Sumisa estancia en prisión

Mientras cumple su condena, un hombre es sometido a toda clase de vejaciones por sus compañeros de celda.

ESTA NO ES UNA HISTORIA REAL, PERO SI QUE ESTÁ BASADA EN SITUACIONES REALES, DE HECHO LO QUE ME MOTIVÓ A ESCRIBIRLA, A PARTE DE SER UNA DE MIS FANTASÍAS, ES LA LECTURA DE CONSEJOS QUE UNA ASOCIACIÓN FACILITABA A LOS PRESOS QUE SE ENCUENTRAN EN CIRCUNSTANCIAS SIMILARES A LAS QUE DESCRIBO. ESPERO QUE DISFRUTEIS.

Sé que siempre se dice lo mismo... pero lo mío si fue un error, un error que pagué bien caro.

Que más da quien y como me enmarronaron, cuando se lleva la contabilidad de un gran hotel tienes que ser mucho más precavido de lo que yo fui y no fiarte de nadie, pero eso ahora es lo que menos importancia tiene.

Cuando ingresé en prisión tenía 26 años, acababa de terminar la carrera, encontrar trabajo y...me destrozaron la vida, el caso es que cuando entré no pensé que mis preocupaciones serían las que os voy a contar.

Tengo un aspecto bastante fibroso, no demasiado pero mi cuerpo está muy marcado, y no doy la impresión de ser débil, pero eso en la cárcel da igual.

En mi celda tenía a dos compañeros más, estaba diseñada para 2 pero la habían ampliado por la masificación de presos. Según entré en la celda, me dejaron las cosas bien claras, fue una primera impresión terrorífica, no había intimidad ninguna, una taza al final de la celda, entre la litera y la cama. Mis primera palabras con mis compañeros de celda las pronunció Carlos:

-Tu cama es la de la litera de abajo. Era claro que era la peor, ya no solo por el estado en que se encontraba, si no por que estaba a la altura de la taza del inodoro, y a mi me parecía imposible poder dormir con esa imagen y ese olor junto a mis narices .

Después de decir eso me miró de arriba abajo, mientras esbozaba una sonrisa falsa. Carlos era muy fuerte, cumplía condena por dos homicidios y llevaba 10 años en prisión, todas las tardes dedicaba 3 horas al gimnasio y según me enteré después era muy temido y admirado entre el resto de los presos.

El otro compañero de celda era Luis, tenía 48 y solo le quedaban 5 meses para salir, una mirada rápida le bastó para continuar leyendo una revista que tenía en las manos.

En mi primera cena, y en vista a que me daba la impresión de que no me llevaría bien con Carlos, me senté solo, y enseguida vino junto a mi otro chico, también parecía joven, aparentaba unos 27 o 28 años y se presentó como Lorenzo. Me puso un poco al día de todo, pero ya acabando la cena me dijo en voz baja: - Tío no sabes donde te han metido, ¿tu eres marica? - No, le contesté yo, ¿por qué? - Mira, me dijo Lorenzo, solo te doy un consejo, obedece a Carlos, él es muy importante aquí, yo al principio también lo pasé mal, pero te aseguro que si no lo haces tu estancia aquí será una pesadilla.

Según me dijo esto cogió su bandeja y se fue.

Esa noche cuando se dio la señal de apagado de luces, en la celda, Carlos se acercó muy lentamente a mi, frotándose con las manos en su entrepierna. Tenía un pantalón de deporte para dormir, se agachó a la altura de mi cama y me dijo:

  • Me apetece que me la chupes.

  • Lo siento (contesté con aparente frialdad pero con un miedo tan intenso como nunca había tenido) pero yo no voy de eso.

Al instante le cambió totalmente el gesto de su rostro, se embruteció de una manera instantánea, nunca había visto unos ojos tan expresivos como los suyos, me entró pánico.

  • Mira bonito, me decía mientras me acariciaba la cara, lo que has dicho no me ha gustado nada, y te advierto que si no estás conmigo estás con todos.

Luis al escuchar la conversación se había erguido de su cama y esbozaba una pequeña sonrisa mientras me decía. - Mas te vale que obedezcas tonto. Para después volver a tumbarse en la cama.

Carlos se levantó, de muy mal humor y se acostó. Cuando hizo eso respiré profundamente intentando que no se escuchara la larga espiración que exhalé. Era impresionante, escuchaba como Carlos se masturbaba en su cama sin ningún tipo de pudor, con la manta bajada y mostrando sus genitales. Tras un largo e intermitente suspiro se levantó de la cama, desnudo, y arrojó a la taza del inodoro un trozo de papel higiénico. Su pene era de un tamaño normal, aunque bastante grueso a mi parecer, y de él aún colgaban gotas de semen, esa imagen me repugnó.

Al llegar la mañana, después de una larga noche en la que apenas había dormido, me despertaron nuevos gemidos de Carlos, para después repetirse la misma imagen de la noche, el cuerpo musculado y desnudo de Carlos, frente a mi tirando al inodoro un trozo de papel higiénico. En ésta ocasión aprovechó el viaje y orinó en la taza, no sabía quien habían diseñado la distribución de esa celda pero desde luego que la taza del inodoro estaba en la peor posición que podía tener.

Seguí de forma autómata el transcurso del día, y lo cierto es que me extrañó que nadie me dirigía la palabra. Pero fue sobre la una del mediodía cuando comenzó mi calvario, mientras caminaba por uno de los pasillos, para dirigirme hacia el patio de deportes donde se nos permitiría estar hasta la hora de la comida, sentí un fuerte empujón que me hizo caer en una gran habitación llena de aparatos de deportes, lugar donde me cogieron entre varios reclusos y me inmovilizaron entre risas e insultos.

Entre mis atacantes estaba Carlos, con una rapidez y violencia asombrosa me agarró por el cuello, cortándome totalmente la respiración mientras me gritaba: - No quieres caldo...dos tazas...aunque van a ser muchas más de dos.

Me quitaron toda la ropa, y con los brazos retorcidos hacia la espalda, me colocaron en posición de rodillas mientras gritaban: - Así, así a lo perrito.

Delante de mi cara tenía a Carlos, masturbándose de una forma compulsiva. Una vez que tuvo su pene erecto me lo pasó por la cara. - Siente lo que te va a entrar.

Se fue hacia detrás..., con todo lo que grité y el ruido que ellos hacían, no entendía como nadie venía a ayudarme. Comencé a sentir unas palmadas en mis nalgas mientras Carlos gritaba. - Habéis visto que buen culo tiene.

Yo me cerré con todas mis fuerzas, pero entonces uno de ellos me apretó tan fuerte en el cuello que cortó por completo la respiración, las volví a relajar. - Así eso está mejor. Me dijo Carlos.

Sentí como me untaba con algo el ano, no supe que, pero me daba la impresión que era saliva, y comenzó a penetrarme con un dedo. - Si, le va a entrar sin problemas. Dijo Carlos

Entonces colocó la punta de su pene en mi ano y comenzó a introducirlo poco a poco, para después de tres o cuatro envestidas, penetrarme totalmente, era una sensación paralizante, me penetraba una y otra vez mientras me agarraba por los hombros y era animado por la muchedumbre. Agachó su cara hasta mi oreja y me dijo: - Después de mi vienen todos ellos, si no quieres que esto te pase a menudo quiero que vengas muy sumiso a mi y entonces te follaré yo solo, si no, de vez en cuando haremos una orgía con tu culo.

Tras decir esto continuó las envestidas, subiendo el ritmo hasta que con un gran gemido eyaculó dentro de mi, con un innumerable número de gemidos y gritos. Yo sentía mis entrañas húmedas, era una sensación muy extraña y dolorosa. Cuando Carlos sacó su pene de mi, sentí como otro volvía a llenarme, pero éste mucho más grande y con penetraciones más profundas e intensas, verdaderamente me estaba lastimando muchísimo, llamé a Carlos, se acercó a mi y le dije que sería suyo, pero me contestó que les había prometido un culo a los chicos y él siempre cumplía sus promesas, pero como prueba podía limpiarle la polla con mi boca. Dudé justo el tiempo que tardó el que me estaba penetrando en proporcionarme una nueva embestida, entonces me la metí dentro de la boca y con mucha suavidad se la limpié hasta que se cansó, me la metí entera en la boca y se la chupaba con toda la suavidad que pude, cuidando de no hacerle daño cuando me penetraban, ya que todo mi cuerpo se tensaba. Uno a uno me violaron, de una forma brutal, yo no entendía como podían hacerlo de esa forma, sin ningún tipo de compasión, yo no les había hecho nada pero parecían odiarme, no tengo palabras para describir el dolor y la humillación que sentía, era como si tuviera heridas en el ano y siguieran rozándolo constantemente. Cuando terminaron, casi todos repitieron, me dejaron tirado en la habitación, sangraba por el ano y me asusté muchísimo. Me vestí y volví a la celda, sin comer, todo ello con permiso de un funcionario tras alegarle molestias estomacales. Estuve toda la tarde en mi cama, pensando en mi nueva situación, temeroso como nunca, y con tantas dudas que incluso se me pasó por la cabeza el suicidio, hecho que rechacé por darme más miedo aún que mi nueva situación... tenía que adaptarme, decidí entregarme por completo, ya que me juré no pasar de nuevo por el calvario y al dolor al que me habían sometido, pensé que si hacía todo lo que Carlos quería, éste se saciaría sin lastimarme.

A las pocas horas Carlos entró en la celda, con ese odioso aire se superioridad y seguro en mi sumisión. Se acercó a mi y con sarcasmo me preguntó como me encontraba, una subida de hombros fue mi muda respuesta y me dijo mientras comenzaba a acariciarme por el vientre introduciendo su mano en mi calzoncillo ante mi pasividad total: - No te preocupes, a partir de ahora todo va salir a pedir de boca... y hablando de boca...creo que voy a usar de nuevo la tuya, dejaremos un par de días tu culo debido al lamentable estado en el que te lo dejamos, ¿te apetece?. - Si . Respondí dócilmente. - Cuando me contestes, acaba con un "cariño"...aquí se agradece mucho ese tipo de tratos. Me indicó. - Si cariño, le volví a contestar.

Se bajó rápidamente el pantalón deportivo que usaba y se sentó en mi cama, separando las piernas y apoyándose en la pared. Me fui acercando hacia él lentamente y pensé que cuanto más lo excitara menos duraría mi suplicio, por lo que lo besé lentamente en el pecho, sintiéndome completamente asqueroso al contacto con su bello, pero continué descendiendo hasta su entrepierna, donde me decidí a aplicar todo lo que a mí me gustaba que me hicieran las mujeres, comenzando por lamerle sus testículos. - Oooooooooooh...veo que has aprendido la lección...sigue así guapo.

Se los levantaba con mi lengua una y otra vez, cuanto paré para quitarme de la boca algún pelo, me indicó que no lo hiciera y que continuara hasta que me dijera. - Ahora a la polla. Me ordenó.

Todo en él me repugnaba, su olor, el sabor que impregnaba la boca incluso horas despues de estar con él...pero sobre todo la prepotencia con que me ordenaba hacerle lo que quería. Me esforcé ampliamente por complacerle, le lamía desde los testículos subiendo hasta la punta de su pene para luego introducírmela entera en la boca, chupaba y succionaba todo lo mejor que mi inexperiencia me permitía, y mientras se la chupaba sacaba mi lengua por debajo para intentar incrementar su placer, y no fallaba, al poco tiempo la tranquilidad con que se sentaba y parecía disfrutar lentamente se convertía en nerviosismo y ansiedad, comenzando a agarrarme la cabeza y marcarme con sus manos el ritmo que quería, provocándome varias arcadas al introducirme su pene hasta la garganta. - Sigue cabrón que vas a merendar leche, y más te vale que después de correrme sigas chupando y limpiando hasta que yo te diga, ¡y que no se te escape ni una gota!. Remarcaba fuertemente.

La presión en mi cabeza fue aumentando y sus caderas acompañaban los movimientos de mi boca hasta que un ruido seco salió de su garganta mientras yo sentía el semen en mi boca. Cerré los labios al rededor de su pene para que no saliera nada, e intenté no dudar tragandome todo lo que podía, pero salía mucha más cantidad de la que podía ingerir, y las gotas resbalaban por su pene, por lo que me tenía que esforzar para introducírmelo más profundamente y cuando ya estaba por la base lo lamía dejándoselo brillante por la saliva que intercambiaba por su semen. Obedeciendo sus mandatos continué con la felación, de forma más lenta y suave según me fue indicando, hasta que me mandó erguirme. - Muy bien guapito, te has portado como una buena putita, sigue así y el tiempo pasará de forma más llevadera.

Y lo cierto es que fue así, dentro de lo insoportable que me resultaba la presencia de Carlos, el resto de los reclusos me tenían completamente vedado, nunca estuve implicado en ninguna de la numerosas reyertas que se formaban y cuando era así, ninguno de ellos me agredía y yo podía irme tranquilamente, siguiendo mi papel de sumiso.

Durante unas dos semanas continué con las felaciones, ya estaba acostumbrado al sabor del semen, lo que no llevaba tan bien era el sabor de sus genitales, especialmente cuando nos encontrábamos en el gimnasio, según decía le excitaba mucho y siempre me llevaba al servicio antes de las horas de ducha obligándome a chupársela, pero al final de la tercera semana me obligó a desnudarme. - Gírate, quiero ver como va ese culo. - Aún me duele cuando voy al baño. Contesté.

Pero abrió mis nalgas, me ordenó que le ensalivara uno de sus dedos y comenzó a penetrarme con él, desoyendo mis quejas. - No, no, de eso nada yo lo veo muy bien, vuelve a chupármela. Me ordenó.

Le hice la mejor mamada que pude, incluso le comí el culo, cosa que siempre hacía a disgusto y por solicitudes de Carlos, a iniciativa propia, se quedaba como extasiado cuando le hacía eso, pero incluso me apartó la boca de su culo. - Ahora vamos a recordar como eras por detrás. Me coloqué de rodillas y noté como me abría las nalgas con las manos sintiendo la presión de su pene sobre mi ano. Instintivamente lo cerré, pero recordé lo que otro que estaba en situación me había aconsejado, que me relajara ya que dolía muchísimo menos. Así lo hice y Carlos me fue penetrando poco a poco. - Muy bien cariño, fóllame mi amor, despacio para que te disfrute más. Le decía yo fingiendo placer.

Lo cierto es que me lo hizo bastante suave, pero me dolió, sobre todo según se iba excitando, y ampliaba la profundidad de sus penetraciones. - Tienes un culo muy suave maricón. Me repetía una y otra vez.

Finalmente se corrió, volví a sentir la horrorosa sensación de líquido en mi interior, y como resbalaba hacia el ano cayendo entre mis piernas cuando Carlos la sacó de mí. - Muy bien putita, ¿Te ha gustado eh?, pero ahora saboréame.

Se había quedado bastante tiempo dentro de mí sin moverse, y cuando la sacó ya la tenía bastante "floja", la introduje en mi boca y volví a sentir el desagradable sabor de la mezcla de semen y excrementos, haciendo un tremendo esfuerzo por limpiarle con la boca el anillo de heces que le había quedado en la base del pene. - Límpialo maricón que es tu propia mierda. Me decía entre risas.

Yo me esforzaba extremadamente en las felaciones, lo que me evitó muchas penetraciones anales, pero aún así de vez en cuando, por "variar" como Carlos decía, me enculaba en varias posiciones y aunque yo seguía obedeciéndole ciegamente, era una cosa que no soportaba, siempre me causaba dolor y siempre sangraba un poco, no como el día de la violación pero cuando iba al baño manchaba el papel.

El tiempo iba pasando y yo seguía sumergido en la rutina de las felaciones, mínimo por la mañana y por la noche, Carlos aprovechaba los festivos o algún día que le apetecía para penetrarme analmente, y le cogió especial gusto a ponerme tumbado boca arriba con las piernas levantadas, le encantaba hacerlo, y cuando yo colaboraba en mis movimientos de caderas se volvía loco, decía que le chiflaba ver las expresiones que ponía según la intensidad con que me penetrara. Me afeitó totalmente el cuerpo, decía que le encantaba acariciarme con la piel suave, y tenía que cuidar extremadamente mi higiene, cosa que él no hacía para nada, y que yo creía que era con la intención de humillarme aún más y mostrar ante el resto de los presos la sumisión que ante él yo mostraba.

Pasó el tiempo y a Luis le venció su condena. Fue un día de celebraciones saludos y despedidas. Carlos le decía constantemente lo grato que había sido compartir Celda con él y a ver que subnormal metían ahora, y cuando ya estábamos los tres en la celda, Luis le dijo a Carlos. - Carlos tu me harías un favor. - Faltaba más, coño, parece mentira. - Quiero que me prestes al maricón durante mi último día. - Coño Luis...yo no es por no prestártelo, pero ya sabes que si no me sacio no puedo ni dormir, y ya me acostumbre a irme a la cama recien folladito. - Vamos Carlos...desde que llegó solo me hago pajas viendo como te la mama y te lo follas... - Vale, vale. Le cortó rápidamente Carlos. Mañana será todo el día tuyo.

Yo escuchaba en mi litera. - Oiste nene. Me gritó Carlos. - Si. Contesté. - Mañana más te vale que complazcas al colegilla porque si no te vas a enterar.

Normalmente nunca tuve problemas con Carlos, salvo un par de veces que no hice lo que quiso, o mejor dicho como él quiso, y mi castigo era follarme por el culo sin apenas lubricación además de tratarme sin ningún tipo de contemplación, o soltarme un tortazo por cualquier tontería, así que sabía que tenía que obedecer y complacer a Luis. El muy cabrón.

A las 05.00 de la madrugada noté como Luis me despertaba. - Venga que ya es mañana. - A ver si tengo que despertar a Carlos para que trabajes.

Me hizo levantarme y desnudarme, estuvo contemplándome unos minutos mientras me acariciaba todo el cuerpo, especialmente me pasaba el dedo por el ano y los testículos.

  • Como me voy a poner. Me decía.
  • Arrodíllate. Me ordenó. Se quitó su pantalón mostrándome con descaro toda su entrepierna, me impresionó la cantidad de pelo que tenía, era increíble, y a su vez repulsivo, tenía como mechones de vello que le caían bajo sus testículos, y que parecían estar pegados, hecho que achaqué a la clarísima falta de cuidado que tenía en la limpieza corporal, hecho que no me extrañó debido a que por todos era conocido que Luis "Tulipán Negro" como muchos le llamaban sabiendo que no le gustaba bañarse, eludía siempre que podía el pasar por la ducha.

  • Lámeme enterito guapo.

Ya estaba acostumbrado a las humillaciones, a los fétidos olores y la más absoluta sumisión, pero esto era totalmente nuevo, olor, sabor, y sensaciones nuevas. Hacía tiempo que no me pasaba, pero se me volvió a la mente el joven, heterosexual, atractivo y con futuro que era antes de entrar en prisión. Tenía las chicas que quería, un buen coche y un pequeño piso en el centro de la ciudad, y sobre todo un futuro prometedor truncado por una encerrona. Me quedé pensativo un instante, suficiente para que Luis se impacientara, me agarrara por los pelos y me tirara hacia abajo hasta que quedé de rodillas. - Me tienes hasta los cojones cabrón, empieza a lamerme de una puta vez. - Perdona. Respondí.

Saqué mi lengua y le empecé a lamer los testículos. Miré hacia la cara de Luis y vi el rostro de satisfacción que ponía. - Asssssssí, zorra, así.

Pude comprobar que lo que pegaba a los pelos eran grumos de una sustancia espesa y pestilente que se iba diluyendo con mi saliva y que me impregnaba toda la boca del sabor más repelente que en mi vida había probado. Levantó las piernas y me llevó la boca hasta su ano. Allí me esperaba una idéntica sustancia pero con un sabor aún más remarcado.

  • La lengua dentro...venga la lengua dentro. Me ordenaba.

Sabía que tenía que obedecer, pero lo que me era imposible fue el poner cara de satisfacción, ni siquiera pude fingir, era tan nauseabundo que no podía evitarlo.

En cuanto me fue posible comencé con la felación, le recogía la piel con la mano y se la chupaba cambiando de ritmo constantemente, a esas alturas ya sabía de sobra como hacer gozar a un hombre. Se corrió, se corrió como nunca lo hiciera antes Carlos, por su puesto lo hizo dentro de mi boca, eso fue lo que menos me importó ya estaba de sobra acostumbrado. No exagero para nada si os digo que estuve por lo menos tres minutos para tragarme todo el semen y dejarle su polla completamente limpia.

Ese día lo recuerdo como uno de mis peores días, sobre todo por que me devolvió a la mente la situación en la que me encontraba, no solo en el tiempo que estuviera en prisión, sino en lo que ocurriría cuando saliera. Luis se cebó conmigo ese día, mi primer encuentro con él no fue más que el preludio de lo que me restaba. Se pasó horas penetrándome, obligándome, y solo la intervención de Carlos me salvó. - Oye Luis no te pases que me lo tienes que dejar enterito, venga ya vale. Luis sabía que ya tenía bastante que agradecer, se corrió rápido en mi boca y lo dejó. Quedó exhausto en la cama, al igual que yo. Al día siguiente se fue, y más que todo lo que me había hecho, me dolió la última mirada que me echó, junto a esa sonrisa.

Pero mi vida volvía a la rutina...

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