Sueños
Una utopia, una manera de encontrar el sentido a la vida. Lo que al final me dejo el sexo.
Los días lluviosos me sientan bien, me hacen olvidar, o mejor dicho no recordar. Las gotas de lluvia cayendo como las lágrimas que yo he derramado tantas veces, unas por necesidad y otras por que simplemente salen. Además es raro que aquí en el mar llueva en verano, lo que explica que para mi es bastante emocionante este hecho. Suelo sentarme en la arena mientras noto como el aire moja mi cara, como las gotas van cayendo por mi cuerpo hasta que llegan al final, a la arena que las aglutina como un volcán. Incluso en ocasiones estas gotas se juntan con otras que caen de mis ojos.
No es que pueda disfrutar mucho de estos pequeños momentos que me da la vida en los que verdaderamente entiendes lo que vales porque tengo un hijo de cuatro años al que tengo que cuidar, al que no puedo dejar a nadie; un hijo que dios me dio en un arrebato de su fuerza y fiereza para que mi corazón no se calmara nunca, para que siguiera latiendo, para que no muriera en definitiva.
Su madre, murió, por lo menos en mi pensamiento, como una piña en un pinar que se desgasta por el viento, poco a poco, en silencio, por la infedelidad, por los roces continuos, por los errores, hay tantas razones que probablemente no recordaré jamás todas. El amor es tan amargo como las caricias, que primero las sientes como te estremecen y de repente se acaban y se olvidan. Jamás me sentiré tan bien como me sentí junto a ella, nunca más notaré unos momentos tan buenos; estaba realizado, me acuerdo que no quería que ese momento terminara, que se esfumara pero un día pasó y desde entonces creo haber intentado buscar sustitutas que claramente no eran lo suficientemente buenas o por algún error acababan crucificadas en mi mente, y por supuesto en mi corazón. Todos los días me levanto con ese sentimiento en mi pecho, dentro de mi hay algo que piensa que en verdad se podría haber solucionado pero el que comete un error debe pagarle y yo estoy en mi "via crucis" particular, en mi infierno. Este sentimiento de culpabilidad se ahonda todavía más cuando por las mañanas voy a despertar a mi hijo, con su misma cara, con sus mismos gestos que hacen que viva un nuevo amor con ella en una distancia muy lejana.
Cuando escuché de su boca que todo había terminado, que no había vuelta atrás comprendí que cambiaría, que ya nunca jamás sería el mismo. Estaba molesto con esa actitud, yo no quería cambiar pero la vida tenía la obligación de hacerme cambiar, de transformarme hacia un estado en el que sería más maduro donde vería las cosas de distinto color, aprendería a reirme de mis errores y cogería las cosas buenas de los mismos para aplicarlas. Estas ideas se transformaron en un viaje sin retorno, a algún lugar donde pudiera encontrar un tesoro, donde pudiera cumplir aquel sueño que tenía de pequeño, que me torturaba cada noche sin que yo llegara a comprenderlo. Este era el momento idóneo para alcanzarlo, para cogerlo y no dejarlo escapar jamás.
CAPÍTULO I: "El sueño".
ESTABA SENTADO TRANQUILAMENTE delante de la televisión pensando en ella, sin atender a las nuevas cadenas privadas que habían surguido ese verano, cuando por el excesivo calor reinante aquel mes de agosto me quedé dormido en el sofá y un mundo maravilloso vino a mi cabeza. En mi sueño todo estaba teñido de negro, era de noche, yo estaba apoyado en un árbol y de repente abrí los ojos de par en par intentando vislumbrar algo que brillaba a unos cuantos pasos de mi, a pocos metros. El resplandor era muy fuerte, creando una inmensa bola de luz en esa noche tan oscura por lo que mi primera reacción ante esto fue de temor. No sabía muy bien que hacer pero al final me levanté y me fui acercando poco a poco hacia la bola de luz, estaba llegando cuando una voz profunda me llamó y al darme la vuelta la vi, era ella, preciosa como siempre y seria como nunca; de repente me dijo que tuviera cuidado con lo que iba a encontrar que era algo muy bonito pero muy peligroso, algo que nadie más podría poseer y que me daría un poder inmenso. Se esfumó y nunca he comprendido por qué. Me acerqué rapidamente hacia la bola y allí vi un papiro viejo y debajo del papiro un colgante de oro con la forma de una piña. Lo cogí y me lo puse, y desenrrollé el papiro y lo leí quedándome perplejo ya que hablaba de los sueños, que en ocasiones se cumplían, pero con el amuleto que acompañaba al escrito todos los sueños que pasaran por mi cabeza se cumplirían, sólo había dos amuletos,cada uno en un mundo diferente, el otro estaba en el mar y si por alguna casualidad se juntaban quedarían inservibles. Estaba totalemente confuso por que no sabía si creer o dudar, de repente el tiempo se paró, se detuvo pero yo era consciente de lo que pasaba, el sueño se estaba acabando y pronto despertaría, instantes antes de que esto sucediera acabé de leer el papiro; decía que si en verdad quería conseguir el amuleto tenía que ir a un viaje que pronto se me presentaría.
Me desperté sobresaltado con sudor en la frente sin saber muy bien donde me encontraba. Eché la mano a mi cuello en busca de algo que en esos momentos no sabía muy bien lo que era, lo encontré vacío totalmente. No tenía nada si exceptuamos el mal cuerpo que se me había quedado después de ese sueño, raro y confuso, que a modo de presagio me decía lo que en un futuro me ocurriría. Los nervios se empezaron a apoderar de mi cuerpo y chillé, reacción bastante normal en un chico de dieciseis años. Fui directamente al baño a mojarme la cara y al acercarme al espejo vi como una marca adornaba mi cuello, no sabía distinguir bien lo que era pero parecía una rozadura. Intenté calmarme y salí a la calle a que el aire me aliviase mis temores mentales. Lo hizo y conseguí que la naturaleza me calmara.
Después de cenar, con el extremado agobio que inundaba mi cuerpo me marché a dormir y el rey de los sueños me volvió a visitar. En el sueño estaba otra vez apoyado en el árbol, y delante de mi estaba ella, en un columpio cantando alegremente, con una falda de suave satén con un color rojo degradado que me encantó. Me miró y me sonrió, mi corazón que da un vuelco y empieza a imaginar lo bonito que sería cumplir los sueños, poder acercarme a ella en la realidad, confesarle todo lo que siento y dejar de comportarme con un estupido que lo único que hace es agobiar con rodeos inútiles que tan sólo pueden dar una idea aproximada de los sentimientos pero que nunca pueden demostrar todo lo que hay dentro de mí. Cuánto ansiaba que eso ocurriera, pero no tenía valor, necesitaba una lámpara mágica porque si no sería como un gusano que no acaba de tejer su bolsa nunca y que al final muere; si mis sentimientos estaban a punto de desisitir, pero mi cabeza todavía aguantaba. Ella volvió a dirigirse a mi y me dijo que viajara, que allí encontraría lo que buscaba. El sueño se volvió a esfumar, de repente, sin avisar, mis párpados se abrieron de par en par y una pequeña y diminuta lágrima se deslizó hacia las sábanas.
CAPÍTULO II : "El viaje".
Yo seguía viéndola pasear, acercarse a mí para hablar, y yo seguía con mis tonterías (ahora me pueden parecer tonterías pero antes lo veía totalemente normal, pero es que la vida cambia a las personas y los puntos de vista) que continuaban sin llegar a buen fin. Es más, últimamente quedaba con ella para hacer cosas juntos y yo cada vez que la veía aproximarse pensaba en que la quería más y más, me daban arrebatos, pero jamás hablabamos del amor, era un tema esquivado. Sólo recuerdo que una vez en la piscina la pregunté o la afirmé, ya casi ni me acuerdo, que yo no estaba echo para las mujeres, que no las solía caer bien, y ella me miró y me dijo que no le parecía que yo estuviera mal. Fue decir esas palabras y se marchó a nadar o a jugar con el balón de playa, rápidamente, como en mis sueños.
Desde aquel día me sentí mejor, aunque mi cabeza seguía maquinando la forma de decirle lo que sentía. Me acuerdo que incluso grababa cintas con frases al revés y se las entregaba; el contenido de dichas frases es bien imaginable, decía cosas como: ¿quieres salir conmigo?, o !me gustas mucho¡. Qué ingenuo era entonces y qué ingenuo sigo siendo ahora que todavía pienso en ella.
Dos años después de estos incidentes que ahora calificaría de infantiles y absurdos, atravesaba uno de los peores momentos de mi vida, acababa de sufrir el primer desamor, lo que para mi era un trauma, pensaba que en ese momento se acababa mi vida en el amor; luego el tiempo se encargó de desmentir estas ideas de colegial. Llevaba mucho tiempo sin verla, pero ese día ella se encontraba allí para darme ánimo y ser muy dulce conmigo. Me dio todo lo que tenía dentro, toda la tristeza que compartimos nos empezó a acercar un poco más, nos hizo de momentos más amigos aunque en mi resurguieron viejos sentimientos que me hicieron volver a nacer, volver a creer en el amor. Acabaron las fiestas aquel año y me fui de vacaciones a Asturias donde me encontré con la naturaleza en estado vivo. Los sueños se hicieron aun más intensos, como si un detector de metales se fuera poniendo nervioso ante el descubrimiento de un gran tesoro. Tras ordenar mis cosas en la casa, salí al monte y caminé, pero algo me llamó la atención, era un pinar pero no había piñas en el suelo. Me puse a buscar como loco por el suelo piñas y allí a mi lado vi dos, juntas, preciosas y pequeñas. Recordé mi sueño y cogí una, la más redondita y me la llevé a casa. La mimé, la sentí dentro de mí, y los sueños cesaron de una vez. Lo que fue más importante es que me di cuenta de que estaba totalmente preparado para cualquier cosa, incluso era capaz de decirla lo que sentia, lo que llevaba sintiendo desde hace tanto tiempo, desde el primer momento en que la vi. La distancia nos había separado en el tiempo, nos había hecho perder ese feeling que nos había acercado tanto pero me daba igual, pensaba que la distancia unía y en esta ocasión resultó ser así. El día que nos íbamos recogí mis cosas y dejé la piña encima de la mesa con la idea de recogerla y no olvidarla por nada del mundo. Pero se me olvidó y mis fantasmas volvieron mientras me dirigía a casa.
Fue entonces cuando empecé a tener miedo por primera vez en mi vida, miedo a no conseguir lo que quería, lo que tantas veces había soñado. Una vez en casa, la relación se fue estrechando, manteniéndonos unidos, cercanos con los problemas del otro. Por primera vez también empecé a sentirme feliz de ser su amigo, de estar a su lado.
CAPÍTULO III: "Los sueños creo que se acaban cumpliendo".
Manos que se cogen detrás de los asientos del coche, caricias en momentos puntuales y confesiones que hacen que empiece a pensar que mi sueño se va a cumplir. Un autobús, los dos sentados juntos, con miradas penetrantes que quieren hablar pero que no se atreven, dos personas que quieren compartir todas sus ilusiones. Al final ante la presión del ámbiente logró decirle todo lo que sentía ante el temor de que ella no lo comprenda, pero si lo hace, incluso al final se identifica con lo que la digo, y mi felicidad se desborda. Apoyo mi cabeza en su hombro y acabo sonriendo.
Un día en el que estabamos solos mete la mano en su bolso y saca dos piñas, una alargada y otra redonda, que me hace recordar aquella piña que se me olvidó siendo un chiquillo. Me da a elegir y me quedó con la redonda. A continuación me dice que es un amuleto, que lo guarde y que así cuando estemos lejos estaremos más unidos. Me hizo ilusión que ella me regalara eso, creo que es el mejor regalo que me han hecho hasta ahora, sencillamente por que en ella iba un gran trozo de su corazón, que no supe guardar.
Hasta aquí todo iba perfecto. Pasaron los años y como enamorados nos casamos. De ese matrimonio salió el hijo que en estos momentos está durmiendo en la habitación de al lado. Vivíamos un cuento de hadas que el alcohol se encargó de estropear, de arruinar. Una noche que ella no estaba, con mis amigos en nuestra casa, empecé a excederme con la ginebra y me acerqué a una chica que tenía un cierto aire de descaro. La miré y ella me miró, pero yo intentaba esquivar su mirada, sin mucho éxito por que el alcohol empezaba a pasar factura. Ella se acercó a mi y agarrándome del cuello me beso reiteradamente, abrí los ojos y vi que de su cuello sobresalía un colgante con una piña y de fondo unas olas de mar. Comprendí entonces que algo iba a acabar mal y así fue.
CAPÍTULO IV: "¿Por qué los sueños no se repiten?.
Intenté pedir disculpas, aún sigo en esa tarea. Hablé con ella, le conté lo sucedido. Es más, maquillé la realidad para buscar el perdón pero fue peor el remedio que la enfermedad. Se acabó una bonita historia de amor, que si bien tardó en empezar, fue lo más intenso que he llegado a vivir. Ella dijo un adiós, no un hasta luego, y eso es lo que más me dolió de todo lo que me ha pasado. En un arrebato cogí a mi hijo y me marché al mar para olvidar, o mejor dicho para no recordar.
Desde las olas intento mandar miles de botellas que la ayuden allí donde esté, que la protegan aunque estemos separados por miles de kilómetros. Llevo mucho tiempo sintiéndome culpable y esta es mi manera de pagar. Sólo la besé una vez y todavía no se si en realidad ocurrió o fue tan sólo un sueño, de los muchos que se tienen a lo largo de la vida. Dice la gente que los sueños con amuletos o sin amuletos pocas veces se cumplen y muchas menos se repiten. ¿Qué es la vida?, un frenesí; ¿qué es la vida?, una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Todos los bienes son pequeños pero pocos valen la pena. En el corazón dolido pocas veces se puede repetir o mejor dicho pocas veces se puede volver al riesgo, es así. Puedo asegurar que seguiré estando ahí, ayudando a un alma que dejé rota, sin aliento, al borde del abismo.
FIN DEL RELATO
Aranda de Duero a 1 de Julio de 2000.
NOTA DEL AUTOR
Después de muchas calamidades en las que he sentido y resentido, empiezo a pensar que el amor no es tan bonito como lo pintan, nadie quiere compromisos serios, nadie busca aquello que todo una generación buscó y que se perdió por que con buenos modales no se va a ningún lugar, viva el amor, sea al precio que sea, besos desde el paraíso.