Sumisamente tuya

- No, Nico, por favor, me va a doler – Protesté algo asustada, pero excitada a la vez, tratando de imaginar las cosas que serías capaz de hacer conmigo y con mi cuerpo.

SUMISAMENTE TUYA.

Jamás creí que aquella conversación contándote mi insatisfacción me llevaría a sentir todo lo que ahora siento y a convertirme en tu amante, en tu sumisa y ser: sumisamente tuya.

Aún puedo recordar aquel momento como si hubiera sucedido ayer mismo. Pero en cambio, ha pasado ya un año. Un año en el que mi vida sexual, antes aburrida e infeliz, se han convertido en algo placentero y maravilloso, algo que me hace desear con ansiedad que sea la hora a la que cada día me haces tuya. Esa hora en la que me obligas a darte placer y a recibirlo. Nuestra hora.

Ya sólo faltan cinco minutos para que llames al timbre. Como aquel día de hace ahora un año. Eran las cuatro en punto, la hora en que habíamos quedado, hacía un par de semanas que no nos veíamos, así que teníamos mucho que contarnos y habíamos decidido tomar un café mientras nos revelábamos nuestros problemas, nuestras cosas. Llegaste como siempre puntual. Y ansiosa fui a abrir la puerta.

¡Hola Rebeca! – Me saludaste alegremente.

¡Hola Nico! – Te respondí.

Te hice pasar. Llevabas contigo una bolsa de deporte y pensé que venías del gimnasio. ¡Pero que equivocada estaba!.

Entramos en la cocina y nos sentamos en la pequeña mesa donde comemos Pablo, los niños y yo.

Te serví un café y empezamos a hablar.

Bueno, ¿qué me cuentas? – Me preguntaste.

¿Qué quieres que te cuente? Mi vida es muy aburrida, ya lo sabes.

¿Todavía no has solucionado tus problemas sexuales con tu marido? – Eramos tan buenos amigos y hacía tantos años que nos conocíamos (desde que teníamos cuatro años) que me atrevía a hablar contigo de cualquier tema, incluso de mis problemas con Pablo.

¿Con Pablo? No. Mi vida sexual sigue siendo tan aburrida como la de un caracol.

Pues creo que he encontrado la solución a tu insatisfacción.

Recuerdo que te miré con cierta incredulidad en ese momento.

¿Tú, un hombre soltero y sin compromiso cree saber cual es la solución a mis problemas sexuales?.

Sí, no me mires así. Y además voy a tratar de solucionarlos, pero debes hacerme caso en todo lo que te pida, ¿vale?.

Vale, si tú crees que puedes solucionar mis problemas, haré todo lo que me pidas.

Me miraste con cierta picardía en ese momento y sin más me ordenaste:

Desnúdate.

¡¿Qué?! –Te pregunté enormemente sorprendida, como si no hubiera entendido lo que acababas de pedirme.

Que te desnudes, has dicho que harás todo lo que te pida, así que, vamos, desnúdate.

No sé por qué, quizás fue por la firmeza de tu voz, pero lo hice. Me desnudé completamente, ante tu atenta mirada. Estaba algo desconcertada ante la situación, pero a la vez sentía curiosidad.

Ahora ponte sobre esa silla de rodillas. – Volviste a ordenarme.

Y yo sumisamente te obedecí. Me puse de rodillas sobre el asiento. Te acercaste a mí con unas cuerdas en las manos y me ataste de pies y manos a la silla, asegurándote que no me pudiera desatar fácilmente. Mientras lo hacías, indudablemente protesté:

¿Pero que haces?

Atarte para que estés quietecita. – Me respondiste con total naturalidad.

Tras eso, te desnudaste completamente, dejando libre una enorme y larga verga, de unos 20 cm, como jamás había visto en mi vida.

¿Qué te parece mi tranca? – Me preguntaste – Seguro que nunca has visto una así.

No, pero no vas a....

Sí, te la voy a meter por todos tus agujeritos y vas a gozar mucho con ella.

No, Nico, por favor, me va a doler – Protesté algo asustada, pero excitada a la vez, tratando de imaginar las cosas que serías capaz de hacer conmigo y con mi cuerpo.

Miles de veces en los últimos meses me había imaginado en una situación semejante contigo, aunque nunca me atreví a decírtelo, y ahora ese sueño se estaba convirtiendo en realidad.

Pero también la vas a disfrutar como nunca has disfrutado ninguna otra. ¡Anda, abre tu boquita y empieza a chuparla! – Me ordenaste acercándola a mi boca.

Y yo obedientemente hice lo que me pedías. Abrí la boca tanto como pude y saqué la lengua, empezando a lamer el glande. Tú lo empujaste hacía mí y lograste que todo él entrara en mi boca. Comencé a lamerlo y chuparlo, mientras tú me observabas con deseo. Lo curioso de todo es que a los pocos segundos empecé a excitarme, a sentir como mi sexo se humedecía y a desear que me penetraras con aquella polla.

No sé como te diste cuenta, quizás fue por el sugerente movimiento de mi culo pero recuerdo que dijiste:

Estas excitada ¿eh, perra? ¿Quieres que te perfore con mi enorme verga, verdad?

Sin dejar de lamer y chupetear la polla asentí y entonces la sacaste de mi boca. Te acercaste a la bolsa, sacaste un poco de lubricante y untaste el pene con él. Te pusiste detrás de mí y sentí como con una de tus manos acariciabas mi vagina, palpabas mi vulva y pellizcabas mi clítoris produciéndome una agradable sensación de dolor y placer a la vez. Sentí que acercabas el instrumento a mi vulva y de nuevo el miedo al dolor me invadió.

No, por favor, me va a doler.

Quizás, pero también lo estas deseando, putita – Dijiste cínicamente – Así que te la voy meter enterita.

No tuve tiempo de protestar más, porque de un solo empujón me la metiste hasta la mitad.

¡Ah, ay! – Me quejé, a pesar de la excitación sentí un leve dolor, ya que nunca había sido penetrada por algo de semejante tamaño.

Te detuviste y durante un rato permaneciste quieto para que mi sexo se acostumbrara. Entretanto acariciabas mis senos muy suavemente, primero; para pellizcar mis pezones después y tirar de ellos, produciéndome un liviano suplicio que me obligó a quejarme. Atrapaste mis senos entre tus manos y sujetándote con fuerza en ellos, te diste impulso para terminar introduciéndome toda la vara dentro de mí.

¡Ay! – Me quejé al sentir como entraba.

Volviste a quedarte quieto. Yo sentía como las paredes de mi vagina se expandían, como mi sexo estaba completamente lleno de ti, de tu sexo masculino.

Muy bien, nenita. ¿Ves como no ha sido para tanto? Ahora voy a empezar a moverme y no tendré piedad contigo porque quiero que disfrutes como una perra de mi verga.

Tragué saliva y esperé a que empezaras a torturarme con aquel instrumento. Sentía mi sexo húmedo y lleno a la vez. Realmente aquello me estaba resultando excitante. Empezaste a moverte muy despacio, primero en sentido rotatorio, haciendo que la verga chocara con mis paredes vaginales, luego saliendo y entrando muy suavemente tratando de rozar mi punto g con el enorme falo. Enseguida empecé a sentir un placer indescriptible que nunca antes había sentido. Y sin darme cuenta empecé a empujar hacía ti y a gemir excitada.

Ja, ja, ja, te gusta, ¿eh, putita? Estaba seguro que sería así.

Empezaste a acelerar tus movimientos, a cabalgarme cada vez más salvajemente, y mi sexo empezó a palpitar sintiendo como la enorme verga entraba y salía de mí. Estaba en la gloria y me sentía completamente llena. No podía creer que el más grande de los placeres que jamás hubiera sentido me lo estuviera dando mi mejor amigo. Pero tú arremetías cada vez con más fuerza, mientras pellizcabas mis pezones.

¡Arggghhh, ayuyy! – Me quejé y repentinamente sentí que sacabas tu verga, justo en el mismo instante en que estaba a punto de alcanzar el orgasmo. -¿Qué haces? – Te pregunté algo decepcionada.

Espera un segundo, querida.

Te acercaste de nuevo a la bolsa y ví como metías las manos dentro, también pude ver la brillante humedad que mi sexo había dejado sobre el tuyo. Vi que sacabas una pala de matar moscas, brillante y nueva y te acercabas de nuevo a mí.

¿Qué vas a hacer? – Te pregunté.

Nada, querida, sólo demostrarte quien manda aquí. Te voy a follar y cada vez que estés a punto de correrte te pegaré para demostrarte que sólo yo decido cuando te corres, ¿De acuerdo?.

Asentí mansamente. Ya nada podía evitar que hiciera todo lo que me pidieras, habías logrado que fuera tuya y sólo tuya con aquel modo tan brusco de tratarme.

Volviste a penetrarme y de nuevo empezaste a moverte dándome placer. Sentía el instrumento entrando y saliendo de mí, moviéndose en sentido giratorio dentro de mi vagina, rozando el punto g; el placer iba creciendo gradualmente en mí y cuando las paredes de mi útero empezaban a contraerse, sacaste la verga y empezaste a darme con la pala en las nalgas.

¡Ay, ay, ay! – Me quejé.

No me dabas muy fuerte, pero si lo suficiente para que sintiera cierto resquemor en mis posaderas. Cuando creíste que el castigo era suficiente volviste a penetrarme. De nuevo las embestidas, tus movimientos, los míos, las contracciones de mi vagina y de nuevo el castigo. Y la pala siendo sacudida sobre mis nalgas. Empecé a sentir un calor en mis nalgas que además de dolerme me excitaba. Sabía que en cualquier momento me correría, sino por el roce del instrumento, sería por la sensación que me producían los golpes de la pala sobre mis nalgas. Volviste a penetrarme por tercera vez y de nuevo las sensaciones agolpándose en mi sexo y otra vez los golpes sobre mis nalgas enrojecidas; estaba a mil, a punto de correrme. Volviste a introducirte en mí con tu enorme falo y antes de que este volvieras a salir de mí, me corrí en un maravilloso orgasmo. El mejor que jamás hubiera sentido, empecé a gemir y gritar desesperada presa del mayor de los goces. Todo mi cuerpo se contrajo y estremeció haciendo que las cuerdas con las que me habías atado me apretaran y me hicieran daño.

Muy bien, putita. Lo has disfrutado como nunca, ¿verdad?.

Sí... síiii... – Te respondí con la respiración entrecortada y jadeante.

Sacaste el falo de mí y dejaste que descansara un rato, en el cual estuviste buscando dentro de la bolsa algunas cosas más. Vi que sacabas un consolador y algunas pinzas de metal, además de una cámara de fotos, y lo dejabas todo sobre la mesa.

Seguidamente me desataste y me ordenaste:

Vamos al salón.

Te obedecí y una vez allí, te acostaste sobre el sofá con las piernas abiertas. Llevabas la cámara de fotos en la mano.

Bien, ahora vas a comer zanahoria. – Dijiste acariciándote el sexo.

Yo dócilmente me situé entre tus piernas, acerqué mi boca a tu verga y empecé a lamer. Era la primera vez que hacía algo así ya que con Pablo no pasábamos de la típica postura del misionero, traté de aplicarme y hacerlo lo mejor posible. Empecé a chupetear el glande, aplicando un suave masaje con la lengua en él y mordisqueándolo de vez en cuando. Empezaste a gemir excitado, señal inequívoca que mi trabajo era el adecuado, por lo que seguí chupeteando.Descendí con la lengua por el tronco, me introduje uno de tus huevos en la boca y lo chupé, luego hice lo mismo con el otro. Tu cuerpo se contorsionaba y tu respiración se aceleraba.

¡Ah, sí, lo estás haciendo muy bien! – Exclamaste entre jadeos.

Te miré y vi como apretabas el botón de la cámara. Me estabas haciendo fotos, quizás para contemplarlas más tarde y masturbarte viéndolas, recordando el placer que te estaba proporcionando.

Volví a ascender por el tronco hasta el glande, cuando pasándome el vibrador me dijiste:

Toma, méteme esto en el culo.

Lo cogí y giré el botón. El vibrador empezó a oscilar, levantaste el culo un poco, separándolo del sofá. Con un par de dedos descendí hasta tu ano. Lo acaricié suavemente, luego volví a tu sexo y lo acaricié con mi mano mientras seguía chupándolo, volví a tu ano y despacio introduje un par de dedos. Sin duda, no era la primera vez que ese lugar de tu anatomía era visitado. Así que cogí el vibrador , lo chupé para lubricarlo y lo acerqué a tu agujero trasero. Muy despacio lo fui introduciendo.

¡Ah, sí, cariño! – Gemiste.

Empecé a mover el instrumento dentro y fuera de tu ano, mientras seguía chupando tu pene. Tus gemidos se hicieron más intensos y tu cuerpo empezó a convulsionarse cada vez con más rapidez hasta que me tumbaste sobre el sofá, de un solo golpe metiste tu sexo dentro de mí y tras un par de fuertes empujones te corriste llenándome con tu semen. Habías llegado al éxtasis y yo me sentía feliz de haberte proporcionado aquel maravilloso placer.

Cuando terminaste de convulsionarte, oí el reloj de la cocina silbar.

¡Ostras, ya son las seis! – Exclamé nerviosa.

No te preocupes, cielo. Enseguida terminamos. Te has portado muy bien, así que sólo me falta una última cosa por hacer. Vamos, ponte en el sofá con las piernas bien abiertas.

Obedecí una vez más, y abrí las piernas. Cogiste el consolador que seguía vibrando sobre el sofá. Lo acercaste a mi sexo y lo introdujiste en él. Sentí la vibración recorriendo mi sexo. Sentía que podría correrme otra vez.

Y entonces acercaste tu cara a la mía y me dijiste muy seriamente:

Bien, a partir de hoy yo seré tu amo y cada vez que te ordene o pida algo me responderás diciendo: Si Amo. ¿Lo entiendes?.

Sí – respondí.

¿Cómo?

Sí, Amo.

Muy bien. Cada tarde de cuatro a seis serás mía y te daré ese placer que tanto te gusta. ¿Por qué te ha gustado, verdad?

Sí, Amo.

El vibrador seguía oscilando en mi vagina y sentía como un intenso y placentero calor llenaban mi sexo. Justo en ese momento sonó el timbre.

Bien, ahora yo abriré la puerta. Tú te vas a la habitación y te vistes, ¿de acuerdo, guarrilla? - Me ordenaste – Y nada de quitarte eso que he dejado entre tus piernas, no hasta que tengas un orgasmo. ¿Vale?

Vale – Acepté sumisamente.

Me dirigí a la habitación y me puse una bata. Luego volví al comedor. Tú y mis hijos, Alejandra y Mario, de 17 y 18 años respectivamente estabais hablando amigablemente. Entre mis piernas el vibrador seguía moviéndose y yo sentía como los músculos de mi vagina se contraían apresándolo. Sabía que de un momento a otro me iba a correr y tendría que disimular para que mis hijos no se percatasen de lo que sucedía.

¿Te pasa algo? – Me preguntó Alejandra. Supongo que por mi modo de andar, la bata que me había puesto y lo blanca que debía estar mi cara, había notado que algo me pasaba.

No, hija, no pasa nada.

¿Seguro, mamá?

El orgasmo me sobrevino por fin y traté de mantenerme quieta, para que mis hijos no notasen nada, pero me fue casi imposible, una, dos, tres convulsiones sacudieron mi cadera y un leve gemido que intenté acallar escapó de mi garganta. Me sujeté sobre una de las sillas del comedor.

Vuestra madre está muy bien, – Dijiste tú - sólo estaba un poco cansada y se ha echado un rato, ¿Verdad, Rebeca?

Siiii, eso.

Me senté en una de las sillas. Sentía la flojedad de mis piernas y el vibrador moverse dentro de mí. Disimuladamente y después de que tú me hicieras una pequeña indicación me quité el vibrador y lo guardé en uno de mis bolsillos.

Desde aquel día cada tarde de 4 a 6 soy: sumisamente tuya.

Erotikakarenc (del grupo de autores de TR y autora TR de TR).

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