Sumisa traición
A veces la montonía nos lleva a fantasear con situaciones de alto riesgo, el problema es que a veces esa fantasía está más cerca de hacerse realidad de lo que pensamos y en nuestras manos está el dejarla pasar de largo o entregarnos ciegamente a ella
A lo lejos veo como se acerca tu coche, aquel coche que me conducirá al más profundo pecado, a un mundo de perversiones e inmoralidades. Paras justo delante de mí, apenas puedo moverme. Me abres la puerta y con un sutil gesto, disfrazado de orden, me pides que entre dentro. Me siento y te miro, nos miramos, con miedo, con intensidad. Mientras conduces mis ojos descienden a la carnosidad de tu boca y de ahí a la línea que marcan tus vaqueros en medio de tus piernas. Intento preguntarte hacia dónde vamos, pero me obligas a guardar silencio.
La situación comienza a excitarme. Conduces con urgencia y empiezo a comprender que los dos vamos de la mano hacia un remolino inevitable de deseo.
Mi cuerpo se torna incandescente tras cada curva, puedo sentir la humedad entre mis piernas. Tu mano derecha se apodera de una de ellas y me aprieta con fuerza. Comienza a ascender muy despacio y mi respiración se entrecorta, incluso gimo levemente. Como te gusta jugar con mi placer, la detienes justo antes de llegar a mi guarida y vuelves a hacer el mismo recorrido piel abajo.
En mi mente se entremezclan las imágenes, aquellas con las que siempre jugué en la soledad de mi cuarto y otras tantas inconclusas, fruto del miedo y la desesperación. Tu olor comienza a meterse tan dentro de mí que siento el irrefrenable impulso de pedirte por favor que pares el coche y me sometas en la oscuridad de aquellos bosques. Pero sería en vano, así que me meto tu mano en la boca y te lamo los dedos uno a uno, intentado transmitirte lo que siento, sin hablar. Siento como te estremeces al contacto con mi lengua y aunque intentas disimularlo, tu sexo comienza a ponerse duro. Cierro los ojos e imagino que es esa zona de tu cuerpo la que entra y sale de mi boca.
Después de unos minutos más, de incesante espera, detienes el coche. Te bajas y me abres la puerta. Apenas me tocas pero siento tu deseo, los ojos encendidos, las manos exaltadas. Me pides que te siga y nos adentramos en un portal oscuro. Subimos unas escaleras y me conduces a una habitación. Entramos y tras cerrar la puerta, te colocas detrás de mí y me empujas con rudeza. Siento el contraste de la pared helada al entrar en contacto con mi candente cuerpo.
Apenas puedo moverme, sé que acabo de entregarme a ti con un simple gesto. Algo entre tus piernas toma vida y me embiste suavemente, aún con la ropa puesta. Noto tu presión contra la nuca, la calidez de tu aliento en mi cuello. Lucho por darme la vuelta y tocarte pero detienes cualquier gesto tirándome del pelo y enseñándome quien manda.
Me desabrochas el vestido que llevo atado al cuello, dejando la espalda y los hombros libres. Me muerdes y me inflamo al primer roce con tu boca. Pero te mantienes ahí, haciéndome sentir el dolor, un dolor que se entremezcla con placer y terminan siendo uno. A cada gemido mío aumentas la intensidad y eso me hace arder incesantemente. No dejo de pensar en tus manos, la urgencia con la que quiero que me toquen.
Sacas un pañuelo del bolsillo y me lo colocas alrededor de la boca, mientras me vas contando al oído lo que vas a hacer conmigo: ‘’ Ahora estás a mi merced, te ataré las manos a la espalda y te abandonarás completamente, como una buena chica’’.
Ya sin control sobre mí misma, entregada por completo a ti comienzas a quitarme la ropa. Te agachas y tus manos empiezan recorriendo mis piernas, desde los tobillos hacia el final de mis muslos. Me levantas el traje y te pierdes por mis generosas curvas, tanteándome en la oscuridad de aquella habitación, después de tanto tiempo. Te deleitas mirando la lencería negra que tanto te gusta y acariciando mis muslos con vehemencia. Sé que vas a dejarme puestas las medias, sin embargo siento como mis braguitas son arrancadas súbitamente, dejando libre el canal caliente y apretado al que te acercas.
.Ahora soy yo la que empuja hacia atrás buscando tu cuerpo, empiezo a desesperarme, casi no puedo pensar. Pero me dices que aún es pronto y siento que me humedezco de nuevo. Tus manos, ahora traviesas, se aferran a mis prietas nalgas y gimes como un animal mientras me das intensos azotes. Me susurras al oído que tengo nalgas de ángel y que te encantaría ser el primero en entrar allí y dejar tu estela.
Antes de darme cuenta ya tengo tus dedos dentro, moviéndose lentamente de un lado a otro, como si quisieras aprenderte cada zona para luego recordarlas en soledad. Estoy tan agitada que no sé por dónde te desplazas, sólo sé que mis dos aberturas están siendo usadas a tu antojo y que tú te regocijas en el placer de sentirme tuya. No puedo evitarlo y exploto en ti, te calo los dedos y los saboreas dulcemente, llevándotelos a la boca.
Me das la vuelta y comienzas a escalar con tu lengua las dos cumbres de mis pechos y mis pezones se ponen duros y rígidos. Me obligas a ponerme de rodillas y te bajas los pantalones. Necesito tocarte pero aun tengo las manos atadas a la espalda. Intento decírtelo pero no puedo, quieres llevar el control, hacer de mi boca un lugar perfecto para derramar tu placer.
Me quitas la venda y comienzo a jugar con tu sexo, a recorrértelo de principio a fin. Tengo tanta hambre de ti que me paso largo rato saboreándote, callejeando con mi lengua el ansiado tesoro de tu anatomía. Como llevo un largo rato portándome bien me desatas las manos y no puedo evitar masturbarme mientras te tengo dentro. Me coges del pelo y entras y sales de mí a tu antojo, alternando períodos suaves con bruscas sacudidas. Abro y cierro mi boca entorno tuyo y cada vez te adentras más hondo.
Casi a punto de estallar me levantas y nos besamos con dureza, nos mordemos los labios, intercambiamos sabores, nos metemos dentro el uno del otro. Nos tiramos al suelo y te quito con desesperación lo que te queda de ropa. Te pido que avances hasta el fondo de mi canal caliente y apretado. Ahora soy yo la que te suplica, y a través de mi voz tu nombre se convierte en una letanía.
Me abres las piernas y ya encima de mí, me penetras con fuerza una sola vez. Me abres y me cierras en base a tu capricho. A veces te acercas lentamente, sólo introduces la punta de tu miembro y no avanzas hasta que no te pido más. Otras me das la vuelta y te introduces en mí hasta el final, reventándome por dentro, sin tregua. En medio de todo el caos nuestras manos no han dejado de apretarse con fuerza, como si así impidiéramos que el placer se escapase.
Ahora, sin disfraces, nos tenemos en el silencio de aquella habitación. Me embistes una y otra vez, empapados de placer, gritamos salvajemente. Cuando por fin consigo ponerme encima de ti, bailo alrededor de tu polla dura y erecta. Me pides que no deje de hacértelo, que no pare nunca, que te folle sin piedad. Y es ahora cuando siento que eres tú el que está bajo mi poder. A cada subida y bajada te vence el deseo y a punto de estallar te muerdes los labios y me llevas hacia ti. Eres peor que el éxtasis, que la cocaína, que toda un montón de drogas juntas.
Es el momento de abandonarlo todo, siento que exploto y que tú lo vas a hacer conmigo. Ahora siento como me llenas de ese dulce caliente y cómo resbala por el interior de mis piernas. Siento que recupero una parte del paraíso ya perdido.
Toda la noche transcurre sin calma, intentando vaciar nuestro deseo antes de volver a nuestras monótonas vidas, al reencuentro con nuestras respectivas parejas. Quién sabe si volveremos a vernos, lo único que puedo pensar, ya después de todo el vendaval, es que mañana será un día duro. . Me iré con la cabeza alta pero con la firme convicción de que tendré que empezar a combatir el síndrome de abstinencia que acaba de generarme tu potente y dura droga.