Sueños ajenos
En el sueño uno puede tener a la mujer que desee. Es posible que alguien no aparte su mente de nuestra mujer y, en sueños, le haga lo inimaginable. ¿Habría que estar celoso si a ella parece gustarle?. (ACTUALIZADO)
SUEÑO AJENO
No sé si sea la forma correcta de decirlo, pero ayer soñé a un hombre que soñaba que era yo con tal de gozar del cuerpo de Loreto. Tengo una teoría. Hay quienes dicen que lo que ocurra en nuestros sueños es sólo fantasía y en vano se preocupa uno con las imágenes de la irrealidad; sin embargo, pienso que en general vivimos en medio de un océano de ficción, que sólo percibimos el reflejo de las cosas, nunca su realidad. Luego, un sueño y un recuerdo, etéreos los dos, son una y la misma cosa. Suena complicado ¿Cierto? Pues imagina que todo eso lo pensé en un momento por demás inadecuado e improbable.
Como ya dije, soñaba un hombre que soñaba que era yo para hacerle toda serie de cosas a mi Loreto. La verdad no culparía a ningún hombre que sueñe que se lleva a Loreto a la cama. Por alguna razón no importa cómo vista una mujer, generalmente hay algo en su rostro que le dice a uno quien es cachonda, Loreto tiene ese no se qué en el rostro que grita que es verdaderamente muy caliente. Digo yo que no importa si la mujer es una modelo o no, si es caliente siempre atrapará las miradas de más de uno. Si yo percibía eso de las demás mujeres, ¿Por qué el resto de hombres no voltearían a ver a Loreto y su cara de cachonda y decirse a sí mismos "Ay mamá, mira que cuero"?
Bastaba preguntarme lo que yo hacía con el resto de mujeres para saber lo que los extraños en la calle hacían con mi esposa. Yo por ejemplo, muy frecuentemente dejaba volar la imaginación alrededor de cuanta chica linda me pasara por enfrente y, en ocasiones, si el rostro y cuerpo me llegan a resultar familiares, puedo luego otorgarles su momento de fama en mis sueños, donde les doy un trato de puta bien hecho.
El mundo de los sueños es un mundo fácil. Lo maravilloso de este mundo sutil es que cuando uno manda llamar a sus sueños, por ejemplo, a la hija del vecino, ésta siempre acude vestida de sí misma, es decir, vestida de hija del vecino, de esa única e irrepetible hija del vecino. No manda llamar uno a una hija que el vecino no tiene, ni la manda uno traer ni más alta ni más bajita, ni más buena, ni más joven ni más vieja, sino que uno la manda traer con sus dieciocho añitos muy bien puestos en toda su figura, no viene vestida de puta, sino que viene vestida de hija del vecino, y una vez que viene a mis sueños comienza a ceder a mis pretensiones, ciertamente de una manera muy sencilla, pero nada ocurre de manera arbitraria.
Las cosas se van dando solas, sin yo esforzarme, llega a mi casa para pedirme el teléfono porque López, mi vecino, se ha ido con su mujer a algún bar, es decir, llega a mi casa con una excusa creíble en la realidad. En la sucursal de mi casa que queda en el universo paralelo de los sueños nunca hay nadie cuando voy a portarme mal, quizá por eso nunca sueño ni a mis hijos ni a Loreto. En mis sueños la dejo pasar, no me le abalanzo para violarla ahí, en el umbral de mi puerta, y esto es lo fantástico, en mis sueños yo actúo también como en la realidad, visto igual, mi barriga no desaparece sólo porque estamos en mi sueños, en mis sueños cumplo o violo las mismas reglas que me sujetan en la realidad, así, en mi sueños le digo a Georginita que pase, que haga las llamadas que quiera, y al igual que como haría en la realidad, le sonrío amablemente cuando dice "Gracias" y se adentra a mi casa sola, y mal me deja a sus espaldas y mis ojos bajan la vista a ese culo alzadito que tiene. En mi sueño es ella misma, y por eso entra en mi casa con una minifalda a cuadros y una blusa rosa que se pone un domingo sí y otro no, y lleva, por supuesto, su culazo. En mi sueño ella llama por teléfono con la misma lentitud que lo haría en la realidad, en mi sueño igual se enfada cuando López, quien está en el mundo de mis sueños atendiéndole la llamada en el otro lado de la ya de por sí imaginaria línea a su hija, seguramente le dice que se espere afuera de la casa hasta que ellos regresen, incluso en mi sueño López le da una regañeta a ella y le dice que se merece esperar afuera por no haber llegado temprano.
Como sería en la realidad es también en mis sueños, y Georginita cuelga el teléfono con furia. La Georginita de mis sueños no cumple sólo mi voluntad, sino que actúa de acuerdo a su propia voluntad, a su propia identidad. Su voz no es la voz que yo quiera ponerle, sino que habla como ella misma. En general tiene tantas actitudes que son suyas y no mías que me es difícil creer que no se trata de una parte de ella que en realidad me visita, una parte de ella que invade mis sueños por las noches para dejarme completamente seco, y aunque en la realidad nunca me atrevería a preguntarle si la noche anterior soñó que me la cogía, digo, para averiguar, con un mínimo rigor científico, si se trata de alucinaciones mías o si, por el contrario, verdaderamente coincidimos en el mundo de los sueños, me dan ganas de algún día preguntarle.
En mi sueño ella hace un berrinche que no puedo interpretar, pues agarra un cojín de mi sillón, se lo lleva a la cara y grita sofocando el ruido con el cojín, mismo que retira de su cara dejándome ver que está mordiendo el inocente almohadón; ella de alguna manera advierte que por mi mente pasa la idea de que quisiera ser yo ese cojín y que ella me estuviese aprisionando con sus dientes, de alguna forma se da cuenta de mis pensamientos y deja de estar furiosa; en su cara, sus cejas han saltado de la rabia al juego, a la coquetería, como si supiera que yo estoy en sus garras y ella no en las mías, ese poder que su cuerpo me imponía era algo que ella disfrutaba con una libertad que para mi es inexplicable. En sus ojos un brillo de venganza me hizo sentir un escalofrío. Se acerca a mí muy lentamente. Yo le digo que no debe enfadarse, incluso le invito un trago para que se calme. Ella se niega a aceptarme el trago. Eso es algo que también pasa en la casa mía que tengo en el fraccionamiento de los sueños, en ella siempre tengo un trago que ofrecer, mientras en la realidad nunca tengo nada qué beber. Yo le digo, no sin maña, que si va a esperar afuera de su casa al menos debería hacer algo para pasársela menos mal. Ella parece recordar la regañeta telefónica y dice que es cierto, que le dijeron que esperara afuera, pero que no se le prohibió estar en la casa de al lado, y acepta el trago.
Platicamos de lo distantes que son sus intereses y los míos, de lo extraño que es que estemos ahí solos y bebiendo, ella dice que es una situación que de hecho no debería estar ocurriendo, noto que se empieza a poner ebria lentamente, le digo que no importa que aquel fuese un momento que no debía ocurrir, pues estaba ocurriendo, y le expliqué que muchas de las cosas más placenteras de mi vida han podido florecer por estar en el sitio incorrecto y haciendo las cosas equivocadas. Ella se queda muy pensativa y comienza, para mi desgracia, a llorar. Yo interpreto un ligero doblez de su cuerpo como la súplica por un abrazo, y así, mi ardor en el pecho pasó de lo caliente a lo tibio, llenándome yo de ternura, abriendo mis brazos instintivamente, volcando todo mi ser en protección. Sé que un abrazo no se hace sólo con poner ambos brazos en forma circular, sino que hay que tocar a quien uno abraza, así que sin planearlo estaba yo ahí, con mis manos abrazando el cuerpo esbelto de Georginita, sintiendo la liviandad que ganaba su cuerpo a cada sollozo que escupía, sintiendo cómo su ser se limpiaba de la tristeza a medida que abandonaba sus penas en el basurero que quedaba en mis pectorales. Sus lágrimas, saliva o mocos bañaban uno de mis brazos. Los de ella estaban a sus costados. Se entregaba a mi abrazo, pero no me regalaba el suyo. Cuando pareció haber tirado su pesar sus brazos comenzaron a moverse, rodeándome. Yo dejé de decir frases alicientes, y un silencio abrumador comenzó a inundarnos. El silencio era tan absoluto que sólo éramos conscientes del sonido de nuestra respiración, yo oía la suya y ella oía la mía. Fue un momento desolador, pues ella ya había dejado de llorar pero yo todavía la abrazaba, la saliva o lo que fuese había hecho rozar de manera resbalosa su mejilla y mi brazo, su olor estaba intacto y su cabello revuelto a gracia de que con mis dedos le había rascado la cabeza para apaciguarle. Sus brazos rodeaban mi dorso, pero en un instante mágico, sin moverse ni un solo milímetro, los brazos cambiaron de transmitirme una sensación de alejarse de mi a otra muy distinta de enraizarse en mi. Me abrazó pesadamente y con su mano comenzó a sobar tranquilamente mi espalda. Ahí ya la situación era otra.
Su mano derecha comenzó a tocarme el muslo con miedo, como para darme la oportunidad de escapar de ella, como para que a esas alturas pudiera yo todavía decirle que estaba confundida, y ella alegar que había sido un malentendido y ella se marchara y yo me quedara solo, pero no, su mano comenzó a tocar mi pierna y yo no pensaba pararme del sofá por nada del mundo. Mi mano comenzó a rozarle la espalda con mucha suavidad. Cuando mi mano comenzó a darle aquellas caricias casi imperceptibles, la conducta de aquella chiquilla volvió a cambiar, y esta vez su cuerpo, al igual que los brazos, cambió de su intención de marcharse a la de pegarse. Su caricia en la pierna, al saberse aceptada, se hizo fuerte también, y de forma casi desesperada terminó en mi bragueta. Mi mano también terminó de aterrizar en su espalda, y eventualmente rebasaba los límites de la blusa para pasearme por el pedazo de espalda desnuda que se abría entre la blusa y el pantalón. Durante su llanto su oído izquierdo descanso en mi pecho y su boca había quedado a la altura de mi esternón, ahora, ella se había agachado aun más. Su mano abrió mi bragueta y con falta de tacto me sacó la verga del pantalón, ya que estaba fuera, la tomó en su mano y la masturbó torpemente, luego sentí como Georginita escupía en la punta de mi verga y cómo la mano lubricaba todo mi sexo con la saliva previamente escupida. Georginita se echó a la boca mi verga, engulléndola sin nada de ternura. Su boca era caliente, más caliente que ningún coño, y oliendo todavía a llanto, con su cabello húmedo de algún tipo de sudor, yo no le veía el rostro, pero podía imaginar cómo se veía aquella carita angelical con la boca repleta de verga.
Aquella no era la chiquilla que estaba acostumbrado a ver cuando López me invitaba a comer alguna parrillada en su jardín. Estaba apenas saliendo del llanto, y eso la hacía mamar desesperadamente, como si estuviese poseída de venganza y de dolor, matando sus penas con sexo, moqueándome la verga en medio de suspiros, salivando como un lobo muy nostálgico y hambriento de luna. Aquella desesperación me puso a mi muy caliente. El sonido de su boca mamándome era algo absolutamente vulgar. Me chupó largo rato, mamándome todo el tronco de la verga, metiéndose mis testículos a la boca, comiéndome vorazmente, como si a cada mamada se desquitara de su padre, como si en mi verga floreciera su independencia, su libertad, su madurez. Tomé su cabeza en mis manos y le alcé el rostro para vérselo. Sus pestañas estaban empapadas de lágrimas, formando espinas anchas alrededor de sus ojos, su cara estaba roja como un tomate, y sus mejillas llenas de saliva, embarradas de tanto mamar, su boca entreabierta e hinchada, con unos labios excitadísimos que adquirían una tonalidad casi morada. Su cara me decía que ella tenía ganas de ser sucia, su boca emanaba aliento de puta. Se dejaba ver, como si me dijera, "mírame, mira, mi cara está hecha un asco de tanta saliva, y me gusta". Yo acerqué mis labios a los suyos y ella me besó con tal pasión como si la estuviese aceptando pese a que tenía la cara toda envergada, sintiendo la alegría que sentiría un trozo de basura si uno lo cargara para todas partes. Nos comimos la lengua violentamente. Ella quería dejar de ser Georginita y pasar a ser Georgina.
La senté en el sofá justo como yo estaba sentado antes y me bajé a mamarle su coño. La muy zorrita tenía el coño afeitado. Se lo chupé con el mayor abandono, bebiendo sus jugos, sintiendo el calor de su sexo, testificando cómo se iba hinchando lentamente. Sus gemidos me volvían loco. Me alcé y, como ya estaba ella con las piernas abiertas, le puse la punta de mi verga en la entrada de su sexo, hice rozar el canto de mi verga por sus labios abiertos, sin meterla, luego enfilé mi miembro y lentamente comencé a empalarla. Su coño era infinito, y yo me metía infinitamente. La penetré largo rato en esa posición, luego la empiné al estilo perro y comencé a joderla con rudeza, ella ayayeaba como una perdida.
Yo, la envestía severamente, manteniendo mis manos en el corazón de sus nalgas, abriéndoselas, dejándome hipnotizar por aquel erizo brillante que era su arrugado culo, veía brillar su esfínter y debajo palpaba mi verga entrando y saliendo. Solté sus nalgas y la tomé de las tetas, haciendo su cuerpo hacia atrás para que me besara. Mientras más vorazmente me metía ella la lengua en mi boca, con esa misma voracidad yo la embestía, así, con su lengua me daba las instrucciones de cómo atravesarla. Cuando no aguanté más, comenzé a regarle el semen en su culo redondo, y a cada gota que caía en su piel, un festejo de los poros de su espalda se dejaban ver, alzándose como el pellejo de un pollo. Se vistió y se fue a esperar a su padre a la cochera de su casa. Cuando López llegó, le conmovió ver a su hijita dormida, muerta de sueño, cansada de esperar, sin sospechar que aquel cansancio era fruto de haberme servido de puta. Y López, inocente en mis sueños como en el mundo real, la reprendería por floja.
En mis sueños Georginita no dejó de ser ella misma, sólo ebria follaría conmigo, en mis sueños ella tenía toda serie de problemas con su padre, en mis sueños era igual de chiflada que en la realidad, sin embargo, en mis sueños me dejó ver cosas que yo no puedo atribuir a mi recuerdo porque nunca lo he visto ni vivido. De la vida real tomo su rostro y su figura, pero ¿De dónde saco el dato de su temperatura?, ¿Cómo recordaría sus pezones o su coño si nunca los he visto? ¿Los invento? ¿Cómo invento sus gemidos si nunca la he escuchado gemir? ¿Cómo sé que su cara se le pone rojo tomate? ¿Cómo sé su forma de mamar? Me da miedo pensar que todas aquellas particularidades suyas que aprecio en mis sueños, pese a que no tengo motivos para conocerlas en la realidad, fuesen ciertas, pues de ser así todos estamos conectados de una forma profunda, significaría que efectivamente Georginita estaba en mis sueños, entregándoseme. Me quedo con ese sabor de boca, con la idea de que tanta cantidad de detalles personalísimos no los puede uno inventar, que la gente nos visitamos unos a otros en los sueños, sitio en el que somos mucho más promiscuos, mucho más fáciles, y a menudo, mucho más felices y libres.
Pero me desvié. Todo esto que le pasa a Georginita en mis sueños puede pasarle a Loreto en los sueños de otro. Y las pregunta sigue siendo la misma, ¿una parte de Loreto se va de golfa por las noches? No lo sé, lo cierto es que soñaba que un hombre soñaba que era yo para follarse a Loreto. Y en su sueño veía cómo sometían a Loreto a una sesión de sexo inusual. Si bien yo le hice el sexo a Georginita en mis sueños, lo hice con esa parte predecible de su ser, pero este sujeto, ¿De dónde desprende conductas tan indecentes en Loreto? ¿Cómo puede alguien imaginar que una mujer recatada y conservadora como Loreto, a quien sólo yo conozco en la intimidad, pudiera prestarse a locuras tan malsanas? ¿Cómo podría este sujeto intuir lo caliente que ella es si eso es un secreto muy mío?
En su sueño, es decir, de él, Loreto está tumbada sobre la alfombra de nuestra alcoba, boca abajo, con las piernas cerradas y los brazos junto a sus costados, sus grandes pechos se oprimen contra el piso, dejando salir una tensa esfera hacia los lados, su cuello está volteando hacia un perfil, dejando descansar su rostro sobre la mejilla derecha. El hombre está montado sobre de ella y la está penetrando por el culo. Si se mira bien a Loreto, ella no está totalmente recostada, sino que con la ayuda de mi pequeña almohadilla de dormir alza un poquito las nalgas para que el individuo le goce el culo más a gusto. El rostro de él no lo veo, pero sé que no soy yo porque es sin duda más hermoso que yo, su cuerpo irradia un candor que sorprende, sus manos son más largas y anchas que las mías, todo el cuerpo de él brilla en amor, debiera darme pena que él, que no es su esposo, brille así a lado suyo, y la toca de una manera en que yo no lo hago, con una mano le detiene la mejilla para que ella no se raspe en la alfombra mientras ella le chupa la parte de los dedos que le rozan los labios, mientras que con el otro brazo él se detiene para impulsarse con un ritmo fuerte, y él gime de una forma distinta a la mía, y de sus gemidos adivino que está loco por mi Loreto. Siento envidia de lo mucho que él la está disfrutando, y eso no tiene nada que ver con ella, sino cómo se siente él de estar haciéndole el amor. Veo la cara de Loreto y ella está gimiendo como nunca antes la había escuchado, y su mirada está perdidamente enamorada, con una intensidad aun mayor que cuando nos casamos y eso que ella me dijo al entrar a nuestra noche de bodas que, si de algo servía, quería decirme que se casaba enamorada.
Todo aquello me sorprendía, pues era raro ver a Loreto dejándose joder por detrás, pues en nuestra vida de matrimonio nunca hemos practicado sexo anal, de hecho la idea parece inadmisible para ella, según recuerdo una vez confesó que vio por equivocación un canal pornográfico que pusieron gratis de promoción en la compañía de cable y le tocó ver escenas de sexo anal, y recuerdo también que yo le pregunté que qué pensaba de aquello, y ella me había contestado que se le hacía con sus propias palabras- como muy fuerte. El sujeto se recuesta totalmente pegado a ella y la mano que usaba para alzarse la bajó para tocarle el coño mientras la penetra por el culo. No veo su rostro pero sé que queda a la altura del de ella, y así, tumbado sobre ella, sometiéndola, faltándole el respeto que si no aplastándola, le arremete con un pompeo furioso. Ambos comienzan a jadear, él se mueve más rápidamente, tal vez lastimándola, y ella comienza a gritar, supongo que como anuncio de un futuro orgasmo, estirando la lengua para penetrarle la boca a él, quien con sus dedos bien metidos en el coño de Loreto, dedea con maestría, dejándose bañar por los jugos de ella que manan espesos a lo largo de su mano. Él gime como loco, haciendo mucho, mucho escándalo, para luego empujar la cadera violentamente. Por su estertor, adivino que se han corrido de manera conjunta, de él no me sorprende, ¿Pero ella? Inadmisible que se dejara venir sin estar siendo penetrada vaginalmente, con una simple manoseada.
En el sueño de aquel sujeto, él no se sale de su culo luego de terminar, sino que se tuerce a un lado para no aplastarla, pero le deja encima sus caderas, le deja dentro su verga, y se duerme sobre ella, ronca a lado de ella, exhausto, sin importarle que a los pocos minutos la verga se pondrá fláccida, se saldrá del culo, dejará regar el semen y no sé que más, y ambos quedarían sin lavar. Sin embargo Loreto estaba sumida en un sueño típico que viene luego del ajetreo del amor, y su cara es la de la niña que fue, de la mujer feliz que es, y sonríe. Me sentí prescindible y hasta ahí soporté de aquel sueño de aquel hombre que soñaba. Me desperté. A mi lado, Loreto dormía, y en su rostro dibujada la misma sonrisa satisfecha que en aquel sueño en la que el desconocido la había follado por el culo.
Sucedió, luego de unos días de aquello, un incidente que me dejó perplejo e incomodo. La sonrisa de gozo de Loreto me había taladrado la mente toda la semana. ¿Y si Loreto se va al sueño de otro a fornicar? Así, durante las noches, yo despertaba ante el menor ruido, y a ser honesto, mi insomnio era una necedad, pues tal pareciera que estuviese deseoso de escuchar los gemidos de Loreto con tal de atraparla soñando con otro. Era pues sencillo, si yo estaba despierto y ella dormida, yo sin soñar y ella soñando, yo encabronado y ella gozando, era obvio que no soñaba conmigo, pues si los dos no soñamos al mismo tiempo es imposible que estuviésemos juntos. Sé que suena tonto, pero así pensaba.
Los días de desvelo me traían hecho una piltrafa. Ante el cansancio me dio por dormir y por soñar, y pudiendo soñar otra cosa tuve que venir a soñar en el hombre que soñaba que era yo para hacer de Loreto su esclava. Esta vez, él estaba parado frente a ella, que estaba de rodillas. La verga de él era también muy bella, viril y fuerte, limpia, noble, y ella la tragaba con un abandono total. Yo la verdad desconocía a esta Loreto que mis ojos veían, pues se echaba a la boca aquel miembro y lo chupaba como si de verdad le gustara el sabor a verga. Esto sí que no casa, pues siempre he deseado que Loreto mame mejor, pues con todo y la buena voluntad que tiene de meterse mi verga a la boca, su mamada sigue siendo insípida, ya que me come y como que da por sentado que el simple hecho de que mi verga esté alojada en su boca ya es maravilloso, y me da pena decirle que mueva la lengua, que succione, que agite con la mano, que babee, que cuide de sus dientes. El hombre, tan distinto de mi, retiró su verga de los labios de Loreto y sacó una verga de goma, y no veía yo su rostro, pero adivino que se ponía él mismo a mamar la verga de plástico, mientras ella le miraba con mucha atención, embebida en la imagen de él, poniendo mil rostros de interés, sintiendo morbo de ver la boca de aquel hombre mamando la, aunque falsa, verga; y aprendida la lección, él se paraba de nuevo frente a ella, quien comenzaba a mamar de una manera diferente pero igualmente voraz, y con esfuerzo, ella se metía enteramente la verga de él hasta la garganta, luego con su lengua rodeaba el glande, le daba besitos tiernos como los que le daba a nuestro hijo cuando recién nació, y eso me llenaba de locura, pues aquel hombre que soñaba que era yo no podía saber semejante detalle de nuestras vidas, pues ella nunca ha vuelto a besar así, sólo aquella vez, y no estaba nadie aparte de nosotros dos, y ella, la representación en sueños de ella, le besaba la punta de la verga con aquel beso de amor incondicional, y luego del besito dulce, abría las fauces para meterse la verga hasta la garganta, salivando en exceso, dejando caer chorros de saliva blanca que parecieran más bien semen, y así mamaba. El tipo se retiró de nuevo, le enseñó otros trucos, y ahora ella mamaba usando un poco los dientes. Era la misma Loreto que yo amaba, pero vuelta una zorra. Era sorprendente lo difuso que me parecía el rostro de aquel individuo y lo claro que me resultaba su verga, la cual, para mi tristeza, no era la mía. El tipo se recostó en nuestra cama y ella se le sentó en la cara, dándole de mamar, y él estaba ebrio de ella, que se remolineaba sobre la boca de él. Aquella posición era tan inusual, era como si aquel hombre requiriera de un poco de virilidad de mujer, y esta virilidad la recibía de la mujer más anti viril, es decir, de Loreto. Así como aquel hombre era capaz de hundirse en la boca una verga de plástico, me figuraba que la forma energética del coño de Loreto era como una gran verga que le metía en la boca a él, como si cada arremetida de coño que Loreto le daba, le dibujada en la garganta de él una forma de una verga, ella hecha hombre con un pene invisible que surgía de su vulva y se clavaba en la garganta de él. Ella pompeaba la cara de él, en un movimiento tan ridículo como el de una perra que monta a otra y simula una penetración imposible. Y Loreto pareció tener un orgasmo, y la cara de él no la podía distinguir, pero sí los jugos espesos de ella en su boca, destilándose en él como un panal que se ha partido encima de la cabeza de un oso que sueña que Dios le ha premiado con miel. Entonces Loreto se alza de su boca y va a sentarse en la verga de él, que ya zumbaba de necesidad de ella, que se daba de sentones que torcían aquella verga en todas direcciones, bañándola de fluidos que la hacían verse como un cilindro brillante. Mientras Loreto lo montaba, él le sujetaba de las nalgas con sus manos, sin perder la oportunidad de cerrar cada vez más las manos hasta que el dedo índice le tocaba, como no quiere la cosa, el ano, y con la mano, y ya en plan descarado, se mojó los dedos en los jugos de ella y comenzó a dilatarle el culo con el dedo. De nuestro buró sacó un lubricante y se puso a jugar alegremente con el culo de Loreto. Loreto pareció cansarse un poco de tanto montar y alzó la cadera un poco para arriba, y él la comenzaba a cilindrar de manera intensa, y mientras su verga pistoneaba en turbo, la mano jugaba con el culo con una ternura y rudeza muy lentas. De la cama tomó el sujeto la verga de plástico y la enfiló al estrecho culo de Loreto, y no quedó en paz hasta meterlo todo. El movimiento de ella fue más torpe y pesado, pero muy intenso. Su boca comenzó a emitir un grito agudo y entrecortado, como si quisiese gritar pero el temblor de la garganta hiciera añicos la línea sonora, era ella gimiendo y fracturando su gemido con su estertor. Era como si las sensaciones la rebasaran y por lo tanto había que moverse lento, pero sus poros estaban alzados, sus pezones erguidos y duros. Su cara era de total gozo. ¡Desperté!
Me había quedado dormido de tanto cansancio, y al volver en mi fue con una falsa lucidez, y más me valiera haberme quedado dormido. A mi lado, Loreto gemía, pero no como en su sueño, sino que tenía los labios bien juntos, como para atrapar dentro de sí el gemido, no emitía ruido alguno, es más, su cuerpo casi no se movía, pero observándola bien, podría destacarse que sí, en su sueño alguien la estaba follando severamente, y la hacía gozar de una manera profunda, pero esa forma en que la estaban tratando no es la forma en que yo la trato, sueña que alguien la fornica, y la hace gozar, y la vuelve puta, y ese es su secreto. Quise despertarla pero me pareció cruel. ¿Qué derecho tenía yo a interrumpirla? ¿Ya la había fisgoneado, qué más faltaba? Así, me quedé a su lado, viendo su gozo, imaginando lo que le pasaba. Al día siguiente, Loreto era la misma, vestida con su bata azul que le cubre todo el cuerpo, bella aunque sin maquillar, le dio de almorzar a nuestros hijos y me sirvió de almorzar a mí también.
-¿Cómo pasaste la noche?- me dijo.
-Más o menos, no pude dormir muy bien. Te moviste demasiado ¿y tú?
-¿Yo qué?- dijo inocente
-¿Tú como dormiste?- dije yo lo más buena gente que pude
-Dormí muy a gusto. Soñé muy a gusto.
-¿De verdad? ¿Y qué soñaste?
-No recuerdo. Qué tonta soy, debería tener un cuaderno en nuestra cabecera para anotar todo lo que me pasa en los sueños. Todo olvido. No recuerdo, pero sé que fue muy tierno.
-Supongo
Sobra decir que me empezaron a dar unas jaquecas tremendas. Me desvelé más aun. Comencé a tener problemas de concentración en el trabajo y a tener una actitud hostil para con Loreto. Pensé que no había más remedio, así que decidí ir con un terapeuta. No sé si fue la curiosidad la que me hizo traer a mi mente estos problemas, pues camino a mi casa había un anuncio de un terapeuta, en él estaba dibujado un ojo, y una silueta humana, algo sorprendente, y abajo venía una lista de males que, quiero entender, ahí curaban: bulimia, anorexia, tensión, estrés, enfermedades psicosomáticas, inseguridad, decepción, adicciones, insomnio. No conocía al terapeuta, su anuncio no me parecía del toso serio, pero pensé que ningún terapeuta serio entendería aquella mamada de que sueño un hombre que sueña ser yo para cogerse a mi mujer.
Hice cita. Acudí. Me abrió la puerta un sujeto con cara de loco, con una barba horrible y una boina, de esas que no sólo ya no se usan, sino que no se han usado nunca. Me dijo que me relajara y mientras le contaba mi problema él no dejaba de tener una risita que me descalificaba por completo. Me hacía preguntas muy recurrentes acerca de si mi mujer estaba buena, si todavía me ponía caliente. Yo me sentía algo indignado porque aquel cabrón, del cual empezaba a dudar que fuera en realidad terapeuta, no me estuviera nada más carneando. Me empezó a molestar cuando sus preguntas se dirigieron a si Loreto era cachonda, o a que hiciera memoria de si había yo percibido comportamientos inusuales en ella, ausencias inexplicables, salidas a horas no acostumbradas, y en fin, a sugerirme si Loreto no me estaría poniendo los cuernos. Me puso muy furioso en muy pocos minutos. Justo cuando estaba a punto de pararme e irme, se paró, sin decirme nada, se dirigió a su librero, de él extrajo un libro de dibujos que se llamaba FÁBULAS PÁNICAS, de un tal Alexandro Jodorowsky, lo abrió y me dijo:
Lea las páginas 85 y 86, luego medite cinco minutos en ellas, después yo regresaré y le diré trescientas palabras que le sumirán en un trance hipnótico muy profundo que le permitirán saber la identidad de ese que le hace cosas a su mujer en sus sueños.
Abrí las páginas y en la 85 viene un discípulo psicodélico recargado en el recuadro de la página, a lado suyo está una especie de Jesucristo shamánico, el discípulo pregunta:
-Maestro ¿Qué son los celos?
-¡El temor que tu tienes de que otros le den al ser que amas lo que no eres tú capaz de darle!
En la 86 vienen varios recuadros, tipo historieta, los personajes son los mismos:
El discípulo pregunta -Maestro: En la fábula de la semana pasada Ud. me dijo que los celos eran el temor que uno tenía de que otros le dieran al ser amado lo que uno no era capaz de darle, pero ¿Y si uno puede darle lo que otros le dan?
El maestro contesta en varios recuadros, de hecho, el discípulo ya no vuelve a hablar:
-Como no conoces tus límites no aceptas que hay algo que no le puedes dar al ser amado y crees que eso que le dan tú también podrías dárselo; sin embargo pregúntate por qué ha de buscar en otros lo que tú crees tener Cuanto más el que te ama preferiría comer de tu mano que de una ajena. ¡Va lejos porque cerca no encuentra!
-No somos infinitos.- Continúa el maestro- Debes aprender a conocer tus límites para después darle al ser amado TODO lo que eres. Ni menos ni más. "Menos" sería egoísmo, "más" sería falsedad.
-Y si ese TODO que das no llena al ser amado, debes aceptar con alegría que tome de otros lo que tú no puedes darle.
-Porque amar no es querer encadenar al ser amado Amar es querer que él llegue a la mayor realización aunque tú no obtengas provecho de esa realización. El verdadero amor no pide sólo desea dar y agradece al otro la maravilla que es su libre existencia.
Me quedé pasmado, muy callado, medité los cinco minutos que el terapeuta me pidió, aunque debo aceptar que meditar en aquello que había leído me llevaría días enteros, o aun toda la vida. No entendí bien, o no quise entender. El terapeuta llegó y comenzó a decir toda una serie de palabras, y sin saber cómo, mi cabeza las iba contando. Lo que sí sé es que las últimas seis palabras de las trescientas que dijo fueron " y usted entrará completamente en trance."
Supongo que volví a los sueños que ya he narrado, pero todo detalle se borró de mi cabeza, justo como si estuviese afectado de amnesia, y sólo un par de cosas recordaba de aquella travesía a mis sueños, la primera fue que a lado de mi cama, justo donde estaban empalando a Loreto, repetíamos textualmente lo que decía la fábula pánica, , y en esta versión alterna, yo era el discípulo y él el maestro, y me decía las cosas, y yo le miraba a los ojos con una sumisión y humildad sorprendentes, y lo segundo fue una revelación, y tal revelación fue sobrecogedora: El rostro del hombre que le hacía el amor tan salvajemente a Loreto era el mío, mi rostro, yo. Miré el reloj y me di cuenta de las dimensiones de aquel tratamiento, pues habían pasado dos horas y media desde que me había sumergido en trance. Mi cuerpo se movía muy lento, mi mente muy rápido, y todo, mente y cuerpo estaban aun sorprendidos de la respuesta a aquel enigma.
Nos sentamos nuevamente, aquel terapeuta me parecía mucho más viejo que cuando entré, tal vez porque me había hecho una inducción en el sentido de que lo viese más respetable al despertar, o de plano, me había dado ya cuenta de su habilidad y su sabiduría. Él comenzó a decir:
-¿Cómo te sientes?
-Bien. Algo adormilado.
-Es normal.
-¿Qué piensas de lo que descubriste?-
-No tengo palabras para expresarlo.
-¿Te pone feliz?
-Sin duda.
-¿Por qué, si hoy por hoy el hombre que viste sigue siendo uno distinto de ti?
-Es cierto.
-¿Hay algo que me quieras preguntar?
-Honestamente sí. Me queda claro que somos Loreto y Yo quienes hacemos el amor, pero todo el tiempo sueño a un hombre que sueña que soy yo para hacerle el amor a mi mujer. ¿Quién sueña? ¿Quién es ese hombre que sueña?
-No hay tal hombre que sueña
-¿Pero cómo ?
-No es un hombre. Es Loreto, es ella quien sueña. Hace unos momentos te pregunté el porqué de tu felicidad al saber que eres tú quien le hace el amor a tu mujer, pero deja te digo que no debieras estar conforme. ¿Cómo explicas que el cuerpo de él tenga el brillo que tu no tienes, las manos que tu no tienes, el trato que tu no das, la verga que no posees? No tienes respuesta, lo sé. Es Loreto la que sueña, y no importa cómo te ves tu, para ella tu cuerpo es así, tu verga ella la ve magnífica, ella te ve luminoso, bello, intenso. Tienes mucha suerte de que ella te quiera tanto, pero, si he de hacerte una recomendación es la que sigue: Tu mujer no tarda en buscar todo lo que ves, y por tu bien te digo que más vale que estés muy cerca para dárselo, porque lo habrá de tener tarde que temprano. Llévala a un hotel, donde no puedan escucharles sus hijos, ahí hazle el amor como ya has visto que le gusta, déjale gritar, y por piedad, no lo hagas todo de golpe, ve despacio. Tu premio será que logres disfrutar a tu mujer, se han casado y sólo se han disfrutado un cuarto de lo que son. Bueno, aquí termina mi trabajo. Son mil pesos
-Pero si en la entrada dice que trescientos cincuenta
-He empleado todo el tiempo que necesitaste.
-¿Y las próximas veces me va a salir igual?
-No habrá próximas veces, ya terminé contigo ¿Ves? Te salió barato.
Le pagué. Luego me sentí miserable de estarle regateando. Tal como dijo, despistadamente fui involucrándome en la educación de Loreto. La llevé a todos los moteles de la ciudad, nos hicimos aficionados de uno que tiene una tina muy práctica. La enseñé a mamar bien una verga, y créanme, es el curso más divertido que existe, aprendí a culearla bien, me dio por adelgazar y tener un físico parecido al que ella soñó, seguido la tumbo en la alfombra, y ahora cada vez que la toco es como si la descubriera de nuevo, es como si la ligara cada día, con tanto deseo de que las cosas ocurran, le chupo sus pies, me da de mamar, colecciono su olor y su sabor, comencé a hablarle con ese tono que le gusta, procuramos regarnos juntos, y cuando termina algún encuentro especialmente emotivo, nos quedamos dormidos y trenzados, con mi verga laxa suspendida en mi propia leche dentro de su vulva hinchada, despidiendo un olor muy fuerte, sintiendo mi verga resbalar y renacer para joder todavía más, y en veces sueño y cuando abro los ojos es su boca real que me mama, y si ella tiene un sueño caliente yo corro a hacerle el amor a su cuerpo. Pero lo más importante, lo más hermoso, es que ya no tengo que envidiarle al hombre del sueño lo mucho que disfruta de Loreto, pues he aprendido a disfrutarla más que él, por imposible que parezca, he ganado en gozo. En verdad que Loreto es un torbellino.
Una noche, llegué a la siguiente conclusión: "Ahora todo es perfecto", y al pensar así, me entró un sueño tremendamente pesado. Aparecí en un paraje, en él estaba esperándome el terapeuta. Yo no le dije nada. Él comenzó a decir:
-La consulta termina en realidad hoy. Sólo hasta que pensaras que todo es perfecto tendrías la humildad de entender que es mentira que tú le has enseñado todo a Loreto. Ella te enseñó todo, ella te guió, ella dejó de reprimir lo que su naturaleza le pedía, por eso viste todo. Tuvo la amabilidad de hacerte su cómplice, y eso es el matrimonio. Esto siempre es así, el amor es conveniente para todos.
Desperté, a mi lado estaba Loreto, dormida, hermosa y tranquila. Ignoro si fue otra de las prescripciones médicas, pero metí mi cara entre las piernas de Loreto, para comenzar, como tantas veces, a amarla mientras sueña.