Sumiso nato I: La decisión de susi

Allá donde voy soy el hazme reír de todas las chicas, mi familia, mis compañeras y mis profesoras. Me siento inferior al sexo femenino, por ello quiero ser esclavo de mi madre y mi hermana. Para ello acudo a una psicóloga, quien me ayuda a explicar mi deseo de ser esclavo de mi madre y mi hermana.

Son las 7:30, me levanto de inmediato. Subo rápidamente la persiana; parece un día perfecto. Me apresuro para ayudar a mi señora y su hija a prepararles el desayuno. No sé por qué, llevo toda la vida esforzándome a conciencia para ganarme el reconocimiento de mi señora, pero me cuesta mucho ganármelo, de hecho nunca me lo he ganado; las dos son sumamente exigentes, y esperan lo mejor de mí, pero siempre las decepciono. Me ducho rápidamente; intento centrarme en mi objetivo de complacer ni quiero ni debo distraerme en otra cosa; me enjuago por todo el cuerpo y al momento me echo un gel espumoso que desprende un extraño y agradable aroma que me refresca, calma y aromatiza la piel profundamente, la ducha me resulta bastante placentera y única; pero como he dicho, no debo distrarme, no es el momento. Tan pronto como me seco y me visto, me pongo unas bragas de encaje, un pantalón largo y fino de verano, una camiseta normal y finalmente unos pendientes de aretes plateados; un atuendo que Silvia me regaló. Voy al salón, está Lorena, la chica que limpia nuestra casa desde hace bastante tiempo. Lleva unos vaqueros muy ajustados y una sudadera blanca de lana. Tiene la piel suave y el pelo moreno. En esta ocasión lo lleva suelto. Pero algunas veces se lo ha recogido en un moño o una trenza. - Buenos días, señorita García. ¿Cómo está usted? - Muy bien, Susi. Después de saludarnos, acudo a la cocina y preparo el desayuno de mi señora, un café con leche, un zumo de naranja y unas tortitas con mermelada de fresa y nata. Silvia, o la señorita Ibañez como debo llamarla yo, prefiere tomar nutella; y combina las tortitas con unos cereales bajo en grasa, leche desnatada y un plátano. Siempre dejo las cosas a punto antes de que lleguen a la cocina, salvo por el bol donde mi hermana tiene los cereales. Como no sé cuado sale del cuarto podrían ablandarse. Me gustaría tomarme un desayuno con tortitas como ellas, pero las raciones están muy controladas y dicen que debo sacrificarme para que ellas tengan más cantidad y reducir los gastos; sencillamente me limito a tomar unos cereales. Después de preparar el desayuno salgo a la galería para coger la ropa tendida. Lo cierto es que a veces me esfuerzo en complacer incluso a Lorena. Pero me da vergüenza porque se supone que estas cosas son su trabajo y ni siquiera me da las gracias. - ¿Quien ha dicho que recojas la ropa tendida? -pregunta mi señora, parece enojada, pero no puedo evitarlo, quieren que sea servicial y yo quiero complacerlas. - Lo siento señora, es que… - Me parece bien que quieras ayudar, -interumpe ella- pero no tenemos tiempo; si se te hace tarde no desayunarás. - Claro, lo entiendo -respondo sentándome para desayunar. Al momento llega su hija. huele muy bien, seguramente se ha duchado justamente después de mí, pero yo estaba tan concentrado que no me he dado cuenta de que entraraba. Mientras se echa la leche en el cuenco la miro maravillado y me olvido de mi desayuno. Lleva puesta una blusa negra, una falda plisada color borgoña que le llega justo a las rodillas, unas medias negras y zapatos de de tacones de unos 6 cm. No es un día especial, sencillamente otro día de clase, pero le gusta vestir bien. Su mirada es ardiente, sus ojos verdes brillan como perlas, su pelo hondulado de color rubio oscuro se lo ha dejado suelto. Le llega hasta lla mitad de los abdominales. Su piel clara es lisa y suave como un folio. Y yo la observo desayunando, coge la cuchara, la mete en el bol y la saca con cereales y leche, para llevárselos a la boca; hace ese gesto una y otra vez con movimientos tan atractivos, sensuales, femeninos. Ella me mira con frialdad, por encima del hombro, no sé porque, pero hace que me empequeñezca ante ella. - ¿Qué estás mirando, lerdo? - pregunta con desprecio, como si yo le diera asco. - Nada, señorita Ibañez, es que está muy guapa -respondo avergonzado y aagachando la cabeza. - Vamos, date prisa, que si no te acabas el desayuno irás a clase en ayunas. Entonces, bastante avergonzado empiezo a desayunar; es como si hubiera estado en las nubes. Aunque ellas tenían más que yo para desayunar han terminado antes, y es que me he distraído. - Vaya, se ha hecho tarde para que te termines el desayuno. Venga, Susi, cepillate los dientes y coge tus cosas. - Termino enseguida. - No terminas, no, he dicho que no te daría tiempo. - Pero señora… - ¡He dicho que no, y no discutas! -exclama ella dándome una bofetada. Seguramente Lorena ha oído no solo la torta, sino la discusión. - Está bien -respondo mientras salgo de la cocina. Me voy hacia el aseo para cepillarme los dientes, cuando ya me estoy sacando la pasta, la adolescente entra. - Aparta, que quiero prepararme. - Pero señorita, acabo de... - Pero nada, tengo prisa, así que ya estás terminando -interrumpe con un chasquido en los dedos. - Sí, claro -obedezco a su petición. Se cepilla los dientes, se peina y yo espero paciente desde fuera hasta que salga; luego se hace una fina raya en los ojos; es muy joven, sólo tiene 15 años, pero es tan coqueta como muchas chicas universitarias. Es tan rápida, tan eficiente, tan... Cuando termina de pintarse guarda sus cosas, saca un bote de perfume y me mira sonriéndo. - Mira, ya que estás aquí ¿quieres levantarme el pelo mientras yo me echo el perfume? - Claro, y si quieres también te puedo echar el perfume. - No hace falta. Ella se da la vuelta, me dice que le levante el pelo como si le hiciera una coleta y se echa un chorro detrás de cada oreja. Aprovecho para inalar el aroma, tiene un olor tenue, es muy sutil, pero me deja embriagado. - Te gusta, eh? - Huele bien. - No, digo que te gusta complacerme. - Quiero ayudar. Ella se lo guarda, se da la vuelta para mirarme de frente y… plas. Me da una torta. Es cruel, maliciosa, y despiadada. Parece que le encanta ponerme en evidencia. - Por cierto, el perfume es mío, si quieres uno igual cómpralo con tu dinero. Ella quiere salir del baño. - ¡Aparta, imbecil! -ordena ella de un grito. Y es que al estar yo delante le cortaba el paso. Yo me hago a un lado, con la mirada baja, su imponente carácter hace que acate lo que me diga sin protestar. De todos modos, que ella me trate así hace que mi autoconcepto lo vea inferior a ella. - Cuando termines de asearte, no me sigas, que no eres mi perro faldero. ¿O sí? - Por supuesto que no. Por fin me cepillo los dientes y cuando termino busco a mi señora. Está en su despacho, cogiendo cosas del trabajo, unos documentos archivados, posiblemente exámenes que acaba de corregir de un grupo de alumnos. - ¿Le echo una mano, señora? - Sí, cógeme esta carpeta -responde ella sin darme ni las gracias. Luego va al baño, yo la sigo, coge una barra de labios y se pinta frente al espejo. Ha cogido uno de color borgoña, como la falda de la señorita Ibañez; y yo la obsevo con atención. Cuando termina sale del baño y yo me aparto. Mi señora pasa tan cerca que percibo el característico olor del carmín. Los tres salimos de casa. La adolescente es la que cierra la puerta y echa la llave. Entramos en el ascensor. Ya hay dos personas dentro; una chica mas o menos de mi edad y su madre. Mientras bajamos,las vecinas de dan cuenta y la hija se ríe. Llegamos a la planta baja, la puerta del ascensor se abre y las dos vecinas quieren salir, pero yo estoy embobado viendo a mi madre pintarse. - ¡Pero apártate, antipático! -Exclama la señorita, humillandome delante de estas dos mujeres- ¿No ves que quieren salir? Automáticamente me aparto. Estoy muy avergonzado por obstruir el paso a las dos vecinas. Llegamos al parking, mientras nos acercamos al coche, mi señora saca del bolso las llaves y quita el seguro por control remoto. Está aparcado con el maletero hacia nosotros. Afortunadamente la plaza de al lado no está ocupada. Yo acelero para abrir puerta del conductor. Como si fuera su chofer personal, espero a que llegue y tome asiento. Cuando entra cierro la puerta y yo me siento detrás. Hace años discutía con frecuencia con la hija de mi señora, sobre quien se sentaba en el lado del copiloto. Pero ahora, totalmente resignado me siento detrás. La joven espera paciente fuera. Sacamos el coche y lo orienta hacia la salida. Entonces la señorita Ibañez sube. Iniciamos la marcha y antes de salir a la calle han puesto música de Ariana Grande, el preferido de las adolescentes. Lo cierto es que cada semana lo elige una u otra. La semana pasada es mi señora puso un disco de Rocío Durcal, y así sucesivamente. Yo ni he puesto música que me gustara; ellas siempre tienen preferencia. - Una cosa -comenta mi señora con tono inquisitor- ¿Por qué no has esperado fuera para abrirle la puerta también a tu hermana? - Pensaba que no era necesario. - Pués a partir de ahora podrías abrinos a las dos. La música me causa dolor de cabeza, les digo que bajen el volumen, pero no me hacen caso; de hecho Silvia empieza a cantar incluso más fuerte que el volumen la artista. - Si sacaras mejores notas en clase tal vez tendrías derecho a protestar. - Sí señora., pero lo cierto es que ni me había planteado protestar. A decir verdad, no aprovecho mucho el tiempo, estoy demasiado ocupado tratando de satisfacer a esta exigente familia con la esperanza de que me den las gracias alguna vez. A las 8:30 llegamos al colegio y voy directo a mi aula. Algunas llevan el pelo recogido en un moño, otras en una trenza, otras en una simple coleta; algunas han ventido con una falda larga, otras corta, algunas con transparentes, otras grises; pero todas con moda de inicio de primavera y muy bien conjuntadas. Veo que alguien se ha puesto una falda granate de pana, que ha combinado con unas medias granates, unos zapatos de charol y una camisa blanca. - ¿Tú qué miras? -pregunta esta compañera con voz altiva. Levanto la mirada, es Laura Camps; la que más desprecio me tiene de toda la clase. Creo que me pisotearía como si fuera una cucaracha si pudiera. En principio este centro es exclusivamente de chicas. De hecho a mí no iban a dejarme entrar, pero dado que doña Verónica Ibañez, la señora que tuvo la bondad de criarme y educarme desde que falleció o me abandonó mi padre, lleva mas de 20 años trabajando en este centro, decidieron admitirme como un favor personal. Tengo matemáticas, la profesora es doña Vanesa, de unos 50 años, muy afectiva con la clase, pero conmigo se muestra muy fría, diría que demasiado. Ella se preocupa más por la disciplina o el rendimiento de la clase, que por el interés y la aormonía del aula. Mis compañeras no tienen problemas en ese sentido, pero a mí me cuesta seguir el ritmo que marca. La profesora abre la puerta entra y uno a uno nosotros detrás de ella; bueno, yo lo intento, pero mis compañeras me cogen de la mochila y tiran de ella para arrastrarme hacia atrás. - ¡Espera a que nosotras entremos primero! -exclama una compañera con desprecio. - Los caballeros de hoy en dia... -añade otra. Al parecer pretenden estrar antes que yo, es lógico, yo soy un hombre y tengo que ceder ante ellas. tomamos asiento. entonces dice que saquemos las actividades realizadas, pero yo no las tengo, por lo que se enoja un poco, y no es de extrañar, no es la primera vez. - ¡Vamos a ver! ¿Hoy tampoco tienes las actividades? ¿Qué voy a hacer contigo? Ella se muestra imponente, no sé qué decir. Estoy sin palabras. La delegada de clase recoge las actividades realizadas por el rerto de la clase y se las entrega a doña Vanesa. Ahora indica por qué página debemos abrir el libro y empieza a dar la clase. Yo lo abro, pero no presto mucha atención, en lugar de ello miro a la profesora de arriba a abajo. Lleva un conjunto muy elegante. Sin darme cuenta he bajado la mirada. - ¿Estás mirando el libro, o mis zapatos, Susi? Me ha pillado otra vez. - Coge un papel y bolígrafo y escribe 500 veces “No volveré a fijarme en el calzado de una profesora ni compañera durante la clase”. y por su puesto, quiero que estén numeradas. - Sí, doña Vanesa, lo siento mucho. Mis compañeras se ríen, pero la profesora dice que se centren de nuevo en clase y que me ignoren. Trato de concentrarme en el castigo, pero las oigo hablar y de vez en cuando levanto la mirada. - Tú sigue escribiendo -Advierte la señorita Camps, la compañera que me ha recriminado por mirarla antes de entrar. Doña Vanesa me presta atecnción. - No quiero que te distraigas -comenta ella. Bajo la mirada y me centro de nuevo en el folio. Ellas siguen con la clase. Y finalmente suena el timbre. Es la hora del recreo. - Mira, durante el recreo harás las actividades que mandé para casa. Vamos a ver a tu tutora para ver si te puede vigilar. Entiendo que me castigue, después de todo creo que lo merezco, pero esto es demasiado. - ¿Has traído algo para almorzar? - Sí. - Pues dáselo a alguien. Tú vas a estar demasiado ocupado haciendo las actividades. - No, por favor -suplico casi llorando-. Hoy casi no he desayunando… - Haberlo pensado antes -responde con cara de indiferencia. Yo saco el almurzo y se lo doy a... Aitana Sanchis, pues es la que está más cerca, quien lo acepta con una mirada de malicia. - Me lo tomaré a tu salud -se burla ella. Cojo mi libro de matemáticas, el bolígrafo y me dirijo a la salida. - Venga, sígueme. - Sí, Vanesa. Voy detrás de ella, siguiendo sus pasos. Mientras camina, se gira y me mira sonriéndo. - Ve más rápido, cuando salga de la clase quiero cerrar el aula. No tengo ganas de esperarte, así que si no sales antes que yo te encierro dentro. Siento un esclaofrío y acelero el paso; tengo miedo de enojarla más. Salgo justo antes de que que ella y suspiro. - Ven -exije totalmente fría. Me mira por encima del hombro y está convencida de que la seguiré sin rechistar por donde quiera, y lo cierto es que entre el carácter que tiene y la educación que me han inculcado ni me lo planteo. ¿Me lleva a la cafetería, al departamento de música, o a otro lugar? Veo a cientos de... alumnas! algunas con faldas largas, cortas, vestidos casuales. Ocasionalmente me cruzo con una algo más arreglada de lo común y entre ellas… está la señorita Ibañez. La repugnante hija de mi señora, que como todas, ya está almorzando. Mi estómago reclama comida, pero no puedo comer, no me dejan. - ¡Qué feo! -exclama la joven. Todas las chicas presentes se ríen a carcajadas, todas le apoyan por humillarme públicamente y doña Vanesa ni le mira. Mientras la gente se ríe yo bajo la mirada y cuando la señorita Ibañez pasa por mi lado me da una colleja, luego una amiga suya, luego alguien que no conozco… la gente se acercaba a mí, con el único propósito de golpearme como acaba de hacer mi hermana; diría que estaban haciendo cola para agredirme. - Doña Vanesa… - Cállate, estoy muy disgustada contigo. - Pero… - He dicho que te calles. - Pero me están agrediendo. - ¿Y qué quieres que haga? No sé quienes son, no les conozco, no puedo hablar con su tutora. Además, tienes que reconocer que esto es culpa tuya; si hubieras hecho las actividades no estarías pasando por esto. - Me están agrediendo. - Ya, ¿Y se supone que eso es mi problema? Por favor, madura. No puedo controlar lo qué hace la gente -recrimina con cara de asco. Está claro; esta bruja no tiene intención de ayudarme. Seguramente estas agresiones no acabarán hasta que lleguemos a donde quiere Vanesa. Vale que les deba respeto, que sean superiores a mí, que puedan castigarme sin escrúpulos por mi condición, que mi señora decida por mí como debo vestir, e incluso que tenga que complacerla tanto a ella como a su hija. Pero que ella, sus amigas y todas las alumnas de este colegio me humillen sin que las profesoras hagan nada... me puede; y eso que pese a llevar varios años aquí no me he acostumbrado. Finalmente llegamos a… la sala de profesoras. Ella abre una puerta. - Pasa. Yo entro en la sala y justo cuando estoy en el umbral de la sala, ella me da un empujón tirándome casi al suelo. Entonces entra ella. Dentro está doña Elisa, mi tutora; está de espaldas a la entrada, mira la pantalla del ordenador, lleva una camiseta negra de tela sin mangas, parece muy ajustada; tiene el pelo moreno, lo lleva suelto. Es bastante joven; creo que tiene 25 años. - Elisa, el inutil tampoco ha hecho las actividades. ¿Te importa quedarte con él mientras yo almuerzo? - Sí claro, no hay problema. - Gracias; quiero que haga las actividades ahora; así que no tiene almuerzo. A mitad del descanso le vigilo yo. - ¡Ya lo has oído! -exclama autoritaria mientras dirige la mirada hacia mí- ¡Estás aquí para cumplir un castigo, no para descansar! -continúa hablando. Ha comprendido rápidamente que estoy castigado- ¡Así que saca tus cosas y ponte en marcha! Ninguna de las dos tiene intención de darme un respiro. Enseguida saco mis cosas y me pongo a hacer mis actividades; de vez en cuando levanto la mirada y veo a Elisa concentrada en los folios que tiene delante. Ella también levanta la mirada. - ¿Estás haciendo las actividades, o me estás mirando a mí? -pregunta enfadada- tú concéntrate en tus actividades, que no tienes mucho tiempo. Bajo la mirada y sigo pendiente de mis ejercicios. - Y como eres tan bago seguramente tampoco has hecho mis deberes, ¿verdad? - No me he acordado -respondo sonrojado. - Siempre dices lo mismo. Venga haz los deberes. Intento concentrarme, pero la presión y el ambre me desconcentran. Tengo varias dudas, pero no es su materia, y aunque lo fuera dudo que quisiera ayudarme. El tiempo pasa despacio, o eso me parece. Sin que me de cuenta ha entrado doña Vanesa, mi profesora de esta materia. Han acordado que volvería a mitad del descanso para reemplazar a doña Elisa; lo que significa que han pasado 15 minutos. Voy demasiado despació, me quedan muchos ejercicios por hacer. No lo aguanto, seguro que me dan un castigo tremendo. Pase lo que pase me esforzaré para seguir el ritmo de la clase, estudiar para los exámenes y tener las actividades al día. Con las ganas que tengo de almorzar no he hecho mas que tres ejercicios desde que Asun ha sustituído a la profesora anterior. Doña Elisa es la profesora de Inglés. Suena el timbre, tengo que ir a mi clase. - A ver, dame lo que tengas. - Sí doña Elisa -respondo mientras le entrego los ejercicios que he hecho y recojo mis cosas. - ¿Esto qué es? ¡No has hecho ni la mitad! - Lo siento mucho, pero tengo mucha ambre para... - Eso no es culpa mía. Venga, ve a clase, en este momento no tengo porque aguantar tus estupideces. - De acuerdo. Estoy cansado, tengo ambre, no me puedo concentrar, no soporto la vergüenza de ser humillado de esta forma. Que una profesora me llame la atención con tanta prepotencia y que se muestren indiferentes respecto al ambre que tengo, hace que me sienta insignificante al lado de ellas, es demasiado, no lo aguanto; y aun quedan mas de horas de clase. Ahora tengo Inglés. Qué vergüenza; tampoco he hecho sus actividades. Es una profesora joven, con una mirada muy definida, siempre viene a clase una una fina raya en los ojos, y los labios pintados con un rojo suave. Debe ser unos 10 años mayor que yo. Pero hace tiempo que cogió el hábito de menospreciarme; sobre todo porque no suelo haces sus deberes. Esto se me está llendo de las manos. Voy rápido a la clase, no quiero que se enfade también por retrasarme. Llego al aula y mis compañeras esperan en la puerta. Paso entre unas chicas y la primera con la que me cruzo me golpea con la palma de la mano en el cogote, luego otra compañera, y otra... parece que todas las chicas con las que me cruzo quieren golpearme. Al final he recibido mas golpes entre todas de los que quiero contar. Finalmente llega doña Elisa y abre la puerta. Yo quiero entrar, pero recuerdo lo que me han hecho esta mañana y me retraigo. Me han cogido de la mochila y me han arrastrado hacia atrás. Mientras van entrando miro fijamente a Paula, la mejor amiga de Laura. - ¿Tampoco has hecho los ejercicios de Inglés? -pregunta esta compañera. - No, tampoco. - Muy bien, con esa actitud llegarás lejos -responde con ironía. Cuando entro voy a mi sitio; voy con la mirada al suelo, pues no me atrevo a mirar a nadie. Elisa empieza a pasar lista. - ¿Laura Camps? - Sí. - ¿Aitana Sanchis? - Sí. Nombra a toda la clase, una a una llamándolas por su nombre y apellido, excepto a mí, que me dice "El inutil éste". Y las compañeras se ríen. - Muy bien, abrid el libro por la página 55. Toda la clase lo abre y cada una lee en voz alta una actividad realizada. A menudo nunca se equivoca una compañera. Cuando llega mi turno Elisa da un aviso. - Si tampoco has hecho las actividades que mandé de inglés te pasarás de pié el resto de la clase. No digo si los has hecho mal, digo si no los tienes ni hechos. ¿Qué dices? Las chicas empiezan a reirse. Saben de ante mano que no los tengo. - No los tengo hechos, Elisa -respondo resignado. - Pués ya sabes, levanta y ponte en un rincón. De inmediato me levanto y voy a la esquina junto a la puerta, detrás de toda la clase. Pero antes de que de un paso hacia allí Elisa me interrumpe. - Ahí no, listillo, junto a la pizarra, que te vean todas -añade con una sonrisa - Are you stupid? ¿De qué vas? No te vas a escapar de la vergüenza -comenta Aitana de modo despectivo. - Aitana tiene razón; forma parte del castigo. Y todas rien en respuesta a los comentarios de esta compañera y profeosra, y eso incrementa mi humillación. Respecto al castigo la profesora va en serio; no me permite moverme del rincón; mientras va dando clase se da cuenta de que me estoy cansando, pero no le preocupa. Alguna compañera me tira una bola de papel o un trozo de goma. Ya van tres veces desde que estoy de pié. - Elisa... - Cállate, no puedes hablar en toda la clase. - Pero... - Pero nada; ¿qué vas a decirme? ¿que te incordian las compañeras? Si hicieras los deberes y no estuvieras castigado no te estarían molestarían; a ver si aprendes de una vez. Genial, ya ni siquiera puedo protestar. Comprendo que no hará nada al respecto y dejo de insistir. La clase sigue corrigiendo las actividades y finalmente terminan. La profesora sigue explicando el temario, algunas compañeras tienen dudas, le preguntan y doña Elisa responde sin reparo, yo las miro, están concentradas. Mientras tanto siguen lanzándome cosas, a veces veo quien es, otras veces no me dioy cuenta. Después de unos veinte minutos indica otras actividades y la clase entera se centra en realizarlas, mientras yo permanezco en pie, incapaz de hablar o estirar las piernas. Es muy expresiva, alegre y a menudo va a clase con un conjunto de ropa muy pija. Se explica con claridad y precisión. Es una profesora comprensiva y llena de empatía con sus alumnas, pero en mi caso no duda en humillarme delante de mis compañeras. Es muy paciente y consagrada interiormente a su profesión. Infunde un espíritu muy familiar entre la clase, y los conduce hacia una actuación positiva en el grupo. Es perseverante y prudente, no descansa hasta que sus alumnas entiendan todas las actividades, pero a mí me ignora en este sentido. Por otra parte, le gusta que le veneren y admiren. Sin embargo, particularmente conmigo es autoritaria e incluso rencorosa. En clase destaca por tener el don de la expresión y de la comunicación. - En el fondo seguro que le gusta, así no puede estudiar y que cree que le sirve esa excusa – comenta Eva. - Ya, para él cualquier excusa es buena para no hacer nada -responde otra compañera. Empiezan a hablar descaradamente de mí, no tienen compasión; estando en esta situación no me veo con ánimos de levantar la vista del suelo. Alguien me lanza una goma entera y me da de lleno en la frente, no sé quien ha sido me es bastante molesta y la ha lanzado con fuerza, y lo peor es que la profesora lo consiente. - Oye, se me ha caido la goma; ¿me la das? -comenta Laura, con una sonrisa. No se le ha caído, la antipática ésta la ha lanzado con la mala idea de hacerme daño. - ¿Pero me la vas a dar o no? -insite la compañera. - ¿Qué te pasa? -pregunta la profesora- si tienes que devolverle la goma te puedes mover. En este instituto me siento como si fuera un ratón rodeado de varios gatos, especialmente con mis compañeras o las de mi hermana. En medio de tanchas chicas, alumnas y profesoras que no dudan en humillarme a su antojo, y lo cierto es que no les cuesta nada, absolutamente nada. Yo avanzo hacia la goma; al rebotar ha caído cerca de la mesa de la profesora; cuando llego a ella me agacho para cogerla y se la llevo a Laura. Me doy la vuelta y alguien me lanza un bolígrafo. - ¿Me traes el boli? -pregunta Lidia- se me ha caído. Yo voy sin dudarlo. Sé que lo hacen adrede, pero la profesora me ha dejado claro que no puedo ni quejarme por los malos tratos de la clase. La hora se me hace larga, muy larga; las compañeras no han parado de incordiarme. Cuando acaba la clase coge sus cosas y va hacia la puerta. Yo aprovecho para ir a mi sitio; pero al entrar doña Ana, doña Elisa le dice que estaba castigado y ésta decide mantener el castigo; así que no tengo elección; debo permanecer en la esquina otra hora. Ahora tenemos ciencias sociales; doña Ana es una mujer de mediana edad. Me hace ver que mi calvario no ha hecho más que empezar; no he desayunado casi, no he almorzado, llevo casí una hora de pié y si la profesora que viene luego opina lo mismo que las dos profesoras anteriores, tendré que seguir de pie hasta que terminemos las clases por hoy; además tengo que aguantar las burlas, las risas y malos tratos de la clase sin que pueda decirle si quiera a la profesora que me están molestando. Efectivamente, cuando termina esta clase y viene la siguiente, quiere que siga castigado delante de todas. Tengo que permanecer en pie mientras veo como me mira la clase, como se ríen de mí. Me cuesta estar de pie. Me gustaría decirle que casi estoy en ayunas y que me dejara sentarme, pero tal y como han ido las cosas creo que no me dejarán. Doña Ana me mira de vez en cuando, miestras da la clase y responde las dudas de mis compañeras. Se ríe aun sabiendo que paso mal; pero creo que tampoco ella cederá a mi sufrimiento. Siento que el pulso se acelera, me tiemblan las piernas y empiezo a tener la visión borrosa. - ¿Si te dejo sentarte aprovecharás el tiempo? No me lo creo, se está planteando dejarme volver a mi silla. ¿De verdad dejará que me siente? - Sí, he aprendido la lección, de verdad. - A ver si es verdad. Espero que lo demuestras el próximo día. - ¿El próximo día? ¿Eso significa que hoy sigo castigado? - Hasta que acabe la clase –responde sonriéndo, en verdad se nota que disfruta bastante humillándome – no lo dudes. - Doña Ana, por favor, esto es inhumano, no aguanto más, casi no me mantengo en pie. - Vamos a ver –interviene Aitana, mirándome prepotente – No estás haciendo nada en clase. ¿Qué más te da estar sentado que de pie? - Mira, aquí la profesora soy yo, si te digo que sigas de pie y no protestes hazlo, o hablo con tus profesoras para que te tengan de pie el próximo día toda la mañana. Comprendo que mi suplicio no terminará por mucho que suplique, así que dejo de insistir. Ana sigue dando la clase, totalmente ajena a mi sufrimiento. Al final de la clase suena el timbre, mis compañeras recogen; yo vuelvo a mi sitio para coger mis cosas; pero antes de dar siquiera un paso la profesora me detiene. - ¿A donde vas? -interrumpe Ana- no te he dicho que puedes recoger. - Ya, pero la clase ha terminado y quiero coger mis cosas. - No seas tan impaciente, que tú precisamente lo tienes recogido; así que espera a que recojan tus compañeras, ¿no? No reacciono, me quedo bloqueado, no sé que hacer. Sencillamente permanezco inmóvil mirándola fijamente. - ¡Que no te quedes ahí, que molestas a tus compañeras! - ¿Que les molesto? -contesto a su acusación- ¿Cómo que les molesto? Estoy a casi dos metros... La profesora se acerca rápidamente hacia mí y me coge de la sudadera. - ¡No me constestes así, maleducado! -interrumpe ella, mientras me arrastra a la pared,exactamente al sitio donde he permanecido la mayor parte de rato durante las clases. - Vale, pero tampoco hace falta que me arrastres así, que puedo andar sólo. - Pués no me lo has demostrado -responde soltándome casi lanzándome sin ninguna consideración por mi dignidad. Mientras permanezco en el sitio, veo impaciente como recogen mis compañeras, mientras doña Ana se aleja a unos dos metros y me observa sonriendo; las chicas se ríen, alguna lanza una burla. Parece que haya pasado media hora desde que ha sonado el timbre, pero en realidad sólo han pasado unos segundos, puede que un minuto como mucho. Por fin se han ido todas, me han dejado sólo con la profesora; pero ella no dice nada, no dice que me puedo ir. Supongo que eso significa que aún no me lo permite. En lugar de eso se acerca hacia mí. Sus tacones se oyen a cada paso que da; no hace nada mas sencillamente se limitar a dar varios pasos delante de mí. ¿Qué quiere la profesora? Me está poniendo nervioso ¿Cuanto va a tardar en dejarme coger y salir? ¿Puedo preguntarle, o también se enfadará si digo algo? Casi me desmayo del cansacio y del ambre, las piernas me tiemblan mas que antes, pero no sé qué se supone que tengo que hacer o decir ahora. Ella sigue observándome sonriéndo. - Está bien, puedes irte. Yo tardo unos segundos en coger; tengo mis cosas guardadas, pués ni siquiera he podido sacar un libro de la mochila. - Hasta mañana -me despido de ella. Voy directo al parking del instituto, el pasillo está practicamente vacío, las alumnas se han ido ya y no queda nadie mas. Estoy en el holl del centro, en frente tengo la puerta del aparcamiento. Por fin, estoy muerto de ambre, casi me desmayo, pero ya ha acabado, ahora me voy a mi casa y dentro de unos minutos estaré comiendo. Mi madre y mi hermana esperan dentro del coche entro en el coche. - ¡Por fin vienes! -comenta la señorita Ibañez-, creía que estaría aquí para abrirnos la puerta. - Perdón es que Ana... - ¡Doña Ana, estúpido! Y no hace falta que des explicaciones -interrumpe mi serñora, mientras se dirige a la salida- ya me han dicho que no has hecho los deberes y te han castigado casi desde que hemos llegado a estar de pié. - Se han pasado, no me han dejado ni almorzar y... - No me vengas con esas; si no has desayunado es porque no has querido, porque tiempo tenías. - Ya, pero... - Pues si llegas a tardar un minutos mas te volvías andando o en autobús, porque Silvia y yo no tenemos porque esperar a que al señorito le venga bien. - Pero no ha sido culpa mía, te digo que doña Ana... - ¡No le eches la culpa a una profesora! -interrumpe de nuevo- tú eres el único responsable de que estés en ayunas y de que te castiguen, así que deja de protestar, ¿vale? Llegamos a mi casa, entro en mi habitación, me pongo una falda y enciendo el ordenador; mientras arranca e inicia sesión voy a la cocina para comer un poco hasta que mi madre termine de comer. Estoy desesperado, el estómago me ruge bastante y no puedo aguantar; así que entro en la cocina. Al entrar abro la nevera. - ¿Qué haces? -pregunta mi madre- vamos a comer. - Mi señora, le digo que... - Si tienes tanta ambre ayúdame a hacer la comida, ¿no? -interrumpe ella. Por la expresión de su cara sé perfecamente que no me dejará coger nada. - Está bien -respondo resentido por la negativa de mi señora- ¿cómo puedo ayudarla? - Puedes poner la mesa. Yo obedezco a su sugerencia y preparo la mesa. - Ya está, ¿ahora qué? - Mira vete, no quiero verte. Vuelvo a mi cuarto y busco en internet una consulta. Encuentro la web de una consulta, Centro Terapéuticode Psicológía MultidisciplinarC.L.R., entro en ella y comprendo qué significan las iniciales, Celia, Laura y Rocío. En la web leo una descripción del centro y leo el texto: Bienvenido al Centro Terapéuticode Psicológía MultidisciplinarCLR. Somos Celia Navarro, Laura Tomásy Rocío Esteban, psicólogas del centro. Si tienes un problema psicológico, en nuestra web encontrarás la información adecuada para decidir si necesitas un psicólogo. Entre las tres psicólogas cubrimos todos los temas de la psicología sanitaria. Desde nuestro centro, ayudamos a las personas que sufren un problema emocional, mediante la terapia cognitivo conductual, utilizamos las técnicas psicológicas más modernas para cada caso. Así, conseguimos un tratamiento totalmente personalizadopara el paciente para enseñarle nuevos patrones de conducta y de pensamiento que le hagan ser la mejor vesión de su propio "yo".

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¿Te gustaría mejorar algún aspecto de tu vida, relaciones familiares, de pareja, sociales o laborales? ¿Hay algo en tu vida que te gustaría cambiar? Nosotras podemos ayudarte.

Si el paciente tiene dudas sobre un tema puntual o le prpeoucpa algo puede llamarnos y consultarnos por teléfono sin problemas. Estamos plenamente a disposición del paciente

Si deseas ampliar cualquier información sobre el centro, la terapia y/o los tratamientos, no dudes en encontactarcon nosotras sin compromisos.

Primera consulta gratis; segunda colsulta 45 euros.

Miro la foto de Celia; pelo castaño y rizado, no lleva gafas, ojos marrones, una bonita sonrisa con los labios pintados color granate, su piel es suave; tiene las manos juntas y apoyadas sobre su escritorio, con los dedos cruzados, sus uñas aparentemente bien cuidadas están pintadas de rojo. A simple vista es hermosa; y por lo que parece muy coqueta.

Entro en su perfil y leo lo que dice: Soy psicóloga en una clínica donde tengo la gran suerte de pertenecer al maravilloso equipo con Laura Tomás y Rocío Esteban. Nos gusta ayudar a nuestros pacientes con los métodos que tenemos a nuestra disposición y la verdad es que aprendemos mucho de la experiencia profesional.

En el Centro Terapéuticode Psicológía Multidisciplinar comparto un gran amor y pasión por mi trabajo con mis compañeras, ayudamos a nuestros pacientes a alcanzar sus objetivos. Es muy satisfactorio que un paciente vuelva a nuestra consulta porque de ese modo comprendemos que le estamos ayudando y que está sastisfecho. Nuestra función es poner a tu disposición lo mejor de nuestros conocimientos para ayudarte, a conseguir ser la mejor versión de tu propio "yo", y así estar en perfecto equilibrio y bienestar contigo mismo y tu entorno.

Desde mis conocimientos, talentos, entusiasmo y desde el amor inmenso que siento por mi profesión, trabajo la inteligencia emocional, el coaching y la creatividad, proporcionando las herramientas necesarias para identificar las emociones y saber gestionarlas, para fijar objetivos y ponerlos en acción, para mejorar la autoestima, y una infinidad de etcéteras.

Un fuerte abrazo y recuerda “Cuando tratamos de ser mejor de lo que somos, todo a nuestro alrededor también se vuelve mejor”.

Especialidades

A lo largo de mi carrera profesional, y de manera personal, me he dado cuenta de que si las personas trabajásemos en nosotros mismos, y aprendemos a ser la persona que queremos ser, mejoraría nuestra calidad de vida, y como consecuencia, alcanzaríamos nuestros sueños; ya que para alcanzarlos requiere que nos levantemos y tengamos la iniciativa de luchar por ellos con esfuerzo, trabajo y cariño.

Y mi objetivo es ayudarte a ser tu mejor versión.

¿Cómo hago esto? Gracias a mi formación y al haberme enamorado de mi profesión, hago esto a través de la fusión de dos ciencias maravillosas como son la psicología y el coaching, con herramientas que facilitan que podamos desarrollar al máximo los recursos que tenemos.

Los servicios que ofrezco se adaptan a todo tipo de personas y necesidades.

Mi pasión es ayudarte a mejorar al máximo tus metas y especialmente tu calidad de vida.

Es extremadamente satisfactorio para mí ver como una persona deposita su confianza en nuestro Centro, sigue viniendo y después de un tiempo, alcanza su bienestar y te agradece el trabajo realizado.

"Debes luchar por tus sueños hasta alcanzarlos".

Ocho datos fotmales

  1. Licenciada en psicología (Universidad de Valencia, 2012)

  2. Máster en Avances en Investigación y Tratamientos en Psicopatología y Salud

  3. Máster en Psicología Clínica (Centro de Terapia de Conducta Valencia, 2016)

  4. Máster en Psicología General Sanitaria (Universidad de Valencia, 2018)

  5. Psicóloga en el Centro Terapéutico Multidisciplinar con Laura Tomás y Rocío Estaban.

  6. Excelentes cualificaciones en la unicersidad.

  7. Excelentes cualificaciones en la universidad.

  8. Pcicóloga altruista en la Asociación "Nosotras lo valemos".

Siete datos más personales sobre mi: 1. Vivo y trabajo en Valencia desde los 18 años y me parece una ciudad ideal para ser feliz y llena de tranquilidad, con playa y con esa luz que hace que cualquier vista se transforme en postal.

  1. Soy muy optimista. Desde niña soy objetiva y cuando me propongo un objetivo me esfuerzo hasta el final.

  2. Disfruto ayudando a mis pacientes en mi trabajo y viendo como progresan por encima de todo. La psicología me gusta cada día mas.

  3. Me siento privilegiada por trabajar en Centro Terapéutico Multidiciplinar y formar equipo con Laura Tomás y Rocío Esteban.

  4. Me gusta mostrar mi empatía a mis pacientes poniéndome en su lugar y comprendiendo sus dificultades, problemas y sufrimiento.

  5. Me gusta la moda, ir de compras sola con mis amigas, leer un buen libro, hacer ejercicio de vez en cuando, estudiar idiomas, cantar y escuchar música.

  6. Me encanta ser psicóloga porque después de tres años trabajando, he comprendido que cada día es nuevo. Por ello pienso las cosas de manera diferente, veo que cada situación es distinta y por ello, siempre hay otra opción. Mis pacientes me ayudan mucha más de lo que ellos imaginan. También porque disfruto viendo cómo les ayudo.