Sumisión (2)

Continúo relatando esta fabulosa orgía.

SUMISIÓN (2ª parte)

Por: Andrea delCastillo

Para mi fortuna esto no tardo demasiado, pues a los pocos minutos se encendieron las luces que iluminaron profusamente el cuarto.

Pude ver entonces que era una habitación bastante grande y que no contenía mas muebles que una panoplia repleta de instrumentos de tortura.

Su piso estaba cubierto con una especie de tapete afelpado pero de un material que parecía sintético, pues de otra manera no se podría orinar tan tranquilamente sobre de él. Y no sólo orinar, pues también los fluidos que manaban de mi cuerpo a resultas de la violación caían sobre de este tapete.

No pude seguir observando más, pues además no había mucho que ver; salvo dos puertas y ninguna ventana, ya que en ese momento se abrió una de las puertas y pude conocer a mi verdugo.

Bastante alto y fornido, cosa que ya había apreciado, pues sólo así me pudo dominar ya que yo soy también alta y pesada, y una cara que desmentía sus instintos crueles, pues en verdad era bastante bien parecido.

Venía envuelto en una lujosa bata de seda color verde con apliques dorados, y unas pantuflas muy elegantes. A todas luces recién bañado, pues su cuerpo despedía una suave y rica fragancia.

Hizo que me sintiera bastante más sucia de lo que estaba, pues me daba cuenta que me miraba con cierta repulsión, y además me dijo lo siguiente:

− ¡Puerca!, ¿te das cuenta del horrible olor que despides? Eres una verdadera marrana, o mejor dicho, un cerdo pues eso es lo que eres, un cerdo puto. Lo que acabas de pasar es nada comparado con lo que te espera, putito. Vas a querer dejar de tratar de ser mujer o te vas a volver mujer.

Yo quise replicarle, pero adelantándose me dio una bofetada más y sentí el salobre sabor de la sangre en mi boca.

− No digas nada, putito, estás aquí para obedecer y hacer lo que a mi se me antoje. Ahora levántate y sígueme para que te asees, pues en verdad tu olor es insoportable.

Al levantarme me di cuenta que tan lastimada estaba, pues mis piernas temblaban como si fueran de gelatina y mis nalgas y mi culo me dolían tremendamente. Además, de mis entresijos escurrieron más fluidos que tenía miedo de ver que eran, y que la toalla apenas pudo contener.

Como pude lo seguí hasta un baño con una regadera, un bidet, un excusado y un lavabo, varias toallas muy limpias, grandes y esponjosas y jabones de distintos tipos.

− Aséate perfectamente, pues necesito que estés muy limpia para la fiesta que va a seguir. Sobre todo la parte que más voy a necesitar. Ya sabes cuál es.

Me acaballé en el bidet y dejé que el chorro de agua bañara durante bastante tiempo mi culo, ayudándole con mis manos a que la purificadora agua penetrara lo más profundamente. Esto funcionó como un enema y apretando mi esfínter, me cambié al excusado y permití que se expulsaran todo los deshechos que se habían removido en parte por la tremenda violación y en parte por el bienhechor baño con el bidet.

Una vez que sentí que mi recto se encontraba limpio, me levanté para dirigirme a la ducha, no sin antes dirigir una mirada a lo que había dejado en la taza del excusado, y en verdad les digo que me asusté, pues además del natural excremento que se expulsa, vi rastros de sangre y algunas partes de tejido que no supe distinguir de donde provenían.

Exploré con mis dedos mi conducto anal y aparte de una ligera inflamación y algo de dolor, no encontré ningún daño serio.

Ya bañada y completamente seca, espolvoreé mi cuerpo con un talco de rica fragancia que encontré. Iba a llamar a la puerta para saber que iba a seguir, cuando ésta se abrió y apareció mi verdugo con unas hermosas zapatillas de marabú en color lila y una suave bata de gasa transparente en el mismo color.

Sin decir una palabra, me tomó de la mano y me condujo a un cuarto en donde me metió y señalándome un ropero y un tocador me dijo:

− Ahí encontraras lo necesario para que te arregles y quedes presentable, pues vas a ir a una fiesta y deseo que luzcas como lo que eres, una puta. Y no abras el hocico a menos de que yo te lo ordene, ¿estamos?

Asentí asumiendo de inmediato mi nivel de puta, mi nivel de sumisión. Sabía que estaba ahí por mi propia voluntad y lo mejor era obedecer en todo lo que se me ordenara.

Encontré en el bien surtido ropero un vestido negro muy corto y escotado que parecía hecho a mi medida. Un brassiere "strapless" que levantó mis senos en una manera muy sensual. Un liguero negro y unas medias de red muy altas. Así mismo una tanga "hilo dental" que sabía que más que esconder mi culo, lo resaltaba al igual que mis rotundas nalgas.

Complementé todo esto con unas zapatillas de alto tacón de aguja y un maquillaje en tonos oscuros y rojos brillantes.

Arreglé mi cabellera para que cayera sobre mis hombros y se viera con cierto desaliño. Viéndome en el espejo quedé satisfecha con mi imagen, pues en verdad parecía una puta de lo mas descarado.

Apenas terminé de examinarme, cuando entró al cuarto mi verdugo, quien se había cambiado de atuendo y ahora iba vestido con un hermoso traje negro y corbata. Perfectamente peinado y perfumado con un delicado aroma lavanda. Me tomó de la mano y me dijo, mas bien me repitió:

− Recuerda que eres mi esclava, y que vas a obedecer mis más extravagantes deseos. No temas, tu integridad física no corre mayor riesgo que lo que ya sentiste. Así que ven tranquila. Recuerda que no vas a hablar más que cuando yo te lo ordene. ¿Estamos?

Asentí con la cabeza y me dio un suave beso en la boca.

Llegamos a una puerta inmensa, tras la que se escuchaba una suave música y unas voces. La puerta se abrió y apareció ante mí un lujoso salón decorado al estilo victoriano, con lujosos y pesados muebles y una luz indirecta que provenía de grandes candiles, así como una gran chimenea con un rico fuego encendido.

Una gran mesa ocupaba la mitad de este salón que estaba rodeada de hermosas y cómodas sillas, que en su mayoría (unas seis) estaban ocupadas por otros tantos caballeros a cual más de elegante.

Mi verdugo me guió hasta un lado de la mesa y los señores ahí reunidos me examinaron descaradamente e hicieron ciertos comentarios relativos a mi apariencia, los que agradaron enormemente a mi verdugo.

Yo estaba un poco sorprendida, más no asustada, y no me di cuenta que mi verdugo me había colocado un collar de cuero en el cuello, del que se desprendía una larga cadena que estaba amarrada a una de las patas de la mesa.

− Métete bajo la mesa y empieza a mamarles la verga a todos los que estamos aquí.

Me ordenó mi amo. Obedientemente lo hice y me di cuenta de que todos tenían la verga ya fuera de sus pantalones, la mayoría en erección.

Comencé por el de la izquierda de la cabecera donde estaba atada, y como no sabía si se la iba a mamar hasta que eyaculara, apliqué toda mi maestría para que terminara rápido.

Esto no le pareció bien a mi amo, quien con un fuete delgado, golpeó mi culo y me dijo que no lo hiciera así, que debía hacerlos acabar hasta la tercera vuelta.

Algunos tenían una verga como la de mi verdugo, y otros más bien regular. Los que no la tenían erecta, se les levantó con unas cuantas mamadas.

No tienen ustedes idea de lo erótico que resultaba para mí, tener esas seis grandes vergas esperando recibir mis atenciones.

El rico aroma ligeramente ácido que desprendían era como un bálsamo para mí; y cuando empezaron a lubricar, el sabor de ese líquido preeyaculatorio era un rico néctar que aumentaba mi excitación.

Al iniciar la segunda vuelta, ya todas las vergas estaban en un estado de erección tal que parecían que iban a reventar.

Mi Amo, siempre observando, me indicó que disminuyera el ritmo de las mamadas que les estaba proporcionando, pues debía de recolectar el semen de todos en una gran copa de cristal, pero eso después de la tercera ronda para que eyacularan en gran cantidad.

Cuando iba llegando al final de la tercera ronda, los invitados hacían grandes esfuerzos para contener su eyaculación. Entonces mi Amo me dio la copa y me ordenó que recogiera el semen de cada uno de ellos.

Eyacularon en gran cantidad y casi desbordan la copa, que a duras penas podía sostener con ambas manos.

El olor del semen era, para mí, embriagador; y casi tengo un orgasmo solo de aspirar los aromas de las vergas y el semen que tenía entre mis manos.

Una vez concluida mi misión, mi Amo me jaló del collar e hizo que me sentara en un pequeño banco en un rincón del comedor sujetando la cadena a una argolla incrustada en la pared.

Me acercó una pequeña mesa y me ordenó que colocara ahí la copa, a la vez que dejaba una pequeña cuchara de plata junto a ella.

En seguida entraron al comedor tres criados de librea portando grandes fuentes con comida, mismas que depositaron sobre la mesa.

Desde luego que no podían faltar varias botellas de licores y vinos, algunas de las cuales ya estaban casi vacías y de las que continuaban sirviéndose.

Mi Amo ordenó a los criados que sirvieran la comida y comenzó el banquete, diciéndome a mí:

− Tu comida y bebida ya está servida, perra, empieza cuando quieras.

Refiriéndose a la copa de semen.

Yo comencé a tomar ese rico néctar con la cuchara de plata, y casi tengo un orgasmo al paladearlo.

−Vean a la perra deleitándose con nuestra leche− les dijo a sus amigos.− Para ella eso es uno de los más exquisitos platillos.

Rieron todos y alguno de ellos se levantó de su silla y acercándoseme, metió su verga en la copa y me la dio a chupar; cosa que realicé con deleite.

El vestido negro que traía puesto, estaba todo pringado de semen que me había alcanzado a salpicar cuando realizaba la operación de ordeña. Dándose cuenta mi Amo de eso, desató la cadena y me jaló para que lo siguiera al cuarto, donde me ordenó que me cambiara de ropa, pero que esta vez fuera desnuda de la cintura para abajo, dejándome sólo las medias.

Elegí un babydoll negro semitransparente que me llegaba exactamente al borde inferior de las nalgas. Me retoqué el maquillaje y me volvió a llevar mi Amo al comedor.

Esta vez sujetó la cadena a la pata de un gran diván forrado en piel roja que estaba frente a la chimenea.