Suministro de Esclavas (1)
Se inicia el proceso de lograr material para adiestrar.
Suministro de Esclavas (1)
Capítulo I
-Según me han dicho usted puede conseguir algunas esclavas.-
-Efectivamente. Sólo debe decirme la característica de la esclava que necesita y yo me encargo de conseguirla, adiestrarla y entregársela en el domicilio que me indique. En realidad no soy yo el que hace todo el trabajo. Somos cuatro socios y yo me encargo de la parte comercial y colaborar con mis socios en la consecución de las mujeres.-
-Necesito seis esclavas, no una.-
-No hay problema. Tenemos lugar para alojar hasta diez mujeres durante el período de adiestramiento. ¿Qué características busca?-
-De edades entre 22 y 28 años, de tez blanca, carnes firmes, buen cuerpo, pero sobre todo que cuando me las entregue, sean obedientes y acepten su condición de esclavas.-
-De eso no se preocupe. Siempre que llegan a nuestra casa están un poco rebeldes, pero luego de adiestrarlas aceptan muy bien su condición. Nuestros métodos no fallan-
-Tampoco quiero problemas con la documentación.-
-De eso nos ocupamos nosotros. Como son generalmente extranjeras lo mejor es destruir los documentos personales y de esa manera, directamente, no existen.-
-¿Qué tiempo les demorará tener listas las seis esclavas?-
-Ingresar las mujeres no nos toma más de una semana y luego requiere tres o cuatro meses de entrenamiento. Después de ese tiempo serán seis esclavas sumisas y obedientes.-
-¿En una semana ya podría ver el material que van a preparar?-
-Seguro que sí. Yo lo llamo en cuanto las tenga aquí.-
A continuación hablaron de dinero y el costo por suministrarle las esclavas. Quedaron de acuerdo con el importe y Pepe (Así se llamaba el que se ocupaba "de la parte comercial") sonrió y de inmediato se comunicó con sus socios para anunciarles la tarea que tenían por delante.
Acondicionaron la camioneta que tenían para cargar desprevenidas mujeres que deambulaban por la noche por las calles de Surville una ciudad balnearia distante unos 150 millas del lugar de "operaciones" de los cuatro socios.
La camioneta contaba con suficientes ganchos, argollas, cadenas, collares y grilletes como para conducir de forma segura seis mujeres además de los dos guardias que también iban en la caja del vehículo.
Partieron hacia Surville en busca de la materia prima necesaria. Luego de deambular por las calles, divisaron una joven que parecía algo desorientada. Pararon la camioneta a su lado, bajaron dos hombres, (Francisco y Mariano), uno con una capucha negra y otro con unas esposas abiertas. Con rápidos movimientos le colocaron la capucha en la cabeza y las esposas en sus muñecas con los brazos en la espalda. Acto seguido la subieron a la parte posterior de la camioneta y le colocaron un collar que estaba unido a la estructura del vehículo. La camioneta reinició la marcha de inmediato
La joven comenzó a gritar y pedir auxilio, pero nadie había advertido la maniobra. Le quitaron la capucha para amordazarla convenientemente para evitar ruidos sospechosos y nuevamente le colocaron la capucha.
Ambos hombres advirtieron las buenas formas de la joven y que no habían errado la edad. Revisando su bolso encontraron el documento que indicaba que tenía 25 años.
Siguieron andando y divisaron dos hembras de buen culo. Pasaron junto a ellas y pudieron calcular que las edades se ajustaban a lo requerido. La calle estaba desierta por lo que dieron una vuelta y cuando estaban junto a las jóvenes bajaron los cuatro ocupantes de la camioneta y en una rápida operación estaban ambas encapuchadas y esposadas. Francisco y Mariano se ocuparon de amordazarlas e inmovilizarlas.
Continuaron la búsqueda por más de una hora sin resultados y ya estaban comenzando el regreso cuando divisaron la silueta de una joven. Se acercaron sigilosamente y nuevamente Francisco y Mariano bajaron. La muchacha advirtió y la maniobra y quiso escapar, pero la fuerza de ambos y un pañuelo impregnado en cloroformo evitó que pudiera defenderse. Poco después ocupaba el cuarto lugar en la caja de la camioneta. Las cuatro jóvenes estaban encapuchadas, esposadas, amordazadas y con el collar alrededor de su cuello que les impedía el movimiento.
Ahora sí emprendieron el camino de regreso, mientras Francisco analizaba los documentos que cada una portaba. Efectivamente eran todas extranjeras. La primera de 25 años, como se dijo antes, las dos segundas de 23 y 27 respectivamente y la última de sólo 19 años. Ésta estaba fuera de lo requerido, pero ya le darían algún destino.
Apenas llegaron al lugar de adiestramiento, las bajaron y se encaminaron a las celdas que poseían al efecto. Cada una de ellas fue alojada en una celda y fijaron sus collares a las cadenas que estaban al lado de los catres y se retiraron a descansar. Mientras tanto las cuatro mujeres, privadas de movimiento y de visión, quedaron sumidas en el silencio. A pesar del miedo que las invadía quedaron dormidas.
Recién a la mañana siguiente les quitaron las capuchas y las mordazas para permitirles comer y beber. No respondieron ninguna de las preguntas que realizaban las desconcertadas mujeres, que debieron permanecer encadenadas en las celdas.
Al llegar la noche, los cuatro hombre salieron nuevamente para completar el pedido. De las cuatro que ahora habían secuestrado, una de ellas no cumplía la edad requerida por el cliente. Necesitaban tres más.
No les resultó difícil recogerlas. Como la noche anterior y con un procedimiento similar, una hora más tarde tenían tres mujeres en la camioneta, amordazadas, encapuchadas y encadenadas. Francisco procedió a revisar los documentos. Una de ellas tenía 24 años, otra 28 y la tercera 23. Las tres cumplían los requerimientos.
Llegaron a destino y las ubicaron en sendas celdas, tal como habían hecho anteriormente. Recién la mañana siguiente les quitaron las mordazas y las capuchas. Luego tomando una a una la condujeron a una sala, atándoles las muñecas por encima de la cabeza a una viga que cruzaba el lugar. Poco después la siete jóvenes se encontraban inmovilizadas con los brazos en alto, vistiendo las ropas que usaban cuando fueron tomadas de la calle. Fue Javier, uno de los socios, quién tomó la palabra.
-Ustedes han sido secuestradas para ser convertidas en esclavas sumisas. El procedimiento no es fácil pero lograremos que al final del adiestramiento cada una de ustedes obedezca la orden, cualquiera que ella sea, dada por su amo.-
-Como decía no será una tarea sencilla pero el efecto de un buen castigo a cada desobediencia durante el adiestramiento hará que se resignen a convertirse en esclavas.-
-¡Usted no podrá esclavizarme nunca!- replicó una de las jóvenes.
-No te he autorizado a hablar.-
Mientras esto decía le propinó un fuerte puñetazo en la teta izquierda.
-Esto es sólo un adelanto. Si pretendes ser rebelde, el látigo visitará tu cuerpo y sufrirás otros castigos mucho más crueles.-
-Ahora procederemos a revisar el material que tenemos. Vamos a quitarles la ropa para evaluar sus cuerpos. Quiero absoluto silencio mientras nosotros hacemos nuestra tarea.-
Se acercaron a una de ellas y comenzaron a aflojarle el pantalón y bajarlo hasta los tobillos. Con una tijera cortaron la prenda superior dejando el cuerpo cubierto por la bombacha y el corpiño. Los cuatro hombres se acercaron a palpar el culo y las piernas. Luego aflojaron el corpiño y cortaron las tiras dejando sus tetas desnudas que también palparon , evaluaron e hicieron comentarios respecto de la firmeza, tamaño y forma. Luego procedieron a quitar totalmente el pantalón y le quitaron la bombacha. Ahora Romina, Tal era su nombre, quedaba completamente desnuda frente a los cuatro hombres.
Romina tenía 27 años y procedía de un país vecino. Su temor y sorpresa por lo que estaba ocurriendo, le impedía siquiera hablar. Su cuerpo era observado y manoseado con detenimiento mientras Pepe tomaba nota de las características y medidas de la joven.
-Vamos a tener que depilarla. Tiene mucho pelo allí abajo.- Remarcó Mariano.
-Como siempre nos pasa, hay que afeitarles la concha.- Replicó Pepe.
Luego de un exhaustivo análisis pasaron a la segunda, Cintia de 25 años. Repitieron el procedimiento pero cuando luego de bajarle la bombacha Francisco colocó sus dedos entre los labios vaginales de la joven, esto no pudo contenerse y exclamó: ¡No me toque!
-¿Eres sorda o qué? Hemos dicho silencio mientras las revisamos.-
Se adelantó Mariano y cerrando su puño, le aplicó un fuerte golpe en cada teta y otro en el bajo vientre. Cintia emitió un tenue gemido. Continuaron palpándola y tocando sus partes íntimas sin miramiento alguno.
-Tiene buen cuerpo. Lindo culo y tetas. Me parece un poco rebelde, pero ya se le pasará. También a ésta hay que depilarla.- Comentó Javier
Así siguieron desnudando y magreando a las mujeres. Siguió el turno de Jorgelina, 23 años, Celeste de 24, Carmen de 28, Lucía, también de 23, dejando para el final a Melina de 19.
Melina era la última que sería desnudada. Vestía una camisa blanca y una falda bastante corta. Pepe se acercó por atrás y pasando sus manos por debajo de la falda, comenzó a palparle el culo mientras Francisco procedía a desabrochar la camisa, que luego corto las mangas para quitársela. Pepe luego le bajó la falda hasta los tobillos.
Melina usaba una diminuta bombacha que apenas cubría el pubis por delante y parte de los cachetes del culo. El sostén era también pequeño que se adaptaba a las tetitas de la muchacha, que eran turgentes y firmes. La joven comenzó a llorar pensando en que poco después le quitarían las dos únicas prendas que cubrían sus intimidades.
Cuando el corpiño cayó al piso, por efecto del corte de las cintas que pasaban por sus hombros, aparecieron las tetas que todos esperaban. De tamaño regular, muy firmes, paradas y con unos pezones rojos que querían escapar de las areolas. Acto seguido las bragas de Melina también dejaron al descubierto su apenas oculta concha. Efectivamente, solamente un pequeño vellón de pelos cubría su concha. Ahora las lágrimas corrían en abundancia. Mientras tanto Pepe tomaba notas descriptivas del cuerpo en observación.
Así quedaban las siete mujeres desnudas y expuestas a las miradas de los hombres. Fue entonces cuando Pepe, tomando una cámara fotográfica comenzó a tomar instantáneas de las mujeres, tanto de adelante como de distintos ángulos. Finalizadas las tomas Francisco les comentó:
-Parte del adiestramiento al que debemos someterlas, es probar sus vaginas. Por ese motivo vamos cada uno de nosotros a afeitarle concha y a coger a una de ustedes, por lo que tres quedarán todavía sin ser violadas. Las tres que conservarán por ahora la concha sin ser penetrada, permanecerán aquí mientras nos cogemos a las otras.-
Dicho esto procedieron a desatar a Celeste, Romina, Carmen y Lucía. Las condujeron a sus respectivas celdas y luego de esposar sus muñecas en la espalda les ordenaron acostarse en el catre, con las manos debajo del culo y separar las piernas. La espuma de afeitar cubrió la zona con pelos y luego una navaja dejó la piel libre de todo vestigio de vello.
Luego de bajarse los pantalones y colocarse el preservativo, cada uno se ubicó encima de la joven elegida para proceder a penetrarla. Sin mucho prolegómeno cada uno ubicó rápidamente la glande en la entrada de la vagina y comenzó a empujar hasta llegar al fon. Ninguna de las cuatro mujeres era virgen.
Poco después los cuatro socios descargaban sus fluidos sin que llegaran a la vajina de las mujeres. Ninguna de ellas pudo correrse, ya que era la situación en que deseaban coger.
Terminada la faena, tanto las cuatro recién cogidas como las tres que permanecían atadas fueron llevadas a la ducha para que tomaran un baño. Previamente a Cintia, Jorgelina y Melina se les afeitó la concha.
Ya estaban las jóvenes listas para comenzar el verdadero adiestramiento. Serían vejadas y humilladas hasta que sus voluntades se quebraran y aceptaran que su futuro sería ser esclavas y obedecer lo que se les ordenara.
Pepe llamó al cliente citándolo para el día siguiente a las 9 de la mañana. En ese momento Venancio (así se llamaba quién compraba las esclavas) podría apreciar la mercadería que se le ofrecía.
Ya las 8 de la mañana las seis mujeres que cumplían el requisito de edad fueron nuevamente atadas con los brazos en alto. En esa oportunidad Melina no participaría.
Las seis mujeres estaban cubiertas con una ligera túnica muy fácil de remover, para su fácil exhibición, por supuesto totalmente desnudas.
A la hora indicada Venancio llegó a la casona. Fue recibido por Pepe.
-Ya tenemos las seis mujeres que se convertirán en esclavas sumisas. Por supuesto son un poco rebeldes, pero las podrá observar sin dificultad.-
-¿Podré ver sus formas? ¿Podrá mostrarlas aunque sea en ropa interior?-
-Están vestidas con una túnica. Si se quita la túnica quedarán totalmente desnudas y usted podrá magrearlas y palparlas a su gusto.-
-¡Eso es más de lo que pensaba!-
Se dirigieron a la sala donde estaban las jóvenes. Venancio miró sorprendido lo agraciadas de las jóvenes y pensó que había hecho un gran negocio contratando los servicios de Pepe. Se acercaron a la primera de la fila. Por sobre la túnica, Venancio palpó las tetas de Romina. Eran firmes y se notaban los pezones por encima de la tela. Se apuró a aflojar los lazos de la túnica, que cayó alrededor de los tobillas de la joven, dejando al descubierto un hermoso cuerpo. Se admiró de que tuviera la concha depilada y la hizo darse vuelta. Ahora apreciaba el redondo culo de la joven mientras comprobaba su firmeza e introducía un dedo en la vagina. En ese comento comentó admirado que esa esclava tenía un excelente cuerpo y que lo felicitaba por la elección. Se acercaron a la segunda de la fila, Cintia.
Apenas Venancio amagó quitarle la túnica, la joven comenzó a gritar indicando que le sacara las manos de encima y que no la desnudara. Pepe intentó hacerla callar pero Cintia gritaba aún más fuerte. Pepe no dudó y le aplicó un fuerte puñetazo apenas por encima del ombligo, seguido por otro por debajo de la cintura, mientras Venancio dejaba caer la túnica al piso, mostrando el cuerpo desnudo de Cintia.
El impacto en el estómago fue terrible y casi le cortó la respiración.
-Ya sabes que debes quedarte callada y obedecer. Si el señor quiere desnudarte, tocarte o hacerte cualquier otra cosa, no debes resistirte.- Y dirigiéndose a Venancio le comentó: -Es un poco rebelde y tendremos que ser duros con ella. No es posible que una esclava se comporte así.-
Continuó la inspección de las restantes. Venancio quedó muy conforme con el material que dispondría. Felicitó a Pepe por el buen trabajo de selección y recolección.
Ahora el turno de penetrar a las otras tres mujeres que aun no habían sido violadas. La más apetecible, y que probablemente fuera virgen, era Melina. Organizaron un rápido sorteo y Francisco salió favorecido. Pepe se cogería a Jorgelina, Mariano a Cintia y Javier a Celeste, que sería violada por segunda vez.
Mariano amenazó a Cintia con torturarla con la picana eléctrica si no colaboraba separando sus piernas y permaneciendo callada mientras era violada. La joven, todavía con dolor por el puñetazo recibido, aceptó ser esposada en la espalda, poner las manos debajo del culo y separar las piernas para ser penetrada.
Mariano amagó varias veces por adentrarse en la concha, pero apenas la glande comenzaba a abrirse paso, la retiraba. Este juego tenía un doble efecto: Por un lado tensionaba a la joven, pero no era penetrada, debiendo esperar la siguiente vez que apoyara su verga en la entrada de la vagina. Por otra parte, y a pesar de Cintia, su concha se humedecía con este juego.
Después de algunos intentos, deliberadamente fallidos, Mariano empujó hasta que la tuvo toda adentro. Entró con facilidad debido a lubricación del conducto.
Mientras tanto Francisco gozaba de la más joven. Melina, entre gemidos y lágrimas fue desvirgada por la gruesa polla de Francisco. La joven dejaba hacer, convencida que su destino estaba ya escrito y que nada cambiaría su suerte. Sus manos inquietas, aunque esposadas, se revolvían debajo de su culo produciendo un movimiento que hacía gozar más a quién se la estaba cogiendo. ¡Cuán inmóvil hubiera permanecido si imaginaba que eso le daba placer a su captor!
Pepe se ocupó de Jorgelina. De manera similar a otras veces terminó penetrándola. Ella no pudo correrse a pesar que una vez que comprobó que la violación era inminente hizo el mayor esfuerzo por llegar al climax, pero no lo logró.
Por su parte Javier, luego de magrear todo el cuerpo de Celeste y acariciar sus partes íntimas se dispuso a clavarla. La concha de la joven estaba muy poco húmeda, quizás por el terror que sentía de ser violada de esa manera. Recordaba las veces que se había negado a coger con otros chicos que le resultaban agradables y ahora debía soportarlo de esta manera por segunda vez.
Había sido desvirgada por uno que fue su novio por casi un año. Era la única experiencia sexual que tenía. En sus 24 años solamente un partenaire y una media docena de polvos. Presentía, acertadamente, que en poco tiempo superaría con creces ese número. Su culo parecía que llamaba la atención de los hombres ya que Javier, luego de correrse, procedió a tocarla una y otra vez en el cuidado culito. Terminada la tarea por parte de los cuatro hombres, les ordenaron a las siete que tomaran una ducha y se higienizaran. Debían analizar los culos de las jóvenes.