si no estás... te... la... cargas. ¿Te enteras... tontito? -pregunta haciendo una pausa en cada palabra, saboreando el poder que ejerce sobre mí.

su tono de voz es dulce, femenino, meloso y tierno, pero también lleno de burla y desprecio.

  • A cuatro... patas... perrito -ordena

  • Sí mi Princesa.

¿Pero, qué ha querido decir con eso de que me he portado mal? La he seguido con la cabeza por debajo de sus hombros hasta que me ha ordenado que me colocara a cuatro patas, ¿Se suponía que debía agacharme más y permanecer por debajo de su cadera? ¿Tenía que haber besado sus zapatos con más entusiasmo? ¿Me ha faltado besar también los zapatos de todas las damas con las que me he cruzado? ?He olvidado de algo cuando he visto a doña Elisa y su hija?

Y si una niña de siete años me humilla sin ninguna piedad, ¿qué me hará Inma Ibañez? Ella es casi tan cruel como mi hermana. ¿Qué me pasará en las comidas familiares? ¿Cómo se lo tomará la Señorita García, la dama que nos limpiaba la casa? Bueno, seguramente me encargará que lo haga yo mientras se ocupa de reñirme, diciplinarme y castigarme con la misma crueldad que me han mostrado las chicas hasta ahora.

Mientras me asaltan estas dudas me doy cuenta de que el cuerpo empieza a dolerme a consecuencia de la enorme presión que estas cuerdas hacen sobre mí. Además no puedo ni recolocarme para liberar la presión que siento en la tibia.

Oigo unos tacones acercándose hacia el aseo. Efectivamente, es Silvia que viene a por mí.

Da igual que sea de la familia, ellas me desterraron hce tiempo, tengo que trabajar en mi propia casa como la chica de la limpieza, atenderlas como la criada, aunque haya hecho las tareas del hogar siempre tienen una excusa para tenerme ocupado, como servirles una bebida, volver a fregar el suelo de nuevo, y si pasan con el suelo mojado y dejan huellas me hacen fregar toda la casa. Da igual que termine las tareas del hogar, si las acabo me hobligan a repetirlas o me dan un encargo. Y si no saben qué hacer conmigo, normalmente tengo que estar a cuatro patas frente a ellas para servirles de taburete; pero en esta ocasión no, ahora estoy encerrado en el baño de mi propia casa.

Estoy encerrado en la oscuridad absoluta del cuarto de baño, de rodillas, totalmente aterrado; este último regalo estoy convencido de que ella siempre podrá manipularme, humillarme y agredirme a su antojo sin que yo pueda defenderme. Ahora sabe lo que pienso de ella, incluso lo que nunca le diría a nadie por vergüenza.

Me he pasado la vida viviendo un tormento insufrible por servir a mi familia, y cada idea que tengo tengo la impresión de que mi tormento se multiplica por diez.

Oigo unos paso, por el sonido de los zapatos creo que es mi hermana. En efecto abre la puerta.

  • Vamos, haznos la cena -ordena sonriendo.

  • Sí mi Princesa -espondo ponendóme a cuatro patas para caminar como un perro hacia la cocina.

Les hago la cena, les sirvo con total humildad, sumisión y poniendo toda mi atención a los detalles. Les sirvo lo que he cocinado y luego me hacen comer y beber en los platos, cubiertos y un vaso que han usado ellas. Me dejan beber con la condición de que absorviera el agua en la marca que mi madre ha dejado de carmín. Luego tengo que fregar e irme a dormir, pues mañana me espera una jornada dura bajo la tutela de Lorena.

Termino de fregar y me voy al salón. Tengo que preguntar a mis "propietarias" qué quieren que haga. Decidan lo que decidan no me gustará nada, si quieren que me duerma la noche se pasará muy rápido y no esperar´´e mucho a que venga Lorena, pero si quieren que esté despierto, puede que me encierren en el baño en una postura muy incómoda o puede que me gan seguir sirviéndoles mientras ven la televisión. En cualquier caso no depende de mí.

A cuatro patas llego a la presencia de ellas.

  • Ya he terminado de fregar -anuncio mirando al suelo- ¿Desean que haga algo mas seróritas?

Mi progenitora aparta la vista de la televisión y me mira desafiante.

  • ¿Has fregado el suelo? - pregunta inexpresiva.

  • No, mi señora.

  • ¿Entonces por qué dices que ya has fregado? Llena el cubo de la fregona y ponte a trabajar.

  • Mi señora, decía que he fregado los...

  • ¡Decías una excusa, gilipolleces, como siempre! ¡Y haz lo que te he dicho!

  • Sí mi señora.

Voy a la galería, lleno el cubo, echo un chorro de lejía y empiezo a fregar la cocina, luego el recibidor, el pasillo, el cuarto de mi madre...

Silivia acaba de entrar en la cocina, de ahí va a su cuarto.

  • Huy, estoy pasando por donde ya has fregado y el suelo sigue mojado -me mira con maldad-, es mas, quiero que friegues por cada huella que he dejado, entre la cocina y el pasillo he dejado 15 huellas, ¿me oyes? Así que date prisa.

El antebrazo izquierdo se lo ha llevado al estómago, la mano bajo las costillas derechas, el codo derecho en la mano izquierda, la mano derecha se la ha llevado a la boca, se acaricia juguetona el labio inferior con el índice; sonríe ligeramente, aprieta un poco los párpados. Está claro que lo hace para fastidiarme, se divierte jugando conmigo.

  • ¿No dices nada?

  • Sí mi Princesa, le prometo que no descansaré hasta fregar tantas veces como me ordenen.

  • Bueno, pués ya que lo dices, puede que te hagamos fregar más veces antes de que te vayas a dormir, aunque no dejemos huellas.

En efecto, después de fregar, repito la operación, y la repito y la repito... no sé cuanto llevo fregando, pero ya llevo 5 rondas, estoy agotado, pero no puedo parar; además mientras estoy en el salón tengo que agacharme para no papar la televisión.

  • Tráeme una Coca cola -ordena mi madre, despreocupada.

  • Y a mí una fanta de limón -añade Silvia.

  • Por supuesto, ¿Les parece bien que les sirva cuando se seque el suelo?

  • No, lo traes ahora -responde mi Señora- ¿Cuantas veces has fregado?

  • Cinco, mi señora. Me quedan diez.

  • Pues friega cinco más, mas una por cada huella que dejes, a lo mejor aprendes a sevir sin hacernos esperar.

  • Sí, mi señora, lo siento mucho, no quería ser indiscreto.

Voy a la cocina, cojo los refrescos que me han ordenado y vuelvo ante la presencia de mi familia.

  • Aquí tienen -respondo colocando las bebidas y unos vasos con hielo en una bandeja que coloco en una mesa baja frente a ellas.

  • ¿Cuantas huellas has dejado, tontito? -pregunta Silvia.

  • doce, mi Princesa.

  • ¿Seguro?

  • Sí mi Princesa no le mentiría por nada del mundo.

  • Eso no lo sé, eres tan perezoso que harías cualquier cosa para librarte de fregar una sola vez mas.

Ella se levanta, sale del salón y en unos segundos vuelve a entrar.

  • Está bien, tienes que fregar 27 veces, más otras once huellas que he dejado yo treinta y ocho.

  • Cielo, ya es muy tarde, quiero que te vayas a dormir cuando termines la fanta, y yo tampoco tardaré en acostarme, pero como no sabemos si de verdad va a fregar tantas veces como le hemos dicho, creo que sería mejor que friegue toda la noche, da igual cuantas veces lo haga, lo que quiero es que no pare, que friegue toda la casa excepto nuestras habitaciones -hace una pequeña pausa, para coger aire, mientras me miran sonriéndo con desprecio-. En cuanto a ti, tontito, espero que no te tomes ni un segundo de respiro, hoy mismo he colocado cámaras por toda la casa, las grabaciones van directamente al ordenador y con las puertas abiertas, siempre hay por lo menos una cámara grabándote mañana revisaré el vídeo para asegurarme de que cumples con tu obligación. Así que ya sabes, por tu bien espero que no te tomes ni un segundo de descanso.

Friego el piso otra vez, y otra, y otra... ellas se van a dormir, pero yo sigo despierto para seguir fregando.

  • Por cierto, mañana -ordena mi madre- por la mañana quiero que me despiertes bseando ms pies. A las siete y media te endrás que poner a cuatro patas, junto a mi cama y me los besarás hasta que despierte.

No digo nada, no soy capaz de encajar esta orden.

  • ¿No dices nada?

  • Sí mi Señora.

Se acerca a mí, y me parte la cara.

  • Sabes que debes responder de inmediato cuando te doy una orden, ahora es tarde, pero mañana le diré a Lorena que te castigue por ello.

  • Sí mi Señora.

  • Por cierto, Silvia ha dejado en tu cuarto la ropa que debes llevar mañana. Quiero que te la pongas antes de despertarme.

  • Sí mi señora.

Las dos se han metido en sus habitaciones. Sigo fregando... llevo varias hora así y ya he fregado seis veces, pero me faltan... ya no tengo un número determinado, tengo que fregar toda la noche.

Por curioidad entro en mi cuarto para ver la ropa que quieren que me ponga mañana. Se trata de una falda corta de mezclilloa no me llega ni a las rodillas, es rosa pastel; junto a la falda hay unas medias blancas, de seda; unas zapatillas rosas pastel como la falda, con tirantes, sin yacones, y de punta; y finalmente un corset rosa. Pero ¿Qué he hecho para merecer esto, para que me traten de esta forma, para que me obliguen a travestirme?

Mientras me lamento sigo fregando el suelo. He fregado varias veces, he perdido la cuenta, pero no importa, pues me han ordenado que me pase toda la noche fregando.

Friego y friego y friego constantemente; de vez en cuando miro el reloj.

Desgraciadamente ya son las siete. Hora de asearme, prepararme parainiciar mi jornada laboral,despetar a mi madre y finalmente recibir a Lorena para confesar mi nuevo rol. Tengo que besar los pies de mi madre; pero como me han ordenado.

Primero recojo la ropa que han preparado para mí, la falda, las medias, las zapatillas y el corset además de unas bragas granates. Empiezo a derpilarme el cuerpo entero y me ducho con agua fría, y el gel que compran para Silvia y por fuerza también para mí. Me pasaría toda la vida duchándome para evitar la cruda realidad en la que me encuentro, pero no tengo tiempo, me ducho tan rápido como puedo.

Cuando he terminado entro en el cuarto de "mi Señora", está muy oscuro, la persiana está bajada, los pies los tiene destapados, me acerco a ellos y empiezo a besarlos, la sensasión de besar los pies de mi propia madre, y además de que me obligue a ello no me gusta nada. Me encantaría estrangularla ahora mismo, pero no sabría explicarlo.

Sigo besándolos, pero ella no despierta. Le beso en el empeine en la planta, en los dedos... en cada centí-metro cuadrado de sus pies. Huelen mucho, no huele a sudor, ni a falta de higiene, pero es un pie.

Mueve llos pies; comprendo que se ha despertado y me levanto para salir.

  • ¿Te he dicho que dejes de besarme los pies?

  • No, mi Señora.

  • Entonces haz el favor de seguir -excalama ella.

Sigo besandóle en la planta de los pies.

Se oye la puerta. Lorena acaba de llegar.

  • Ya está bien, dale la bienvenida como es debido, dile que te quedas en casa para hacer todo lo que te mande y prepáranos el desayuno

  • Sí mi Señora -respondo levantándome.

  • A cuatro patas -añade sonriendo-, por cierto quiero que te muestres sumiso y te humilles por ti mismo.

  • Claro, mi Señora.

Como un perro recorro el pasillo y me reuno con nuestra chica de la limpieza.

  • Buenos días señorita García -saludo besando sus pies- espero que no le importe que le reciba besando sus pies.

  • Huy, ¿Ahora eres un marica? -pregunta conteniendo su risa.

  • Mi Princesa ha elegido con todo su cariño este conjunto para mí.

  • Quieres mucho a tus dueñas, ¿verdad? También les tienes mucho respeto, porque haces todo lo que te ordenan sis rechistar.

  • Claro, ellas siempre han cuidado de mí, me han educado y me han demostrado que mientras reconozca que las mujeres son superiores y les obedezca no tendré problemas.

  • ¿Que obedezcas a las mujeres en general, o solo a tus dueñas?

  • A todas en general, mi familia, mis amigas del pasado, cualquier trabajadora que vea en un comercio, usted. Todas pueden mandarme, humillarme... cualquier cosa que les plazca.

No puedo creer que diga esto, le estoy diciendo que me puede castigar por capricho, torturarme e incluso humillarme, y conociéndol seguro que lo hace.

  • A todo esto, claro que no me importa que me beses los pies; por mí puedes te puedes humillar y hacer el ridículo tanto como quieras -responde alegre- me alegro de que comprendas cual es tu sitio.

  • Sí, señorita, yo también.

Yo ya no siento nada, no siento pudor, ni vergüenza ni vejación.

  • Por cierto, he dejado de estudiar, en cuanto les prepare el desayuno a mi Señora y mi Princesa, estaré a su disposición para hacer todo el trabajo que usted me mande.

  • ¿De verdad? Pues date prisa en prepararles el desayuno porque tienes mucho trabajo.

  • Bueno, no será mas del que tenía usted -respondo sin dejar de besar sus pies.

  • Eso lo decido yo, tontito -responde apartándome de una patada.

Me levanto, voy a la cocina y preparo el desayuno; café con leche, cereales, bollería, tostadas, mermelada de fresa... ellas llegan puntualmente a la cocina cuando termino de preparar el desayuno, ni el café ni las tostadas se enfrían ni ellas tienen que espera.

  • Ya he acabado de prepararles el desayuno, ahora si les parece bien, me hago el mío y ayudo a la señorita García.

  • ¿Ayudarla? No, tú no ayudarás a Lorena, harás lo que te mande -corige la Señorita.

  • No, tú te quedas de pie hasta que terminemos -advierte mi hermana- luego haces lo que te mande Lorena.

  • Sí mi Princesa -respondo yo.

  • Venga ponte firme y herguido junto a la mesa.

  • Sí mi Señora.

Me coloco en la postura que me ordena y Lorena entra en la cocina. Encima de que quieren que me pase toda la vida obedeciéndo, ahora quieren que esté en ayunas.

  • ¿Vero, quieres que haga algo mientras este inutil está con vosotras?

  • No, gracias, puedes ver la televisión o descansar mientras esperas a que nos vayamos, el tontito se ocupareá de todo.

  • Pues muchas gracias, ya vendrá él cuando tenga que ocuparse de la casa.

Después de esta breve conversación sale de la cocina. Posiblemente se siente.

Y así estoy yo, resignado a obedecer sus órdenes, sus caprichos, sus mandatos. Travestido de la forma más cursi que podía imaginar, con unos zapatós de tacón, falda corta, un corset, unas bragas... estas prendas de color rosa pastel o blanco. La falda no me aprieta, pero el corset sí, de hecho me cuesta un poco incluso respirar.

Las observo desayunar. Mi madre me ve.

  • ¿Qué estás mirando? -pregunta ella.

  • Nada especial.

  • Pués no nos mires, imbecil, mira al frente y herguido. Tu única obligación es esperar a que te demos una orden para cumplrla como un poseso.

Asimilo la postura que ella me exige...

  • Pon los hombros atrás, estúdido.

  • Sí mi Señora.

Mientras trabajo ella está hablando por teléfono; pero no la oigo bien. Cuando pongo el electrodoméstico en marcha voy de cuarto en cuarto para recoger las sábanas y echarlas a lavar.

Entonces vuelvo a fregar el suelo; espero que no me haga... fregar... por cada... huella que deje. Pero visto lo visto me puede mandar cualquier cosa.