Sumisión en la habitación del hotel

Llegas a mi apartamento, vestida como te he indicado previamente: falda negra, estrecha, por encima de las rodillas. Blusa con botones, también negra. Medias, con liguero. Sin bragas. Sin sujetador.....

Llegas a mi apartamento, vestida como te he indicado previamente: falda negra, estrecha, por encima de las rodillas. Blusa con botones, también negra. Medias, con liguero. Sin bragas. Sin sujetador.

Tras llamar a la puerta, y antes de cruzarla, te pones un antifaz en los ojos. También te lo había ordenado así.

Abro, te doy la mano y te guío delicadamente hasta el interior. Te sitúo en el centro del salón. La luz es muy tenue. Velas. El olor de incienso te invade. Tu respiración está un poco acelerada. Cuando comienzas a regular la respiración escuchas la música que hay de fondo. Es relajante y sensual.

Los nervios iniciales poco a poco se van disipando. Al menos en un principio. Pero siguen pasando los minutos y aún no has recibido ninguna indicación ni orden, por lo que sigues de pie en mitad de la sala, inmóvil. No debes hacer nada sin que yo te lo diga previamente. En todo este rato yo permanezco sentado en un sillón, observándote en silencio. Comienza a inquietarte la inmovilidad. No ves nada, no sabes qué te espera, y no pasa nada. No contabas con ello. Eso te inquieta y pone nerviosa nuevamente.

De pronto, acompañando un ruido fuerte e inesperado, sientes un dolor intenso en la mejilla. Acabas de ser guanteada. Tu mejilla arde. No me habías escuchado acercarme a ti.

Cuando aún estás asumiendo ese guantazo que no esperabas, sientes mi lengua rozarte esa misma mejilla, y el calor húmedo te alivia. Después, notas dos o tres besos por la cara. Lentos, suaves, tiernos. Y a la vez, una mano situarse sobre tu culo, por encima de la falda.

Notas que tu coño comienza a humedecer, y no sabes bien si es por los besos, por la mano en tu culo, por el guantazo o por el final de mi inacción.

La mano se desliza bajo la falda y roza apenas los labios de tu coño. Vuelve a salir.

Me llevo los dedos a la boca y saboreo tu flujo.

Luego notas que te desabrocho los dos botones superiores de la blusa, dejando tu pecho medio descubierto. Uno de tus pezones, grande, asoma.

Mis dedos lo pinzan, y tiran de él para fuera. Te duele. Pero lo suelto al momento.

El tiempo vuelve a pararse. Me he separado de ti nuevamente, y permaneces otra vez quieta y en silencio durante largo rato, sin que pase nada. Esta vez, no obstante, tienes un pecho fuera y el coño humedecido.

Al poco el olor del incienso se mezcla con otro olor de humo. Este es de tabaco. Me he vuelto a sentar en el sillón, y fumo lentamente mientras te observo.

Recibes la orden de subirte la falda hasta la parte superior de los muslos, dejándola justo al borde del inicio de tu sexo. Obedeces.

Me he vuelto a levantar y andando despacio me he situado tras de ti. Observo tu culo. Lo acaricio con delicadeza. Después, lo torteo. Una vez, otra. Cada vez con más fuerza y más ritmo. Comienza a escocerte. También a mí la mano. Dejo de golpearlo.

Sientes alivio, pero me pides que continúe, que no pare.

No me gusta que hables sin que te haya dado permiso, pero para pedirme que mantenga un castigo te lo permito y agradezco. Me haces ver lo zorra que eres. Me haces comprender que eres mía y quieres seguir siéndolo.

Me quito el cinturón del pantalón, y comienzo a golpearte las nalgas ahora con el cinturón. Pero lo hago sin aplicar demasiada fuerza, sabiendo que el cuero, o tanto más la hebilla, sí pueden hacerte daño realmente.

Ahora el dolor es muy real. Y para compensarte meto algunos dedos de la mano que tengo libre en tu coño mientras con la otra sigo golpeándote. Tus flujos chorrean por mis dedos, por mi mano. Llegan a mi muñeca.

Dejo caer ahora el cinturón al suelo y me centro en la exploración de tu coño con mis dedos, que se hunden con más fuerza y profundidad. Empezaron siendo dos, luego tres, y en algún momento con tus flujos invitas a intentar meter la mano entera. Suspiras con un retazo de dolor cuando lo hago, pero casi al instante bajas tu cadera dándome a entender que la quieres entera dentro de ti, follándome tú mi mano en lugar de hacerlo al revés.

La saco y permanezco detrás de ti. Jadeas rápido y fuerte. Ahora vuelvo a parar el tiempo. Estoy muy pegado a tu cuerpo. Sientes mi pene abultar bajo el pantalón y tocar tu espalda. Nuestra diferencia de altura hace que mi polla se pose sobre la parte posterior de tu cintura.

Así permanezco algunos minutos, disfrutando de tu jadeo, que escucho muy de cerca.

Cuando has recuperado la normalidad en la respiración situó las dos manos sobre tus pechos, agarro con cada una de ellas los dos bordes de tu blusa, y tiro fuertemente hacía fuera, arrancando los botones y dejando ahora los pechos al aire.

Situado aún detrás de ti, comienzo a masajearte los pechos, al principio con suavidad, apenas tocando tus pezones con la yema de los dedos, y luego haciendo suaves caminos con los dedos alrededor de los pechos. Pero cada vez aumenta un poco más la presión sobre ellos, y las caricias de los pezones pasan a ser pellizcos, algunos inocentes, otros dolorosos.

Mientras hago esto, me bajo los pantalones hasta los muslos, para dejar salir la polla, que se apoya húmeda y dura sobre tu espalda.

Te ordeno abrir la boca, y cuando lo haces meto mis dedos en ella. Saben a mi flujo. Lo absorbes con tus labios. Previamente me he tocado el glande húmedo con los dedos y ahora te estoy permitiendo saborearlos. Me das las gracias por el regalo, y afirmas con voz entrecortada que sabe delicioso.

Vuelvo a subirme los pantalones y me sitúo frente a ti. Antes, he cogido algo de la mesita de noche. No sabes lo que es hasta que notas el intenso dolor en tu pezón.

Acabo de ponerte una pinza. Al instante sientes idéntico dolor en el otro pezón. Dos pinzas de madera cuelgan de tus pezones. Te quejas. “Duele, mi señor”. Y por respuesta recibes un guantazo en la cara. Callas y tratas de olvidar el dolor. Pero haces lo contrario, piensas solo en ese dolor. Piensas en él hasta que empiezas a disfrutarlo.

Por si no fuese suficiente, notas que estoy tirando de las pinzas con los dedos hacía fuera, arrastrando y estirando tus pezones. El dolor aumenta y tu coño vuelve a humedecer hasta el punto que notas que algunas gotas se deslizan por tus muslos.

Con un último tirón más fuerte, te saco ambas pinzas. Tus pezones arden. Y apenas al instante siguiente notas una sensación de frío en tus pechos. Acabo de vaciarte una botella de 33 centilitros de agua, recién sacada de la nevera del mueble bar, por tus pechos. El frío contrasta y te alivia el dolor.

Respiras profundamente, y antes de que termines la respiración notas mi boca sobre tu boca. Te estoy besando. Te entregas apasionadamente al beso, aplastando con desesperación tus labios con los míos, y luego introduciendo tu lengua tan profundamente como puedes en mi boca.

El beso dura minutos.  Con las lenguas nos exploramos las lenguas, nos exploramos las bocas, nos exploramos las caras. Lamo tu cara. Mordisqueo tus labios. Tiro de ellos hacía fuera con mis dientes. Mezclamos besos con pequeños mordiscos, con lengüetazos.

Entonces, repentinamente, me retiro, y te quedas con la boca semiabierta, sin saber si volveré a ella o no. Pero pasan los segundos y nada ocurre. Nada ocurre hasta que sientes como te escupo sobre la cara. Mi saliva se desliza desde tu frente hacía abajo, pasando junto a tus ojos, junto a tu nariz. Y al llegar a tu boca, la abres completamente para tragarla. Entra en tu boca.

De pronto la música suena más alta ( https://www.youtube.com/watch?v=94gv4K_ct0s ). Y entonces llegan las bofetadas. Una detrás de otra. En tu cara, en tus pechos desnudos, en tu culo, en tu cara nuevamente, entre tus piernas. En tus pechos -ahora más fuerte- que reaccionan con un movimiento brusco pendular al golpe.

Entre las bofetadas se intercalan otros escupitajos, en tu boca, en tu cuello, en tus tetas.

Y en un momento dado notas también mi mano agarrar con fuerza tu sexo, como si quisiera asirse a él como si fuera un tirador con el que arrastrarte. Y sí, tiro de él. Te arrastro. No tienes otra opción que seguirme, humillada, para evitar el dolor que mi mano te produce al tirar de él. Te acerco a una pared, contra la que te empujo, y te volteo para que quedes de cara a la pared, mientras yo me sitúo detrás de ti. Entreabro tus piernas, y comienzo a darte guantazos en las nalgas. Te arden nuevamente, como ya te ardieron antes, pero ahora con el agravante de tener la piel ya irritada.

Entonces cesan los golpes, y sientes mi lengua en tu sexo. Me he arrodillado tras tus piernas, y te lamo los labios del coño, introduciendo la lengua entre ellos de tanto en tanto.

Finalmente obtienes el premio a tu sumisión. Ahora mi pene ha ocupado el sitio que antes ocupaba mi lengua. Te he penetrado, inesperadamente, y de una sola embestida hasta el fondo. La sorpresa y el empuje aplasta tu cuerpo contra la pared, y la diferencia de altura entre ambos provoca que el pene se salga del coño. Lo vuelvo a meter, esta vez cogiéndote con mi mano del cuello, y empujando de él hacía abajo, para hacerte mantener una postura inclinada de las caderas y poder penetrarte nuevamente.

Las embestidas son bruscas y profundas a ratos, y lentas y circulares otras veces. Mi polla está cargada de semen y ya difícilmente puedo retener su explosión. Te giro y te ordeno agacharte entre mis piernas. Obedeces inmediatamente, con la boca abierta y la lengua fuera. Sitúo la polla sobre tu lengua y apenas la rozas descarga sobre tu cara.

Una abundante corrida te cubre de semen. Con los dedos lo vas recogiendo ordenadamente e introduciéndolo en tu boca.

Me doy la vuelta y salgo de la habitación, dejándote arrodillada, aún jadeante y con semen en tus labios y pechos.