Sueños

Aquel día me masturbé en un autobus..

Si alguien me preguntara lo negaría rotundamente, pero pasó. Aún siento como se humedece mi entrepierna cada vez que recuerdo aquel día de febrero, el frío que hacía. Iba en un autobús, eran las seis de la madrugada, de noche todavía cuando me desperté al oír un ruido. Somnolienta como estaba al principio, no sabía que era lo que me había sacado de mi sueño, pero pronto lo supe. En el asiento del otro lado del pasillo, un chico hablaba con su novia por teléfono. Ella le debía de hablar de sexo, porque él sólo le respondía sobre ese tema. Él decía que no podía, que estaba en un autobús, que había gente, pero ella, seguía insistiendo. Al final el debió acceder a sus peticiones, porque dejó de ponerle excusas.

Vi como se acariciaba por encima de sus pantalones, y aquello, me excitó muchísimo. Pasaba su mano por encima de su sexo, haciendo presión de vez en cuando en el bulto de sus pantalones. Aquello apenas duró unos minutos, porque yo aún no había empezado a tocarme, cuando él, dejó salir su tributo al deseo de la opresión de su ropa. Yo creí morir cuando vi aquello. Me recosté contra la ventanilla, y tapada con mi abrigo, seguía haciéndome la dormida cuando él miraba. No pude evitar, al ver aquello, meter mi mano entre mi ropa interior, y acariciarme yo también.

El muchacho se tocaba dulcemente, y yo, seguía sus movimientos: cuando él, excitado por su conversación con ella aceleraba el ritmo, yo también, cuando él ralentizaba sus caricias, yo también intentaba hacerlo. No podía creer que me estuviera masturbando en un autobús, mientras miraba a un chico como se masturbaba al tener sexo telefónico con su novia. Me sentía una intrusa, pero pronto dejé de sentirlo, porque cada vez que oía al chico decirle algo a su novia imaginaba que era a mi a quien se lo decía, y aquello aumentaba mi placer, mis ganas de llegar al orgasmo, de alcanzar el éxtasis. Explicaba detalladamente lo que le iba a hacer a su regreso: como la desnudaría, los besos que le daría, las caricias que sentiría, las posturas en las que lo harían, los lugares, las palabras ... y si todo era cierto, debía de ser un gran amante, porque a mi, me conquistó con su simple conversación, con aquella ilícita y prohibida escucha.

Lo recuerdo como si aún estuviera viéndolo, agarrado al teléfono recostándose en el asiento del autobús, moviendo con rapidez su mano, y entre sus dedos su sexo.

Yo seguía su compás. Su respiración era agitada, la mía también. Miró hacia mi, pero yo, ya no podía fingir que estaba dormida, que no veía, que no sentía, no podía parar, estaba demasiado excitada para preocuparme de estúpidas apariencias(al fin y al cabo, él, estaba haciendo lo mismo). Aquello le debió excitar a él, sentirse observado le había disparado en su énfasis, tanto como a mí observarlo a él.

Seguía hablando por teléfono con su novia, pero se había sentado contra la ventanilla, para que yo lo pudiera ver bien, y poder verme bien a mí. Estábamos el uno frente al otro, separados por dos asientos y un pequeño pasillo.

Le hablaba a ella, pero las cosas me las decía a mi, yo tuve también un detalle con él, y me quité el abrigo de encima, para que pudiera ver como lo hacía yo. Ambos llegamos al climax al mismo tiempo, mordiendo nuestros labios, y ahogando nuestros gemidos de placer. Nos miramos a los ojos, y los dos a un tiempo, nos llevamos los dedos hasta la nariz, para olerlos (ese extraño aroma sexual, íntimo, sensual y excitante) nos sonreímos, y yo, me di la vuelta, para que terminara su conversación.

Quise mirar de nuevo, pero no me atreví: me sentía avergonzada, y terriblemente satisfecha. Unos minutos después, volvía a dormir placidamente.

Cuando desperté, poco antes de llegar a mi destino, él ya no estaba. Y pensé que todo había sido un sueño, una fantasía onírica.

Aquella noche, cuando me fui a acostar y cogí el libro que llevaba en el autobús, en la página que tenía marcada, había una tarjeta de visita y una anotación por detrás: "ha sido un placer. Llámame un día".