Sueños de mujercita

Fantasías y realidades (DOS CAPITULOS, EL TERCERO VENDRÁ EN UNA SEMANA)

Capítulo 1.- La marihuana y Adolfo.

Es una tarde calurosa y salgo de la casa de mis amigos del cole. Es la primera vez que fumo marihuana. Ha sido una experiencia intensa, deliciosa. Hubo un momento que la personalidad de mujercita que guardo solo para la soledad e intimidad de mi cuarto luchaba por salir. Me dio miedo de dejarla libre. Luego sentí que todos se daban cuenta de lo que me pasaba. Me debo haber ruborizado. Finalmente, acepté la situación y comencé a disfrutarla. Miré a mi alrededor y elegí al compañero más guapo, o por lo menos el que a mí me gustaba mas. Tengo que hacer esa observación porque en verdad Adolfo no era el más guapo. Así que lo elegí a él para que adorne mis extraordinarias fantasías de mujer. ¿En qué consistían esas fantasías? Pues en que estaba en medio de todos vestida de mujercita. Adolfo me conversaba y yo cruzaba las piernas coquetamente, apoyaba mi cabeza sobre mi mano inclinándome hacia un lado. Esos movimientos me producían una calentura femenina muy fuerte. Y saber que nadie sospechaba siquiera lo que pasaba por mi cabeza me ponía más sensiblemente mujer. Hasta que sentí que no podría aguantar más todo este placer. Me sentí expuesta, ya no en mis fantasías, sino en la mismísima realidad. Empecé a sentir miedo de mí misma. Estaba a punto de... ya, lo diré con toda la intensidad, el temor y la arrolladora excitación que recorría mi femenino cuerpo: me quería poner de rodillas ante Adolfo, primero como señal de sumisión ante su poderosa masculinidad, y luego abrirle la bragueta y sacar su miembro y hacia mi boca. Imaginaba que crecía con cada lamida que yo le daba. Y cuando estaba bien duro Adolfo me cacheteaba con su miembro. Me tomaba de los pelos y me empujaba hacia su húmedo y pegajoso miembro. Dentro de mi boca, sus jugos previos cabían a duras penas. Yo me tragaba buena parte para poder saborear su pinga. Y era doble ese placer. Y era múltiple. Ya no sólo gozaba como una sola mujer, sino como varias a la vez. Estaba la sumisa y humillada que se arrodillaba para ponerse a las órdenes de su amo. También cuya cabeza se balanceaba hacia atrás y hacia adelante impulsada por los jalones y empujones con que Adolfo me movía tomándome del cabello. Y cuando, después de que se lo chupaba su miembro se erguía hacia arriba haciéndose más duro, aparecía entonces la señorita obediente que sentía placer sólo satisfaciéndolo.

Adolfo debe haber presentido algo o yo quizás yo me delaté. No lo sé. El caso es que cuando llamé a un taxi y estaba por darle la dirección a la telefonista, ví a Adolfo que se me acercaba. Entonces corté la llamada. Él me preguntó que a quién llamaba. Le dije a nadie. Adolfo cogió un troncho, lo encendió, le dio una pitada y me lo pasó. Yo, con una inconsciencia muy arriesgada, le di una larga chupada al troncho. Y en eso se me vino la fantasía que ese troncho era mucho más grande y que se trataba de su poderosa arma sexual. Entonces sí que me asusté. Estaba mucho más drogada y por un pelo no hice realidad mi fantasía.

Salí a la calle y tomé un taxi cualquiera. Dejé atrás a Adolfo, que quería retenerme arguyendo que era peligroso tomar un taxi en la calle.

Capítulo 2.- El taxista.

Subí atrás y vi cómo el chofer no paraba de mirarme por el retrovisor. Era un hombre unos pocos años mayor que yo, con unos hombros anchos y un porte endiabladamente masculino. Entonces me dije para mí que por fin era la oportunidad de hacerlo. Ese hombre no me conocía. Todo podría quedar en esa noche. No sé que pasaba. Yo no estaba vestida de mujer, pero era como si estuviera primorosamente femenina, ya que ese era el estado de mi mente. Y así me dejé mirar por él mientras hacía esos movimientos tan femeninos que me caracterizaban en mis fantasías. Cuando vi su rostro en el espejo retrovisor, sonreí e hice gestos con coquetería.

--¿No te molesta que te lleve a tomar un trago?

--Mi mamá me dijo que no acepte invitaciones de desconocidos.

Me extendió la mano y me empezó a acariciar la palma con su dedo.

--Mucho gusto. Me llamo Luis, ahora ya nos conocemos.

Ese dedo tocándome voluptuosamente fue demasiado. Yo estaba muy excitada.

--Y yo soy Sheyla. ¿Dónde me llevarás?

Me dijo que al cielo, que le encantaban las personas como yo, que le caía muy bien, que era muy simpática (sí, me estaba tratando como mujer!), que quería verme vestida como me corresponde, que no me preocupe ya que en ese lugar sabían atender a "chicas como yo".

Cuando llegamos, supe que Luis no exageraba. Era el paraíso de los travestis. Me vistieron y maquillaron maravillosamente. Todos los detalles. Era una mujer por donde se me mire.

Luis me levantó en sus brazos y dejó que mi vestido se levantara mostrando mis muslos. Yo seguía tan drogada que a veces desaparecía de la realidad y me ubicaba en mis frecuentes alucinaciones de mujer.

Me quiso desvestir, pero le dije que prefería que me poseyera con mi vestido, que el placer sería así mayor. Entonces se sentó en la cama y me levantó por atrás. Su miembro eludió el hilo de mi calzón y se dirigió hacia la redondez de mi orificio anal. Mi clítoris (o sea, mi penecito de juguete) se levantó hasta alcanzar el doble de su tamañito. Con las justas arañaba los tres centímetros y se balanceaba al ritmo de la penetración que me inflingía Luis, con eso que él tiene, tan inmenso, tan duro, tan masculinamente poderoso.

Obvio, yo ya me había penetrado con decenas de objetos lujuriosos. Y siempre me pregunté cómo sería si algo de carne masculina entrara en la delicadeza del centro de mi feminidad.

Es totalmente diferente. No soy yo la que tiene el control. Yo no regulo la velocidad de la penetración. Estoy a merced de Luis. Es él el que me levanta hacia arriba, bien arriba, tiene que ser bien arriba para que todo su miembro abandone mi conducto y luego me haga descender despacio, para que centímetro a centímetro su enorme cosa recorra mi intimidad más sensible. Y una vez que todo está allí en su sitio, con sus bolas tocando mis nalgas, nuevamente me levante y me suelte de modo que es el peso de mi cuerpo el que determina la emocionante penetración. Y así sucesivamente. Luego me voltea y me agarra como un perro que toma posesión de su perra. Yo le digo que me está doliendo ya. Y él me vuelve a llenar de su lubricante natural y me balancea, me domina, me posee. Ya quiero que termine y le pido que quiero tener un orgasmo, que me acaricie mi cosita... Pero él no quiere que sea así. Me dice que quiere darme un orgasmo anal y me explica que no me tocará mi cosita ni que permitirá que yo me la toque, que sólo debo lograr el orgasmo con su eficiente y descomunal penetración anal. Y me agarra los dos brazos y me los pone hacia atrás mientras se mete dentro de mí con furia. Le digo que me está doliendo mucho, pero mi súplica sólo lo estimula más y me avasalla con más velocidad. Entonces ocurre el milagro. Mientras le pido que se detenga, mi cosita se pone nerviosa y me hace saber que pronto lograré el más estupendo orgasmo sin tocarme nada. Y grito: ¡Me duele, me duele mucho, por favor! ¡Me duele muchísimo, pero me GUSTA!!! Muévete más, tómame fuerte, destrózame, por favor.! Y mi cosita suelta su juguito. Y él lo toma con su dedo y me lo mete por atrás. Yo me siento la mujer más mujer del universo. Y él me sigue acribillando por atrás, lubricándome con mi propio jugo.

Hasta que Luis suelta el suyo dentro de mi conducto anal. Siento que es tanto su semen que me va a inflar. Lo saca y lo lleva hacia mi boca.

Es, efectivamente, el CIELO.

Capítulo 3.- ¿De verdad eres tú, Advíncula?

Pronto...