Sueños erógenos

Poderosa afrodita la imaginación.

Estaba anoche medio adormilada mirando el techo de mi habitación y escuchando los últimos compases de la balada que sonaba en el PC.

Miré hacia la ventana y la imagen de la luna me cautivó. Al girar la cabeza , te ví a mi lado.

Iluminaba tu espalda la plateada luz de la luna. Yaciamos juntos, compartiendo un silencio cómplice.

Celosa de la luz que te cubría, crece en mí la turbadora necesidad de despojarte con caricias de ese blanco abrazo. De liberarte del sueño y de hacerte el amor desenfrenadamente.

Paso la mano por tu pelo, lentamente, acariciándolo con suavidad hasta llegar a la nuca. Allí con dos dedos aprieto el punto que sé que te provoca una sacudida de placer y eriza toda tu piel.

En ese momento me miras y sonries mientras sacas la lengua entre los labios apretados.

Muy poco a poco bajo mi mano por la espalda desnuda. Cuando llego a la altura de los riñones, la muevo de un lado a otro para continuar hacia abajo encima de los firmes gluteos, de una nalga a otra para continuar hacia abajo y detenerse buscando la entrepierna. Al sentir la presión de mi mano y el juego de mis dedos, abres lentamente las piernas suspirando profundamente. Ahora envalentonada por tu más que desesperado deseo, deslizo mi mano caliente hacia tu sexo. Las caricias estimulan un miembro en todo su esplendor que late al compás de tu agitada respiración y de los jadeos que pugnan por salir antes de los venideros gemidos.

Con todo aparezco con mi blanca ropa interior totalmente empapada, azorada y con un intenso rubor en mis mejillas y con un excitación fuera de lo normal, que ni una ducha fria de varios minutos logra apaciguar.

Esta vez fue todo un sueño, pero mañana tal vez no, porque si imaginas con suficiente fuerza, el Universo acabará por concederte tus deseos.