Sumiso nato IV Probando mi sumisión

Explico a mi madre y a mi hermana mi decisión de someterme a ellas para dejar que controlen mi vida y me utilicen como su esclavo. Mientras asimilan mi entrega y diligencia aprovechan cada vez mas, la autoridad que les doy sobre mí y comienzan a humillarme; pero yo, totalmente sumiso, no me resisto.

Mientras la sigo, siento un fuego que me arde por dentro. No sé cómo se supone que debo reaccionar o canalizar el fuego y el miedo que me invaden, es una situación completamente nueva, pero me pasará muy a menudo. - Quería estar predispuesto a recibirlas desde el principio -respondo mientras la sigo. - Vale, pero has estado aquí toda la tarde sin moverte, ¿por qué? - Es dificil de explicar, sencillamente me apetecía. - ¿Te das cuenta del tiempo que ha pasado? Podrías haber estudiado varias horas, con esa actitud es imposible que apruebes el curso. - Mi señora, hay dos cosas que le quiero comentar. - ¿El qué? -contesta mientras entra en el baño de su cuarto y cierra la puerta. - Esperaré a que salga. Al momento me dirijo a la habitación de la señorita Ibañez para coger el teléfono, luego quiero ir a la cocina para hacerme la cena, pero antes de alejarme dos pasos mi señora me habla. - Una cosa, supongo que no has cenado, ¿verdad? - No mi señora, y tengo mucha ambre. - Ah, pues yo sí he cenado, no hay nada en la nevera y a estas horas no hay nada habierto, tendrás que conformarte con un vaso de leche y unas galletas. No puede ser verdad. ¿Por qué no he pensado en eso? Qué estúpido soy. Mientras me lamento voy a coger mi teléfono. ¿Y Aún el teléfono sigue en la habitación? - Sí, sigue ahí. - Vale, quédate aquí, quiero cogerlo yo cuando salga. - Está bien, como ordene. - ¿Como ordene? Debe estar asimilando que mi sumisión aumenta y que a partir de ahora me tomaré su voluntad como una orden, que deba obedecer sin protestar. Espero que por fin aprecien mi entrega, y sepan premiarme aunque sea con una palabra. - Háblame; quiero estar segura de que no te mueves. - ¿De qué quiere que hable? - No lo sé, ¿de qué querías hablarme antes? No sé como decírselo, me da vergüenza preguntarle, sobretodo detrás de una puerta. - ¡Responde! -exclama una vez más, diría que quiere ser ella la que coja el teléfono. - Es que con la puerta cerrada... prefiero comentártelo cuando salgas. - Vale, ¿a donde has ido después de comer? - He hablado con una psicóloga. - ¿Crees que te van a arreglar? Con esa actitud y mentalidad no tienes remedio. Ella se empeña en undir mi morar, mi autoestima. - ¿De qué habeis hablado? ¿de habilidades sociales? - No, mi señora, no sé como explicárselo, será mejor que vaya a verla, le aseguro que se lo contará mejor -respondo cabizbajo, mientras abre la puerta. Yo me aparto para que salga ella y va al cuarto de Silvia, echa una mirada rápida, el teléfono está en la cama, se acerca, lo coge y me lo enseña. - De hecho hemos hablado de mi sumisión, de cómo me han convertido y que acabé aceptando esta vida. - Mira -ordena enseñándome la pantalla. Han pasado mas de 7 horas y media. - ¿Te das cuenta del tiempo que has perdido -pregunta entrando en su cuarto, pero al entrar para en seco. - ¿Y por qué no me ha avisado? -pregunto tratando coger el teléfono. Pero ella lo aparta de mi alcance. - ¿Avisarte? Porque no me da la gana, no tengo porque decirte a donde voy ni cuanto tardaré en volver. - Y su hija, ¿donde está? - Ha salido con sus amigas, para celebrar el cumpleaños de María Asensio. - ¿Sus amigas? Mi señora, también son amigas mías -respondo frustrado. - ¿Qué es ese paquete? - Es un regalo que le he hecho. Ella se acerca a por él, quita el papel de regalo y... - ¿Me has comprado un perfume de chanel? - Sí mi... - Ya sé que sí, pero por qué? - Es un regalo como muestra de mi aprecio por usted. - Vale, ¿pero a qué viene esto? - Semcillamente me apetecía regalarle algo. - ¿A mi hija le has comprado algo? - Sí, mi señora, para ella he comprado ropa; y a la señorita García un vestido de gala. - ¿Para Lorena? Dámelo, se lo entregaremos el martes. - Sí mi señora, como desee. - He firmado un contrato de esclavo que yo mismo he creado, en el cual explico que me entrego para siempre y por voluntad propia a la autoridad de mi hermana y mi madre; también explico que si ellas me ordenan que obedezca a todas las mujeres del mundo y que me deje torturar y humillar, también tendría que obedecerlas a todas.

  • Vale, haz una cosa -añade una amiga.

Yo la observo mientras se mete una fresa en la boca, la mastica unos segundos y la deja caer sobre una mano.

  • ¿Te puedes comer esta fresita?

  • Sí señorita, y cualquier cosa que ustedes me indiquen.

  • ¿Lo que te indiquemos? -pregunta otra amiga.

  • Lo que me indiquen.

  • Bien, pero de momento sólo cómete esta fresa.

  • Sí, señorita.

Me acerco con mucha vergüenza a la niña que me ofrece la fresa, pongo mis manos bajo las suyas y me llevo los labios a la fresa, hasta introducirla en mi boca. Me dan náuseas, un alimento que alguien ha masticado delante de mí y lo ha expulsado de su boca, y además una fresa.

  • Ésta también -añade una que está a mi lado.

  • Sí señorita -respondo mientras repito el gesto para llevarme a la boca la que me ofrece ahora.

  • A todo esto, ¿cómo te llamas?

  • Me llamo gilipollas, señorita.

  • Muy oportuno -responde una que está en frente de nosotros-. Ninguna de las dos te na dicho que puedes tocar sus manos.

  • Vale, gilipollas -interrumpe la chica que quiere un masaje-, no te distraigas mas y empieza a hacerme el masaje.

  • Sí, señorita -respondo colocándome detrás de ella.

Empiezo con el masaje, y ellas dejan de prestarme atención. Hablan de las clases, de las series, sus ídolos...

miro a mi propietaria, y ella tiene un refresco; también me ignora, presta atención al móvil. Miro a las otras chicas del establecimiento, ellas sí que me están mirando. Oigo la puerta abrirse, están entrando tres chicas mas; cuando me miran empiezan a reirse.

Miro un momento a Silvia, alguien está hablando con ella, pero no aparta la vista del teléfono, la conversa-ción es recíproca, mi Princesa responde afirmativamente. La chica que ha hablado con mi dueña se está acer-cando a mí, saca su teléfono del bolso y empieza a hacerme fotos.

  • Muy bien, gilipollas, ahora sonríe con cara de idiota.

Le muestro la sonrisa más grotesca que puedo.

  • Ya está, tu propietaria dice que te arrastres a su mesa como un gusano.

  • Sí señorita, muchas gracias.

Me coloco a menos de un metro de mi Princesa. Pero ella sigue ignorándome; pero no por mucho tiempo; cuando traen dos platos con un gofre y una bola de helado en cada plato me mira un momento, pero sólo un momento, para ordenarme que parta el mío.

  • Muy bien, gilipollas, ahora acerca tu plato, y permanece de rodillas hasta que te diga.

  • Sí Ama.

Después de obedecer sigue ignorándome y veo como mastica el gofre, pedazo a pedazo, lo deja de nuevo en mi plato estando dividido. Mientras tanto sigue mirando su móvil, sin prestarme atención.

Ya ha saboreado mi gofre; ahora se toma el suyo; sigue mirando el teléfono, sin prestarme atención. Mientras masticaba mi merienda unas veces yo la observaba a ella, y otras al resto de chicas del establecimiento. Y ahora que se está tomando el suyo también me limito a observar; es lo único que puedo hacer de momento.

  • Ahora puedes merendar -anuncia con voz seca-. Pero sólo la mitad; venga, siéntate como una señorita y merienda.

  • Sí Ama.

Yo no reacciono. Me quedo paralizado tratando de asimilar su orden. Pretende que me lo coma después de que ella lo masticara por mí; miro a mi alrededor, las chicas se ríen, tanto las camareras como las clientes. Algunas incluso sacan sus teléfonos para grabarme. Qué vergüenza, y esto sólo es el principio.

  • ¡Vamos! -exclama ella.

  • Sí Ama -respondo sentándome.

Ella se levanta sonriendo, se sienta en la silla que hay a mi lado, coge el tenedor, con el cubierto coge un pedazo que ella ha masticado y me lo mete en la boca. Separo los labios y me introduce el alimento que previamente ha masticado. Siento arcadas, pero me aguanto.

  • Ah, pues sí que puedes. Venga sigue tú.

  • Sí Ama.

Como el tenedor, con él cojo otro pedazo y justo cuando voy a llevármelo a la boca me detiene.

  • Un momento.

Extiende un brazo derecho con el movíl, coloca el plato debajo de su cara y escupe mientras graba; de hecho sigue grabando.

  • Ahora puedes continuar.

Sigo a masticando.

Uno a uno, me tomo la mitad que me ha indicado. Sin dejar de grabar colocar su mano izquierda sobre mi cabellera y empotra mi cara contra el plato.

  • ¡Vamos, come! -exclama humilándome sin reparo, mientras levanta levemente mi cara del plato para volver a empotrarlo- ¡Maldito perro! ¡Asqueroso gilipollas de mierda! ¡No tengo todo el tiempo!

Termino de merendar de esta manera tan sumamente humillante y desagradable, pagamos la cuenta y salimos del establecimiento.

Seguimos caminando.

  • Bien, ponte de pie; aquí entra gente respetable y no me gustaría que me dejaras en mal lugar.

  • Sí Ama -respondo obedeciendo, pero además mantengo la mirada baja.

Los días pasan y pasan y sigo con la misma rutina, cada vez son mñas crueles. Finalmente vuelvo a la consulta de la señorita Navarro, acompañado de doña Verónica.

  • Sí, hazme un masaje a mí.

Sigo de rodillas y me acerco a la joven que ha respondido.

  • Pero dime una cosa.

  • ¿Sí señorita?

  • ¿Por qué dejas que te humillemos, y por qué haces lo que te manden? -pregunta risueña.

  • Sí señorita.

Echo una mirada a mi alrededor y al lado de la mesa de mi Ama veo que hay seis niñas un poco más jóvenes que mi hermana, en otras mesas hay un grupo de otras cuatro mayores que yo, en otro sitio dos chicas...

  • ¿A qué esperas, gilipollas? -pregunta Silvia- No es tan dificil, sólo tienes que hacercarte a un grupo y preguntar.

  • Sí Ama -respondo caminando de rodillas hacia la mesa de 6 chicas.Cuando estoy delante de ellas, las veo reírse de mí, me miran con desprecio, en sus ojos puedo ver las ganas de tratarme de forma totalmente vejatoria.

  • ¿Se... señoritas, alguna de ustedes desea que le haga un masaje.

Giro la mirada hacia un lado, es una camarera, al parecer no tarda en comprender que cualquiera puede humillarme. Lleva el pelo recogido en una coleta, los labios los tiene pintados de rosa suave, está vestida con una camisa blanca y una falda negra que no le llega a las rodillas. Ahora que me fijo, todas las trabajadoras llevan el mismo uniforme; la única diferencia entre ellas es el color y tipo de maquillaje, el modo en que se han recogido el pelo.

  • Tendrá que recibir un buen castigo cuando volvamos -responde mi Ama.

  • Lo siento mucho señorita -respondo humillado-. ¿Puedo hacer algo para compensarlo?

  • Puedes acercarte a las clientes y preguntar si desean que les hagas un masaje.

  • Sí, señorita -respondo mientras me levanto.

  • Así no, de rodillas.

Ella empieza a ignorarme y espera sentada revisando el móvil. Puede que esté mirando fotos, el twiter o ha-blando con alguna amiga por otras redes sociales. Mientras, yo miro otra vez a mi alrededor y observo a más gente riéndose de mí de lo que podía imaginar. Por su forma de vestir y de arreglarse diría que son bastante pijas; unas llevan el pelo suelto, otras recogido en una trenza o un moño, hay tanta gente que lo lleva liso co-mo rizado y hondulado, la malloría lo llevan rubio o moreno, pero también hay chicas que lo llevan pelirojo, excepto unas pocas que llevan pantalones, todas llevan falda o vestidos, de colores variados, muchas llevan medias de color marrón, transparente, gris o negro, pero también hay algunas chicas, que las llevan rosas, moradas o rojas. Ahora miro la decoración del comercio; generalmente es blanca, pero tiene dibujos de varios besos con carmín, dibujos de barras de labios y corazones por toda la pared, todos estos estampados son principalmente de color rosa salmón. Las mesas también son blancas y rosas, con un mantel violeta.

  • ¿Qué haces mirándo tan descaradamente?

Rápidamente centro mi mirada en ella.

  • ¡Cuando volvamos a casa te vas a enterar! ¡Ahora ponte de rodillas delante de mí, hasta que te diga!

  • Sí Ama -respondo obedeciendo sin dudarlo.

Como un perro faldero la tengo que seguir por todo el establecimiento. Seguimos caminando y entramos en una cafetería. ¿Cuando lleguemos a una mesa qué hago? ¿me levanto para acomodarle en una silla, o sigo en esta postura?

Sigo sus pasos mientras me dejo embriagar por el ambiente, la música, el ambientador, las voces juveniles de adolescentes; estas voces rápidamente se convierten en risas, risas que obviamente están provocadas por mi ridículo comportamiento.

Creo que ya ha decidido donde sentarse, cuando llegamos me levanto y aparto la silla de la mesa.

  • ¡Pedazo gilipollas de mierda! -exclama con fuerza y partiéndome la cara delante de los clientes; clientes que por supuesto son mujeres- ¡Por qué coño te levantas! Quiero que estés a cuatro patas! ¡Qué creías, que por estar en un lugar público no sería capaz de gritarte!

Ahora si que está cabreada; o tal vez lo haga para demostrar a todo el mundo el control que tiene sobre mí.

Miro a mi alrededor y veo jóvenes adolescentes y de edad universitaria mirándonos anonadadas.

  • ¡Mírame cuando te hablo asqueroso subnormal!

Me levanto, cojo el abrigo de mi Ama y se lo pongo, al momento abro la puerta y ella sale, yo voy tras ella. Aun fuera, podría gritarme por no arrodillarme, por no bajar la mirada, o por cualquier otra excusa.

Llevamos unos minutos caminando, creo que sé a donde me lleva, a unos grandes almacenes exclusivamente de moda femenina, en efecto, llegamos a "Territorio de Venus". un conjunto de tiendas que a ella le gustan mucho, casi toda la ropa que compra es de este lugar.

  • ¡Eh, pedazo de mierda! -me insulta abofeteándome sin reparo- ¡no soporto tu actitud! ¡ponte a cuatro patas!

Ella me parte la cara para recordarme que no puedo hablar.

Pero mi Princesa, aquí delante de tanta gente...

  • No te preocupes por la gente que pueda verte, los chicos no entran aquí, ni para acompañar a su madre, ni a su novia, ni a nadie.

  • Sí Ama.

Haga lo que haga me corregirá de todas formas, es totalmente odiosa hablándome como si tuviera todo el derecho del mundo a insultarme y humillarme.

  • La prueba de ello es que me ha hecho tantos regalos como los que recibo por mi cumpleaños.

Silvia no se cansa de insinuar que yo me he degradado por iniciativa propia.

Mi hermana le enseña el derroche de regalos que acabo de hacerle; hablan durante un buen rato mientras se ríen a carjajadas, se ríen se ríen...

finalmente se despiden y me veo obligado a besar los pies de la invitada; una de las pocas personas que me ha tratado con un mínimo de humanidad.

  • Ahora vamos a dar un paseo -añade Silvia, cogiendo la llave de mis esposas, para liberarme a continuación.

  • Sí Ama.

Vamos a la salida, y por supuesto, yo voy a cuatro patas. Justo delante de la puerta ella me acaricia. Siento las manos de la adolescente y cruel que disfruta humillándome y degradándome sin piedad. A través de las cálidas y suaves manos de mi Ama siento el poder que ejerce sobre mí, el tacto es electrizante como si fuera una descarga. Pero a su vez me acaricia con el mismo trato que le muestra a un perro.

  • Cuando termines también quiero que tires la vasura de tu cuarto, luego pregúntale a mi madre si quiere algo de ti, de momento no quiero verte.

  • Sí mi Princesa -respondo gateando sin prisa, pero sin pausa.

  • ¡Rápido, tontito! ¡he dicho que no quiero verte!

  • Lo siento mi...

  • ¡Silencio, no quiero oírte!

He pasado más verguénza de la que imaginaba pero no ha sido tan dificil como pensaba, después de todo sólo ténia que seguir sus indicaciones.

Estoy deseando que mi Señora... mi Ama hable con doña Celia Navarro para hablar de una vez, pero tengo la impresión de que ese momento no llegará nunca; de todos modos, sólo son dos días.

Nada mas volver a la cocina me arrodillo para terminar mi ración de comida.

  • Tía, ¿cómo le hablas así? -pregunta Gloria, sintiendo pena por mí.

  • Eso no es mi hermano, es mi esclavo, lo ha dedido él.

  • ¿Tu esclavo?

  • Es más feliz así, sintiéndose inferior a nosotras, a las mujeres, las chicas... para él sencillamente todas somos damas, somos el sexo fuerte, el sexo superior, opina que deberíamos nosotras deberíamos dominar el mundo y que él debría estar a nuenstros pies, por eso se siente más seguro y protegido si está bajo nuestra autoridad. Acabio de que me de esta responsabilidad, me deja tratarle y humillarle como me lazca.

  • ¿Ves, María? -pregunta Silvia a su amiga, mientras las dos vuelven al salón- El retrasado está convencido de que ese es su lugar, con lo que le he humillado, y resulta que en el fondo le encanta.

  • Ya veo, ahora resulta que esta cosa que antaño fue tu hermano, ahora es una mezcla de esclavo y perro -responde la invitada riéndose a carcajadas.

  • No te equivoques, ese retrasado nunca ha sido mi hermano, yo siempre he estado por encima.

  • Claro.

  • Anda, ven aquí -ordena la joven.

  • Sí mi Princesa.

María Asensio es la amiga pija, además es preciosa. Es la típica adolescente de pelo moreno con cara de niña buena. Pero no es su apariencia física lo que me entusiasma de ella. Ella varía en sus conjuntos, sus calzados, su manera de vestir; tiene un repertorio muy variado. También está mi prima Inma, no tiene pelos en la lengua, no duda en ponerme en evidencia por cualquier error mío, Sara Perez, Paula Gómez, la mejor amiga de Sara, y las amigas que conocimos por mi prima, Sonsoles Baceló, Lucía Ballester y Virginia ariuz.

  • Venga tontito, vete a la cocina, termina tu comida y déjanos en paz, aquí ya no pintas nada.

  • Sí Ama -Por el camino miro el registro de mis llamadas y veo que la única llamada perdida es de mi señora. Ni siquiera me han llamado para quedar con ellas. Sigo queriendo entregarme a ellas, pero que me excluya del círculo me duele. Por un momento tengo ganas de salir del grupo que tengo en WhassApp, pero si lo hago no ganaré nada. Entro en la cocina, me echo la leche en un vaso, lo caliento y cuando está listo me lo tomo. No puedo quejarme, es lo que merezco. Me he preparado el vaso y lo llevo a mi cuarto, pero mi señora, que espera en el salón quiere que esté con ella. Cuando entro me interroga.

  • Dime un cosa, te gusta esperar en la puerta, ¿verdad? -pregunta viendo que dejo la leche (mi única cena) en la mesa.
  • No, mi señora, no me gusta nada. me canso much...
  • Entonces, ¿por qué los has hecho? ¿Sólo para recibirnos en esa postura?
  • Le he dicho que me apetecía, y que la psicóloga se lo contará mejor.
  • ¿Y si te ordenoo que te quedes aquí hasta que me apetezca lo harías? Pienso en doña Celia, recuerdo que ha dicho que les pertenezco, que no tengo voluntad propia y que obedezca cualquier orden de ellas.
  • Sí, mi señora.
  • ¿Y si te digo que te arrodilles ahora, lo harías? ¿Si quiero algo de la cocina o de mi cuarto me lo traes enseguida?
  • ¿Cómo dice?
  • ¿Lo harías sí o no?
  • Sí, mi señora. ¿Quiere que me arrodille?
  • Pués ya sabes, así.
  • Está bien, espere a que termine la leche.
  • No, he dicho ahora.
  • Como quiera -respomdo arrodillándome a unos cuatro metros de ella.
  • Acércate mas, quédate a un metro de mis pies -responde mientras saca el colchón para tener los pies en alto.
  • Como quiera. Esto es humillante, nunca imagine qué se sentiría estar de rodillas delante de mi señora, la mujer, que empezó a criarme como una madre. Estoy tan avergonzado que no puedo levantar la vista del suelo.
  • Mírame a la cara hasta que te diga. Odedezco y ella me mira con desprecio, con asco, ahora veo que es verdad, realmente me desprecia, le doy asco. Para mí es dificil mirar a alguien que me mira de ese modo tan despectivo. Prefiriría apartar la mirada ya que es más facil, pero no me deja; y como buen sumiso, obedezco su orden. En unos segundos se cansa de verme y enciende la tele; cambia constantemente de canal, pero cuando pone un programa que rememora los acontecimientos emitidos por televisión deja de cambiar.
  • ¿Cuando viene su hija?
  • No hables, que quiero enterarme de lo que dicen en la televisión. Dejo de hablar, permanezco en silencio y veo que lleva una camisa blanca de seda, los labios... un momento, cuando ha llegado casi no tenía carmín, pero ahora los lleva otra vez pintados, no sé por qué, pero ha debido pintárselos en el baño; como siempre, lleva un tono entre marrón y rojo. Poco después mi madre es la que me habla.
  • Tráeme una Coca Cola.
  • Sí mi señora.
  • Que no quiero hoírte. Sintiéndome violentado y menospreciado, instintivamente me encojo de ombros y acelero el paso. Voy a la cocina, cojo un vaso del armario y un bote de Coca Cola, estaba en la despensa; entonces vuelvo al salón.
  • ¿Y el hielo? ¿No ves que no está fría?
  • Lo siento, mi señora, no lo he pen...
  • Que no quiero hoírte hablar; venga lleva el vaso a la cocina y tráelo con hielo. Automáticamente vuelvo a la cocina, abro el congelador y saco tres cubos de hielo, cuando los echo en el vaso vuelvo y se lo entrego. Obviamente no me lo agradece. Como no me ha dado mas instrucciones permanezco delante de ella sin moverme de mi posición inicial; aunque dudando sin saber si quería que me arrodillara o que me fuera de ahí.
  • ¿Qué haces de pie? Arrodillate y sigue mirándome. Automáticamente obezco, aunque soy yo el que tiene la iniciativa, nunca imaginé que llegara a esto; es realmente desagradable, que me trate como si fuera un siervo es verdaderamente humillante, simplemente estar de rodillas porque me lo diga no me gusta nada, y supongo que su hija, será inimaginablemente más diabólica, pero espero que a partir de ahora al menos sea más agradecida. Siempre me han menospreciado, me han humillado, cada vez que me insulta, me humilla, me agrede o atenta contra mi integridad física y/o mental su madre la defiende y dice que no puedo protestar porque no estudio como ella, o la señorita García si es la que está con nosotros. Mi señora se ha acabado el refresco.
  • Tira el bote a la basura y vuelve. Cojo la lata, la tiro y vuelvo a su presencia para seguir de rodillas. Están en anuncios, mi señora me mira fijamente.
  • ¿Sigues queriendo tomarte la leche?
  • Sí, no me he tomado nada desde la...
  • Vale, pues tráemelo. Dudo de sus intenciones, ¿por qué querrá el vaso? ¿Piensa beber la leche después de la Coca Cola? No bebe leche con Cola cao. Ese momento me ha parecido una eternidad, es como si el tiempo se ralentizara muchísimo, posiblemente no hayan pasado mas de 10 segundo, pero para mí han sido como 2 horas. Pero cuando la veo asentir le llevo el vaso, de acuerdo supongo que puedo confiar en ella. Coge la leche, se lo lleva a los labios, deja una marca de carmín y escupe en su interior.
  • Venga, ahora puedes beber, y recuerda... quie tienes que beber por donde he dejado la marca -advierte sonriendo. Empiezo a dudar, se supone que tengo que obedecer sus órdenes, entregarme a su voluntad. Es mi señora, quiero que sea mi dueña, mi propietaria, es ella quien decide cómo debo beber. Lo mejor es que obedezca. Cojo el vaso, lo giro un poco para tener la marca de sus labios, me la acerco a los mios y bebo. Mientras tanto, observo su malvada sonrisa. Me dan náuseas, estoy bebienbdo justo donde ha dejado su marca de carmí, y además ha escupido en el vaso. Me bebo toda la leche de un trago, me centro más en el carmín que... es mas, me centro exclusivamente en apreciar la esencia del carmín, que mi señora me obliga a sentir.
  • Veo que te gusta sentir el pintalabios, ¿también vas a negarlo?
  • No me gusta, le aseguro que esto es verdaderamente desagradable -respondo apartando la mirada.
  • Quiero que me mires, no te he dicho que dejes de verme. Venga acércate la taza a la boca y a la nariz, huélelo y deja que el aroma entre por tu boca. Hago lo que me ordena, yo muevo el vaso de un lado a otro, pero siempre cerca de la boca y la nariz para inhalar su esencia. Como no me dice nada mas sigo inhalándolo, cuanto más cerca está la marca de mis labios más lo siento. No sé qué se supone que debo hacer, con aspirarlo una vez, ¿hubiera bastado? ¿o lo que quiere es que lo aspire constantenemnte hasta que me diga?
  • Puedes llevar el vaso a la cocina e ir a dormirte si quieres.
  • Sí, mi señora -respondo obedeciendo rapidamente, a partir de ahora no debo hacerla esperar, y a su hija tampoco. Llevo el vaso a la conina, luego voy al lavabo, me cepillo los dientes y finalmente me voy a mi habitación. Suena el despertador, no me había dado cuenta de que estaba dormido. La joven ya habrá visto los regalos que le he hecho. Me preparo el desayuno y me lo tomo rápidamente, son las 8:07. Entro en la habitación de la señorita Ibañez, incluso dormida es tan hermosa, parace un auténtico angel... le doy un beso en la espalda y en la frente, y me voy. Finalmente me pongo con los trabajos de la casa, lleno el cubo de la fregona y echo un chorro de lejía. Tan pronto como lo lleno me pongo a fregar la casa, cuarto por cuarto, metro por metro. Cuando paso por mi habitación entro para ver la hora. Son las 8:30, las dos sigen dormidas. Entro en el cuarto de la señorita Ibañez. Tiene un pie destapado, le doy un beso en la frente y otro en el pie mientras se lo acaricio con suavidad. No reacciona, sigue dormida. Me doy la vuelta parara salir.
  • ¿Qué haces? No me lo creo, estaba despierta.
  • ¿Me has besado en el pie en dos ocasiones?
  • Es dificil de explicar -respondo sacándome unas bridas y una nota para enseñársela. "Áteme en una silla y no me suelte hasta que responda". Mientras me doy la vuelta para salir.
  • ¿Por qué quieres que te ate? -pregunta incrédula.
  • He dicho que es dificil de explicar, puede dejarme atado -respondo saliendo.
  • Como quieras -ella se lavanta- venga, sientate en mi silla de escritorio. Yo ya estoy fuera, pero vuelvo a entrar.
  • Como ordene -respondo sentándome en la silla.
  • ¿Como ordene? La silla es bastante cómoda, es alcolchada, con ruedas, con reposabrazos y cabecera, es bastante cómoda pero rosa, es muy infantil, se nota que es para una adolescente. Pero es ideal para colocarme las bridas hasta en el cuello. Me siento y ella me pone las bridas una a una, una en cada pierna uniendo el tobillo con una pata con las ruedas, dos en cada brazo pegado en el reposabrazos, una en el cuello junto al cabecero y otra entre la nariz y la frente. Ahora sí estoy a su merced. Después de atarme se coloca detrás de la silla y me saca de la habitación. Me he dado cuenta de que de momento no me ha preguntado nada de la ropa que le he regalado. ¿No le habrá gustado? ¿Me habré pasado? ¿Me he equivocado con los conjuntos que le he entregado? De todos modos no me atrvo a preguntar.
  • ¿A donde me lleva?
  • Al salón.
  • Pero nos verá su madre.
  • Haberlo pensado antes.
  • Acabo de fregar.
  • Pues friega de nuevo, qué problema. Eres retrasado, ¿verdad? -pregunta riéndose con cara de malicia.
  • Lo siento mucho, Ama.

  • ¿Y Los regalos que me has hecho, a qué vienen?

Mi corazón está acelerado, es la primera vez que realmente estoy realmente a merced de esta niña y me siento tan fragil, porque ahora mismo podría hacerme lo que quisiera. Me lleva frente al sofá y ella se pone delante de de mí, pero sólo me mira sonriendo. Luego sale del salón espero a que vuelva, pero no viene; finalmente entra de nuevo. - Tenía que ir al lavabo, dime -comenta sonriendo y caminando lenamente hacia mí, mientras saca su teléfono para grabarme. Esto no lo esperaba, no quería que me grabara. Pero mientras me enfoca, me mira con esa sonrisa angelical, capaz de embaucarme para lo que le plazca. - Verá, me siento muy privilegiado por vivir con ustedes, y trato de complacerlas con todo mi corazón, pero me gustaría que me lo agradecieran de vez en cuando, y para ello quiero doblar mis esfuerzos, para complacerlas todavía mas, eso es todo. - ¿Qué estais haciendo? -pregunta su madre. - Mamá el imbecil éste está mas raro... - Sí, luego te cuento, no dejes de grabar hasta que te diga -sugirió mi señora. - Di que quieres ser mi esclavo, y el de mi madre para hacer todo lo que te ordenemos. - Quiero ser el esclavo de ustedes para hacer todo lo que me ordenen. - Vale, ahora prepárame el desayono y tráemelo, ya sabes como me gusta –responde mientras se derige al pasillo-. Por cierto, a partir de hahora soy "tu Princesa", me llamarás "mi Princesa", y te referirás a mí como "mi Princesa". - ¿Vale? - Si, mi Princesa. - Espera, hija, pregúntale cómo estaba ayer. - A ver, tontito, ¿cómo te encontró ayer? - Estaba de pie frente a la puerta. - ¿Y la cabeza de chorlito cómo la tenías? -pregunta su madre. - Estaba mirando al suelo. - ¿En serio? ¿Por qué? - Quería recibirlas así. - y el regalo, ¿qué me regalaste? -pregunta mi señora. - Un perfume chanel con dispensador. - Y a mí, ¿qué me has regalado? -pregunta su hija con una sonrisa diabólica de oreja a oreja. No sé cómo responder, pero no tiene sentido, ya lo sabe. - ¡Respsonde! - Una caja llena de joyas, tales como brazaletes, pulseras y collares, todos ellos con un grabado persona-lizado; cosas como "Mi Princesa", "Dueña de mi corazón" y "Dueña de mi voluntad". Además también le he regalado varios anillos, pendientes de perlas... - Y diamantes y otros tipos, colgantes -interrumpe ella con tono burlón-, un collar y pulsera también de perlas y un broche. Has comprado dos copas, con nuestro nombre grabado en cada una. También has comprado ropa, he comprado faldas de varios tipos y colores, medias, un vestido. - ¿Te das cuenta de que no estamos en temporada de llevar casi todo eso? Hace demasiado frío. - No, ya está hecho, por cierto, si tienes tan claro que quieres ser nuestro esclavo, ya sabes lo que tienes que hacer, prepárame el desayuno -ordena mientras se va. - Claro, pero señorita, no me puedo levantar. Ella se gira. - No es mi problema -contesta y se va. - Mi señora, desáteme por favor. - No estás en situación de exigir nada -responde ella. No tarda en partirme la cara, me da otra bofetada, luego otra, y otra; tres en total. Luego sale del salón. - Por favor. Pero ella no respone. - ¡Por favor! Con dos bridas atadas en cada brazo y una en cada pierna no soy capaz de levantarme. Definitivamente no puedo levantarme hasta que ellas lo decidan, necesito unas tijeras. Pasan los minutos y sigo sentado, aún no me han liberado. Perfecto, ahora no tengo escapatoria. Por fin entra mi señora. Viene rápidamente hacia mí, pero no corriendo. De nuevo me parte la cara; esta vez me ha golpeado con más fuerza que antes. - ¡No vuelvas a gritarme! ¿Me oyes? - Yo asiento. - Si quieres pedir perdón, tendrás que poner más interés, quiero que te arrepientas de verdad y pidas perdón de corazón por gritarme y por exigir que te soltáramos. - Lo siento mi señora, no tenía derecho a decir que me soltaran, y menos aún gritarle, le prometo que si me suelta no volveré a hacerlo. - Ya, ¿y si no lo hago qué? ¿Volverás a gritarme y exigirme que te suelte? - No, mi seóra, no quería decir eso. - ¿Entonces qué querías decir? - Lo siento, me he explicado mal. - ¡Te he dicho que qué querías decir! ¡responde! - Perdón, quería decir que he aprendido la lección, que no volveré a gritarle, y mucho menos para pedirle... - ¿Pedirme? -interrumpe partiéndome la cora de nuevo-, querrás decir exigido. - Lo siento mucho, mi señora... - Mira te suelto porque tienes que hacernos el desayuno, así que deja de perder el tiempo -interrumpe tan seca como ella misma. Me voy asustado aterrorizado, no sé donde me he metido. - Una cosa, si haces esto para que te demos las gracias olvídate, nunca te hemos dado las gracias por nada y no lo harmos por esto, así que ya sabes. No sé porque me he hecho ilusiones. Voy corriendo a la cocina y les preparo el desayuno. Prácticamente mi educación me ha formado de esta forma, estad dos personas y cualquier chica me manda y me humilla, y yo obedezco. - ¿Ya está mi desayuno? -pregunta la joven. - Sí, señorita, ya está listo. Se lo toma y yo le preparo el desayuno a su madre, luego me ordenan que limpie el vaso. Sale a dar una vuelta, pero mi señora sigue en casa, no sé cuanto tardará en salir, así que no estará de mas seguir fregando. No me demora mucho limpiar el suelo, ahora paso la escoba. Me he dado cuenta de que estoy solo. Tengo la impresión de que esto es como entrar en un agugero negro, tienes curiosidad por saber qué hay dentro, pero no lo ves bien, así que te acercas, mas, te acercas, te acercas, te acercas... finalmente consigues ver el interior de un agugero negro, pero para entonces estás tan cerca que ya no puedes escapar, una vez llegado a este límite no hay vuelta atrás por mucho que te resistas, y yo acabo de atravesar dicho límite.

  • ¿A qué viene este derroche sin medida?

  • Quería demostrar que yo ya no tengo nada, que ustedes son mis dueñas y... todo eso que explico en el contrato.

  • Por cierto ¿y si te dijera que estos regalos me saben a poco y que me gustaría que me hicieras más regalos?

  • Mi Princesa, me he dejado casi todos mis ahorros en estos productos, casi no me queda nada.

  • Entonces tendremos que pensar en alguna alternativa. ¿Se te ocurre algo?

  • La verdad es que no.

  • Venga, mientras pienso en algo bésame los pies hasta que te diga.

Esto es demasiado, yo tengo mi dignidad.

  • ¡Vamos!

Pero ante su exclamación reacciono, me pongo a cuatro patas y obedezco su orden siendo.

  • Por cierto, a partir de ahora te llamarás "Gilipollas" -avisa mientras camina por el pasillo.

Yo la beso en los pies mientras ella se deja. Era como subirle su autoestima. Ahora anda orgullosa hasta el salón y se tira en peso… Voy rastreando mis rodillas hipnotizado del empeine de sus pies, mientras los beso. Me levanto y permanezco expectante ante una nueva órden.

  • Que tonto… Esperas algo? -Su mirada desafía mi intelecto- ve a mi cuarto y tráeme mis zapatos.

  • ¿Algún juego en concreto, mi Princesa?

  • Los granates que me has regalado.

  • Sí, Mi princesa.

Voy a su cuarto, cojo su calzado y vuelvo al salón.

  • Mi Princesa, aquí tiene su calzado -informo de rodillas ofreciendo sus zapato- ¿Quiere mi compañía? -Mis ojos de miedo la miran y luego miran sus pies sobre la mesita.

  • No, mejor solo atiende mis pies -Ella no pretende correr a la ducha y enciende la televisión.

  • ¿Cómo quiere que los atienda?

  • Acarícialos, Gilipollas.

  • Sí, mi princesa.

Me pongo delante de ella y bajo tanto como puedo para no molestar su visión hacia la tele. Tomo su pie con delicadeza y doy suaves caricias en el empeine a la planta. Los acaricio con cariño. Quiero decirle algo…

  • Mi princesa, llevaba toda la vida deseando entregarme a usted para ser su esclavo y ser humillado de forma tan grotesca y degradante como le plazca, estoy seguro de que mi sumisión le hará muy feliz, además, a parte de obedecer y servir sus deseos, no sirvo para nada mas.

Ella ni me mira.

  • Pues has tardado en comprenderlo, tenías que haberlo comprendido cuando naciste.

Beso su planta y la miro, y ella me mira…

  • ¿Qué te parece si no hablas desde ahora?

Asiento con la cabeza.

  • Bien, empieza a besar mis pies si quieres, y no digas ninguna palabra hasta que yo te hable.

Yo los beso y los beso con cariño; el olor de sus pies es asqueroso, pero no puedo protestar ni apartarme de ellos.

  • Gilipollas ¿has visto mi móvil? creo que lo tengo en el baño.

Continuamente se muestra más intolerante hacia mí. A veces me siento un estorbo a pesar de cumplir con todos sus deseos. Mi sospecha, ya que me quita libertad le complace que me entreque a su autoridad.

  • Aquí tiene, mi Princesa.

  • Bien, sigue a mis pies.

Ni siquiera me mira.

  • Si, mi Princesa -respondo arrodillándome al suelo y le doy besos como antes. No uso mis manos, las mantengo sobre el suelo frío, y no se por que… Me mantengo a una forma ridícula intentando llamar su atención. Y nada, ni a gatas, ni provocativo consigo sacar sus ojos de la pantalla del móvil.

Supongo que responde los wasapp. En cambio yo respondo a su olor reventando. No es que sea agradable… es sudor, pero es mi Hermana mi Pincesa, mi propietaria la que me da está orden. La visión de sus perfectos pies, sus dedos pequeños, recogidos y... pintados?

Sin querer me da un golpe de pie a mi cara. La miro confundido y compruebo que sólo se estira. Su móvil suelto sobre el sillón.

  • Quédate quieto aquí -Abro los ojos emocionado.

  • ¿No quiere que la acompañe?

Ella me mira arrugando la frente.

  • ¿Qué te he dicho? ¿Que no contestes?

  • Lo siento mucho mi Princesa.

  • ¿Entonces, qué tienes que hacer?

  • Esperarla aquí.

  • Pués ya sabes, Gilipollas, espera en silencio y punto.

Ahora que lo pienso, llegamos a un punto en que siempre me quedaba en casa cuando ella salía de noche, me quedaba poroque ella lo quiso, a pesar de que sus amigas son algunas, o mejor dicho, fueron amigas mías, al final decidió tenerme cautivo para ella mi nuestra madre.