Sueños pesados V (El final)
Lancé hacia delante mi pelvis y mi verga entró casi por completo en ella; me apretaba delicioso y su calor interno al igual que sus jugos, me envolvían por completo el pene, una sensación que me hizo gemir. Nos quedamos pegados unos segundos; mi pene estaba en el fondo de la vagina de mi madre, pero
Como de rayo me vestí, lo mejor que pude y salí disparado hacia la tienda a comprar otro paquete de seis latas de tequila preparado y de una vez pasé a casa de mi tía para ver a mis dos hermanos y cerciorarme de que no regresarían enseguida a la casa. Les dije que ya tenían más de dos horas jugando y que a qué hora los había dejado mi madre que estuvieran ahí, con mis primos, a lo que respondieron que les había dado permiso de quedarse hasta las ocho a más tardar, pero que mi madre iría a recogerlos con mi tía, que ya les había dado de comer y que regresarían con ella a casa. Una vez seguro de que no volverían a casa temprano, ya que apenas eran las cinco de la tarde, volví con mi madre, llevando el tequila y planeando que podría hacer para poder cogerme a mamá, con su consentimiento, ya que sus reacciones indicaban que ella estaba dispuesta también, pero uno nunca sabe.
Me encontré con mamá en la cocina mientras estaba guardando las latas; estaba vestida con su bata de baño que apenas le tapaba un poco más abajo de su gran trasero y una toalla en su cabello. Me tomó de la cintura y pegando su cuerpo a mí espalda me dijo:
–No las metas todas, déjame una para mí y otra para ti, mi amor. ¿Quieres algo de comer, papi?—
–No mami, en verdad no tengo mucha hambre, mejor me das un masaje en la espalda, como prometiste ¿OK?
–¡Bueno, pero te lo doy en mi recámara! ¿Está bien? –
-¡Estupendo! Vamos pues mami—
Me tomó de la mano y me guió hasta su habitación, mientras iba yo detrás de ella, no podía quitar la mirada de esas enormes y deliciosas nalgas, que se movían al compás de su caminar; mi pene dentro del pants se levantó de inmediato con ese panorama; ella se dio cuenta de esto y sólo sonreía complacida mientras me miraba de reojo. Llegamos a su cuarto me dijo que me quitara la playera, cosa que hice mientras ella, bebía casi media lata de un trago al tiempo que decía:
–Apura tu bebida hijo, o se va a calentar y ya no te va a saber rica, corazón. Ahhh, ¡Está bien rica, así de fría! ¡Salud, papito!
–¡Salud, mami! Respondí, mientras me quitaba la playera y la ponía a un lado de la cama; al parecer la ducha no había bajado los efectos del tequila en mi madre, ya que seguía un poco mareada y alegre.
–Acuéstate en mi cama, mi amor y extiende a los lados tus brazos—
Hice lo que me pidió y se dirigió a tomar la botella de crema; al pasar no pude evitar mirar sus torneadas piernas y el nacimiento de sus nalgas con su calzón cubriéndolas; mi calentura aumentó con la vista maravillosa que me ofrecía. Empezó a ponerme crema en la espalda con movimientos algo torpes, pero con mucha delicadeza y cariño. Después se montó en mis muslos y podía sentir en mis piernas, su trasero, mientras se empeñaba en masajear mi espalda baja. Continuó por un rato más y de repente me dijo:
–¡Ay, hijo! tu pants me está lastimando mis piernas, ¿podrías quitártelo mejor? Es que me roza mucho.
–¡Claro mamita! Me lo quito enseguida.
Me levanté de un salto y me despojé del pants, quedando solo con una pequeña trusa, que había comprado poco antes para una ocasión como esta; era tan breve que casi parecía una tanga de stripper. A mi madre casi se le salen los ojos cuando vio mi trasero casi desnudo y sonriendo maliciosa me dijo:
–¡Hijo! ¡Que bonito calzón te compraste! ¡Ese no lo había visto en tu ropa!
–Lo acabo de comprar hace unos días, mami; que bueno que te gustó.
Me volví a echar en la cama boca abajo y mi madre se volvió a trepar en mis piernas; esta vez el contacto entre nuestras pieles era electrizante y nos producía una descarga de morbo increíble. Sus manos acariciaban mi espalda con decisión y fuerza, lo que hacía, no muy placentero el masaje que me estaba dando; sin embargo y a pesar de su empeño, a veces me lastimaba un poco, lo que ocasionaba que de repente me quejara y pedía una disculpa por su inexperiencia en esos menesteres. Optamos por dejar el masaje y dándome la vuelta quedé tendido en su cama, mi erección era notoria en mi ropa interior, pero mi madre parecía no darse cuenta de ella, al tiempo que se recostaba en mi regazo y me abrazaba con cariño.
Rodeé con mis brazos sus hombros y empezamos a platicar de muchas cosas sin importancia, ella jugaba con sus dedos en mi vientre y de vez en cuándo miraba con discreción mi pene que estaba duro como una piedra y se la notaba nerviosa y alegre, cuando me preguntó:
–Y dime hijo ¿Con la muchacha que sales, piensas tener una relación formal y estable?
–No mami, ella es solo mi amiga, no le he pedido que sea mi novia ni nada por el estilo, sólo salimos de vez en cuando.
–¡Pero, yo te he visto muy cariñoso con ella, incluso he visto que le besas en la boca cuando ella se va!
–Si mamá, pero eso no significa que seamos novios; digamos que somos amigos cariñosos y nada más
–¡Abrase visto! Pero ¿Has tenido relaciones con ella? No es que me meta en lo que no me importa, pero ya ves que las enfermedades sexuales y el sida, no respetan si son pareja o amigos solamente y me preocupo por ti, papi.
–Pues, si me he acostado con ella unas cuatro veces, mamá, pero siempre usando preservativo, por lo que tú dices y por aquello de los embarazos inesperados; hombre precavido, vale por dos, pero ¿y tú mama? También me preocupa que salgas con alguien que te pueda transmitir una enfermedad venérea y que no te protejas como es debido.
–¡Mira, que sinvergüenza! Solo porque tú te metes a la cama con tus amigas, no quiere decir que todos lo hagamos, hijo. Desde que nos dejó tu padre, salí con un par de tipos, pero nunca llegamos a nada, ya que ellos solo querían un acostón conmigo y no algo formal, por eso dejé de salir con ellos y otros que pensaban igual.
–La verdad es que viendo tu rostro y el cuerpo que tienes, mamá, no me extraña nada lo que pensaban esos tipos, solo que yo en su lugar, preferiría estar contigo y tenerte a mi lado siempre, no solo a ratos.
–¿De verdad, te parezco atractiva? O lo dices sólo porque soy tu madre, en serio, hijo, dime la verdad.
Sus ojos se posaron en los míos, esperando mi respuesta, mientras su mano acariciaban mis piernas y subía hasta más allá de la mitad del muslo, sin atreverse a llegar a mi miembro. La plática estaba tomando un curso inmejorable para mis intenciones; sonreí, al tiempo que tomaba su rostro en mis manos y le daba un beso en sus labios cerrados diciéndole:
–Si no fueras mi madre, yo también trataría de seducirte por cualquier medio y llevarte a la cama, mamá; créemelo, te lo digo de verdad.
Su sonrisa se hizo más intensa y sus mejillas se encendieron de rubor. Se tomó un minuto para pensar lo que diría y me contestó:
–Gracias hijo, me haces sentir muy bien con tus palabras y si yo tuviera un pretendiente como tú, de seguro me dejaría seducir sin problemas.
Me abrazó con fuerza, pegándose a mi pecho al tiempo que subía una de sus piernas en mí, pasándola sobre las mías, quedando nuestros sexos frente a frente y devolviéndome el beso en los labios, tardando un poco más, lo que me permitió sentir sus labios húmedos y calientes en mi boca por un instante.
Desde mi ubicación podía ver al interior de su bata de baño, sus senos pequeños y sus pezones que se pegaban a la bata se habían puesto erectos, su bata se había corrido hacia arriba cuando cruzó su pierna en mí y me dejaba una hermosa vista de sus nalgas y sus caderas, cubiertas por su calzón. En vista de lo que estaba sucediendo, decidí que era hora de lanzar la moneda al aire y jugármela de una vez, para ver lo que pasaba.
–Y ¿Si te invitara a bailar y mi intención fuera seducirte, mamá? ¿Cómo te darías cuenta?
–Porque antes que nada me darías unos tragos para entrar en confianza y yo, obviamente no te iba a despreciar.
–¿Cómo los que nos estamos tomando ahora mismo? ¡Salud, mami! ¿Después?
–Notaría que al bailar me aprietas contra ti, para sentir nuestros cuerpos al compás de la música.
–¿Así, mami?— dije al momento que la apretaba hacia mi pecho y sentía sus turgentes senos y su respiración; ella sólo suspiró y se dejó hacer, al tiempo que removía la pierna que me tenía encima y rozaba sutilmente mi pene que ya goteaba de lo caliente que me encontraba.
–Si hijo, así como lo estás haciendo ahora mismo; después te besaría muy levemente, sólo para sentir tus labios en los míos.
Me incliné hacia ella y tomando su barbilla con mis dedos le di un beso, como me lo había dicho. Ella abrió un poco sus labios y pude sentir su cálido aliento y su lengua rozando mis labios, mientras empujaba su pelvis contra la mía dos o tres veces; después continuó.
–Dejaría que tomaras mis senos en tus manos, me los estrujaras y lamieras sin lastimarme.
Al decirme esto, metí mi mano en su bata y tomé con mis dedos su erecto pezón para acariciarlo y darle suaves apretones; después recorrí con mi mano toda la esfera de su pecho, estrujándolo y sobándolo con lascivia; ella sólo emitió un jadeo muy leve y un gemido bajito escapó de su boca; el vaivén de nuestra pelvis se hizo más frecuente; ella podía sentir mi pene frotarse contra su vulva y correspondía con movimientos muy suaves, disfrutando el contacto y el placer que este nos brindaba. Decidí que era hora de dar otro paso. Así que estando abrazado a ella le comenté:
–Oye mami, estoy muy a gusto así, como estamos, pero tengo una comezón muy grande en la pantorrilla de mi pierna derecha ¿me podrías rascar un poquito por favor?
–Claro, papito, tú me dices por donde.
Se inclinó hacia el lugar que le dije y comenzó a rascarme muy delicadamente en esa zona; su cara quedó frente a mi verga que ya había empezado a dejar una mancha de lubricante en mi calzón debido a mi excitación. Mientras ella me rascaba yo aproveché su posición para acariciarle sus piernas y sus caderas hasta sus pechos, los cuales acariciaba por encima de su bata; en tanto ella, aprovechó que tenía frente a su boca, mi pene erecto y acercándose a él, empezó a pasar su lengua por toda la mancha de lubricante que ahí se encontraba, de repente abrió sus labios y se metió la cabeza de mi verga cubierta por la trusa, dándome unos chupetones muy suaves, apretando mi glande con sus labios; todo era silencio en la habitación, solo se escuchaba a veces un gemido ahogado que salía de mi madre o de mí.
Soltando mi pene, se incorporó de nuevo y se volvió a acomodar cruzando su pierna sobre las mías, quedando otra vez su sexo pegado a mi verga.
–Gracias mami, eres grandiosa. Dije sin referirme si lo decía por haberme librado de la comezón o por las ricas chupadas que me dio en el miembro.
–No tienes que agradecerme nada, papi. Pero ¿sabes? Veo que tu calzón está muy bonito, pero también se ve que te aprieta un poco, ¿quieres quitártelo, corazón?
–Tienes razón, mami, ¿me lo quitarías tú, mami? Claro, si no te incomoda.
–Por supuesto, mi amor y no me incomoda en absoluto ¿No recuerdas que yo te bañaba y te cambiaba de ropa desde pequeño? Has crecido, pero sigues siendo mi hijo.
Deslizo mi trusa hacia abajo, hasta que me lo quitó del todo, poniéndola a un lado; mi pene bañado en lubricante saltó como un resorte al sentirse libre y mi madre abrió sus lindos ojos. Volvió a su posición en mi regazo, pero yo sentí que se estremeció, cuando pasó su pierna sobre las mías y sintió el contacto de la cabeza de mi verga, en sus piernas desnudas y apuntando a la entrada de su vagina. Se removió un poco, para que mi pene quedara justo en la entrada a su cuevita.
–Y ¿Tú que harías para seducirme, hijo? ¿Serías gentil conmigo?
–¡Claro que si, mami! Te llevaría flores cada vez que te viera y caminaría tomado de la mano contigo siempre. Pero cuando estuviéramos a solas, te abrazaría muy fuerte y haría que sintieras mi cuerpo pegado a ti, sobre todo besaría tus labios y los mordería sin lastimarte.
Al decir esto, mi madre elevó su cabeza y me dio un beso en la boca, mordiendo ligeramente mis labios; primero el inferior y después lo hizo con el de arriba, su cálido aliento, me alucinaba por su rico sabor.
–¿Así, papi?
Su cintura parecía actuar por su cuenta ya que mientras me besaba, frotaba su sexo contra mi pene y en un movimiento que hizo hacia arriba, lo aprisionó entre sus piernas y su sexo. Inició un movimiento lento y casi imperceptible, como si estuviéramos haciendo el amor y recorría mi verga de un lado a otro; yo podía sentir en el tronco de mi miembro, la humedad caliente de los jugos que salían de la vagina de mi madre y empapaban su braga. Empujaba mi pelvis para ir al encuentro de mi madre y ella gemía muy suavemente al sentirme tan cerca de su sexo, sólo separados por la tela de su calzón.
–Exactamente, mami, así como lo haces de rico. Oye mami, creo que tú y yo estamos platicando bastante a gusto y no me gustaría que nos cambiáramos de esta posición, pero ¿Sabes? Me estoy rozando con tu ropa interior; me irrita un poco en mi pene, ¿Te la podrías quitar? Al fin yo ya me la quité y no hay por que alarmarse o ¿Si?
–Desde luego que no, hijo y como te dije antes, sigues siendo mi niño aunque hayas crecido bastante.
Se deshizo de nuestro abrazo para quitarse su braga que brillaba de la entrepierna por sus fluidos y la lanzó hacia un lado de la cama; enseguida volvió a acurrucarse en mi pecho y pasó por encima de mis piernas su muslo, en la misma posición que había estado ese rato, solo que ahora pude sentir sus pelos en mi pene, ya que su sexo quedaba frente a él. Me recorrí un poco hacia abajo, para estar más cómodo, le dije a mi madre, logrando situar mi glande justamente en la entrada de su vagina, con lo que podía sentir en mi verga, la humedad y el calor que se desprendían de la cuevita de mamá. Sus labios íntimos rodeaban la cabeza de mi miembro, como abrazándome e invitándome a pasar a su cálido interior.
–Y ¿Qué más harías, para seducirme, hijo?
–Te llevaría a bailar música romántica y bailaría pegadísimo a ti, para sentir tus piernas y las mías, moviéndose a un solo ritmo; así sabría si hubiese algún rechazo de tu parte. Te daría de beber un buen trago, para que tu timidez se fuera evaporando y no dejaría de besar tus ricos labios, ni te soltaría de mis brazos, aunque hubiera terminado la música.
–¿Cómo me besarías, papi?—
Al decir esto, me incliné hacia ella y la besé en los labios; ella abrió su boca y su lengua fue al encuentro de la mía, iniciándose una lucha de estas, alternándose entre su boca y la mía; la calentura se disparó con ese lujurioso beso; mi madre frotaba su pelvis contra mi pene, haciendo que por momentos, mi glande entrara en su mojada vagina y enseguida se retiraba, para que este saliera de nuevo. Cuando ella se retiraba, yo empujaba y mi pene volvía a entrar en mi madre, lo que nos producía un escalofrío de lo más erótico ya que ninguno parecíamos darnos cuenta de esto. Debido a que mi madre estaba recostada a mi lado y solo su pierna estaba sobre mí, nuestro contacto sexual era algo lejano: solo la punta de mi verga entraba en mi mamá, así que urdí un plan “B” para poder penetrar a mi madre completamente.
–Voy a traer otra lata del refri, mamá ¿te traigo otra a ti también?
–¡Claro, mi amor, pero que sea la última porque yo creo que me estoy mareando un poco!
–Bien mamá.
Me deshice de nuestro caliente abrazo y corrí a la cocina, sin importarme que mi madre viera totalmente mi erección balancearse de un lado a otro. Sus mejillas habían adquirido un color rojo encendido; yo creo que por la combinación de alcohol y lujuria. Regresé con las dos latas y mi madre no quitaba sus ojos de mi verga; sonreía como algo apenada, pero sin decir nada. Destapé ambas latas junto a la cama y al ponerlas en el buró de mi madre, mi verga erecta quedó casi frente a la cara de mi madre; pude notar que se pasaba la lengua por sus labios al ver la enorme cabeza de mi miembro y las venas hinchadas que rodean el tronco; parecía que me fuera a estallar el pene de tan caliente que estaba. Dimos un par de sorbos a la bebida y me tumbé a su lado. Cuando mi madre iba a pasar su pierna encima de las mías, la abracé y jalándola hacia mí, la coloqué encima de mí completamente; sorprendida exclamó:
–¡No seas loco, no ves que peso mucho y te vas a cansar!
–Tú no pesas, mamita, además, así estamos más a gusto, ya que podemos vernos mientras platicamos ¿o no?
–¡Bueno, pero si te peso mucho o te cansas, me dices para bajarme de ti, aunque así estoy bastante cómoda, mi amor!
Mi madre se acomodó, encima de mí y al hacerlo abrió sus piernas y las puso a los costados, mientras posaba sus brazos en mi pecho; su vagina quedó en posición de ser penetrada, por mi verga al menor empuje ya que sus labios menores abrazaban mi glande como si lo estuvieran besando. Sus jugos calientes seguían saliendo de la cuevita de mi madre, bañando mi pene y dejando esa exquisita fragancia de hembra en celo en el ambiente, su cara estaba a milímetros de la mía y su mirada puesta en mis ojos como esperando que diera el último paso.
–Dime mamá, ¿Con cuántos hombres has tenido relaciones, después de mi padre?
Al hacer mi pregunta empujé mi verga hacia arriba y entró un par de centímetros además de la cabeza; ella se impulsó hacia abajo y otro centímetro de pene entró en su vagina; al sacársela, mi verga estaba un poco más adentro que al principio.
–Después de tu padre sólo un hombre me convenció de que fuera a su departamento, pero resultó una decepción: era eyaculador precoz y se vino muy rápido; apenas empezaba y terminó antes de que yo me diera cuenta, así que no lo volví a ver, aunque después me insistía en que saliera con él.
Mi madre guió sus caderas hacia abajo y le entró más de la mitad de mi pene; gimió muy bajo y un jadeo escapó de sus labios; su respiración se aceleraba conforme nuestra plática y nuestro juego avanzaban, al volver a su posición, dejó mi verga bastante mojada de su lubricante.
–¿Después de él, con ningún otro mamita hermosa?
Al lanzar mi pregunta, también lancé hacia delante mi pelvis y mi verga entró casi por completo en ella; me apretaba delicioso y su calor interno al igual que sus jugos, me envolvían por completo el pene, una sensación que me hizo gemir:
-¡Ooooohhhhh!!
Me sujeté a las caderas de mi madre, mientras ella iba al encuentro de mi verga y cerraba sus ojos, apretándome los hombros con sus dedos, aferrándose a mi piel con sus uñas, hasta que casi me hizo sangrar. Nos quedamos así pegados unos segundos; mi pene estaba en el fondo de la vagina de mi madre, pero no nos movíamos ni un milímetro, estábamos disfrutando esa primera vez que mi verga entraba en lo más profundo de su intimidad, su vagina se ajustaba a mí como si tratara de estrangulármelo. Volvimos a calmarnos un poco y mi madre se corrió un poco más arriba de mí, guardando las apariencias, como si no estuviera ocurriendo nada, pero mi pene estaba metido más de la mitad en la vagina de mi madre.
–No hijo, te lo puedo jurar, papi, después de ese tipo no me quedaron ganas de seguir probando con los demás; te noto algo intranquilo, hijo ¿quieres que te rasque de nuevo en tu pierna, mi amor? A lo mejor es eso y no me quieres decir, por no molestarme ¿verdad, amor?
Se desmontó de mí, dejando mi verga mojada por sus fluidos y se bajó hasta mis piernas para empezar a rascarme la pantorrilla cuando comprendí por qué lo había hecho. Sus labios rodearon la cabeza de mi pene y lo apretaban delicioso, antes de metérselo por completo en su boca; su lengua jugueteaba con mi glande y ponía la punta de su lengua en el orificio de mi verga; se lo metía todo en la boca y después lo iba sacando lentamente haciéndome ver estrellitas del placer al sentir su lengua recorriendo mi pene desde la base hasta el glande. Mientras me lo mamaba, sus uñas rascaban ahora mis testículos produciéndome una sensación de placer indescriptible; después de un par de minutos me dijo:
–¿Sería mucho pedirte que me rasques tú a mí, hijo? Siento un escozor en la pierna y como yo te rasqué a ti, ahora tú correspóndeme ¿vale?
–¡Pero claro que no es molestia, mami! Al contrario, todo lo que yo pueda hacer por ti, lo haré con gusto.
Ella se tendió en la cama de espaldas y abrió ligeramente las piernas. Yo sabía lo que mi madre quería y yo le iba a dar ese gusto. Me coloqué cerca de sus muslos y al igual que ella, estiré mi brazo para rascarle su pierna, ya que ni siquiera me dijo donde le picaba; mi cara estaba a la altura de su rica vulva entreabierta y esta dejaba salir su aroma de mujer caliente. Aspiré lo más hondo que pude para deleitarme con ese perfume mientras acercaba mi boca a los labios húmedos de la vulva de mi madre; su vulva semi-abierta parecía una flor roja y mojada, ansiosa de ser probada, así que no me apresuré a degustarla y lentamente recorrí con mi lengua, el contorno de su sexo, mi madre pareció recibir una descarga eléctrica cuando mi lengua hizo contacto con sus labios íntimos y un gemido escapó de su boca.
–¡Ooohhh, que rico se siente eso, asííí, hijo! ¡Sigue asííí, corazón!
Obviamente no se refería a que le siguiera rascando su pierna, pero me hice el desentendido. Su mano buscó con ansia en mi entrepierna y se apoderó de mi pene, al cual daba unos ricos apretones ya que estaba un poco distante de ella como para que se lo llevara a su boca.
–¿Te gusta como te rasco, mamita hermosa? ¿Sientes rico?
–¡Sííí, mi amor! ¡Que rico siento, mi vida! ¡Sigue, papi, sigue!
Me metí entre sus piernas, abriéndoselas un poco, mientras le rascaba su pantorrilla y acerqué mi boca despacio hacia su vulva; con mi lengua recorrí sus vellos púbicos y de ahí bajé a su sexo húmedo y caliente lamiéndolo de un lado a otro, deteniéndome de vez en cuando en la entrada a su rica gruta para recoger y saborear sus fluidos que salían en gran cantidad de su interior; sus vellos me hacían cosquillas en la cara mientras tomaba con mis labios su erecto clítoris y lo chupaba con deleite, dándole pequeños jalones y apretones que hacían que mi madre se retorciera de placer en la cama, gimiendo y respirando con dificultad.
Sus manos se posaron en mi nuca, atrayéndome hacia ella; yo metí mi lengua en su vagina lo más profundo que pude, moviéndola en círculos para sentir su interior que pulsaba en contracciones, producto del orgasmo que en ese momento estaba teniendo; de su vagina empezó a salir una enorme cantidad de jugos más espesos que los anteriores; mi madre se estaba viniendo en mi boca mientras clavaba mi lengua en su pepita como si fuera un pequeño pene. No dejé que nada de su rica miel, escapara de mi boca ya que sabía delicioso y mi madre disfrutaba de su orgasmo con exclamaciones que me erizaban la piel.
–¡Santo Dios! ¡Que delicia, hijo mío! ¡Que ricooo! ¡Me muero, papito lindo! ¡Sigue, mi hijo, sigue, que me haces muy feliz, corazón! ¡Ooouummm! ¡Ya, ya, mi amooor, ohhh, sííí!
Cuando sentí que las contracciones de su mojada vagina empezaron a remitir, me reacomodé a su lado acariciando su velluda panocha, en tanto su respiración se iba calmando. Sin decir palabra alguna, mi madre se subió en mí, de nuevo en la posición en la que estábamos previamente: al acercar su cara a la mía, le di un beso en su boca, abrió sus labios y con mi lengua busqué la suya para que disfrutara también del sabor de sus jugos íntimos; la cinta de la bata se le había desatado abriéndose del todo y sus senos desnudos y perlados de sudor descansaban en mi pecho, haciéndome sentir sus erectos pezones; ella no le dio importancia a ese detalle; sus piernas abiertas estaban una a cada lado de mi cintura, pero su sexo estaba ligeramente más arriba del mío y mi pene se levantaba entre sus muslos, pero sin hacer contacto con la vulva de mi madre. Se estiró para tomar su lata del buró y me dio la mía, al tiempo que me decía:
–¡Salud, mi vida! ¡Por ser tan buen hijo con tu madre y por hacerla tan feliz!
–¡Salud por ti mami, por ser la mejor madre del mundo y la más hermosa!
Nos terminamos la bebida y pusimos las latas en el buró de nuevo. Mi madre se subió encima de mí, pero ahora colocando su sexo justamente sobre el mío; solo fue cuestión de bajar un poco y empujar hacia arriba para que mi pene entrara de lleno en su vagina. Ella cerró sus ojos y empezó a mover sus caderas en círculos muy lentamente, mientras me decía lo buen hijo que era con ella, que era muy afortunada de que yo fuera su hijo y no se cuantas cosas más. El alcohol ingerido y la situación que estábamos viviendo nos tenían bastante desinhibidos y alegres sin llegar a la ebriedad.
De lo que me estaba diciendo, la verdad no le puse mucha atención, ya que yo estaba concentrado en sentir su vagina caliente apretando mi pene y la forma en que mi madre se movía, produciéndome oleadas de placer que iniciaban en mi verga y recorrían todo mi cuerpo, transmitiéndose al cuerpo de mi madre, porque de repente decía palabras que no se entendían, pero demostraban que estaba gozando de lo lindo con la verga de su hijo metida hasta el fondo de sus entrañas. Sentí que ella estaba a punto de venirse, porque las contracciones de su vagina regresaban con más fuerza que antes y los movimientos de su cintura se hicieron más rápidos al igual que su respiración; empezó a jadear y a besarme en la cara y los labios al tiempo que se abrazaba a mi cuello gimiendo.
¡Oohh, papi! ¡Que delicia mi amor! ¡Que rico, papacito mío! ¡Que lindo eres corazón! ¡Más, máas, máaas, así, asííí, mi vida!
El sonido de los fluidos mezclados, que hacían nuestros sexos al unirse y despegarse, sonaba en mis oídos como un canto de sirenas; en ese momento, el mundo dejó de existir; solo existía ese sonido, el aroma a sexo que inundaba la recámara de mi madre y la caliente humedad de su vagina, apretando mi pene y bañándolo con los jugos de su orgasmo. Por momentos sentí que expulsaría toda mi leche en la cuevita de mamá, sin embargo, haciendo acopio de mucha voluntad y ganas de prolongar ese inmenso placer, me contuve y traté de relajarme, mientras los espasmos del orgasmo de mi madre, hacían vibrar todo su cuerpo y en especial su rica vagina que palpitaba con fuerza alrededor de mi pene.
Mi madre yacía desmadejada en mi pecho, abrazada a mi cuello, sudando y recobrando poco a poco su ritmo de respiración. Se incorporo muy despacio y al hacerlo se sentó en mi verga por completo, haciendo que esta se deslizara hasta el fondo de su mojada intimidad; sus pechos me apuntaban desafiantes y los tomé entre mis dedos, acariciándolos con ternura, los besé y ella lanzó un gemido al tiempo que suspiraba profundo; me incorporé abrazándola por la cintura y quedó sentada en mí, rodeando con sus piernas mi cintura. Me dijo:
-¡Ya debes estar cansado de tenerme encima! ¿Verdad hijo?
-Solo un poco mamá, pero como estamos charlando bastante a gusto, ni me he enterado de eso. Ahora te toca a ti, cargarme un rato para seguir con nuestra charla ¿no crees?
-¡Me parece justo! Pero como tú pesas más que yo, si me canso rápido, te digo para que te bajes ¿Está bien? Solo deja me quito la bata que aún está un poco húmeda, para estar más a gusto.
-¡Déjame ponerla en el baño para que se vaya secando de una vez!
Mi madre se baja de mí dejando mi pene apuntando hacia arriba, todo bañado por su lubricante y el mío, mientras se quita la bata de baño, quedando desnuda del todo y se recuesta en la cama, mientras yo me dirijo hacia el baño a colgar su bata y cuando regreso, mi madre se ha tomado lo último de su bebida, como para darse valor para lo que enseguida estaba por suceder; se recuesta de nuevo en la cama y abre ligeramente sus piernas; sus senos también se abrían a los lados y sus pezones apuntaban hacia arriba, me invitaban a subir en ella. Me trepé en la cama e instintivamente cerró sus piernas; me acomodé a su lado y subí, como lo hizo ella, una pierna en sus muslos: ella abrió sus piernas un poco y permitió que mi pierna se metiera entre las de ella; su mirada me indicó que podía continuar y subirme en ella.
Abriendo un poco más sus piernas con la mía, me metí entre sus muslos y mi verga quedó justo a la entrada de su caliente y mojada vagina; pude sentir claramente sus vellos púbicos mojados y sus labios íntimos que desprendían un rico calor mientras mi pene se iba situando entre ellos; recargué mi torso en sus senos desnudos; sus pezones erectos se pegaron a mi pecho y agarrándome de sus hombros, subí un poco más arriba de mi madre: mi pene entró casi la mitad en mi madre y ella sólo lanzó un suspiro y me miró de una forma rara y caliente a la vez.
–¡Oouuummm, mi amor!
Pasé mis manos atrás de su cuello y la miré fijamente: no dijimos ni una palabra, ni nos movimos ni un centímetro. Mi boca buscó sus labios y los encontró entreabiertos; nuestras lenguas iniciaron una deliciosa batalla de caricias bucales en dientes, encías, paladar y sobre todo de lenguas; mi madre mordía suave mis labios, y yo me entretenía chupando su lengua como si se tratara de un biberón, cuando pasaba su lengua dentro de mi boca; me gustó muchísimo el sabor de su saliva y sorbía de ella todo lo que podía. Al parecer esto calentaba más a mi madre ya que empujó sus caderas hacia mí y mi pene se deslizó dentro de ella, iniciando un rico y cadencioso vaivén con su pelvis. Mis manos volaron a sus pechos y comenzaron a amasarlos con ternura y lujuria al mismo tiempo.
–¡Que rico, mamita hermosa!
–¿Te gustan los pechos de mami, corazón?
–¡Me encantan mami, son preciosos y deliciosos!
–¡Pues no te detengas mi amor, son tuyos, como cuando eras un bebé!
Empecé a chupar sus senos con gula, mientras mi pene entraba y salía de mi madre, lento al principio y después más rápido: coordinamos nuestro vaivén, de manera que cuando mi pene salía de mi madre, ella se retiraba un poco y al sentir que yo regresaba hacia dentro, ella lanzaba su pelvis en busca de mi verga. La sincronía perfecta de nuestros cuerpos, nos llevaban por los más desconocidos caminos del placer. Sudábamos copiosamente y nos besábamos con pasión sin límites.
Noté que el chapoteo de nuestros sexos se hacía mas intenso, por lo que los líquidos de ambos dentro de la encharcada vagina de mi madre empezaron a salir al exterior y corrieron hacia abajo, empapándome los testículos y las nalgas y ano de mi madre, lo que aumentó más mí, de por si, enorme placer.
–¡Hijo, que rico siento, papi! ¡Tengo mojadas hasta las piernas, mi amor! ¡Aaaaahh, mi niño, que placer me das! ¡Siguee, papi, máaas, corazón! ¡No te salgas de mí, papito, sigue! ¡Cógeme, mi amor, cógeme más! ¡Asííí, asííí! ¡Ooohh, mi amor! ¡Me llenas toda papi!
–¡Que delicia, mami! ¡Muévete así mami, muévete así!
Jamás pensé que existiera ese placer que estaba sintiendo, todo mi cuerpo. Mi madre cruzó sus piernas por mi cintura y yo arremetía en su vagina haciendo círculos con mi pene, en el interior de mi madre cuando estábamos pegados, lo que la hacía gemir y jadear; cuando le sacaba la verga, ella me seguía con su pelvis apoyando sus pies en la cama y levantando sus caderas; cuando yo empujaba, nos íbamos unidos hasta tocar la cama para volver a restregar nuestros sexos en círculos; usando lo que aquí llamamos “perrito” mi madre apretaba mi miembro con su vagina, me daba unos apretones riquísimos en la punta y enseguida la presión de las paredes vaginales de mi madre, recorrían todo mi tronco hasta la base; esa sensación hacía que mi semen hirviera por salir.
Después subió sus piernas a mi espalda y la penetración fue más profunda; en las primeras estocadas que le di a mi madre en esa posición, ella abría la boca, como para jalar más aire y sus exclamaciones se hicieron más claras y expresivas; ya no había pudor ni pena entre madre e hijo, solo éramos dos amantes entregados al placer y al delirio carnal.
–¡Mi amor, que rico me la metes! ¡Te siento hasta el fondo de mí! ¡Dámelo todo, papi! ¡Échame tu lechita adentro, corazón! ¡Aahh, me vengo, hijo mío, me estoy viniendo! ¡Aaaaahh, si, así, papi, más rápido, hijito, máaas! ¡Cógeme, amorcito, aaahh, dios mío, me estoy viniendo, ooohhh, siiiiiii!
¡Si, mami, vente en mi pene! ¡Siente como te lo meto hasta el fondo! ¡Dame tus jugos, mamita hermosa!
Su boca se prendió a la mía, besándome con tanta pasión que estuve a punto de descargar mi semen en ella, pero respiré profundo y me calmé, ya que quería prolongar ese momento lo más posible. Su boca en la mía, ahogaba sus gemidos y tal vez sus gritos de placer, mientras se estaba viviendo, chupaba con desesperación mi lengua. Sus jugos espesos y calientes, me bañaban el pene, mientras salían de la gruta de mi madre.
Su orgasmo, fue muy largo; había durado bastante, lo que me permitió recobrar el control del mío; cuando las pulsaciones de su vagina se hicieron más leves, me incorporé un poco y tomando sus piernas, las puse sobre mis hombros; coloqué mi verga en la entrada de mi madre y empujando empecé a entrar y salir de mi madre, sin prisa, deleitándome con la deliciosa sensación que me brindaba la caliente y mojada vagina de mamá; como sentí que la penetración no era tan profunda como la anterior, sin sacársela, la tomé de los tobillos, le incliné hacia delante estirando mis brazos para sujetarla, quedando sus piernas contra sus pechos y dejando libre el acceso a su vulva.
Ahora la penetración era de nuevo, hasta el fondo de su rica funda y además me ofrecía una panorámica alucinante: mi madre recostada con sus piernotas levantadas y abiertas, su vagina peluda y sus labios íntimos rojos y mojados, rodeando mi verga que entraba y salía de ella, cubierta de sus jugos y los míos; sus enormes nalgas se sacudían al ritmo de mis embestidas y se quedaban quietas, contenidas por mis testículos, cuando mi pene estaba enterrado en su cuevita y nuestros vellos púbicos, creaban una sola selva de placer y delirio.
Mis bombeos se iban haciendo más rápidos, a medida que otro orgasmo llegaba desde el interior de mi madre; para entonces mi pene estaba templadísimo y a pesar de lo caliente que yo estaba, no sentía deseos de venirme, cuando mi madre mojaba de nuevo mi miembro con su espesa miel.
–¡Ooohh, Dios mío, me vengo de nuevo, mi amooor! ¡Que delicia, papito! ¡Métemelo todo, corazón! ¡Todo hasta el fondo, mi niño, cógeme, cógeme rico, mi bebé! ¡Asiii, asiiii! ¡Aaaahh, aaahh, me estoy viniendo papi, aaaahh!
–¡Si mami, estoy sintiendo como te vienes en mi verga! ¡Si mi amor, dame tus jugos, mamita! ¡Siente como palpita mi pene dentro de ti, mamita rica!
–¡Si, mi bebé, aaahhh, te siento bien adentro de mi, corazón! ¡Aaahhh, sigue moviéndote, asíii, mi niño! ¡Ooooohh, que delicioso me coges, papi! ¡Más, másss! ¡Oooohh, dios mío! ¡Toma mi lechita, papi, tómala toda!
La cascada de flujos que brotaba de su interior, era incontenible y a pesar de que mi miembro y su vagina se ajustaban a la perfección, algunos hilillos escapaban al momento de sacársela e iban a parar en sus nalgas, resbalando hacia la cama, por lo que cuando terminó de venirse, se había formado un pequeño charco entre ambos. Como sólo faltaba la cereza del pastel y aprovechando la humedad de la cama le sugerí:
–Vamos a movernos a la orilla de tu cama, mami, así no te mojas y de una vez, lo seco para que no pase a las cobijas de abajo.
–¡Claro, mi amor! Si quieres toma de mi ropa, una toalla para secar.
–No es necesario, mamita, ya lo verás.
Cuando se movió un poco hacia arriba, miré sus nalgas empapadas en sus jugos y acercándome a ellas, empecé a lamer toda la humedad que tenían; mi madre suspiraba complacida y acercaba su vulva a mi boca para facilitarme el trabajo. Una vez que limpié con mi boca su pepita y su trasero, continué lamiendo el néctar que había en la cama, hasta hacer desaparecer el charco de flujo; su sabor era delicioso y quise que ella probara también su sabor íntimo: me acerqué a ella y tomándole su rostro con mis manos, la besé; al hacerlo deposité un poco de mi saliva y de su espesa miel, en el interior de su boca. Algo extrañada, saboreó lo que le di y una sonrisa en sus labios me indicó que también era de su agrado.
–¿Te gusta tu sabor, mami? Es delicioso, igual que tú.
–Nunca lo había probado, mi amor, pero sabe muy rico. ¡Que locuras se te ocurren, hijo mío!
Le pedí que se levantara y retiré la colcha mojada de su cama, para ponerla en el cesto de la ropa para lavar; cuando regresé, mi madre estaba de pie, en la orilla de la cama de espaldas a mí. Su enorme trasero se me antojó, más deseable que nunca: me acerqué a ella por atrás y le abracé por su cintura; coloqué mi pene en el hueco, entre sus nalgas y piernas, mientras con mis manos tomaba sus senos, sobándolos y estrujándole sus pezones, sin lastimarla. Bajé mi mano izquierda para acariciar su vulva y su pelambrera que seguían húmedos. Mi madre se cimbraba con mis caricias, pero empujaba su trasero hacia mi pene y este se deslizaba entre sus labios íntimos, con un roce que nos producía escalofríos de placer.
Con mucho cuidado, empujaba a mi madre hacia la cama, pero sin soltar sus caderas y ella suponiendo lo que yo quería se inclinó hacia delante, apoyando sus manos en la cama quedando en escuadra. Me retiré un paso hacia atrás para poder observarla mejor; Si la vista de mi madre recostada me resultaba alucinante, el verla empinada en la cama con sus monumentales nalgas mirando hacia mí, por poco me provoca un infarto: se veía mucho más ancha de sus caderas y sus nalgas se elevaban desafiantes y duras, con sus piernas cerradas, formaban un gran corazón que invitaba a hundirse en él. Su deliciosa vulva se abría, brillante y roja, por lo que no esperé más y dirigiendo mi verga hacia su vagina, me tomé de sus caderas y arremetí despacio; mi pene se deslizó suave y fácilmente hacia dentro.
–¡Oohh! ¡Que delicioso siento, mi amor! ¡Te siento todo, corazón! –¿Te gusta sentirme adentro de ti, mami? –¡Me encanta, mi amor! ¡Aaahh, asíi, mi niño, asíii! ¡Dámela toda, papi, aaah!
–¿Hasta dónde sientes mi verga, mamá?
–¡Hasta el fondo, mi amor! ¡Aaahh, me llenas toda por dentro, papi!
Mientras se la metía y sacaba, acariciaba sus imponentes caderas y estrujaba sus enormes nalgas, sin perder el ritmo de nuestra cogida; me inclinaba sobre ella y besaba su espalda, recorriéndola con mi lengua y abrazado a ella, me deleitaba con sus pechos. Mi madre jadeaba de placer y correspondía a mis embates, lanzando hacia mí, su rico trasero; su espalda y nalgas se habían cubierto de sudor y ese brillo en su piel, hacía que se viera tan erótica y sensual como yo jamás lo había imaginado. Lentamente empujé a mi madre sobre la cama, diciéndole con voz trémula:
–Súbete en la cama, mami. No quiero que te canses mucho.
–¡Aahh, sí mi bebé, lo que digas, oohh, dios! ¡Pero no me la saques, ooohh, mi amor! ¡Aaahh, la tengo metida hasta el fondo, corazón, ooouumm!
Sin despegarnos, trepamos a la cama y mi madre se quedo en cuatro puntos (de a perrito) y seguí penetrándola en esa posición, hasta que sentí que no tardaría en venirme; Tenia que expulsar mi esperma dentro de mi madre, pero también quería que fuera en la posición, en la que siempre lo hacia en mis sueños y que mas me excitaba; mi gran sueño estaba por hacerse realidad.
–¡Aahh, mami! ¡Recuéstate, así boca abajo! ¡Aaah! ¡Pero cierra tus piernas, mamita!
–¡Ya te vas a venir, mi niño lindo! ¿Verdad? ¡Vente adentro de mí, corazón! ¡Échamelos adentro papi!
Mi madre hizo lo que le pedí y la seguí sin sacársela de su vagina; cerró sus piernas aprisionando mi miembro entre ellas; sentado en sus hermosas nalgas, continuaba el mete-saca, agarrado de su cintura, cuando sentí que algo raro en la vagina de mamá, me rozaba en la cabeza del pene. Mi madre se empezó a mover mucho más rápido y empezó a jadear como loca mientras transpiraba en mayor cantidad; cantidades enormes de jugos escurrían de su vagina y casi lanzaba alaridos de placer. Comprendí de inmediato: en esa posición, mi glande rozaba por completo en el punto “G” en el interior de su cuevita.
–¡Aaaaahhhggg, papi! ¡No pares, mi amor ooohh, sii! ¡Estoy llegando otra vez, oooohh! ¡Me vengo amor, me vengo, aaaahhh! ¡Que delicia, papi, ooou!
Sus orgasmos se desataron, en torrentes interminables de placer, mientras mi semen hervía en mis testículos; el mete-saca se hizo más rápido, a medida que mi esperma corría como lava a la salida; mi madre continuaba viniéndose con los ojos cerrados, gimiendo y balbuceando palabras ininteligibles, moviendo sus nalgas, hacia mí, a una velocidad impresionante. En perfecta sincronía, mi pene entraba y salía de ella sin abandonarla por completo. Nuestros cuerpos bañados en sudor se cimbraban a cada encuentro; el golpeteo de mi pubis y abdomen en las nalgas de mi madre se escuchaba como un aplauso que celebraba nuestra memorable unión sexual y nuestros sexos chasqueaban al unirse y despegarse mezclando nuestros líquidos calientes. Disfrutamos hasta la locura, cuando sentí venir mi orgasmo.
–¡Mami, me voy a venir, aaaaahh! ¡Ooohhh, me estoy viniendo en ti, mamita! ¡Siente mi leche llenando tu cuevita, mamita, aaaaaaahhh!
-¡Sííí, mi amor! ¡Échame tus moquitos, ooooohh, síiii! ¡Échamelos adentro de mi panochita, bebé aaahh! ¡Cógeme más, cógemeee, amoooor!
Me impulsé para metérselo hasta el fondo, y sin sacárselo, restregaba mi pelvis de arriba a abajo en las enormes y deliciosas nalgas de mi madre, mientras bombeaba mi esperma dentro de su vagina; interminables chorros de semen, se estrellaban al fondo de su cálida intimidad, chocando en la entrada a su matriz y mezclándose con los jugos de su enésimo orgasmo. Mi madre se quedó inmóvil, para dejarme disfrutar mi intenso orgasmo, al tiempo que ella también disfrutaba del suyo, pero los músculos de su vagina, me apretaban y soltaban deliciosamente, exprimiéndome hasta la última gota de semen de mis testículos.
Creo que hasta perdí el sentido de tanto placer, ya que en un segundo me estaba viniendo en mi madre, contemplándole con los ojos entrecerrados desde arriba de sus monumentales nalgas y al siguiente segundo, yacía completamente desmadejado, encima de su espalda desnuda. Nos quedamos así, no se por cuanto tiempo; sin hablar y solo besando yo su cuello y espalda y ella acariciando mi trasero y mis brazos, recobrando el aliento ambos, después de una deliciosa batalla sexual, donde ambos fuimos ganadores; mi verga seguía dentro de su vagina y ya habían cesado sus trémulos espasmos; yo no quería salirme de esa maravillosa y húmeda calidez, así que desde encima de mi madre pregunté:
–¿Te ha gustado esto que acaba de suceder, mamá?
–¿Que si me ha gustado, hijo? Si es lo más maravilloso que me ha sucedido en la vida, corazón, me has hecho la mujer más feliz del mundo; estoy tremendamente satisfecha aunque algo cansada, mi amor. Eres el mejor hombre que he tenido y dime ¿A ti te gustó?
–¡Me fascinó, mamá! No sabes cuanto tiempo, había soñado con este momento y hoy que se ha hecho realidad, todavía no acabo de creerlo. Desde que me acuerdo, tú has sido la mujer ideal para mí. No sólo como madre, sino como mujer; eres la mujer que yo deseaba en mis sueños húmedos y la inspiración de mis masturbaciones desde siempre; no te imaginas como te he deseado, mamá: Gracias por esto mamá. Es lo mejor de mi vida.
–¡De haberlo sabido, hijo mío! Yo había notado que me querías mucho, pero después del viaje a la playa, noté que en verdad te gustaba, pero como mujer; de hecho en Acapulco pude sentir tu pene erecto pegado en mi trasero, cuando nos íbamos a dormir y eso me calentaba muchísimo; sé que lo habrás notado, ya que cuando me metías tu rico pene, yo me mordía los labios para no gemir de placer, hacer como que dormía y no me enteraba de nada. Por eso, cuando te levantabas yo ya me había bañado, porque me gustó dormir con tu semen adentro de mi almejita y en el baño del hotel, podía sacármelo para saborearlo; no te dije nada, porque yo también estaba ansiosa de hacer el amor contigo, hijo mío; también te he deseado desde hace mucho.
–¡Pensé que era por el alcohol que bebimos y que habíamos llegado hasta aquí, mami, pero siendo así, espero que sigamos haciéndolo ya que me encantas, mamá y que mantengamos nuestro secreto. Te adoro mama.
–Esto es solo el comienzo, hijo.
La tomé de la mano y los dos desnudos nos dirigimos hacia la ducha, donde lavé su cuerpo y después ella hizo lo mismo conmigo; bajo el agua caliente nos besamos con pasión y mi pene se puso duro de nuevo al ver sus enormes caderas y sus monumentales nalgas desnudas y mojadas, ella como si adivinara mi pensamiento, me dio la espalda y se inclinó un poco hacia las llaves de la regadera y sujetándose de ellas me dijo:
–¡Anda, papi, métemela! ¡Ardo en deseos de que me poseas aquí mismo, mi amor!
No tuvo que repetírmelo; la abracé por la cintura y deslicé mi pene dentro de ella; cada vez que entraba yo en ella, sentía como su vagina me succionaba; hacer el amor con mi madre era cada vez más alucinante. Aquella tarde, hicimos el amor varias veces, hasta que mamá recordó que había que ir por mis hermanos a la casa de mi tía; desde entonces cuando ellos duermen, voy a la recámara de mi madre o ella viene a la mía, para gozar como locos de algo hermoso y electrizante, aunque algunos no lo vean con buenos ojos: el sexo y el deseo, a veces no distingue los lazos familiares .