Sumisión
Una fiesta en casa. Amigos. El jefe de mi novio.
Se había remangado la camisa. Le chupé el pulgar de la mano derecha, obediente, una niña bien educada. A esa distancia por fin pude leer el pequeño texto que, con letra decidida y elegante, quedaba disimulado en el tatuaje tribal de su brazo:
“La sumisión es del sometido. El amo se debe a su placer.”
Mi húmedo coño opinaba igual. Apenas había pronunciado cuatro frases desde que entramos en la habitación. Prácticamente no me había tocado. Y sin embargo allí estaba, empapado, deseoso de ser follado.
Me apretó la lengua, dentro de mi boca, obligándome a bajar la cabeza. Después, con el dedo índice en mi barbilla, hizo pinza hasta hacerme daño y obligar a bajar mi cuerpo hasta arrodillarme frente a él.
Un ruido en el pasillo me alertó. Tuve el tiempo justo para separarme de su presión y disimular buscando algo bajo la cama. Mi novio entró por la puerta justo cuando hice como que recogía mi móvil del suelo.
- Qué torpe. - dije. - Estaba enseñando el nuevo sinfonier a tu jefe, cariño.
Tú le diste coba mientras yo me escabullía fingiendo haberme escapado de un compromiso obligado, para que no notases mis dilatadas pupilas. Refugié mi sonrojo en el baño. Metí mi mano en las bragas. No me suelo masturbar, pero tenía que comprobarlo. Empapada. Avergonzada, me sequé. “Esta noche me vas a follar”. Sus palabras estaban marcadas en mi como su tatuaje en él.
La fiesta transcurrió como había sido hasta que me encontré en mi dormitorio con un dedo ajeno entre mis labios: fingía atender conversaciones estúpidas mientras me sentía observada por el jefe de mi novio, y aprovechaba cualquier excusa para colarme en su grupo. Alto, moreno, afeitado, sin putas barbas de hipster. Elegante en su camisa, a pesar de sus canas. La corbata le favorecía. Quizá tiene diez años más que yo. Qué importa. Tengo que visitarte más en la oficina.
Me hice la encontradiza en la cocina por segunda vez. La primera me había pedido ver el dormitorio.
- ¿Me sirves un vodka, por favor?
Ni contesté. Cogí un vaso. Le noté muy cerca. Olía bien. Si alguien más hubiese entrado en la cocina habría visto mis duros pezones a través de la blusa. Habría dicho que es por los hielos que le estaba sirviendo. Claro.
Eché el vodka y el limón, y se lo ofrecí tímidamente. Él dio un paso al frente.
- No he dicho que lo quisiese con limón. Bébetelo.
Su tono era frío, dictatorial. Me asustó.
- Ahora.
Me lo llevé a la boca y di un sorbo.
- Todo.
Desafiante. Se pegó a mi. Noté su paquete en mi vientre. Joder. Bebí. Joder si bebí. En unos minutos notaría los efectos. Ahora sólo existía él.
- Ahora, uno solo, sin refresco. En el mismo vaso.
Me di la vuelta hacia la encimera, a rellenar el vaso con vodka de nuevo. Él se pegó a mi por detrás. Ahora colocaba su polla entre mis duras nalgas.
Así, despacio, es como me gusta - me susurró al oído mientras veía cómo yo alargaba el momento, disfrutando su roce. Si mi novio hubiese entrado en ese momento me habría abandonado.
Consigue que tu novio te entregue a mi.
Le miré atónita.
- Esta noche, te pondrá en mis brazos para que te folle.
Se dio la vuelta y se marchó, dejándome como una perra en celo, caliente, ansiosa, nerviosa. El vodka empezaba a hacer efecto. Me mareaba. Cerré los ojos.
Unos brazos me rodearon.
- ¿Estás bien?
Mi novio.
Estoy borracha - le susurré al oído, cachonda, exagerando un poco mi condición. Me junté a él buscando inutilmente saciar mi excitación. Él lo notó.
En un rato se irán todos, espera.
Durante la hora siguiente hubo un goteo de gente saliendo por la puerta. Él me ignoraba. Donde antes hubo miradas, ahora indiferencia. La conversación y las agudas réplicas en grupo pasaron a tajantes sentencias que me dejaban desarmada. El hijo de puta sabía además hacerme enfadar. Eso no iba a quedar así.
Cuando volví del dormitorio mi novio despedía a la última pareja en la puerta. Su jefe estaba de solo en el salón. Desde el otro extremo de la estancia me levanté el vestido para enseñarle que me acababa de quitar las bragas. Ahora, días después, me parece algo vulgar, digno de una puta borracha. Pero en aquel momento cumplió su propósito.
Él vino hacia mi.
Sabes recuperar mi atención. - dijo, besándome en la frente, justo antes de que mi novio volviese.
¿Todo eso son trofeos de póker? - dijo señalando una vitrina en la que mi novio guardaba sus victorias.
Todo.
Yo también soy bueno.
¿Juegas a tres manos?
¿Qué nos apostamos?
Quien se pierda se bebe una copa de golpe.
Vodka, claro. ¿Juegas tú, María?
Me quedé en blanco. ¿Se iban a poner a jugar a las cartas?
- No, yo no sé.
Él quedó contrariado por mi respuesta.
- Os pongo las copas.
Cuando volví se miraban serios, combativos, chocando los cuernos frente a la hembra. Corrieron las fichas mientras hablaban. No les entendí nada, pero su jefe tiró las cartas enfadado. Parecía haber perdido.
- No tienes nada que hacer - fanfarroneó mi novio mientras su jefe se bebía la copa.
Me senté junto a mi novio y le besé en el cuello.
Me apostaría a María - dijo riendo, bebido.
Vale - dijo él, casi instantáneamente. Había mordido el anzuelo hasta dentro.
Yo fingí ofenderme. Él nos miró asustado.
- Err… no hablaba en serio, cariño…
Una frase lapidaria de su jefe le hizo doblegar su postura.
- Si ganas tú, tendrás ese ascenso.
Reinó el silencio.
¿Estás seguro de que le ganas? - le pregunté al oído.
Sí, pero…
¿Es ese ascenso que me dijiste?
Sí…
Gánale. Estoy cansada y borracha, te espero en la habitación para celebrarlo.
Noté la mirada de su jefe clavándose en mi culo cuando salí del salón.
Durante unos minutos no oí nada desde el dormitorio. Abrí el armario. Saqué una caja del fondo, y extendí sobre la cama el liguero y las medias negras. Cuando abroché el último cierre, una sonora carcajada llegó a través de la pared. Uno a uno. La última mano sería la definitiva.
Casi podía escuchar su respiración. El zumbido del frigorífico era lo único que evitaba un silencio absoluto. Sonaron fichas.
A los dos minutos, un vaso se estrellaba contra la pared.
Al minuto siguiente la puerta del dormitorio se abría. Cerré los ojos.
Un delicioso pulgar se posó en mis labios. Presionó y me agarró, obligando a arrodillarme.
- Estás preciosa.
Sonreí.
No abras los ojos hasta que te lo ordene.
Cuero rozando con metal. Metal con tela. Cremallera. Tela con piel.
Algo más gordo que un pulgar se apoyó en mis labios.
La polla de su jefe parecía más gorda y corta que la de mi novio. Mantuve las manos apoyadas en mis piernas, a la manera japonesa de servir, mientras engullía ese pedazo de carne. Al principio me cupo entera. Comencé a comerle, pero me agarró la cabeza para follarme la boca a su gusto. La catarata entre mis piernas me mojaba los tobillos.
Así - despacio, muy despacio, y hasta el fondo.
Así - despacio, muy despacio. Hasta el fondo.
Ahora tú.
Sin cambiar de gesto seguí chupando.
- Muy bien.
Me acarició las tetas, y me pellizcó los pezones.
Necesitaba una polla.
- No dejes una gota.
Un bufido. Un solo bufido, profundo, corto, fue lo que mi boca arrancó de la suya. Se corrió en mi garganta, ahogándome. Nunca lo hacía, pero tragué todo como pude.
Fóllame, por favor.
- No te muevas.
Desapareció.
Me mantuve arrodillada, pero mis manos se escurrieron desde mis piernas, por mis muslos, hasta mi coño. Me acaricié. Nunca me había visto tan lubricada. Mi clítoris amenazaba con explotar.
- No te he dicho que pudieses tocarte. - dijo en voz alta. Se acercó a mi oído - Por eso te voy a follar el culo.
Me agarró del pelo con violencia. Gemí. Me apretó contra su cuerpo, de espaldas a él. Me magreó las tetas con fuerza. Exhibiendo su trofeo.
Notaba su polla, todavía flácida y empapada, contra mi culo. Me siguió susurrando.
¿Quieres que te folle el culo?
Sí.
Dilo más alto, que te oigan en el salón.
Quiero que me folles el culo. - grité.
Uno de sus dedos se coló en mi coño. Otro en mi ano. Gemí.
Sus manos me empujaron hasta que tuve que apoyarme en la cama. Comenzó a follarme con sus gordos dedos.
Fóllame - imploré. Me dio un azote.
Fóllame - repetí. Me dio otro, más fuerte. Lejos de dolerme hizo que mi clítoris palpitara ansioso.
Fóllame, por favor...
Sus dedos me penetraron hasta los nudillos y me empujaron sobre la cama, obligándome a avanzar a cuatro patas. Mis manos chocaron con unas piernas.
Con su mano libre me agarró del pelo para guiarme a la polla de mi novio.
La noté dura en mi boca como nunca. Imposible comérmela entera, por mucho que su jefe me apretase contra ella. Tosí, a punto de vomitar.
Abre los ojos - me ordenó. No lo hice, saboreando la conocida polla y los desconocidos dedos que me taladraban.
Abre los ojos - dijo mi novio, dándome una bofetada.
No desobedecí más aquella noche. Le vi enfadado, a pesar de emplearme en su polla como nunca. Fingía. Su mayúscula erección le delataba.
Creo que te va a follar el culo como la puta que eres. - No respondí. Los dedos me abandonaron, para ser sustituidos por su lengua.
Fóllame.
Con mi mano derecha agarré la polla de mi novio. Con la izquierda, mi clítoris. Me masturbé desde que noté la polla de mi jefe abriendo mi culo por primera vez.
- Ah…
Qué placer. Qué indescriptible placer. El ano me ardió pero me mataba de placer mientras avanzaba dentro de mi. Me eché hacia atrás. Quería más.
Me agarró el culo. Ya estaba dentro de mi completamente. Me metí la polla de mi novio en la boca.
- Así, cariño, sigue.
No sólo yo estaba cachonda. Aunque notar cómo me empezó a follar me provocó el primer orgasmo. Más.
- Más.
Sus manos en mi cintura, y su polla entrando y saliendo de mi. El roce de su piel me llevaba al paraíso. Sus huevos contra mi coño me enloquecían. Más.
- Más.
Justo cuando me saqué la polla de la boca para pronunciar esas tres letras, mi novio se corrió en mi cara. Gritó como un toro. Yo lo hice por segunda vez.
Más - pedí, con el semen goteándome, por los ojos, por el pelo…. Mis dedos frotaban frenéticos mi coño. Más.
Más - grité, cuando sus empujones me llevaron a tumbarme sobre mi novio, que me besó apasionadamente, extendiendo su corrida con su lengua.
Me corrí por última vez cuando su jefe se vació en mi culo, cayendo sobre mi, emparedándome contra su empleado. Mis tetas, cubiertas de semen, quedaron aplastadas sobre él.
Silencio y olor a sexo.
Salió de mi casi sin darme cuenta.
Borracha y saciada, le escuché yendo a la ducha.
Rodé sobre la cama quedando junto a mi novio. Nos miramos. El enfado había dado paso a la calma. El sudor al semen, y mi humedad a mi satisfacción. Le besé.