Sueños que se hicieron realidad
Su cuerpo era perfecto, bellísimo: sonrisa tierna, brillantes ojos verde esmeralda y un precioso pelo rojizo. Mis ojos seguían cada uno de sus movimientos, de sus contoneos. Era la colegiala más linda del mundo.
SUEÑOS QUE SE HICIERON REALIDAD
¿Por donde empezar a contar mi historia?...Por el principio, supongo. Cuando pienso en ello se me hace tan lejano, tan distante, y sin embargo parece que fue ayer cuando estaba dando vueltas por mi casa, incapaz de seguir trabajando, envuelto por una nube de apatía
Me encontraba totalmente perdido escribiendo mi historia. No era la primera vez, pero sí una de las más graves. No sabía como se me había ido la inspiración. Di varias vueltas por el recibidor y la sala de estar hasta que me quedé mirando por la ventana, buscando algo que me pudiera devolver a mi trabajo. Tardé en percibir que muchos niños estaban cruzando por delante de mi casa, y al hacerlo recordé que a poca distancia había un colegio, con lo que me supuse que los alumnos acababan de salir de clase y se dirigían a casa para comer y jugar. Y entre ellos, como una visión celestial, apareció lo más sublime de cuanto habían visto mis ojos: una muchachita preciosa, radiante, de sonrisa tierna, seductora, de brillantes ojos esmeralda, pelo rojizo como fuego recogido en dos encantadoras coletas con lazo, relucientes, labios carnosos de tamaño medio, perfectos, de rostro lechoso apenas curtido por el sol y enfundada en un traje de zapatos de charol, calcetines blancos hasta casi la rodilla, una faldita plisada de cuadros, una camisa blanca de seda, un lacito a modo de corbata y un jersey de punto que llevaba a modo de falda atado a la cintura. En un lateral llevaba sus libros de clase, que luego se puso contra el pecho cruzándose de brazos, adquiriendo el clásico aspecto de colegiala. Era la niña más linda del mundo. Me daba la impresión de verla como a cámara lenta, mis ojos seguían cada uno de sus movimientos, de sus contoneos. Su cuerpo era perfecto, bellísimo, y como si supiera que yo la estaba mirando, se giró mirándome con sus ojazos verdes para dedicarme la sonrisa más cariñosa y tierna que jamás recibí. La saludé de lejos y ella siguió caminando hasta perderse de mi campo de visión sin perder un ápice de su encanto.
El momento no duró más de un minuto, pero estuvo persiguiéndome el resto del día y de la noche. Dios mío, era increíble lo azorado que me dejó. Era incapaz de hablar, de pensar en algo que no fuera ella. No podía dejar de sonreír recordándola. Parecía un chico que tuviera su primer romance o su primer beso. Mi trabajo pareció desvanecerse y alejarse a un millón de kilómetros de mí. Me pasé el día intentando captar la belleza de aquella niña en un folio, pero mis trazos eran vagos, confusos. Era asombroso, mi pulso temblaba al recordarla. Durante la noche me costó conciliar el sueño, no dejaba de removerme en la cama, pero finalmente pude sucumbir a los brazos de Morfeo. Al despertar a la mañana siguiente lo hice más despejado que nunca y me puse a trabajar de inmediato, parecía que volvía a mí la inspiración. A lo largo de más de tres horas no paré de escribir ni para comer algo, mis dedos iban frenéticos sobre el teclado. Para cuando levanté la vista y vi la hora, quedé conmocionado: en dos minutos volvería a ver a los niños saliendo de clase. ¿Volvería esa niña a pasar delante de mi casa, o lo de ayer solo fue casualidad?. Quise volver a escribir, pero como si un anti-imán se hubiese puesto sobre el teclado, no pude seguir escribiendo. Creció en mí la duda de si volvería a verla, tenía que saberlo. Necesitaba saberlo.
Volví al mismo lugar esperando que todo fuera como ayer, y al poco tiempo comenzaron a pasar los primeros chicos. Los minutos fueron pasando pero ella no aparecía, mi musa se resistía a que la viera. Me estaba comiendo las uñas de la ansiedad. Habían pasado todos menos ella, y me sentí hundido. Me retiré de la ventana cabizbajo, pero entonces sentí como una punzada en el cerebro, como si el instinto me dijera "no desistas". Volví a asomarme, pero mi colegiala no estaba allí. Esperé, seguí esperando, y en el momento en que me dije "se acabó", abrí los ojos y sonreí presa del júbilo: ¡allí estaba!. Buffff que alivio sentí cuando la vi. Iba igual que ayer pero no llevaba las coletas si no que llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y la camisa no era de manga larga si no corta. Su belleza cautivadora me atravesó hasta llegar a mi corazón. Me quedé petrificado cuando volvió a mirarme con sus ojos traviesos, y más cuando de nuevo me sonrió y saludó como si yo fuera un amigo de toda la vida. Cuando dejé de verla me tumbé en el sillón con las manos en el pecho, daba la impresión de haber recibido una flecha en el corazón. Me sentía como un colegial enamoradizo.
A lo largo de algo más de cuatro meses me plantaba cada día junto a la ventana para ver pasar a aquel ángel, y cada día ella me sonreía y saludaba. Nunca me atreví a salir, cruzar el jardín delantero y esperarla en la puerta de fuera junto a los setos, me daba un miedo de muerte. Solo podía admirarla en la distancia, deleitarme con la visión de su cuerpo ajustado en tan sublime atuendo. Aquella niña, casi adolescente según me pareció vislumbrar(pues aventuré que tendría entre 17-19 años, no más), me provocó una serie de sentimientos y fantasías que jamás me habían pasado antes. A cada hora recordaba las curvas de su cuerpo, sus lindas piernas, su cintura, sus caderas, la suave curva de su espalda hasta sus escondidas y perfectas nalguitas, su pecho oculto por aquella camisa. Y aunque soñaba con ella a todas horas, solo podía pensar en abrazarla y besarla como si fuera hija mía, en darle todo el amor de mi alma. Cuando lo mencionaba a amigos y conocidos los dejaba patidifusos: algunos me llamaron pederasta a la cara, acusándome de que en verdad solo quería pasármela por la piedra; otros me dijeron que quizás viera en ella a algún amor de niñez que quizás hubiera olvidado, y los más certeros dijeron que quizá aquella niña me recordaba mis deseos de tener hijos, frustrados por la ruptura de mi mujer, de cual, siendo sinceros, no me había recuperado. Fuera como fuera lo cierto es que toda mi vida parecía ir encauzada hacia aquella niña, con algún propósito desconocido.
Un lluvioso día de Jueves, días después de cumplirse esos cuatro meses, me encontraba esperándola, pero dada la manera de llover comencé a tener dudas.¡Jesús!, daba la impresión de que era el diluvio universal. Contrariando mis dudas mi amor apareció, pero no sonreía, al contrario. Iba cabizbaja, parecía que estaba llorando y no dejaba de mirar detrás de ella. Me extrañó mucho aquel súbito cambio de actitud, pero entonces vi a cuatro chicos que la perseguían e iban alrededor de ella, burlándose y empujándola. Se me torció la cara en una mueca de dolor y furia. Los chicos la empujaron y se reían hasta que la hicieron caer al suelo, y presa de la rabia cogí las llaves, un paraguas y salí afuera.
-¡¡Pandilleros, golfos!!. ¿¿No os da vergüenza meteros con una niña??.
-Mira al tonto cabrón. ¡Anda y cómeselo a tu madre!.
-¡¡Como no os vayáis ahora os dejaré tan guapos que vuestras madres tendrán que reconoceros por los dientes!!. ¡¡Os daré una lección tan buena que hasta vuestros nietos saldrán bien educados!!.
Se fueron haciéndome burla diciéndome toda clase obscenidades. ¡Vaya chicos!. Cuando los vi desaparecer me giré y por primera vez estaba con ella. La ayudé a recoger sus libros y libretas y tendí su mano para ayudarla a levantar.
-Por favor linda no llores. Ya se fueron, ya pasó.
-Muchas gracias señor.
Era la primera vez que escuchaba su voz. Dulce, tranquila, infantil, serena y deliciosamente femenina. Era el complemento idóneo a tanta perfección.
-Escucha chiquita, tienes la ropa empapada. Si quieres entra en mi casa para secarla y así esperas a que deje de llover. También podrás llamar a tu casa para decir que estás bien y que te vengan a buscar, lo que más prefieras.
-Es usted muy amable. Entraré con mucho gusto señor.
La rodeé con el brazo, abrí la puerta y entramos. Me quedé en trance al darme cuenta de que mi ángel estaba a mi lado. Al mirarla vi que dejó los libros sobre una mesa y me preguntó donde estaba el baño. La llevé hasta allí y comenzó a quitarse aquella ropa empapada.
-Tengo un albornoz de sobra en mi cuarto. Te quedará un poco grande pero te lo daré. Ahora vengo.
Fui y vine en un flash. Alargué mi mano para darle el albornoz y giré mi vista, pues no quería violentarla con miradas indiscretas. Pensando que ya estaba tapada la miré, pero me equivoqué: estaba casi de espaldas a mí, y pude admirarlas finas formas de su cuerpo que el albornoz no tapaba, y hasta vi de refilón su vientre. Era la jovencita más bella con la que me había tropezado. Cuando terminó de secarse y ponerse el albornoz se giró sonriéndome y dándome un beso en la mejilla. Sonreí y cogí la ropa para ponerla a tender sobre la bañera para que secase lo antes posible.
-Gracias por ser tan bueno conmigo señor. Es usted muy amable.
-No hay de qué linda. Eres una niña muy guapa y aquellos chicos no tenían porqué meterse contigo.
-Ya estoy acostumbrada. Lo hacen con todas las chicas y hoy me tocaba a mí. Son unos fanfarrones y así se sienten más machos.
Me hizo gracia aquello, pues en mis tiempos pasaba lo mismo. Al acabar de tender la ropa me quedé mirándola.
-¿Y que quieres hacer hasta que seque?.
-Quiero ver a que se dedica, que hace, en que trabaja me interesa todo.
Su exultante alegría era algo embriagador. La llevé a mi mesa de trabajo, donde tenía un montón de hojas escritas.
-A esto me dedico. Escribo relatos para revistas.
-¡¡Guau, un escritor!!. ¿Es usted famoso?.
-No, no mucho, pero tengo algunos admiradores.
Mi sonrisa algo avergonzada fue correspondida con una insaciable curiosidad. Ella era como un huracán que lo revolvía todo. Cualquier cosa la alegraba y excitaba, parecía que estuviera en un parque de atracciones. En cierto momento se quedó en silencio leyendo algo y me picó la curiosidad. Al ver lo que leía quise quitárselo pero se me escapó y no pude hacerlo. Me quedé sumamente tímido y ruborizado cuando ella me miró tras leerlo.
-¡¡Anda, pero si la protagonista soy yo!!. ¿¿Ha escrito sobre mí??.
-No pude evitarlo. Eres muy bella y necesitaba escribir algo. Llevo haciéndolo algo más de tres meses.
-¡Que lindo!. Pero la protagonista se acuesta con hombres
-Sí, porqué yo escribo relatos eróticos para revistas del estilo de Playboy. Me pagan bien y tengo talento para ello.
Se quedó impresionada cuando se lo conté. Luego volvió a posar la vista sobre el papel y de repente empezó a recitarlo.
- la dulce colegiala miró a su profesor con amor desenfrenado y luego se sentó en su regazo, abriendo un poco sus piernas para que él pudiese explorarla a sus anchas. Él la fue desnudando con lenta parsimonia hasta ponerla frente a frente, sentándola sobre su erecto miembro y haciéndola mujer. Su cara se contrajo debido al dolor de aquella primera entrada en su dilatada cueva, y tras apoyar sus manitas en los hombros de su amante éste posó sus manos sobre sus tersas nalgas y empezó a cabalgarla amorosamente para que ella descubriera los placeres de la carne
-¿Te gusta?.
-Sí, me encanta, me gusta mucho. Y más cuando sé que yo soy la musa que lo inspiró. Es precioso. Pero la colegiala no tiene nombre
-Eso es porqué nunca supe el tuyo, y si la colegiala no lleva tu nombre solo será "la colegiala".
-Ay no, eso es muy feo, está mal. Debe tener nombre-protestó-.
-Entonces dime el tuyo. ¿Como te llamas?.
-Tamara.
-Es precioso linda, como tú. Eres una dulzura chiquita. Un ángel del cielo.
Vino como una exhalación a mí, me abrazó y dio un beso muy tierno. La sonreí y ella se separó de mí para dejar el papel sobre su sitio. Luego, para sorpresa mía, se empezó a quitar el albornoz, y me quedé petrificado al ver unas cicatrices que cruzaban su espalda. Eran como líneas que iban de un lado a otro.
-¿¿Qué te ha pasado en la espalda??.
-Es de mi papá. A veces se enfada conmigo porqué mamá no está.
-¿Es que os abandonó?.
-Se fue de visita.
-¿A quien visitó?, ¿a una hermana suya, a sus padres?.
-No. Fue a visitar a Dios. Mamá se puso muy malita cuando yo era niña y acabó por irse al cielo para que Dios cuidase de ella, y Papá ya no fue el mismo. La echa de menos y se pasa horas bebiendo para intentar olvidarla, y si no lo consigue se enfada conmigo porqué dice que fue culpa mía que ella no está y usa su cinturón conmigo.
¡¡Se me cayó el alma al suelo!!. Más conmocionado no podía estar. Lo que más confuso me dejó fue la inocencia y alegría con que me lo dijo, parecía como si aquello le sucediera a otra persona. Me quedé tan dolido que no pude evitar que las lágrimas se me escapasen.
-¿Porqué llora señor?. ¿Es que he hecho algo malo?.
-No ángel, tú no has hecho nada malo. Lloro porqué tu Papá es una mala persona por pegarte cuando en realidad debería quererte y darte mimos, porqué eso es lo que los padres hacen a sus hijas. No entiendo que puedas sonreír como lo haces todos los días cuando pasas por delante de mi casa cuando en la tuya lo pasas tan mal.
-Porqué sé que Mamá me está viendo en el cielo y eso me hace feliz y porque aún sueño con un Papá que me quiera y ame y me haga la niña más dichosa de toda la tierra.
La entereza y aplomo que demostró me desconcertó. Quedé de una pieza y con cada cosa que me decía solo la podía querer más y más.
-No llore por mí señor. No hay porqué.
Volvió a abrazarme y enjuagó mis lágrimas. Aquello me hizo sonreír de nuevo, algo que ella deseaba. Parecía ser lo más importante en el mundo que yo no sufriera por nada.
-¿Usted tiene hijas señor?.
-No chiquita. Siempre quise tenerlas pero mi esposa no podía, y final ella me abandonó y me quedé solito, pero sigo soñando con que pueda tener una hija preciosa un día, una niña tan bella y preciosa como tú.
Se sonrojó y sonrió, y sus mejillas ruborizadas me hicieron sonreír a mí. Fue cuando ocurrió lo inesperado: ¡me besó!. Se puso de puntillas para llegar a mi boca y pegó sus labios a los míos. Me cogió tan desprevenido que no supe reaccionar, pero ella sí. Deslizó el nudo del albornoz y éste cayó al suelo dejándome ver la dulzura de su cuerpo. Al verla perdí la cabeza. Poseía los pezones más sonrosados, finos y firmes que había visto, con unos pechos estupendos de curvas perfectas, desde las que iban por su canalillo hasta las que retrocedían llegando a los hombros. Su cintura estrecha y vientre de ombligo delicado, su tacto delicado y suave y sus pelitos en el bajo vientre le daban la imagen de una figura angelical. Por alguna razón que desconocía Tamara se me entregaba por completo, se me ofrecía totalmente. Me limité a abrazarla mientras seguíamos besándonos, llevándola conmigo hasta el sillón, donde se sentó en mi regazo. Me fue desnudando con lentitud, admirando cada curva de mi cuerpo, cada músculo. Bendecí cada rincón de su cuerpo con mis besos y mis manos. Chupeteé su cuello, besé sus pezones, pasé mis dedos por su columna para darle escalofríos, sentí la tersura de sus nalgas y la suavidad de sus piernas. No podíamos contener la pasión que sentíamos el uno por el otro.
Cuando me quedé totalmente desnudo mi niña quedó asombrada al contemplar mi miembro en estado de erección. Abrió un poco la boca totalmente sorprendida, y sus manitas me tocaron presa de la curiosidad. El placer de sus caricias era sobrenatural, no había palabras. Sintió mi durez y sin saberlo me estaba pajeando con delicadeza. Sus ojos se cruzaban con los míos y encendían más nuestras pasiones. Volvimos a besarnos mientras mis manos recorrían su cuerpo, deteniéndose en sus suaves tetas y después en su cueva, acariciándola con la yema de los dedos, mojando los dedos en saliva para humedecerla y evitar cualquier daño posible. Ella no paraba de decirme cosas bonitas, de lo mucho que le gustaba verme todas las mañanas en mi ventana esperando verla pasar, de que le parecía muy guapo y atractivo Sentirme deseado de aquella manera me hizo enternecer sobremanera, así que renové mis caricias en su cuerpo, preparándola para el gran momento. Mi miembro estaba a punto, y por los gemidos y besos que me daba advertí que ella también estaba lista. Apunté la cabeza de mi manubrio a la entrada de su rajita y la recorrí arriba y abajo para acariciarla un poco más. La vi morderse el labio inferior intentando aguantar aquella insoportable caricia y me pidió que lo hiciese ya, que no me demorase. Apuntando con mi mano, mi poronga fue entrando de forma delicada, abriéndose paso hasta encontrarse totalmente estrujado por la estrecha panochita, la más cerrada en cuantas entré.
Al penetrarla ella lanzó un largo gemido de placer y cerró sus ojos para dejarse llevar. Quedamos extasiados unos momentos disfrutando esos primeros y mágicos instantes en que ya no éramos dos personas si no una. Pude advertir que era virgen, y el júbilo de saber que yo la haría mujer me hizo extasiarme aún más. La rodeé con mis brazos atrayéndola hacia mí casi con desesperación, luego mis manos bajaron de sus hombros por la espalda para posarse en sus nalgas y apretarlas bien, usándolas para afianzarla y moverla de arriba abajo. Su carita era la expresión de placer, su boca jugosa probaba la mía, y sus labios tiernos y carnosos jugaban con los míos a la vez que nuestras lenguas se batían en duelo. La enseñé a besar de todas las formas posibles: a veces largo, a veces lento, profundo, breve, suave, duro Mi alumna aprendía con suma rapidez mis lecciones de cómo besar, y eso sin dejar de cabalgarme. Nos encontrábamos tan excitados que casi podíamos escuchar el palpitar de nuestros corazones. La vi apretar los dientes y relamerse, intentaba contenerse pero no podía, así que le dije que no se privara de nada, que gritase y gimiese cuanto quisiera. Empezó una larga cadena de jadeos incontrolables que se hacía más fuerte conforme más fuerte era el vaivén dentro suyo. Mi estrujadísimo miembro entraba y salía de ella con una facilidad pasmosa, desaparecía por completo y luego reaparecía como por arte de magia. El ambiente era delicioso, había un olor a sexo en el aire, una dulce fragancia que nos embargaba y estimulaba hasta que llevados por el amor y la lujuria nos movíamos más rápido, estallando finalmente como dos bombas atómicas.
Su carita se relajó y su cuerpo quedó tendido sobre el mío. Al mirarla, su cara era la de un ángel. Nos cogimos de la mano mientras volvíamos a la calma. Nuestra respiración era agitada, nuestros corazones iban a todo trapo. Llené su cara de besos y caricias y Tamara reposó sobre mí largo rato, sin sacarse mi miembro de su interior. La ternura de sus ojillos entrecerrados casi se podía tocar. Con un hilillo de voz me susurró "hagámoslo otra vez, quiero sentirme más feliz" y di por toda respuesta un poderoso beso en su boquita de piñón. Quedó sorprendida y divertida cuando notó como mi tranca volvía a crecer sin salirse de ella. Antes de darnos cuenta ya estábamos amándonos de nuevo, pero está vez nos estábamos en el sillón, pues sin sacárselo la sujeté con mis brazos, la llevé a mi habitación y nos recostamos sobre la cama. Casi enloquecidos dimos rienda suelta a todas nuestras pasiones, nuestras miserias, nuestras alegrías, nuestras decepciones y esperanzas, lo fuimos todo el uno para el otro. Nos entregamos más allá de cualquier límite concebido por la imaginación humana y gozó con estertor de jovencita violada, fue un paroxismo indescriptible. Por un instante sentí como si acabase de tener mi primera vez con una chica. Por desgracia nada es eterno, y llegado el momento en que tuvo que irse se vistió delante de mí sin dejar de sonreírme ni por un segundo. Me dio un último beso y se fue no sin antes decirme "te amo" con una dulzura que me hizo llorar de felicidad. Aquel fue el mejor día de mi vida.
A partir de ahí Tamara venía a visitarme cada día, siempre interesada en saber lo que hacía y en hacerme feliz. Algunas veces solo venía por hacer el amor conmigo, otras solo quería charlar y reírse, y algunas veces hacíamos las dos cosas a la vez. Aquel ángel me hizo disfrutar de la vida como ya no creía que pudiera hacerse, y no iba a dejar que aquello se escapase. En cuanto acabó el curso decidí, tras mucho tiempo de dudar y meditarlo, denunciar a su padre por malos tratos y solicitar la patria potestad. Hubo un revuelo general y estuvimos durante meses en los tribunales hasta que ella se presentó para mostrar las cicatrices que tenía, con lo que el caso fue ganado por la mano. Aún así hubo de esperar algo más hasta que asuntos sociales y protección al menor diese luz verde a mi petición tras comprobar que era solvente y podía darle el entorno adecuado donde educarse. El día que la vi llegar con su mochila cargada a la espalda acompañada por la asistenta de servicios sociales caí de rodillas llorando como un niño. Ella tiró su mochila y corrió a abrazarme para darme consuelo. Antes de irse la asistenta dijo que jamás había visto un caso donde una niña quisiera de tal modo al padre adoptivo en lugar de al padre biológico. Esa primera noche ninguno pudimos dormir y quedamos jugando y charlando hasta el amanecer(y como al día siguiente era Domingo, no había que preocuparse por ir a la escuela).
No hay palabras para describir la inmensa felicidad que supuso el poder hacer de padre y tenerla a ella por hija: le habilité una habitación, íbamos cogidos de la mano cuando paseábamos, disfrutaba de acompañarla a comprar ropa y a ella le encantaba venir conmigo a comprar el supermercado, comíamos siempre juntos y la fascinaba de verme trabajar. Por las noches la arropaba en su camita y besaba su frente, aunque luego me la jugaba porqué cuando me despertaba siempre me la encontraba en mi cama, durmiendo a mi lado y sonriendo en sueños. Cuando ella despertaba me decía con sus ojillos adormilados y su carita feliz "buenos días papaíto", a lo que respondía "buenos días mi amor". Éramos más padre e hija de lo que muchos de verdad lo eran. Teniéndola de musa dejé de escribir simples relatos eróticos y retomé mi carrera de escritor, que había dejado, precisamente, tras mi divorcio. Gracias a mis amistades conseguí una sólida reputación, y aunque no llegué a la fama de John Le Carré, Stephen King o Danielle Steele, sí que adquirí cierto renombre, y debido a presentaciones de libros y ferias tuve que viajar mucho de un lado a otro, siempre acompañado por mi hija, que no podía estar más contenta de visitar y conocer nuevas ciudades. A mis amistades se les cayó la baba cuando la conocieron, y fue cuando entendieron el amor que sentía por mi ángel. Dicho sea de paso, en cuanto ella tuvo poder para hacerlo se cambió su apellido paterno para ponerse el mío, conservando el materno por amor y recuerdo a su querida madre.
La vida no pudo tratarnos mejor. Sencillamente no pudo. Nuestros sueños se cumplieron más allá de nuestras propias fantasías, y hemos vivido una plenitud sin límites. Nuestra relación, a pesar del tiempo, no ha perdido un solo ápice del amor y ternura de aquel primer día. Fue ella quien me pidió que contara nuestra historia, y escribo esto en la conmemoración del 10º aniversario que somos padre e hija, que hemos celebrado por todo lo alto con una gran fiesta en el jardín de casa y que se prolongó todo el día. Ahora es de noche, y mientras escribo ella está sentada a mi regazo abrazada a mí, leyendo a medida que escribo y emocionándose al igual que yo al recordar como llegamos a estar juntos. Evidentemente Tamara ya no es una niña, si no una mujer hecha y derecha que está loca de amor por su padre. Me despido no sin antes decirles algo por petición suya: "Sueñen amigos míos, sueñen y luchen por sueños aún cuando no vean esperanza ni salida, aún cuando solo atisben a ver oscuridad, porqué nunca se sabe, y nosotros somos la prueba de ello, cuando la vida nos dará lo que pedimos para luego poder decir con una sonrisa, al echar la vista atrás, que esos fueron sueños que se hicieron realidad"