Sumiso nato II: La consulta de doña Celia
Convencido por la profesionalidad que doña Celia refleja en la web de su consulta, acudo a ella, aun desafiando la autoridad de mi madre, y le explico mi experiencia en la sociedad que ha desarrollado mis tendencias sumisas.
Sigo leyendo el perfil de Celia Navarro. Mi idea de la felicidad es muy simple. "Vivir en paz conmigo misma y con la gente que quiero, y sin criticar a las personas". Por ello, selecciono muy bien mis “batallas” reflexiono sobre ello y dedico un rato cada día a agradecer todo lo que tengo. No parece que haya perdido el tiempo, y aunque no tenga mucha experiencia creo que es una profesional muy competente y segura de sí misma. Miro las fotos publicadas de la consulta, el recibidor, la sala de espera con unos sillones y sofás visiblemente cómodos, el despacho de cada psicóloga, un escritorio con tres sillas, dos entre el mueble y la entrada, y una al otro lado, junto a una ventana, en la foto de cada despacho está cada una de las psicólogas, Rócío y Celia sonríen en la foto, Laura se muestra seria, concentrada en el ordenador; hay un cuarto despacho con un escritorio que tiene un teléfono y unas cosas mas; diría que es donde se hace el trabajo administrativo; todas las fotos muestran un ambiente agradable y cómodo, diría que saben como hacer que el paciente se sienta bien. Decidido; iré a este sitio; espués de comer llamaré. Por curiosidad miro el perfil de sus dos compañeras. Las tres son verdaderamente bellezones, pero no tiene importancia. Me atienda quien me atienda, creo que estaré en buenas manos. Ya estoy deseando saber quien me atiende, Celia, Laura o Rocío. Leo las críticas qué dejan los pacientes; son anónimas: "El trato y la profesionalidad que muestran, me permite hablar y expresarme con comodidad." "Siempre recibo una bienvenida cálida y agradable. Voy con mucho gusto." Hay un comentario negativo: "Lo único el perfume, es un poco molesto pero por lo general la consulta es impecable." También hay que ser muy tiquismiquis para quejarse de un simple perfume. Leo otras críticas, todas son muy positivas. Si el único inconveniente es el perfume creo que me vendrá muy bien. Entonces me llaman para comer, voy corriendo. Ya iba siendo hora, estoy muerto de ambre. Tenemos espaguetis y una amburguesa cada uno. Pongo encantado la mesa y espero a un metro de mi señora para coger los platos y llevarlos. - Venga, llama a mi hija. Acudo rápidamente al dormitorio de la señorita Ibañez y abro su puerta. Cuando estoy justo en frente doy tres toques a la puerta. - Dime -contesta ella. Abro y delante de ella, pero con la mirada baja le hablo. - Vamos a comer. - Ya lo sé, he oído a mi madre -responde con prepotencia. - Bueno, me ha dicho que... - ¿Qué me avises? -interrumpe ella- Vale, ya me has avisado, ahora déjame y vete, que estoy estudiando. ¿Sabes qué es eso? -pregunta burlona. - Bueno, yo ya te he... - Vale, adiós. Cierro la puerta y vuelvo al salón para sentarme en la mesa. - Tontito, sácame una Coca Cola y una Fanta para tu hermana. Voy a la cocina y vuelvo con refrescos para los tres. - ¿Por qué sacas dos fantas? - Para su hija y para mí. Finalmente empiezo a comer; menos mal, estaba desesperado. - Niño, no comas tan rápido, que no eres un animal, además no te va a sentar bien. - Lo siento, pero tengo mucha ambre -respondo, mientras como más despacio. - Dime una cosa. ¿Te ha gustado ir a clase casi en ayunas y sin hacer los deberes? - Claro que no. - Pues yo no lo tengo tan claro, varias profesoras dicen que les prestrabas más atención a ellas y tus compañeras por su forma de caminar, de hablar, de mirarte que a las clases en sí. Hasta me han dicho que te fijabas en quien se burlaba ti y que has disfrutado siendo humillado. - Es mentira -respondo, sintiendo un cosquilleo por el cuello que sube hasta mi cabeza. - Mamá, ahora que lo dices -interviene mi su hija- este desgraciado me mira siempre que está delante de mí; esta mañana no ha terminado el desayuno porque se ha pasado casi todo el rato observándome, casi hasta se le hacía la boca agua. -explica con una sonrisa. No tengo palabras para responder, en vez de eso bajo la mirada y me centro exclusivamente en la comida. - ¿Bueno, qué tienes que decir a eso? - Está bien, la miro a ella, a mis compañeras y profesoras, pero no sé por qué. - ¿Y que te humillen en clase como han hecho no te gusta? - Eso no, para nada. Termino de comer y cojo una manzana, ientras la parto en varios trozcos Silvia coge una naranja. - Oye, si tanto te gusta mirarnos fíjate en mí, mientras me tomo el postre. Automáticamente centro mi mirada en su cara, pero como veo que primero debe pelarla y me centro otra vez en mi postre. Nuevamente me centro en ella. Se ríe ligeramente. - Huy, encima me mira –comenta de forma burlona mientras me mira. Con sus comentarios me sonrojo más que antes. No sé a donde quiere llegar. Mientras la observo trato de partir mi manzana. - Espera a que me termine postre para empezar tú, pero hasta que yo no acabe quiero que te centres exclusivamente a observarme. - Está bien, ¿pero por qué? - Porque lo digo yo. - ¿También quieres que recoja la mesa y ponga el lavaplatos en marcha? - Buena idea, hazlo. Mientras se toman el postre pienso en lo crueles e indiferentes que son conmigo, llevan años así. - Oye, podrías esperar de pie a que terminemos -comenta la joven. Pero yo no reacciono, no es posible que hable enserio. - ¿A qué esperas? -añade mi señora-, mi hija ha dicho que te levantes. Obedezco. Cuando termina el postre cojo mi plato y mi manzana; quiero ir a mi cuarto para evitar la conversación. - No te vayas aún -me detiene doña Veronica con un tono firme- acábate el postre aquí, además tienes que recoger la mesa. - Está bien -respondo mientras recojo sus cosas. Obedezco su orden y permanezco aquí. Cuando termino recojo las cosas y los llevo a la cocina. Pero mi plato y mi. Por fin. Sólo de estar delante de ellas porque me lo dijeran me da mucha vergüenza. En un sólo un viaje llevo todos los platos, cubiertos y vasos. Pesan bastante, pero así no hago otro viaje. Llego a la cocina, coloco las cosas en el lavaplatos y lo enciendo. Ahora cojo papel y boli, vuelvo al ordenador, apunto el número de la consulta y llamo desde mi cuarto. Un momento, según la página el horario de llamadas y consultas es a partir de las 4:00. queda media hora. tendré que esperar. Mejor ahún, voy andando para pedir cita en persona. Respecto a esta familia no creo que se den cuenta de lo que he buscado, cuando terminan de comer una se pone a ver la tele y la otra empieza a estudiar; no me prestan atención. Ya está decidido, ahora voy; tomo nota de la dirección y acudo tan rápido como puedo. - ¿Mi señora, desea que haga la compra? - Sí, compra leche desnatada y cereales. - Sí, mi Señora. - Espera un momento -ella se levanta y acude a su habitación-, vamos, ven un momento. - Claro -respondo siguiendo sus pasos. Pero cuando entra en su cuarto me dice que espere y cierra la puerta. No sé lo que quiere, tengo curiosidad. Al fin abre la puerta, me sonríe y me enseña un collar. - Reconozco que hemos sido muy bruscas contigo, por eso quiero compensarte con esto. - Pero... es un collar de mujer. - Quiero que lo lleves, vamos, no empieces otra vez con estereotipos, ¿de verdad lo vas a rechazar? Pregunta sonriendo y acariciándome en la barbilla. - Está bien, mi Señora -por temor a herir sus senimientos acabo aceptando-, es precioso. - Considéralo una muestra de cariño, es lo menos que puedo hacer para compensarte, con todo lo que nos ayudas. Es bastante llamativo, con muchas piedras, con muchas piedras preciosas o simples cristales, no lo sé; es precioso es, sí, pero de mujer, creo que la gente se va a rír cuando me vea con esto. En cuanto a la psicóloga, si le hubiera dicho la verdad no sé si me hubiera dejado, además ya había preguntado tres veces si quería que fuera a comprar y nunca me había puesto pegas. Pero cuando vuelva seré sincero; lo que no sé es cómo se lo voy a explicar. Salgo de casa rápidamente. Cojo un autobús. Por el camino pienso en la psicóloga ¿Cómo se lo voy a decir? ¿Entenderá mi situación? ¿De verdad puede ayudarme? ¿No me quedaré bloqueado como me pasa siempre... Vivo en la Avenida del Reino de Valencia y la conculta está al lado de Hipercor, en autobús tardo 40 minutos. Me siento muy mal, seguramente esto lo tomará con un acto de rebeldía, y con razón, pero no se me ocurría otra cosa para dejarme salir. Acabo de coger el autobús, voy a enviarle un Wahttsap. "Señora, no he sido sincero con usted, en realidad de ido a una consulta de psicólogía, está al lado de Hipercor, luego se lo explico." Poco después recibo un mensaje de Whattsap. "¿Vas a la consulta de una tal Celia Navarro, Laura Fuster y Miriam? No esperaba eso de ti. Me has decepcionado y estoy muy disgustada. Quiero que me envíes tu ubicación ahora mismo y cada 20 minutos." Envío la ubicación. "Aventida del Reino de Valencia, 54." Cruzo el río y salgo del autobús; aquí le envío otra vez la ubicación. Llego a Hipercor y decido comprar ropa para Silvia, varias faldas largas, una morada, una turquesa y dos rosas de distintas tonalidades, una de las cuales plisada; cuatro cortas de mezclilla, una rosa suave, una blanca, una granate y una negra; también compro un vestido corto, ajustado negro, unas medias negras, una rebeca blanca y tres pares de zapatos, un juego de zapatos granates con tacones de 4 cm, uno negro de 6 cm de tacones y otro granate de 8 cm. También le he comprado varias medias de diversos colores. La señorita Ibañez es una chica muy femenina y coqueta, entre sus gustos destacan principalmente la moda y tener un vestuario muy variado. Con este detalle estoy seguro de que al fin será amable conmigo. También compro algo para su madre y para la señorita García. La espera me angustia. Vuelvo a enviar la ubicación. Cuando estoy llamo a la puerta, alguien contesta. - Buenos días señorita, me gustaría pedir cita con doña Celia. Ella me abre y entro; cojo el ascensor, subo hasta el quinto piso y llamo a la puerta once; al momento empiezo a oir los tacones de unos zapatos. Poco después me abre. Pero yo no veo bien su cara, me muestro herguido frente a ella, pero con la mirada vaja. La ropa que lleva la veo perfectamente, pero su rostro no lo distingo, su pelo sí, lo tiene claramente rubio, y creo que liso, no lo sé. - ¿Sí? -pregunta con una sonrisa. Lleva una falda negra y corta que no le llega ni a las rodillas, unas medias negras que ni brillan ni transparentan, unos zapatos de tacón de unos 5 cm, y una camiseta blanca de manga larga de encaje y cuello negro. Tengo la mirada tan baja que cuando ha abierto el calzado es lo primero que he visto. Levanto la mirada. ¡Dios mío! Debe ser la secretaria; es hermosa. Esto no lo esperaba; no aparece en la web. - Soy... - Vamos, pasa. Instintivamente me encojo de hombros y bajo la mirada; además no me siento capaz de entrar. - Gracias, me gustaría... Ella me interumpe dando dos besos con el típico saludo cordial. No creo que lo sepa, pero me bloqueo rápidamente. - ¿A qué esperas? -pregunta con su inocente sonrisa- Aquí no muerde nadie. Entro y cierra la puerta. - No era necesario que vinieras, podrías haber llamado por teléfono -informa guiándome por el pasillo. - Lo sé, pero prefería andar -respondo siguiéndola cabizbajo. - Querías hablar con Celia, ¿verdad? - Si fuera posible... - ¿Tienes algún interés especial en que te atienda ella? - No, pero he visto su perfil y me ha parecido interesante. - Ya, aquí todas son muy buenas, pero si de verdad quieres que te atienda Celia puedes esperar en la sala, no tardará en llegar y ahora no tiene a nadie. - Muchas gracias, señorita -respondo sintiéndome empequeñecido ante ella. - Gracias a ti -responde risueña-. ¿Cómo te llamas? - Susi. Su pelo rubio lo lleva efectivamente liso; se lo ha recogido en un moño, a simple vista sin maquillaje. Voy tras ella y entro en la sala que me indica. - Espera aquí. - Gracias, señorita. Reconozco que me ha dado una cálida y agradable bienvinida, muy cariñosa, amable, alegre y con una bonita sonrisa. - Por cierto, me gusta mucho tu collar. - Gra... Gracias -respondo avergonzado. Tiene varios sillones y muebles para sentarme, me acomodo en uno de la esquina de la sala, de color azul, es muy cómodo. La sala tiene un olor muy agradable; debe ser un perfume. Se nota que sólo trabajan mujeres, tienen puesta una canción suave y tranquila. Delante de mí hay un sofá rosa pastel y encima un reloj de agujas; marca poco mas de las 4:40. Sin previo aviso un dispensador de perfume situado cerca y ligeramente encima de mí expulsa una muestra, el sonido producido me asusta un poco, el perfume se esparce lentamente... no, no se esparce, casi me da de lleno y me ha echado gran parte de la cantidad encima: perfecto, estaré toda la consulta y gran parte de la tarde oliento a perfume de mujer. Mientras permanezco sentado observo dicho dispensador: no creo que esté bien colocado, el recibimiento es muy agradable, pero el dispensador no está bien colocado; los pacientes se pueden molestar; ahora no me parece tan tiquismiquis el comentario del dispensador. Después de unos segundos echo una mirada al resto de la sala. Giro la mirada para ver el cristal de la puerta, casi no deja ver tras él. Precisamente en ese momento oigo de nuevo unos tacones, al principio el sonido es tenue, pero cada paso es ligeramente más fuerte que el anterior; el taconeo es distinto a los de la secretaria; tiene que ser otra persona. Tal vez doña Celia; miro la hora y son poco menos de las 4:45; a continuación aparto la vista para prestar atención a la puerta, veo una la silueta de alguien cogiendo el pomo, abre la puerta. De inmediato me levanto, como si estubiera obligado a mostrar respeto de forma solemne y de nuevo bajo la mirada. - ¿Susi? -pregunta sonriendo. Con la mirada baja tampoco puedo ver su cara, pero sí su ropa. Lleva un blusa blanca de seda y mangas largas, una falda larga y plisada de color turquesa, si lleva medias no puedo verlas, los zapatos, lo único que sé es que son de tacones. - Sí, señorita, ¿usted es doña Celia Navarro? -respondo mientras la veo caminar segura de sí misma hacia mí. - Sí, soy yo, puedes levantar la mirada si quieres -propone sonriéndo. - Gracias, señorita -respondo alzando la vista para mirarla. Es una joven con una agradable sonrisa, de pelo moreno y rizado, sus ojos marrones... sí, es ella. - Por cierto, me gusta mucho el collar. - Gracias. Ahora lleva los labios rojos, parece que cada día viene con un color distinto; de cara es preciosa, sin arrugas, ni granos, ni lunares. Su mirada resaltada con una delgada línea negra en cada párpado intimida. Siento que estoy paralizado, no me puedo mover, ni para apartar la mirada, tengo calor, el pulso se acelera. Entonces coloca su mano derecha sobre mi ombro izquierdo y me da dos besos, igual que la secretaria. Siento el olor de su perfume, es idéntico al de la sala de espera. Está imponente. Con cada gesto suyo, cada palabra, cada paso y el tacto de sus cara siento una tremenda corriente eléctrica atravesándome. - Pasa conmigo. No sé qué responder, ¿debería decir algo? La sigo a unos dos metros con la vista al suelo. Tengo miedo de incomodarla; de todas formas yo sí me incomodo si estoy demasiado cerca de alguien. Me lleva por el pasillo, nos cruzamos con alguien, posiblemente otra psicóloga, pero no la veo muy bien, ella lleva un perfume embriagador, se ríe, posíblemente de mí. Mientras sigo los pasos de mi psicóloga veo que se gira para verme, y también se ríe, posiblemente les haga gracia que mantenga la mirada al suelo, pero esto me da mucha vergüenza. Me indica que entre en una sala; al momento, ella también entra y me ofrece una silla delante de su escritorio, se sienta en su sitio, frente a un ordenador. Empezamos a hablar. - ¿Susi qué nombre es? - Sumiso y siervo, pero no sé por qué me lo pusieron. - ¿Cuantos años tienes? - 17. - Cual es tu apellido? - Ibañez -mientras respondo veo como teclea en el ordenador. - Bien, dime, ¿qué te pasa? - Verá, vivo con una mujer de 45 años, que se llama Verónica, pero debo llamar "mi señora" y su hija de 15, aunque me siento muy afortunado de vivir con ellas, ella me trata muy mal en casa y en el colegio me humilla siempre que puede, pero me dan muchas obligaciones y desde hace cinco años me han quitado libertad, la joven se llama Silvia, los dos estudiamos en el colegio donde su madre es profesora, al igual que todas las alumnas del centro, pero mis profesoras y su madre se pasan el día apoyándolas, menoscabándome y dándome órdenes, yo me esfuerzo en complacerlas, pero no me dan ni las gracias. - ¿Eres adoptado? - No, en realidad son mi familia biológica, pero tengo prohibido insinuarlo. - ¿Y cómo es eso? -pregunta sonriendo. - Es natural, la gente sólo habla de tú a tú entre iguales, pero yo estoy por debajo, porque los chicos somos malos estudiantes y unos fracasados en la vida y porque ellas siendo mujeres son más eficientes y dignas de respeto; por lo que tengo que hablar con todo el respeto y humildad que pueda mostrar; no importa, la edad que tengan, ni la relación que haya entre nosotros; pero me gustaría que fueran más agradecidas. - ¿Te parece natural que no te den cariño porque no estés a la altura de tu hermana y además porque seas chico? - Exacto. - ¿Qué obligaciones tienes en casa? - Poner la lavadora, limpiar y ordenar las habitaciones... tenemos una chica que lo hace dos día a la semana, pero yo lo hago el resto de la semana, pero la hija de mi Señora no lo hace; dicen que ella no tiene obligación de hacerloes porque es cosa mía. - ¿Por qué no está obligada? - Porque es una chica, como mi Señora, además no pierde el tiempo porque es muy buena estudiante. Por eso son superiores a mí, además está en un club de natación y las clases le tienen bastante ocupada. - ¿Y crees que eres inferior a ellas por ser un chico, o por ser mal estudiante? - por hambas cosas, es como los judíos en la Alemania Nazi, pero en mi caso la carencia de dignidad es real. - ¿Por qué es real? - En mi clase soy el único chico, y las notas de mis compañeras son envidiables, mis amigas del pueblo también son más eficientes que yo... pero mis mis notas, dan asco. - ¿Y por eso tienes que dirijirte a tu madre como tu Señora"? - ¡Sí! No sé cómo explicárselo, pensaba que sería más facil, me estoy poniendo nervioso. ¿No lo estaré contando mal? - ¿Por eso te pones en pie y agachas la mirada delante de nosotras? - Sí, señorita Navarro. - ¿Entonces, a mí por ejemplo tienes que hablarme de usted y llamarme "señorita Navarro" o "doña Celia"? - Exacto. - ¿Tus padres están separados? -pregunta haciendo gala de su bella sonrisa, esta sonrisa es más amplia y bella que antes. Su rostro angelical hace que me bloquee, no soy capaz de hablar con fluidez, empiezo a pensar que no debería haber venido; pero a duras penas, saco fuerzas para responder. - A mi padre no le recuerdo, me dijeron que nos abandonó o murió cuando la hija de mi Señora acababa de nacer, pero de algún modo ella se benefició sacándole cuatrocientos mil euros, puede que fuera por la herencia, o por el divorcio, nunca quisieron contarme la historia. - Volvamos a la humillación que te hacen -comenta ella sonriéndo. Cada vez que habla sonríe mas que antes, me da mucha vergüenza, no puedo mirarla-. ¿Has intentado solucionar tus problemas familiares? - Lo he intentado muchas veces, pero nunca da resultado. - ¿Qué cosas has hecho? - Cuando mi Señora y su hija me dicen que haga algo yo obedezco, me esfuerzo en complacerlas, también ayudo por iniciativa, me ocupo de las tareas de la casa, hago la compra, aguanto el pelo de la joven cuando se peina o se perfuma, de vez en cuando hago la comida para ellas, cuando quieren ver la televisión si ella me dice que le de el mando se lo doy y le pregunto si también quiere un vaso de agua o algo similar, cuando está la chica que limpia mi casa, le ayudo un poco sin que me lo digan; no sé qué hacer, de verdad, he estado ahorrando para hacer la compra del siglo y hacerles varios regalos. - ¿Por qué obedeces con tanta entrega? - Lleva toda la vida cuidándome, también me mantiene; es lo menos que puedo hacer; bueno, eso dicen. - ¿Y te parece normal? - Claro, le debo la vida, por lo menos le tengo que hablar con todo el respeto del mundo y cumplir sus normas, aunque a veces no las entienda. - Dime una norma que no entiendes. - Desde hace años quiere que lleve bragas y medias, y los fines de semana, si no salgo una falda. - ¿Te obligan a llevar ropa interior femenina y faldas? -pregunta atónita, incapaz de contener su sonrisa-. ¿por qué no te niegas? - Sí, ya no recuerdo qué marcas hay de calzoncillos; y no me niego porque vivo en su casa y debo respetar sus normas, y siendo ella la que me mantiene tiene derecho a mandármelo. - ¿Una cosa, si te dijera que te levantes y te pases el resto de la consulta de pie lo harías? - Sí doña Celia. - En ese caso levántate, tontito. - Como quiera -obedezco a su orden. Es la primera vez que me ordena algo. - ¿Qué cosas has comprado? - Faldas, vestidos, zapatos... le gusta mucho la moda. - Has comprado algo para alguien mas? - Sí, a mi Señora un perfume de chanel, y a la chuca que nos limpia la casa un vestido de gala. - ¿Tienes el tiket? - Sí claro, ¿quiere verlo? - Sí, enséñamelo -responde tendiendo la mano. Saco los tikets y se los entrego. Son de la misma tienda, pero de varias secciones. - Una cosa, no es necesario que hables de usted, ni que me llames señorita o doña Celia -comenta risueña. Puede que lo diga enserio, o quiera comprobar mi convicción sumisa. - Gracias, pero llevo tanto tiempo hablando de esta forma que me resulta raro cambiar; hasta tengo que dirigirme a mi hermana como señorita Ibañez. - ¿Entonces también te exigirían que nos hablaras de usted en esta consulta? Ella ojea rápidamente el tiket, desde el principio sonríe de oreja a oreja... - Por cierto, te has gastado mas de 350 € -comenta-. ¿Crees que esto bastará para hacer las paces con ella? - No lo sé, pero estoy desesperado, no se me ocurre otra cosa. - Y quieres que te ayude a mejorar tus habilidades sociales para solucionar los conflictos con tu familia y tener más amigos, ¿es eso? - Me gustaría mucho -respondo asintiendo. - ¿Tienes amigos? - Tengo unas cuantas amigas, las conocí por la señorita Ibañez y su prima. - ¿De verdad no puedes ni nombrarlas como tu familia? -pregunta sonriéndo y mirándome con sarcasmo. - No señorita. - ¿Todas tus amigas son chicas? -pregunta sonriéndo. - Hace tiempo tenía un amigo, pero por culpa de mi familia discutí con él y dejamos de tener relación. - ¿A ellas también les hablas de usted y les llamas señorita? - Sí -respondo asintiendo. - Bien, me he pasado el documento, cuando lo pueda te doy mi opinión -contesta desconectando el aparato para devolvérmelo-. Dime como empezaron a someterte. - Cuando tenía doce años mi señora empezó a llamarme tontito. Me pedía que hiciera la compra, que sacara la basura y cosas así, pero siempre llamándome "tontito". - Bueno, cuando los hijos alcanzan una determinada edad no es raro, que hagan la compra de vez en cuando, y te llamaría tontito con cariño. - Ya, pero a partir de esa edad empezó a quitarme libertad... Un día le pregunté por qué me llamaba así y me dijo que teníamos que hablar sobre esto... - Verás hijo, tus notas dan asco, en clase das pena, no eres ni la décima parte de listo, ni trabajador ni educado que tu hermana, hasta uno con Síndrome de Down es mejor que tú. De hecho casi no vales para estudiar. Así que a partir ahora serás nuestro "tontito". Además van a haber otros cambios en tu vida cotidiana. Al poco tiempo de empezar a llamarme "tontito" empezó a quitarme libertad y tiempo libre. - Mamá, ¿Puedo salir con mis amigos? - ¿A donde? - Vamos al cine. - No, tontito, tienes que comprar unas cosas. - ¿Qué cosas? - Tráeme el bolso de mi habitación. A los pocos segundos se lo traje. Ella sacó un boli, hizo una lista de la compra y me la dio. No entendía muy bien la letra, pero suele decirme lo mismo: Leche desnatada, huevos, chocolate... Tardé unos veinte minutos en regresar y entregarle las cosas para que las revisara. - ¿Esto qué es? No has comprado ni la mitad de las cosas -mi madre me reprochó mis errores. - Lo siento, pero no entendía la letra. - No tienes excusa; a ver si mas que tontito eres subnormal. - Bueno, ¿puedo ir ya con mis amigos? - ¿Sabes qué? Yo voy de compras y tú me vas a acompañar. - Pero mamá, ¿si no entiendo la letra qué puedo hacer? - No es que te equivocaras, es que necesito que me acompañes. Un sábado, después de ordenarme mi cuarto me puse a ver la televisión, pero enseguida me interrumpió mi Señora. - Tontito, podrías hacerme la cama. Me lo dijo casi a modo de orden, yo la miré desconcertado. - Está bien, mamá, lo haré. - No, quiero que la hagas ya. Entonces me levanté del sillón y fui a su cuarto para hacerle la cama. Estaba totalmente molesto, pero no me dejaba elección. Cuando terminé fui a avisarla y ella fue rápidamente a ver cómo la había dejado. - Muy bien, a partir de ahora harás las camas de la casa; venga, ve al cuarto de tu hermana. - Sí mamá. Cuando entré Silvia estaba sentada en una silla hablando por teléfono. - Dime -contesta ella. - Mamá quiere que te haga la cama. - Vale -responde levantándose y saliendo de su cuarto. Al principio era hacer la compra, luego hacer las camas, primero los fines de semana, pero con el paso del tiempo cada vez me daba más obligaciones y empezó a obligarme los lunes, miércoles y viernes al salir de clase. Los martes y jueves, nuestra empleada del hogar, se ocupaba ella. Cada vez que le pedía permiso para salir me decía que no, porque tenía que hacer un nuevo encargo o tarea, limpiar los muebles o fregar el suelo, ya lo había hecho por la mañana, pero le daba igual, siempre se inventaba una excusa para tenerme encerrado; lo que quiere es que me quede en casa. Pero cuando mi hermana sale con las amigas no pasa nada. Un mes después decidió apretar más la soga. - Tontito, es estupendo como haces la cama, ahora también podrías limpiar los baños cuando vengas del colegio y los fines de semana. - ¿También me pides que limpie los baños? - No, es mas, quiero que lo hagas. - ¿Por qué no se lo dices a Silvia? - Te lo digo a ti -pero ella era cada vez más distante, fría y exigente-, o mejor dicho, te lo ordeno. No me dejaba otra elección, cada vez que me decía algo tenía que hacerlo y punto. - Otra cosa, eso de llamarme mamá se ha acabado, quiero que te olvides de esa palabra, a partir de ahora me llamarás señora, y a Silvia... señorita Ibañez, a menos que te diga expresamente cómo debes llamarla. ¿Te queda claro? - Sí señora. ¿Hay alguien mas a quien deba hablar de usted y con respeto? - Pués ya que lo dices, sí, a todas las chicas del mundo, no me importa si son niñas o adultas, compañeras de clase o profesoras, de la familia o amigas nuestras, nos tienes que hablar de usted a todas, y llamarnos "señorita", "señora" o "doña fulanita"; hablo enserio, no voy a dejar pasar ni una. ¿lo entiendes? - Sí señora. - Bien así que ya sabes, incluso a tu prima Alba, que sólo tiene 7 años, debes hablarle de usted, y saludarla con una reberencia. - Sí, Señora. Pero entonces ya estaba resignado a esta vida... - ¿Cómo empezaste a cambiar los calcetines y calzoncillos por la ropa interior de chica? - Estábamos en una tutoría en 2º de la E.S.O. yo acababa de trasladarme a mi nuevo colegio... Hicimos un debate en clase sobre quien lleva las riendas de la familia. Mi tutora de entonces era Sandra. - ¿Creeis que las mujeres son más eficientes que los hombres, que tienen más carisma para dirigir un negocio o una empresa? -preguntó mi tutora. - Sí -respondieron todas. Pero yo no respondí, llevaban por lo menos desde que me cambié de colegio hablando de los hombres como si fueran insectos. - ¿Y cuando formeis vuestra propia familia quien creeis que llevará los pantalones? - Yo -respondió una. - Yo -dijo otra. Todas decían lo mismo. - ¿Tú qué dices, Susi?¿Crees que el hombre es más eficiente que la mujer, o menos? - Creo que son iguales, ser hombre o mujer no tiene nada que ver. - Vale, ¿entre tus padres quien lleva los pantalones en la familia? Nombrando a mi padre me tocó la moral, me dejó claro que no le importaba que no tenga padre, pero me preguntó con toda la naturalidad del mundo. - No tienes porqué mencionar a mi padre -contesté enfadado. - Está bien, te lo preguntaré de otra forma, entre tu madre y tú quien lleva los pantalones -.preguntó con una sonrisa enigmática, como si fuera una pregunta trampa. - Mi madre. - ¿Y tú qué llevas, las falda, o sólo unas bragas? - Mi madre es la que... - Ahora he preguntasdo por tí, no por tu madre. - Vale, también soy yo... - ¿De verdad eres tú el que mantiene y gestiona la familia? - No, pero llevo los pantalones... - ¿No entiendes la expresión de "llevar los pantalones", verdad? Este tipo de metáforas, pensaba que estabam fuera de lugar. Creo que podría haberlo preguntado de otra forma. Me estaba alterando, me estaba poniendo de los nervios. - ¿Cuando te emancipes y formes tu propia familia quien crees que llevará los pantalones y quien llevará la falda? Ya no sabía qué responder. - Yo, de todas formas eso no tiene nada que ver con ser hombre o mujer, sino con la madurez. - Te lo plantearé de otra forma, ¿en tu casa cuando te mandan algo, les obedeces? - Sí, señorita. - ¿Y aun así crees que serás tan maduro como... - Claro, como todo el mundo... -interrumpí a su pregunta. - Mira -entonces ella también me interrumpe-, si no quieres reconocer que llevas la falda y las bragas en tu casa, al menos no me interrumpas cuando esté hablando. Esa misma tarde al llegar a mi casa mi madre me dijo que teníamos que hablar; y eligió el momento de la comida. Silvia había salido de casa, pero yo no me di cuenta porque yo estaba haciendo la comida; y cuando llegó la mesa ya estaba lista para comer. - Sandra me ha dicho que tú eres el que lleva los pantalones en casa -comentó muy seca, como enfadada. - Bueno, me refería a mi forma de vestir, además usted, su hija... - No mientas, se refería a quien lleva las riendas en la familia, y no digas que no. Pensaba decir que la mayoría de profesoras y alumnas llevan falda o vestido, pero no me dejó acabar. - Lo que digo es... - ¿Nada que ver con ser hombre o mujer? -interrumpe muy seca-. Me lo ha contado. También me ha dicho que has insistido en que eres tú el que lleva los pantalones en esta casa, y que cuando te emancipes seguirás llevándolos. ¿Es cierto? - Sí, mi Señora, ¿pero a donde quiere llegar? - ¿Cómo te sentirías si Silvia dijera que incluso ella es tu jefa, que puede tomar decisiones sobre ti, que yo llevo las riedas de la familia y por consuiguiente tú llevas... Bragas? - Bastante humillado, y ya me han humillado.... A medida que hablamos mi madre se alteraba mas y mas, Silvia me dirigía una mirada perversa, como si tuvieran un plan sobre mí. Finalmente me dejó claro lo que pretendían. - No lo entiendes, ¿verdad? Quiero que vayas a tu cuarto y empieces a llevar la ropa que tienes preparada, una falda, medias y por supuesto... bragas, unas bonitas bragas de encaje que Silvia ha comprado antes de comer. - ¿Cómo? - Ya los has oído, si dices una palabra más que no sea, "Sí, mi Señora" te vas al colegio con falda toda la semana. - Pero eso es travestismo. - ¡Eso es naturaleza! -exclamó ella partiéndome la cara- y no protestes, o haces ahora mismo lo que te he dicho sin decir ni una palabra mas, o prepárate para pasar vergüenza en clase toda la semana. Ella siguió hablando... - De esta manera recordarás quien manda y quien obedece en esta casa, harás lo que nosotras te digamos y llevarás ropa femenina. Aquellas palabras me dejaron helado, no me daba elección. - Yo como cabeza de familia y madre autoritaria, dominante e intransigente sé cuál es tu sitio en esta casa, ¿tú como hijo sumiso, obediente y servicial estás de acuerdo? Asentí sin dudarlo. - Bien, porque si llevar unas prendas femeninas con discreción no es suficiente ta vez deberías llevar un atuendo más... visible -comentó con una sonrisa genuína. - No te preocupes, cuando salgas sólo tendrás que llevar bragas y medias -añadió mi hermana-, pero cuando estés en casa, tendrás que cambiarte inmediatamente de ropa. Pero yo no reaccionaba, no me movía ni decía nada; no podía asimilar esa decisión. - Silvia, lleva a este sujeto a su cuarto, por hoy no quiero volver a verle hasta que se ponga lo que le he dicho. Ella me llevó a empujones a mi habitación. Una vez dentro me dio un último empujón. - Un consejo, no nos hagas esperar demasiado, tontito. Estando ya en mi cuarto, vi esas prendas. Unas medias granates, una falda negra que llegaba a dos palmos por encima de mis rodillas y unas bragas, no me lo podía creer, ponérme esa ropa significaba humillarme mas de lo que ya me había humillado desde que empezó a controlarme y decidir sobre mis obligaciones. Pero me dejó claro que si no obedecía no dudaría en echarme de casa. Tardé un rato en moverme, no sé si fueron unos segundos, o minutos; pero acabé cambiando mi ropa por la que me habían comprado y acudí a su presencia. Antes de volver me puse las zapatillas que llevaba puestas todo el día, pero me ordenaron que me las quitara inmediatamente. - Y te repito que eso es para recordarte que no eres quien manda aquí; no vuelvas a decir que en esta casa llevas los pantalones. - Sí, mi Señora. - Por la falda no te preocupes; las bragas y las medias te las pondrás siempre, si no esas, otras que te compremos sobre la marcha; pero sólo los fines de semana y si no vas a salir, te pondrás una falda. - Sí mi Señora. Luego me ordenó que me ocupara de los trabajos del hogar; la señorita García no vino, así que yo tuve que ocuparme de todo, pero además con esta ropa femenina. Estas dos personas en cambio hacían otras cosas, estudiar, ver la televisíon o hablar por teléfono. Ante la autoridad y voluntad de estas dos personas me sentí totalmente indefenso. Expuesto a sus órdenes, empecé a pensar que con un simple gesto podrían darme una orden que yo debía cumplir sin titubear. Después de todo tiene derecho a exigirme que lleve estas cosas. Reconozco que me costó bastante aceptarlo, porque me pareció un cambio bastante brusco en mi vida, además me sentí profundamente humillado, pero ahora no me parece tan extraño. - Pero llevas pendientes. - Hace tres semanas la señorita Ibañez me llevó a un comercio para que me hicieran agugeros y luego a la joyería donde me compró estos aretes. - ¿Puedes enseñarme una foto de tu hermana? - La que tiene en el Whatsapp -respondo entrando en esta aplicación y buscando su foto de perfil. En el momento que vio la foto se le iluminó por completo la cara con una bella sonrisa. - Ah -doña Celia exclama maravilada- ¡Qué guapa! Eso es cierto, sale con un vestido largo, no es de gala, pero le gusta ir bien vestida. Intento coger el teléfono de nuevo, pero doña Celia lo aparta de mi alcance. - ¿Puede devolverme el teléfono, por favor? - ¿Cuantos años tenía en la foto? -ella me sonríe sin importarle que quisiera coger el teléfono. - es del año pasado. Pero puede... - ¿Devolverte el teléfono? Ya te he oído, gracias. Pero ella no tiene prisa en dármelo. - Dices que tu... la hija de tu señora te humilla en el colegio con todas las estudiantes -comenta devolvién-dome el móvil-, ¿y tu señora y profesoras qué dicen? - Mi Señora sencillamente que no tiene importancia, y las profesoras, que son muchas chicas, unas que no las conocen a todas porque no son alumnas suyas y otras que no pueden controlas. - ¿Y cómo te sientes? - Incómodo, a nadie le gusta que le maltraten y le humillen, además en varias ocasiones me distraigo mucho por las mañanas y me voy a clase casi sin desayunar, no me dan tiempo para almorzar, las profesoras me castigan, las estudiantes me hacen bulling siemre que pueden y del modo que pueden, las profesoras no les dicen nada y pasar por ello con el estómago vacío me resulta especialmente duro, pero llevo pasando por esto toda la vida y como nadie les castiga, ni les riñe, ni les llama la atención, así que me acostumbré y lo tengo asimilado, es como si estuvieran a un nivel superior sólo por pertenecer al sexo femenino. - Cuéntame una situación que hayas tenido en clase. - Hoy por ejemplo varias profesoras me han castigado a estar de pie en varias clases, porque no tenía las actividades hechas... - ¿Le has mirado los zapatos a tu profesora? -pregunta Celia sonriéndo, ¿por qué? - No lo sé, pero he mirado sus zapatos. - ¿Te atan mucho en la silla, sellan tus labios y te tienen levantado toda la clase? - Sí, señoríta Navarro, muy a menudo. - ¿Cómo perdiste la relación con tu amigo? - Llevaba tiempo absorto por las obligaciones que me impusieron, los amigos con los que quería ir al cine eran mis compañeros del colegio hasta que me cambié un año antes, llevaban tiempo avisándome de que mi madre me estaba quitando libertad, yo lo sabía, pero no podía hacer nada, al final se cansaron de avisarme cada vez que querían salir y dejé de hablar con ellos, pero Aarón seguía llamándome y vinivendo a mi casa, su familia era de clase obrera...