Sueños cumplidos C.16 Continúan las compras
Voy paseando por el mercado, fijándome en todo; ya que todo sigue siendo nuevo para mí.
Sueños cumplidos
Capítulo 16: Continúan las compras
Voy paseando por el mercado, fijándome en todo; ya que todo sigue siendo nuevo para mí.
— Espadas sagradas del monte del olimpo – grita un vendedor, miro las espadas y no parecen gran cosa; como no soy ningún entendido de armas y me la pueden jugar, no me arriesgo.
— Manzanas doradas del árbol de la vida – grita otro más adelante, si no creo al de las espadas; a este menos…ya que en la vida he visto una manzana dorada, y llevo toda mi corta vida; en el campo.
— Ropas árabes del emirato – grita otro, la verdad no me interesa ahora mismo ir a oriente; asi que paso directamente de este vendedor.
Pronto llego a la armería, el armero es un chico de mi edad; que se le ve nervioso de igual manera a mí.
— ¿Qué un primer día? – digo mientras ojeo el material y los precios, voy buscando armas contundentes; asi que solo me fijo en eso.
Mire varias armas de ese estilo, el bastón, el bastón triple; la cachiporra y las tres valían lo mismo 1 de oro. Una clava de 1 de oro, una espada mangual que valía 90 de oro; una gran clava 5 de oro. Unos guanteletes dos de oro, mangual ligero ocho de oro; mangual pesado 15 de oro y un martillo de guerra 12 de oro.
— Si, ¿Cómo lo sabes? – dijo el chico, mientras miraba con sumido nerviosismo; que miraba todas las armas que tenían del tipo contundente.
— Porque yo estaba igual que tú, el primer día de aventurero. – adorne la verdad, ya que aún hoy lo estaba; y ya llevaba más de 1 semana siendo aventurero.
— ¿Qué buscas? – pregunto el chico, tras asentirme comprensivamente.
— El bastón de combate – comente y saque 1 moneda de oro, para pagarle.
— Aquí lo tiene, señor. - y lo saco de debajo de la barra.
— Por favor, no me llames señor; llámame Larse. – pedí, mientras agarraba el bastón y practicaba un poco con él; intentando no darle a nada.
— Encantado Larse, soy Mathew; parece que el bastón se te da bien. – me ofreció la mano y la estrechamos.
— Sí, eso parece; encantado Mathew y suerte en tu primer día – dije a modo de despedida
— Gracias y espero que el bastón te salve de los Morrock – sonrió, mientras me contestaba a la despedida.
Al salir, me ajuste el bastón en el cinto puesto en diagonal; para que no me molestara al movimiento. Y luego negué con la cabeza, el chico para ser su primer día; tenía su papel muy estudiado ya que los mayores problemas de la zona parecen ser los Morrock…venderán muchísimas armas contundentes, gracias a ellos.
Por el camino a la herrería, seguí viendo puestos ambulantes; que gritaban disparates de todo tipo.
— Tengo el mejor arco elfico del mundo – gritaba uno
— Tengo la daga que puede matar a un dios – gritaba otro
— Mi veneno mataría a un enano – grito desde el otro lado
Todos estos puestos tenían más público que las tiendas fijas, pero la inmensa mayoría parecían farsantes y timadores; nada llamaba mi atención al menos. Llegue al herrero y al entrar me lleve una interesante sorpresa, en la barra estaba la chica que salve en la posada de la bailarina de fuego.
— Vaya chico, no esperaba volver a verte tan pronto; ¿Cómo estás? – pregunto ella, contenta de volver a verme; ya que su sonrisa le llegaba de lado a lado en la cara.
— Estoy bien, la verdad; ¿y tú? – pregunte lleno de sorpresa — ¿esta es la tienda de tu marido? – pregunte cuando reaccione
— Sí, estoy bien; Arnold sal a conocer a uno de mis salvadores, por favor. – pidió ella tras un suspiro.
— Voy, mujer – dijo una voz ruda
De una habitación de la que salía humo, la cual desprendía un calor abrasador; salió un hombre de mediana edad, sin camiseta. Sudoroso, con todos los músculos marcados; y la melenita sudada suelta.
— ¿Este es el héroe que te salvo? – dijo el tipo, soltando el martillo sobre la barra y; llevando el pelo hacia detrás de sus orejas.
— Bueno, héroe…es una palabra muy grande – dije por lo bajo
— Si, uno de ellos; el más joven de los dos. – explico su mujer
— ¿Venias a verla a ella o querías algo? – pregunto el herrero, mientras me daba un apretón de manos; que casi me la parte.
— Si, vengo a ver si podéis ajustarme esta armadura; y si también me la puedes reparar. – pedí, sacudiendo la mano con disimulo; y escondiéndola.
— Vale, póntela; hare un buen trabajo con ella. – pidió Arnold, el herrero; mientras se fue para dentro...
— Vale, ¿me puedes ayudar? – pedí a la chica
— Claro, ningún problema – dijo con una sonrisa, empezó a ayudarme a ponérmela; ya que estaba dolorido y solo no podía.
— Vaya, tienes algunos cardenales; ¿no? – acaricio la chica mis cardenales, haciéndome sentir como los pelos se me ponían de punta; aunque me seguían doliendo. — gracias por dormir conmigo – susurro en mi oído y me beso en el cachete, me ruborice y el marido salió; justo cuando me coloque el casco, ella se separó y me observaba cruzada de brazos.
— Vaya, chaval; esta armadura no se hizo para ti, ¿verdad? – dijo el herrero, observándola entera y dando una vuelta alrededor de mí.
— No, la verdad es que no. – confesé, sin dejar de mirar a la chica; que ahora miraba al herrero y que estaba un tanto destapada por el calor que hacía en la sala.
Vestía una falda que le llegaba sobre las rodillas, y un escote que no dejaba mucho a la imaginación; su pelo largo estaba atado a su izquierda, tapando un poco sus pechos.
— ¿la necesitas rápido? – pregunto el herrero, sin ser consciente de adonde miraba.
— Si, cuanto antes mejor; ya que sin armadura no podre salir de aventuras. – explique, me percate que cuando hablaba la chica me miraba con una mirada extraña.
— Vale, la tendré para esta tarde. – asintió el herrero, tomando notas; midiéndome y haciendo cálculos.
— ¿Cuánto será el pago? – pregunte, dirigiendo mi mano a la bolsa
— Nada, salvaste a mi mujer; es lo menos que puedo hacer. Venga quítatela – pidió, para ponerse a trabajar rápido; ya que iba a ponerse a trabajar ahora mismo.
— ¿Te ayudo? – ofreció la chica
— … - dude un segundo viendo su actitud, pero doliéndome el cuerpo no tenía otra opción; con suerte el herrero se quedaría a esperar la armadura y podría evitar que pasara algo raro. — Si, por favor. – pedí a la chica, ya que solo no podía; como esperaba el marido espero allí hasta que le dimos la armadura.
Ella no hizo nada raro, tan solo me ayudo a quitármela y se la fue pasando al marido, que tras una breve despedida; se metió en la forja.
— Adiós, chico; hasta esta tarde. Os dejo solo, para que habléis. – dijo el herrero, tras un estrechón de manos.
— Bueno, ¿y ahora que vas a hacer? – dijo la chica, tras esperar hasta que el marido desapareciera por la puerta; aunque la puerta quedaba abierta y el ruido de la forja se escuchaba atronador desde aquí.
— ¿Ahora? No sé, volveré a la taberna para despedirme de Jack – dije, mirándola fijamente; mientras ella me devuelve la mirada.
— ¿Puedo ir? – pregunta, al ver mis dudas se explica — Quiero despedirme de mis dos salvadores – se explica, aunque parece disimular algo.
— Está bien, es a la hora de comer; tráete a tu marido si quieres. – explique y le ofrecí, para que no fuera tan incómodo; como ahora.
— Mejor a esa hora cerramos la tienda, se lo diré, pero…siempre acaba tan cansado que no quiere ir a ningún sitio – dice cabizbaja
— Bueno, os esperaremos por si acaso; hasta luego – me despedí, con cierta prisa.
— Antes de irte, dime al menos tu nombre – pidió con carita de cordero degollado, mientras que me agarraba el brazo.
— Claro, soy Larse; encantado – me presente, mientras conseguía que me soltara.
— Yo soy…Melissa. – dijo tímidamente
— Encantado – conteste en la puerta y tras eso, me fui de allí; sin esperar a que ella me contestara ni nada.
Iba inmerso en mis pensamientos, pensando en lo que me había pasado con la chica; cuando giré la calle y me vi en el barrio pobre. Las casas se caían a trozos, la gente vagabundeaba sin ton ni son; la mayoría ahorraba energías sentado o dando cortos paseos. Pronto me salió uno de ellos al paso, era solo un chiquillo; pero me tapono el camino.
— ¿Me darías un jornal por favor? – pregunta, extendiendo su mano.
— No, la pregunta es; ¿Qué harías para ganártelo? – pregunto cruzándome de brazos
— Lo que quieras – dice mirando hacia abajo
— ¿Incluso coger un arma y luchar contra alguien que quiere matarte? –dije, intentando asustarle; para ver si tenía corazón.
— Lo haría, si con eso comiera cada día – dice por lo bajo.
— Reúne a todo el que piense como tú y nos veremos aquí después del almuerzo. – dije sin pestañear
— Lo hare, señor. – agacho su cabeza, lleno de dudas; pero su voz hablaba claro.
Tras esto retrocedí sobre mis pasos, y fui directo a la posada.