Sumisa por un fin de semana (1)

Hice un viaje de tres horas sin equipaje y sin dinero tan solo para obedecerle.

La verdad es que no se por donde empezar, ya que tan solo de pensar lo que voy a escribir ya se me empieza a humedecer el coño, así que no he tenido más remedio que masturbarme antes de empezar a escribir. La verdad es que hace poco tiempo que descubrí las historias de dominación, pero desde que las descubrí, cada vez que leo alguna me tiro todo el día mojada y toda la noche sin dormir restregándome contra las sábanas. La historia que a continuación voy a contar es totalmente ficticia, ideada de los retazos de otras historias que me han gustado en parte y la otra gran parte de derivaciones de esas historias que mi mente calenturienta ha creado en los ratos de soledad. He de advertir que esta es una historia de dominación y no así de sado.

SUMISA POR UN FIN DE SEMANA (I)

Ya faltaba poco para llegar a la estación. La verdad es que estaba nerviosa, ya que era la primera vez que hacía algo de este tipo, pero a la vez me sentía muy excitada. Tal y como él me había indicado, llevaba puesta una falda vaquera que más bien parecía un cinturón y una camiseta blanca sin sujetador que como es de esperar, dejaba translucir perfectamente mis pechos definiendo mis pezones, cosa que me costó la mirada indiscreta de más de un pasajero durante todo el trayecto, porque la verdad es que tengo las tetas muy bien puestas. Así mismo, mi coño latía con fuerza gracias unas bolas chinas que me había puesto en mi casa antes de salir esa misma mañana. La verdad es que pensaba ponérmelas estando ya en el tren, pero me levanté tan licuada que me pareció una excelente idea hacer todo el viaje con ellas dentro. Y aparte de eso ahora me disponía a cumplir su último deseo previo a nuestro encuentro. Me metí por tanto en el servicio y me quité el tanga blanco que me puse al salir de casa y que después de dos horas de viaje y segregando flujos por la excitación del inminente encuentro y el contacto de las bolas chinas estaba empapado y con un fuerte olor a sexo.

Nos habíamos conocido en internet, en un foro de sexo en el que entré por primera vez con el mero fin de pasar un rato de risas con mi amiga pero al que me fui poco a poco haciendo asidua. Empecé tener con él conversaciones muy calientes y cibersexo como lo llaman (aunque hay que reconocer que en el fondo es hacértelo tú sola) y medio en broma propusimos una visita en la que él me invitaría el fin de semana y yo iría en calidad de esclava. Normalmente no habría aceptado algo de este tipo pero la verdad es que como llevaba tanto tiempo chateando con él sin tapujos conocía a la perfección sus fantasías sexuales y se complementaban bastante con las mías, así que accedí.

La primeras instrucciones que me dio, que ya tenía cumplidas en su totalidad, fueron las siguientes:

La ropa que llevaría. Fue especialmente insistente en que la camiseta debía ser blanca y de algodón y que yo no debía llevar sujetador. Sabía perfectamente que de ese modo todo el mundo me miraría.

Llevaría un tanga blanco puesto durante todo el trayecto e intentaría mantenerlo húmedo (cosa que había cumplido a la perfección) y antes de llegar a la estación me lo quitaría y lo llevaría en la mano para entregárselo como obsequio nada más llegar.

Debía llevar cuando me bajara de la estación unas bolas chinas introducidas en mi coño que estaría perfectamente depilado.

Mi único equipaje sería el billete de vuelta para dos días después, lo que significa que me encontraba en Madrid sin dinero, sin ropa y totalmente a su merced.

El tren empezó entonces a aminorar la marcha hasta que paró totalmente. Yo sentía mi corazón palpitar así como mi coño, que al estar ahora liberado del tanga, dejaba resbalar una gran cantidad de flujo por mis muslos que sentía pegajosos. Bajé del vagón con sumo cuidado de que la minúscula falda no dejara ver que no llevaba ropa interior y le busqué con la vista (conocía su aspecto físico tanto como él el mío gracias a que los dos teníamos webcam). Le reconocí ahí de pié antes de que él me reconociera a mí y me dirigí con paso firme hacía donde estaba. Cuando llegué junto a él me acerqué hasta que mis senos rozaron su pecho (poniéndose así mis pezones duros), deposité mi tanga húmedo en su mano cerrándosela después y le dije al oído:

  • Esto es para ti, "AMO".

Inmediatamente pude observar gracias a lo cerca de él que me encontraba que respondía a sus expectativas, ya que noté como su miembro se endurecía a la vez que me decía.

  • Eres una buena perrita, espero que no te hayas olvidado de lo demás que te encargué.

Y diciendo esto metió la mano bajo mi falda para comprobar que no llevaba ropa interior, ya que era bastante evidente que sujetador no llevaba.

  • No me puedo creer que seas tan puta como para estar tan mojada. Ahora chupa lo que me has manchado.

Dicho esto me puso los dedos mojados por mis flujos frente a mi boca, por lo que entendí que tenía que dejarlos bien limpios y empecé a lamer. Nunca antes había probado mis propios flujos y la verdad que el olor no me los hacía apetecibles, pero el hecho de que me los hiciera probar en mitad de la estación con tanta gente alrededor me hizo estremecerme de placer.

Una vez le hube dejado la mano limpia me pasó un brazo por el hombro y metiéndome la mano por dentro de la camiseta empezamos a andar a la vez que él me tenía cogida una teta y me pellizcaba el pezón, lo cual hacía a muchas personas mirar, o bien con desprecio o bien con deseo.

Bajamos en la primera boca de metro que se encontraba junto a la estación y nos montamos en éste que, al ser hora punta estaba atestado de gente. Con dificultad a causa de la multitud, me cogió de la cintura y me guió hacia una barra de sujeción que había en la mitad del vagón, me colocó de frente a la barra a la que me agarré para no caer y él se colocó detrás mía con las manos en mis caderas. Yo sentía su polla dura restregándose contra mi culo. Me dijo entonces:

  • Agárrate a la barra con las dos manos y separa las piernas. Voy a comprobar que has cumplido mi tercer deseo.

Acto seguido sentí como desde atrás me metía la mano por debajo de la falda y abriéndose paso entre mis piernas que yo mantenía separadas sin oponer ninguna resistencia, encontraba el cordón de las bolas chinas y tiraba de él. ¡ No me podía creer que me estuviese sacando las bolas allí mismo, entre tanta gente que nos rodeaba y se apretujaba contra mí!. Cuando me hubo extraído las bolas, apretó su polla contra mí y me dijo:

  • Veo que te estás portando como una zorra muy buena. Además, veo que esto te pone cachonda. Como sigas segregando flujo te vas a resbalar en tu propio charco. Dime que es lo que te pone tan cachonda.

  • Ser tuya AMO.

La frase me salió con un hilillo de voz porque estaba a punto de correrme ya que, aunque ya me había sacado las bolas chinas, su mano no había dejado de restregarse en mi coño.

  • ¡Serás puta!. Una chica decente no se comporta de esta manera. ¿no te da vergüenza con tanta gente alrededor?

  • Sí me da. Pero no puedo evitar ser tu perra. Soy una puta y me avergüenzo.

La verdad es que sí que me sentía tremendamente avergonzada pero a la vez tremendamente excitada, y mi amo debía estarlo también porque cuando le dije eso al oído, él empezó a restregarme el coño con más fuerza y no pude evitar correrme ahí mismo ante tanta gente que ajena a lo que pasaba se apretujaba intentando tener su sitio en el metro.

Cuando nos bajamos del metro y ante mi tremenda sorpresa me llevó a una cafetería. Yo estaba bastante turbada ya que creí que a continuación iríamos a su casa. Nos entramos en una mesa que se encontraba en un lateral bastante apartada y pidió un café para cada uno. Allí me inspeccionó el bolso para comprobar que en él tan solo se encontraba el billete de vuelta. Entonces me dijo:

  • Bueno, veo que has cumplido a la perfección las instrucciones que te di. Ahora tengo una nueva orden para ti. Quiero que mantengas tus rodillas con una separación mínima de un palmo todo el tiempo que permanezcamos aquí.

  • Pero AMO, aquí hay mucha gente y ...

  • No te atrevas a desobedecer una orden directa de tu AMO. Además, en el metro había más gente y no has dudado en correrte allí como una puta. Necesitarás un escarmiento por cuestionar mi orden. Y ahora quiero ver esas piernas separadas.

Con la cara roja como un tomate y con mucha lentitud separé mis rodillas dejando mi coño expuesto al resto de la clientela de la cafetería. A pesar de estar en una esquina del bar, mi amo se las había arreglado para que yo me sentara de frente al bar, ya que fue él el que eligió sentarse dando la espalda al resto del local. Por tanto mi coño quedaba literalmente expuesto. Más aún cuando se levantó a la barra a coger los cafés en vez de esperar a que el camarero los trajese. Se levantó sin quitarme la vista de encima para comprobar que yo no desobedecía su orden. Pude comprobar entonces que al menos dos tíos más se fijaron en mi embarazosa situación y no me quitaron el ojo mi sexo hasta que mi amo se volvió a sentar delante mía con los dos cafés.

Mientras nos tomábamos el café, mi AMO me fue dando precisas instrucciones de lo que quería de mí mientras yo intentaba controlar mi flujo que resbalaba hacia mi ano y la falda al tener la orden expresa de no cerrar las piernas. Las normas básicas de comportamiento que me dio eran las siguientes:

En lo que durara su dominio sobre mí no quería que yo tomase ningún tipo de iniciativa. Tanto sexual como de otro tipo.

Correspondería a cada una de sus necesidades en cualquier momento y en cualquier lugar.

Tan solo le obedecería a él a menos que diera una orden expresa de obediencia hacia otra persona.

Cuando él estuviera ausente, yo permanecería exactamente como él me hubiera dejado, a menos que él autorizara otra cosa.

No hablaría a menos que me fuese solicitado y siempre dirigiéndome a él como a mi amo con el respeto que ello conlleva.

Me estaba totalmente prohibido tanto masturbarme como cualquier necesidad biológica a menos que fuese autorizada.

Mis manos permanecerían inmóviles siempre que él lo indicara y en el sitio que él lo indicara.

No aceptaría dinero de nadie a menos que me fuese permitido.

La verdad es que ese último punto no lo entendí muy bien pero acepté todas sus condiciones sin rechistar. Me dijo entonces que si no cumplía sus condiciones sería castigada, pero que no era partidario del castigo físico, aunque tenía otros medios de castigo que daban los mismos resultados.

Cuando nos hubimos tomado el café él se volvió a levantar a la barra a pagar dejándome de nuevo expuesta y cuando hubo pagado se sentó otra vez y me dijo:

  • Bueno, como te he dicho antes, te voy a dar un escarmiento por haber cuestionado antes una orden mía. Por tanto, he decidido pagar tan solo mi café, lo que significa que tú tendrás que pagar el tuyo.

  • Pero AMO, recuerde que me ordenó venir sin dinero...

  • Tranquila, con lo zorra que eres seguro que encontrarás un método de que alguien te lo pague. Te espero en la puerta y quiero poder verte desde allí.

Y diciendo esto, dejó las bolas chinas que me había extraído en el metro encima de la mesa y se fue dejándome allí con el coño al aire, con el café sin pagar y con la cara roja como un tomate.

Me apresuré en coger las bolas de encima de la mesa (no quería dar el cante más de lo que lo estaba dando) y me puse a pensar qué podía hacer para que alguien me pagara el café. No podía ser tan difícil, no era una gran deuda. Miré a mi alrededor con el fin de elegir a la persona que podría invitarme al café. La verdad es que la solución más fácil sería un tipo apoltronado en la barra que no había dejado de mirar mi coño y de tocarse el paquete desde que mi amo me ordenó separar las piernas pero deseché inmediatamente la idea, ya que el tío daba un poco de asco y seguramente no accedería a pagarme el café sin más. Decidí entonces elegir a un hombre que por lo menos me gustara físicamente. Elegí a un tío como de unos 25 años que se encontraba leyendo unos apuntes en otra esquina del bar, por lo cual supuse que no se había percatado de mi exhibición impuesta por mi amo. Pensé que así sería más fácil. Simplemente le diría que me había dejado el monedero en mi casa y que si me hacía el favor de invitarme al café. Así que me levanté y me aproximé hacia su mesa sintiendo sobre mí la mirada indiscreta de mi amo desde la puerta y del tipo de la barra. Cuando llegué a su mesa me senté enfrente y me dirigí a él:

  • Perdona, es que tengo un problema. Me he dejado el monedero en casa y no me puedo pagar el café.

  • Y a mí qué.

Ni siquiera había levantado la vista de sus apuntes. No iba a ser tan fácil. Tendría que darle algo a cambio si quería que me pagara el café. Pensé en mamársela en el cuarto de baño pero eso iba en contra de la última orden de mi amo que no quería perderme de vista, además, me parecía excesivo mamársela por un café. En ese momento me acordé de las bolas chinas que había introducido en mi bolso y con mi sonrisa más ingenua le dije:

  • La verdad es que te quería pedir dos favores. Le quiero dar una sorpresa a mi marido y me he comprado esto.

Se lo dije depositando las bolas chinas encima de sus apuntes para por fin poder captar su atención y que retirara la vista de ellos. La maniobra dio resultado ya que al instante lo tenía mirándome con cara de incrédulo. Seguí hablándole:

  • Había pensado en llegar a casa con eso puesto y sorprenderle pero la verdad es que he estado en el servicio intentando ponérmelo y no se como hacerlo.

Su mirada de incredulidad había pasado a ser una mirada lujuriosa y ya no solo me miraba a los ojos sino también a las tetas percatándose de que mi camiseta era demasiado blanca como para no llevar sujetador.

  • Necesito entonces que alguien me ayude a ponérmelo. ¿te gustaría ayudarme?

Estaba claro que sí quería ayudarme, ya que mientras duró mi discurso se había echado mano tres veces al paquete que debería de estar reventándole dentro de su pantalón.

  • Y cuanto quieres a cambio?

La verdad es que su pregunta me sorprendió, aunque en esa situación era muy lógica hacerla. Fue en ese momento cuando entendí la prohibición de mi amo de aceptar dinero.

  • no, no quiero dinero, tan solo que me invites al café.

  • No me puedo creer que seas tan zorra como para dejarte meter mano por un mísero euro. Tu maridito debería tener cuidado contigo...¡Camarero, cóbreme el café de la señora!.... y ahora si quieres vamos al servicio y te meto esas bolas por el coño.

  • Preferiría hacerlo aquí mismo.

  • ¿¿Aquí...???. Tu eres bien puta.

A pesar de sorprenderle, el hecho de que yo quisiera que me introdujera las bolas ahí mismo le excitó aún más, ya que empezó a palparme los muslos con las manos buscando mi sexo por debajo de la mesa. Gracias a que esta vez si me encontraba de espaldas al resto del bar, intuyo que tan solo el tipo de la barra que no me quitaba ojo se percató de lo que allí se tramaba. Su mano llegó por fin a mi sexo que se encontraba en el mismo estado que había estado todo el día: chorreando.

  • ¿le gusta a tu marido que vayas por ahí sin bragas, sentándote con las rodillas separadas y con el coño empapado?, porque eso es de ser bastante puta. Abre más las piernas.

Las abrí hasta que cada rodilla dio con cada pata de la mesa y él cogió las bolas y se dispuso a llevarlas a mi coño. No dejaba de apretarse en la entrepierna mientras me acariciaba el clítoris y empezaba a introducir una de las bolas.

  • ¿no querrías ir conmigo al baño y chupármela un poquito? Podría pagarte. O invitarte a otro café.

  • Lo siento pero no se la chupo a desconocidos. A demás, a mi marido no le gustaría.

Cuando hubo terminado de meterme las bolas, cosa que hizo muy despacio, recreándose en mi sexo y provocándome así un orgasmo, retiré un poco mi silla dejando mi coño fuera de su alcance y le dije:

  • muchas gracias por los dos favores. Me tengo que ir que mi marido me está esperando.

  • Cualquier otro favor que necesites me llamas.

Y me levanté cogiendo el número de teléfono que me había tendido mientras él se dirigió al servicio, supongo que a aliviar su tensión. Puede que algún día lo llame. Se veía un chico majo.

Salí inmediatamente del bar donde me esperaba mi amo en la puerta que me recibió con cara de satisfacción, me dio una palmada en el culo y me dijo:

  • Veo que eres una perrita que se sabe defender bastante bien. Sospecho que voy a disfrutar este fin de semana más de lo que yo creía. Ahora sígueme que vamos a mi casa, que todavía no te he presentado a mi polla.

Le seguí hasta el final de la calle donde no metimos en un portal bastante amplio y cogimos el ascensor. Cuando estábamos entre el primer y el segundo piso le dio al botón de parada del ascensor y se volvió hacia mí.

  • Pon las manos en la nuca. Voy a examinar mi mercancía.

Le obedecí y acto seguido me desabrochó la falda y la dejo resbalar por mis muslos hasta que cayó al suelo. Mi coño depilado apareció por primera vez totalmente descubierto y él, para apreciarlo desde todos los ángulos, me hizo ponerme de frente, luego de espaldas y luego doblar mi cintura de forma que mi culo quedara en pompa y la totalidad de mi sexo a su vista. Todo esto lo apreció sin tocarme, a pesar de que yo, me moría por que lo hiciera. Nuevamente aparecía colgando de mi coño el cordón de las bolas chinas que me había dejado introducir por tan solo un euro (una forma muy barata de venderme). A continuación me quitó la camiseta dejándome totalmente desnuda. Observó mis pechos y mis pezones que se encontraban totalmente endurecidos por la excitación. Me hizo saltar para ver como botaban, me los palpó con suavidad y retorció mis pezones. A continuación se puso a doblar mi ropa con una tranquilidad casi pasmosa y me dijo:

  • Veo que físicamente satisfaces mis deseos. Tienes unas buenas tetas y además por lo que he podido comprobar parece que estás siempre lubricada. Eso te facilitará las cosas. Yo te guardaré la ropa que por ahora no la necesitarás. Si te portas como una buena perrita mañana te la dejaré y de llevaré a dar un paseo. Ahora vamos a mi casa.

Dicho esto accionó otra vez el ascensor que se puso en movimiento. No me podía creer que fuera a sacarme al pasillo desnuda. Podía verme algún vecino. Aún así no se me ocurrió protestar. Tampoco quité mis manos de la nuca recordando su orden de permanecer como me había dejado. Eso hacía a su vez imposible que me pudiera tapar con las manos en caso de ser descubierta. Cuando el ascensor paró en la planta cuarta, abrió la puerta con mi ropa y mi bolso en la mano y me indicó que le siguiera. Salimos del ascensor y al final del pasillo a la derecha se encontraba su puerta. Para llegar hasta ella tuvimos que pasar por las puertas de 3 viviendas pero afortunadamente no salió ningún vecino. Sacó la llave del bolsillo y abrió la puerta con una tranquilidad pasmosa. Creo que se estaba demorando a caso hecho al percatarse de mi nerviosismo por ser descubierta. Cuando entramos en la casa me miró fijamente y me dijo con una sonrisa un tanto perversa:

  • Espero que mi perrita esté preparada porque ahora es cuando empieza lo bueno...

(...CONTINUARÁ)