Suficiente

He tenido ya de mí, de la vida, de todo.

Y me acostaste sobre la cama y te tiraste encima de mí. Comenzaste a desnudarme con paciencia, con amor, besando cada trozo de piel que de mi cuerpo quedaba al descubierto. Me envolviste en bellas palabras que resultaron como dardos a mi alma, pues todas ellas me mentían, yo no era nada de eso. Me cubriste de caricias tal y como yo te lo pedí, tal y como yo te lo supliqué en un intento desesperado por sentirme querido, mimado.

Y cada uno de esos roces, sobre mi pecho, mi cuello o espalda, sobre mi boca, mi vientre o mi oreja, me hizo sentir por un instante feliz y al mismo tiempo culpable de sentirme así. Me lastimaste con tu dulzura y tus atenciones, pues yo no me creía merecedor a ninguna de esas dos cosas, no después de haberlas dejado ir por simple gusto, por verlo sufrir en mi sed de venganza fundamentada en chismes absurdos que nunca me preocupé por confirmar.

Y entraste en mí sin olvidarte de esa delicadeza que a cada uno de tus movimientos, desde que en aquella servilleta anotaste tu teléfono, le habías puesto. Y pasó el tiempo y me follaste como si de un castigo se tratara y así lo sentía. Cada segundo de placer con tu miembro atravesándome fue como una llaga en el corazón, como una herida que por mi estupidez y cobardía me hacías en tu intento de hacerme gozar.

Y te derramaste en mi interior, haciéndome sentir ese calor que como nunca me quemó, pues me recordó todos esos momentos que por idiota deje escapar, que por imbécil trate de olvidar en lugar de recuperar. Y me dormí entre tus brazos y al despertar te busqué, pero ya no estabas pues en realidad nunca estuviste, como nunca más estará a mi lado por quien te usé en mis inútiles esfuerzos de arrancarme ésta culpa, ésta pena, ésta rabia y éste amor.

Y me sentí sólo, tanto como en realidad lo estaba. Y me sentí vacío, estando lleno de toda esa mierda que los días sin él habían acumulado en mis venas. Y las fuerzas se me acabaron, para seguir luchando, para seguir culpándome y continuar sufriendo en mi afán de mis pecados hacia él lavar. Y decidí que era suficiente, suficiente de éste mundo y de ésta gente, que junta toda no ocupaba la mitad de su espacio. Decidí era tiempo de marchar, para en el infierno mis errores pagar.