Sumisión (1)

Este relato, parte ficción y parte realidad, muestra mi personalidad sumisa.

SUMISIÓN

Por: Andrea delCastillo

Como casi todos los viernes, llegué de trabajar a mi departamento y me depilé el pecho, la región glútea y la genital, me di una ducha y me rasuré la cara perfectamente.

Apliqué de las más finas cremas en mi piel y busqué en mi guardarropa el vestido que me iba a poner.

Elegí uno rojo no muy corto pero con amplio vuelo. Los complementos fueron unas medias que recién había comprado negras pero con costura roja y un ancho encaje en el muslo. Un liguero rojo, al igual que el brassiere y cero pantaletas.

Complementé todo con una bolsa de mano mediana y unas zapatillas de alto tacón rojas.

Rocié mi perfume favorito (Poison) en los sitios estratégicos, y me maquillé con tonos adecuados a mi vestimenta.

Total que cuando me contemplé al espejo, quede conforme con lo que vi., pues si bien no parecía una puta, lucía bastante provocativa.

Tomé mi auto y me dirigí a uno de los antros de más ambiente y en donde siempre liga una.

A pesar de mi ya mucha edad, sabía que a más de alguno de los gañanes que frecuentan ese antro, se le iba a antojar mis nalgas y mis senos, que están bastante desarrollados.

Además, con la boca de mamadora que tengo, era seguro conseguir un macho para divertirme un rato.

Llegué al lugar de marras después de batallar un poco para encontrar estacionamiento, y estaba a reventar, pues además de ser viernes era día de quincena.

Busqué alguna amiga sin éxito y como no había mesas desocupadas me dirigí a la barra. Afortunadamente estaba mi amigo Gabriel de barman y me atendió de inmediato. En eso se acercó Luis, el gerente y saca borrachos del antro y dándome una nalgada (como de costumbre), me dijo:

− Tengo cliente para ti, Andrea. Pero es algo especial.

− ¿Qué, tiene dos vergas o porqué es especial?

− Le gusta el sado y la sumisión, además de que calza muy grande. Por eso pensé en ti, ya ves que las otras putitas están muy tiernitas y chicas. No vaya a ser que se las chingue.

− Pues mira, en principio me atrae, pero necesito verlo antes de aceptar cualquier trato. ¿Qué edad tiene más o menos?

− Yo creo que no tiene más de cincuenta años, dijo Luis. Pero está muy macizo.

− ¿Está aquí ahorita?, le pregunté.

− No, está en su casa, pero vive cerca de aquí. Solo es cuestión de llamarle para decirle que vas para allá. Además, ofreció una buena lana. ¿Te avientas?

Me quedé pensando un momento calculando los riesgos, pues aunque he trabajado como puta muchas veces, lo del sado y la sumisión solo lo practico con hombres que ya conozco.

Pero como mi objetivo era primordialmente divertirme, acepté la propuesta.

− Que bueno que aceptas Andrea, pues este señor ya te ha visto aquí y había preguntado por ti en varias ocasiones, pero no sabía si aceptarías sus preferencias. Te doy su dirección y le voy a llamar por teléfono, ¿o.k.?

Me dirigí de inmediato a las señas que me dio Luis, en verdad estaba muy cerca, y llamé a la puerta de una casa antigua, de las que hay aun en el centro de la ciudad.

Casi de inmediato se abrió la puerta y escuché una voz muy varonil, que me pidió que pasara y que la cerrara. Estaba todo casi a oscuras salvo un recinto que estaba al final del inmenso patio central, del que salía una luz entre anaranjada y roja.

Percibí una silueta que me llamaba a señas a ese espacio y al llegar descubrí que la luz provenía de una chimenea que estaba encendida.

Noté que la persona que me había llamado estaba semidesnuda y con una máscara de piel, que cubría su cráneo y los ojos. Su cuerpo muy grande y musculoso así como sus piernas, que enfundadas en un pantalón de piel, se veían muy bien desarrolladas.

Apenas entré a este recinto, me tomó de los cabellos e hizo que me arrodillara. Desgarró mi vestido y quedé solo en la ropa íntima. Al descubrir que no traía pantaletas, hizo que me agachara hasta tocar el suelo con la frente, y me dio varios azotes con un fuete que tomó de una de las paredes, que ahora que ya me había acostumbrado a la semi penumbra, me di cuenta de que estaban cubiertas con diversos látigos, fuetes, bastones, cadenas y muchos otros artículos para golpear y torturar.

Quise rebelarme, pero sentí un pesado pié en mi espalda que no me permitió moverme, a la vez que una mano fuerte y áspera amasaba mis nalgas y penetraba mi culo con sus dedos.

Quería gritar, pero en ese momento un trapo cubrió mi boca e inmediatamente me ató las manos a la espalda. Estaba perdida, un loco iba a abusar de mí.

Lo menos que pensé era que iba a morir a manos de este maníaco, que ya estaba jadeando no sé si de deseo o de rabia.

Mi mente no dejaba de imaginar los peores tormentos a lo que me vería sujeta antes de morir; y en verdad no aparecía el mínimo de lujuria en mi libido.

A pesar de estar acostumbrada a estos tratos, la sorpresa del ataque y la fuerza con que estaba ejerciendo en mi el atacante las diferentes maniobras, no me permitían sentir ningún atibo de placer.

Para esto, el verdugo ya había atado mis pies y los había unido a mis manos, por lo que prácticamente estaba inmovilizada.

A sus dedos los había ya suplido un aparato, tal vez un dildo, de enormes dimensiones, el cual había introducido sin contemplaciones en mi atormentado culo, y movía descompasadamente de adentro hacia fuera y en círculos, lo que estaba ya provocando cierto placer en mi.

Sin embargo, al darse cuenta él de que yo ya estaba gozando, me sacó violentamente el inmenso aparato del culo haciendo que contrajera el esfínter tratando de no dejarlo salir, pero era ya demasiado tarde.

Por fin habló y me dijo:

− En verdad eres la perra que me dijeron en el antro. Sabía que no me equivocaba al evaluarte y dejar dicho que te quería conocer.

Gozas como una verdadera cerda y voy a hacer que me hagas gozar con tu dolor.

Al escuchar estas palabras, me resigné a esperar lo peor. Pero no sabía en realidad lo que me esperaba.

Terminó de romper mi vestido dejándome sólo con el brasier, el portaligas, las medias y los zapatos. Sin dejarme verlo, me cubrió los ojos con algún pañuelo y sin más me dio dos fuertes bofetadas que me hicieron sangrar de la boca.

Colocándome boca abajo, sentí un chorro de líquido caliente en mi espalda, que por el olor me di cuenta que era orina.

Mi verdugo dijo:

− ¡Ah perra!, en verdad que voy a gozar contigo, pero antes te tengo que domesticar. Y para eso tengo mi método, el que vas a experimentar en un momento.

Sentí su mano en mi pelo, y haciéndome voltear la cara sentí que paseaba su verga por toda ella, a la vez que su otra mano volvía a introducir el dildo en mi culo.

Con fuertes y bruscos movimientos, me lo introdujo hasta el tope, haciéndome gemir de dolor.

− ¿Te duele, puta?, ¿o estás gozando como la perra que eres?

Me dijo mi atormentador. Sentí que empujaba más el dildo a la vez que con la verga en mi cara, me la empezó a golpear.

El dolor que sentía en mi culo por los movimientos del dildo, se acentuaba, debido a que no solo había introducido todo el dildo, sino que ahora también parte de su mano se había metido.

Ya estaba a punto de desmayarme por el dolor y por el miedo que sentía de no sobrevivir, cuando sentí que me quitaba la mordaza y dijo:

− Si quieres puedes gritar cuanto quieras, puta, pues nadie te escuchará. Este cuarto es a prueba de ruidos. Ahora me vas a mamar la verga, pero cuidadito con morder, pues te voy a colocar una soga en el cuello que si me tratas de morder, apretaré hasta ahorcarte.

Y diciendo esto, sentí la soga en mi cuello, la que apretó hasta casi no permitirme respirar.

Inmediatamente me puso su verga en los labios y abriéndolos, traté de abarcar el glande, pero para mi sorpresa, por más que abrí los labios no alcanzaba a abarcarlo.

Con la lengua traté de calcular el tamaño de esa verga, pero por más que la estiraba no alcanzaba a deducir el tamaño.

Mientras una de sus manos, armada con un dildo inmenso, trataba de penetrarme sin lograrlo debido a que por el esfuerzo que estaba haciendo para aceptar su verga en mi boca, mi esfínter se contraía.

Molesto por esto, me dio tremenda bofetada logrando dos cosas: que abriera más mi boca y poder meterme una buena porción de su miembro; y aflojar el esfínter e introducir de golpe el inmenso consolador, que sin lubricación sentí que me desgarraba el culo.

Ya que sintió que su verga estaba en mi boca, empezó a cogerme por ahí, olvidándose momentáneamente de mi adolorido culo. Como pude, trataba de mamar la gruesa y larga verga, lo que pareció gustarle, pues emitía una serie de gemidos y gritos de placer.

Pensé que iba a eyacular, pues sus movimientos aumentaron de profundidad y velocidad, pero después de unos minutos retiró la verga de mi boca y sacando el consolador de mi culo, se acomodó y pude sentir su verga que penetraba por mi recto.

A pesar de que en mi ya larga carrera de puta había tenido vergas en verdad inmensas, esta parecía superar cualquier otra, pues la sentí como una de un caballo que alguna vez me cogió. Después me di cuenta que aunque si era de un tamaño fuera de lo normal, la había sentido muy grande debido a la inflamación de mi culo por las maniobras con el dildo.

Como me tenía en posición de perrito, sus embestidas repercutían en todo mi cuerpo haciendo que avanzara por la alfombra, pues estábamos en el piso. Hasta que choqué con un muro y entonces él, afianzándose de mis caderas, me penetraba más y más profundamente.

Como mis manos y mis pies continuaban amarrados, mis nalgas estaban cerradas y por ende, mi culo ofrecía cierta resistencia a la penetración. Esto repercutía en los envites que mi verdugo me proporcionaba, de tal forma que estaba siendo brutal y violentamente cogida.

Al parecer, se dio cuenta de que mi participación era necesaria para su satisfacción, y procedió a desamarrarme y quitarme la venda de los ojos.

Me colocó entonces boca arriba y colocándome con las piernas abiertas en un ángulo extremo, me hundió su grueso miembro hasta el tope.

Aunque esta no es mi postura favorita, sentí como sus grandes testículos golpeaban mis nalgas y su vello púbico frotaba mi depilado pubis, y cosquilleaba mi verguita produciéndome un gran placer.

Mis piernas rodearon su cintura y sentí como su verga se adentraba más y más en mí ya de por sí repleto recto.

Una vez más volvió a emitir sonidos guturales y maldiciones y claramente percibí como su verga palpitaba y aumentaba su volumen, y un chorro caliente y espeso llenaba mi ávido y lastimado culo.

Dio un grito como de fiera y afianzándose de mis nalgas, remetió aun más su erecto y palpitante miembro en las profundidades de mi cuerpo.

Duró así un buen tiempo y su dureza no disminuía. Volvió a sus movimientos de vaivén y mis engarrotadas piernas apretaron más su cintura y pude cruzar mis pies por su espalda.

Él, ya más calmado, se agachó hasta alcanzar mis tetas y me chupaba y mordía los pezones de manera ansiosa. Mi lastimado culo, a pesar de la abundante venida que se había dado, me empezó a arder y traté de expulsar la inmensa verga. Como este movimiento lo lastimó, me dio una cachetada y me dijo:

− Te duele, ¿verdad puta? De eso se trata, de que entiendas quien es el amo y que tú no eres más que una perra que está sólo para complacerme y aceptar todo lo que yo haga.

Iba a replicar y me tapó la boca con una de sus manos, mientras que la otra rodeó mi garganta.

− Ni intentes moverte o decir nada, porque apretaré mi mano hasta que dejes de respirar. Así que cállate y vas a hacer lo que yo deseé.

Para esto, su verga ya se había salido de mi culo y él se fue moviendo hasta quedar sentado en mi pecho. Su verga quedó entonces muy cerca de mi boca y percibí los aromas propios del sexo.

Se hincó sobre de mí y cogiendo su verga con la mano, embarró mi cara con los restos de la cogida que me había dado y en un momento dado, me la metió en la boca.

− Mama, puto. Dijo cambiando de género. − Saborea nuestros jugos y dame placer.

Para ese momento, yo estaba desbocada mamándole la verga y acariciando sus nalgas, llegando de vez en cuando a meter un dedo en su culo.

Intempestivamente eyaculó y yo, cogida de sorpresa, sentí que me ahogaba por la tremenda cantidad de semen que anegaba mi boca y mi garganta.

Pude tragar una buena parte de su leche, pero otra escurrió por las comisuras de mis labios. Se agachó entonces a lamer su propio semen de mi boca y lamió también toda mi cara.

Satisfecho con su trabajo, se separó de mí y poniéndose de pié, me orinó la cara y el cuerpo.

No soy muy aficionada a las "lluvias doradas", pero en ese momento sentí que me hacía falta algo así.

Terminó de orinarse y me arrojó una toalla y se salió de la habitación cerrando tras de sí la puerta, dejándome completamente a oscuras.

Como pude me sequé la orina de mi cara y mi cuerpo, y me la coloqué entre las nalgas pues sentía como me escurría el semen y alguna otra cosa.

La habitación donde me encontraba, en la oscuridad, me daba cierto miedo, pues desconocía por completo sus dimensiones y su distribución, por lo que opté por no moverme. Esperaba que en cualquier momento se encendiera alguna luz y que apareciera quien consideraba mi verdugo.