Sueños de sumisión

Sesión BDSM entre una sumisa y su Amo, con sexo, humillación y dolor.

—¿Sabes qué viene a continuación?

—Mi castigo —con gran dificultad pronuncio estas palabras, la vara en la boca me impide hablar con soltura, la humillación por ambas cosas hace mella en mí y tan solo quiero que perdones mi error y no sigas enfadado conmigo.

—¿Por qué?

—Por no saber cuál es la postura de espera.

—¿Te parece que empezar así es lo que yo habría querido?

—No…

—¿No tienes nada que decir?

—Lo siento, Amo… —Avergonzada, bajo la mirada.

—Te estás portando muy bien, voy a perdonarte el castigo.

La gratitud inunda mis sentidos, no entiendo por qué perdonas mi falta, aunque creo que las ganas de tranquilizarme y empezar de una forma un poco más fácil son mayores que tus ganas de castigarme. Ahora no me queda más remedio que comportarme de forma ejemplar, debo pagar por este regalo tan maravilloso que me ofreces…

—Esa mirada.

Rápidamente bajo la mirada, a la primera de cambio cometí el error de mirarte a los ojos. Quiero decirte que lo siento, prometer que no volverá a pasar pero la humillación me impide pronunciar palabra y tú pareces satisfecho tan solo con que haya corregido mi postura.

—Arrodíllate —Sin pensar obedezco, estás frente a mí y ahora tengo tu polla a escasos centímetros de mi cara. No puedo evitar quedarme mirándola, espero con todas mis fuerzas que pretendas que te haga una mamada, no puedo esperar por ello…—. Antes de empezar falta una cosa…

Mi corazón bombea cada vez más rápido, escucho cómo coges algo de la mesa y estoy segura de que vas a ponerme el collar. La alegría que siento al notar cómo lo cierras sobre mi cuello es más de lo que podía haber imaginado, de lo que podría haber soñado.

—Estás preciosa…

Con firmeza guías mi cabeza hasta tu polla, tu sabor inunda mis sentidos cuando te tomo con mi boca. Empiezo despacio lamiéndote a la vez que te estimulo también con mi mano. Parece que estás impaciente con mi calentamiento y empiezas a follarme la boca, confiada relajo mi garganta para que te sea más fácil llegar hasta el fondo. Demasiado pronto me tiras del pelo apartándome, cojo una gran bocanada de aire y me relamo los labios intentando recoger la saliva que ha quedado alrededor de mi boca. Intento acercar de nuevo mi boca a tu polla, pero me lo impides tirando de mi pelo aún más. Quiero seguir, pero sé que no soy yo quien toma la decisión y espero, cada vez más excitada, mientras traes algo de la mesa. Cuando estás frente a mí veo una cuerda, sin tiempo de pensar siquiera si me siento cómoda o no con ella, ya estoy atada y siguiéndote como la perra que soy. Me paseas por toda la habitación incluyendo el baño, aceleras de camino a la cama y a cuatro patas medio arrastrada y como puedo te sigo lo más rápido posible, hasta llegar a tus pies.

—Sube a la cama… tal y como estás.

Al no poder ponerme en pie trepo como puedo para subir a la cama, siempre pensé que me sentiría ridícula y bastante avergonzada cuando me pasearas… Pero estoy sorprendida de no sentir tales cosas, estoy bajo tu dominio y se siente realmente bien obedecerte. Me quedo arrodillada, con las piernas abiertas, al borde de la cama, junto las manos a la espalda y procuro arquear la espalda y sacar pecho, quiero que te deleites con mis tetas tanto como desees. Quieta, te observo mientras atas el extremo de la cuerda que has usado como correa al otro lado de la cama, me empiezo a poner un poco nerviosa, es la primera vez que dejaré que alguien me ate.

—¿Está bien así? —Asiento con la cabeza a falta de poder vocalizar palabras.

—¿Qué haces con las manos ahí? Ponlas en la nuca. —Noto un golpe en las manos y corriendo las pongo en la nuca como quieres.

—Muy bien perrita…

En ese momento me haces un gesto señalando que me incorpore, vuelvo a estar de rodillas sobre la cama y veo cómo desatas la cuerda. Intento deducir qué vendrá a continuación, soy incapaz de imaginar qué va a pasar y tampoco me muevo para descubrirlo. Cuando vuelves a mi lado sigo con la vista al frente, comienzas a atarme los pechos y noto cómo me vas colocando varias pinzas en las tetas, todas alrededor del pezón, por suerte para mí aún con la atadura no es demasiado doloroso. Ya con la cuerda alrededor de cada pecho, das cuatro vueltas más, esta vez uniendo ambas a la vez, juntándolas, las pinzas empiezan a doler cada vez más a la par que las tetas van adquiriendo un color más oscuro. Son hermosas tan apretadas, tensas y rojas…. Con la tensión las pinzas han ido soltándose, apenas unida a la piel, colgando y a punto de caerse.

—¿Qué crees que falta ahora?

—No estoy segura… —Pienso frenéticamente qué puede faltar, lo primero que se me ocurre es la mordaza aunque lo más lógico serían unas pinzas en los pezones, mientras me decido me das un pequeño azote.

—Vuelve a intentarlo, lo sabes de sobra.

—Pinzas, una pinza en cada pezón, Amo.

—Muy bien…

Con saña aprietas mis pezones, no puedo contener los quejidos que salen de mi boca, nada comparado con el grito que doy cuando colocas la primera pinza. Me extraña que me duela tanto y bajo un poco la mirada, aturdida veo que estás utilizando las pinzas de papel en los pezones, sabes de sobra que son las que más me duelen. No puedo respirar mientras miro como cierras la segunda pinza en mi pezón izquierdo, al soltarla un gemido escapa de mi boca. Empiezas a jugar con las pinzas, enseguida las que tengo por las tetas empiezan a caerse, te divierte ver cómo me retuerzo y cómo van cayendo cada vez que las tocas. Tras ponerme una mordaza de bola coges la vara y empiezas  a mover las pinzas, a veces las acaricias suavemente con ella, otras las arrancas con un golpe seco, otras veces son mis tetas las que reciben el golpe  directamente. El dolor empeiza a ser abrumador, apenas puedo dejar de retorcerme por más que lo intento.

—¿Quieres que te quite las pinzas de los pezones? —Asiento con rapidez varias veces, no queda mucho para que el dolor se torne insoportable—. ¿O… puedes aguantar un poco más?

Estoy muy cerca de llegar al límite, pero mis ganas por complacerte son mayores. A duras penas, por culpa de la mordaza, balbuceo como puedo que las aguantaré.

—¿Cómo dices? No te he oído bien. —Te fulmino con la mirada, los dos sabemos que lo has hecho a propósito para que vuelva a hacer un torpe intento por hablar con la mordaza puesta.

—Aguantaré, Amo —humillada no puedo más que bajar la cabeza tras decir las palabras, babeando, y noto como poco a poco va cayendo más saliva por mis tetas.

—Muy bien, perra, no esperaba menos de ti. Sube la cabeza, mira hacia arriba.

Con ilusión por haberme ganado poder mirarle a la cara obedezco rápidamente, sin embargo me encorvo tan rápido como puedo, gimiendo de dolor, el solo hecho de estirarme ha sido insoportable. Apenas puedo tomar un aliento cuando me agarras del pelo y me obligas a levantar la mirada, en tu cara puedo ver lo que disfrutas viéndome sufrir.  Sé que lo has hecho a propósito, eres un cabrón sádico y retorcido. Aún me tienes agarrada con firmeza y me obligas a levantar algo más que la mirada, gimiendo te sigo como puedo hasta que vuelves a tenerme estirada, con la espalda arqueada y las tetas ofrecidas hacia ti. Respiro agitada, tengo los ojos vidriosos por el dolor clavados en los tuyos, mis babas se deslizan por mi garganta sin parar. Cuando empiezas a mover un brazo los cierro, no puedo mirar lo que vas a hacerme, imagino que volerás a azotarme las tetas y, sin embargo, me sorprendo cuando siento que arrancas una pinza con el movimiento incapaz de frenar el grito que sale de mi boca, pero tu otra mano aún sobre mi cuello impide que vuelva a doblarme. Una a una vas arrancando las pinzas que quedan en mis tetas a excepción de las de papel, para cuando terminas el dolor de mis pezones se convierte en algo insoportable. Afortunadamente no tengo que esperar mucho a que me las quites, y en cuanto las retiras me calmas los pezones con tu boca. Han quedado tan sensibles que el placer que siento es totalmente indescriptible, ningún tipo de caricia que haya sentido alguna vez puede compararse con esto.

Ring, ring, ring… El despertador me devuelve a la realidad y el recuerdo de nuestro último encuentro comienza a desvanecerse. Sonriendo, me levanto y me voy a la ducha, tan solo quedan dos horas para encontrarme cara a cara de nuevo contigo, mi Dueño. No puedo esperar por arrodillarme de nuevo a tus pies.