Sueños de adolescente

Un adolescente homosexual se encuentra a sí mismo y cumple su sueño erótico más deseado. Pero había algo que el no sabía...

A la salida de clase el grupo de compañeros se dirigía al solar vacío que servía de aparcamiento a la discoteca situada a las afueras del pueblo. Allí, en un rincón, al abrigo de miradas inoportunas, sentados en corro, abrían las braguetas de sus pantalones, tomaban sus miembros y comenzaban a masturbarse. Uno a uno, con los ojos cerrados, gritaban el nombre de su actriz de cine favorita y dejaban sobre el suelo sus ardores adolescentes en forma de húmedo recuerdo.

Todos cumplían con este rito de fraternidad; bueno todos no. Vicente no cerraba los ojos. Su vista quedaba atrapada por los sexos erectos de sus compañeros y debía contenerse para no lanzarse a beber de los blancos chorros. Su estrella de cine favorita era rubio y con unos abrasadores ojos azules; su musculoso torso desnudo de gladiador romano, le extasiaba; verlo pasearse desnudo por los vestuarios de un equipo de rugby mostrando su hermoso trasero, le enloquecía; una y otra vez había intentado capturar en el video la fugaz imagen apenas vislumbrada del sexo de su héroe, sin conseguirlo. No se perdía ninguna de sus películas y él era el protagonista de sus más húmedos sueños. El día que por primera vez lo vio en la pantalla cabalgando sobre una actriz de exuberantes pechos, sintió una tremenda envidia y hubiera querido ser ella. Cuando al levantarse, mostró por fin por un instante su sexo de frente y sin estorbos, su excitación hizo que se corriera sin remedio y tubo que salir del cine disimulando la mancha de sus pantalones. Soñaba con él, con su cuerpo desnudo, con tener su sexo entre sus manos, con tomarlo con su boca, con sentirse impregnado de su esperma, con ser penetrado por el hombre de sus anhelos.

A pesar de sus gustos y apetitos, jamás de había planteado cual era su sexualidad. Sus relaciones con los compañeros cada vez eran más difíciles, le llamaban "mariquita", "nenaza" y otras cosas semejantes y él respondía agriamente, acabando generalmente en peleas y discusiones sin remedio. Vicente no asumía que era homosexual y sus compañeros nos aceptaban de buen grado tener a uno distinto entre ellos.

La situación alcanzó su punto más alto de tensión un sábado por la tarde. El más beligerante de sus compañeros, el líder del grupo, se negó a que entrara con ellos en la discoteca, alegando que "no quería ir con ese maricón de mierda, para no tener que estar con la mano en el culo, protegiéndose en la penumbra de la pista de baile".

Era el improperio más directo que nunca le había dicho y todos esperaban una violenta reacción. Sin embargo, todos se quedaron atónitos cuando Vicente, mirándolo fijamente y sin darle tiempo a reaccionar, depositó un suave un beso en los labios y diciendo simplemente "gracias" se marchó, dejándoles totalmente desconcertados.

Vicente se quedó solo con sus pensamientos, paseó durante mucho rato errante y sin saber a donde iba. Hasta ahora no había sabido o querido comprender sus sentimientos; pero de repente, el último intento de insulto le había abierto los ojos y parecía que comenzaba a aceptarse a sí mismo.

Cuando volvió en sí, descubrió que sus pasos le había llevado al estacionamiento de la discoteca, al lugar de sus masturbaciones en grupo. Estaba sentado en el suelo, apoyado en una pared, con la mirada perdida entre los coches estacionados. Sin ver de donde salía, vio aparecer una figura humana que le resultaba vagamente familiar. Caminaba distraídamente bebiendo de una botella de cerveza y acabó apoyado en uno de los coches.

Quedó paralizado. ¡No podía ser!, ¡No podía creer lo que veían sus ojos!. Era Él, su héroe cinematográfico, el objeto de sus fantasías. Pero, ¿Qué hacía allí un actor famoso, solo y sin que nadie hubiera anunciado su visita?.

El recién llegado no se había percatado de la presencia de Vicente y desganadamente se dirigió hacia un rincón próximo a donde se encontraba excitadísimo el adolescente. Se abrió la bragueta, saco su miembro y se puso a orinar contra la pared, giró un instante la cabeza y su vista se cruzó con la mirada de Vicente que observaba obnubilado el sexo de su mito.

¿Te gusta? – Le preguntó sonriendo.

Si, mucho – Respondió Vicente, titubeando.

Pues chúpamela – Le ordeno, tajante.

Vicente se acercó sin saber exactamente lo que hacía. De rodillas ante él, como si adorara a su díos, tomó con su boca el miembro que se le ofrecía y empezó a chuparlo rítmicamente, como tantas veces había soñado. Poco a poco, aquel cilindro de carne fue creciendo y engrosándose hasta llenarle por completo la boca y un sabor que jamás había catado anteriormente saturó sus papilas.

Se había olvidado de sí mismo, estaba tremendamente excitado, y la tremenda opresión que sentía en su entrepierna le devolvió la conciencia de su cuerpo. Tomó su verga, tremendamente dura, no recordaba haber tenido jamás una erección como aquella, y comenzó a masturbarse mientras seguía haciendo entrar y salir de su boca la de aquel hombre.

Muy bien, muchacho, muy bien – Decía entrecortadamente entre suspiros y jadeos.

Vicente levantaba la vista mirándole a la cara y viendo como cerraba los ojos y se mordía los labios.

Ahora con la lengua. Lámeme el capullo – Le pidió embargado por el placer.

Vicente siguió sus indicaciones y fue pasando la lengua repetidamente por el terso y brillante glande, recogiendo una a una las gotas translúcidas de líquido que iban perlándolo.

Volvió a tragarse entera la polla y, más por intuición que por otra cosa, percibió que iba a descargar en su boca. Apenas si tuvo tiempo para retirarla y ver como uno tras otro salían disparados los chorros de semen que golpearon en su cara, a la vez la misma sensación cálida y viscosa llenaba su mano y resbalaba entre sus dedos.

Estaba sólo, todo parecía haber sido un sueño; pero su piel pringosa y el regusto en su boca le decían insistentemente que realmente aquello había pasado. Se sentía bien, muy bien, satisfecho de sí mismo y ya no era un "maricón de mierda". Era un "maricón", eso sí; pero no "de mierda" pues ya lo sabía y lo aceptaba.

Por fin se reconocía homosexual y se sentía como liberado de una pesada carga.

Se limpió la cara y las manos con un pañuelo, salió de aparcamiento y más contento que nunca se dirigió hacia el centro del pueblo. No sólo había cumplido su sueño, sino que era otra persona. Lo que Vicente no vio fue el enorme rótulo que sobre la entrada de la discoteca decía: "CONCURSO DE DOBLES DE FAMOSOS".