Sueños (2)

¿Por qué aquellos sueños que sabemos que nunca se van a cumplir son los que más nos atormentan?

¿Por qué aquellos sueños que sabemos que nunca se van a cumplir son los que más nos atormentan? ¿Por qué no vence la razón sobre el corazón y desechamos quimeras que sabemos imposibles? ¿Por qué son precisamente éstas las que nos frustran, las que tiñen en grises el alma? ¿Por qué, por qué nos empeñamos en truncar nuestra felicidad marcándonos objetivos inalcanzables para nunca pensar que nuestra vida está completa?

Quizás necesitamos sentir que aún queda camino por recorrer para que no nos falten los ánimos. Quizás si fuéramos felices moriríamos de tedio. Quizás necesitamos algo que nos atormente para poder distinguir lo bueno que vivimos. Quizás somos estúpidos y somos nosotros mismos los que no queremos un cielo despejado. Quizás es que lo más hermoso de la vida no es conseguir, sino desear.

Mientras el avión despegaba me sentí más nervios de lo habitual. No era el miedo a volar lo que me atenazaba en el asiento ni lo que me había hecho tomarme un par de copas antes de despegar. Miraba nervioso el reloj, esperando que, por una sola vez, se cumpliera el horario previsto. Fútil esperanza, tratándose de volar. Hacía apenas unas horas había intercambiado mensajes contigo. Conversaciones banales en las que yo había dejando caer detalles acerca del fin de semana: "Este fin de semana tengo boda y hago escala ahí", "Aterrizaré el viernes por la tarde". Pequeñas pistas, pequeñas esperanzas. Sabías mi origen, no te hubiera sido difícil adivinar mi vuelo. Porque mi destino estaba claro. Mi destino era un sueño. Y eso era lo que me hacía removerme inquieto en mi asiento, lo que me hacía maldecir cada vez que miraba el reloj.

Podrías haber averiguado la hora en la que tomábamos tierra, no hay tantos vuelos desde mi ciudad. El avión apenas llegaba con unos minutos de retraso. Yo marchaba sólo con equipaje de mano, no hubieras tenido que esperar mucho antes de verme aparecer tras la puerta deslizante de la terminal. Yo hubiera salido despistado, pensando en mis cosas, sin fijarme en nadie en particular puesto que a nadie esperaba. Y entonces te hubiera oído, hubiera oído tu voz por primera vez, llamándome por mi nombre.

Y yo hubiera levantado mi vista para verte allí. Más hermosa de lo que imaginaba, con la cara roja por la timidez, temblando por los nervios. De pie, delante mío. Sorprendido apenas habría podido balbucear tu nombre. ¿Eres tú? Sí, lo eres, te distingo por las fotos que hemos intercambiado. Eres tú. Eres un sueño con forma humana, una fantasía materializada, con voz, con cuerpo, con aroma, con una mirada expectante, huidiza y nerviosa, atenta a mi reacción.

Entre risas te hubiera abrazado para darte dos castos besos, presentarme y tartamudear por la sorpresa y la emoción. Has venido, sí, has venido, eres tú. Estás loca, cómo se te ha ocurrido esto... pero no te reprocho nada, disimulo la alegría, el orgullo y la emoción de tenerte delante. No sé que dices, apenas te oigo porque estoy repasando tu cuerpo y tu cara. De repente me siento muy avergonzado. Eres preciosa. Demasiado. No te merezco, no llego a tu altura. Tú eres tan hermosa en todos los aspectos y yo soy tan corriente...

Hablamos un rato. Me dices que apenas tienes tiempo, pero sé que mientes. No hubieras venido hasta aquí sólo para un rato. Ven, vamos a algún sitio donde podamos hablar. Tomamos tu coche en dirección a un café tranquilo. Al principio apenas hablamos si no es para decir lo increíble que es que estés aquí. Poco a poco cogemos confianza y para cuando llegamos al café ya estamos hablando como si nos conociéramos desde hace mucho. Algo que es irónico, porque en realidad nos conocemos de un tiempo atrás. Pero tu presencia me intimida, me desbarata, me hace pequeño. Lo hermosa y atractiva que me resultaba tu mente se transluce en un físico que me marea. Tan pronto tengo ganas de abalanzarme sobre ti y cubrirte a besos como de echarme a llorar por que eres demasiado bella. Maldita, maldita seas, niña. Estoy a tu merced. Soy como el prisionero deseando ser liberado para rendirse. Soy tuyo.

La conversación gira en torno a tonterías de las que hemos hablado muchas veces. Parecemos sentir la necesidad de hablar de nuevo lo que tantas veces nos hemos dicho a través de un mensaje. Muchas veces me pierdo en tus ojos, en tus labios, en tu cuerpo. Tengo que sobreponerme y forzarme a estar atento a tus palabras. Pero no puedo, no puedo, no se puede mantener la cabeza fría cuando se tiene enfrente un sueño. Vámonos a cenar, quiero invitarte, por favor. Conozco un sitio...

Vamos hasta tu coche, que duerme en un parking. Voy a abrirte la puerta y cuando pasas a mi lado todo me da vueltas. Tu aroma, tu pelo, tu sonrisa, tus ojos. Me pierdo, no puedo y no quiero controlarme. Tengo que hacerlo, tengo que saberlo. Te tomo de la cintura. Sorprendida te dejas hacer. Me miras a los ojos, te noto temblar entre mis brazos. Yo también tiemblo, miro tus ojos, tu boca, tus ojos y tu boca de nuevo. Me acerco y te beso. Cerrando los ojos porque las sensaciones me dan vértigo. Tus dulces labios, tus suaves labios, tus boca es mía. Aumento el beso y el abrazo. Ya no tiemblas, ahora estás lánguida, no pesas, te sostengo mientras flotas. Nuestras lenguas se buscan y comienzan a batallar. Saliva con saliva, a través de la boca se unen nuestras almas. Me abrazas y susurras mi nombre mientras beso tu cuello. Dios, ¡qué ganas de ti tenía!

Aumentamos los besos. Ya no soy cuidadoso, ya no quiero acariciarte. Ahora quiero comerte, te quiero mía. Suspiras y gimes a medida que mi lengua se vuelve loca en tu boca, en tu cuello. Mis manos exploran tu espalda y bajan hasta tus nalgas, una de ellas se pierde entre tus muslos y juega con tus sentidos. Te separas lo justo para poder abrir la puerta trasera de tu coche. Me tomas de la mano y me invitas a entrar. ¿Aquí?, ¿pueden vernos?, pasa gente. No te importa, que vean lo que quieran. Pues que lo vean.

Paso al interior del coche y cierro la puerta. Me tumbo sobre ti, que me esperas con las piernas abiertas para hacerme un hueco. Presiono mi cadera con la tuya. Quiero que notes mi erección, quiero que notes como mi cuerpo te pide a gritos. Agarras mi culo para atraerme hacia ti mientras gimes. Besas mi cuello y mi oreja mientras susurras que llevas mucho tiempo esperando esto. Nos besamos, con mi lengua recorro cada rincón de tu boca. Mientras mi mano derecha acaricia tu pecho por encima de la ropa.

No aguanto más y me separo para ayudarte a quitarte la camisa. Veo tu pecho subir y bajar porque estás jadeante de excitación. Caigo sobre él como un niño acurrucado, como un ave acurrucada en un nido protector. Escucho el latido de tu corazón y creo escuchar a tu alma susurrar mi nombre mientras acaricias mi pelo. Mis ojos se centran en tus pechos, en tus pezones que me llaman. Los cubro a besos, a mordiscos, los lamo, los succiono, me los como, los cubro de saliva, los marco como míos para que nadie más pueda tomarlos.

Bajo por tu vientre y desabrocho tu pantalón. En un par de movimientos estás sin ellos, sólo con tus braguitas, en las que se marca el cielo. Me entretengo con tu ombligo, lo recorro haciendo círculos con la lengua. Te arqueas de excitación y de cosquillas. Retiro cuidadosamente tus braguitas, disfrutando como si se abriera el telón de la mejor obra jamás escrita. Observo tu cuidado sexo. Tu aroma es etílico. No es un simple cunilingus lo que intento hacerte, intento llegar con mi lengua a tu alma. A ratos es tu clítoris el que sufre los envites de mi boca, a ratos son tus labios los que se unen a los míos. Disfruto con el néctar de tu sexo igual que si tomara la más dulce miel. Tus estremecimientos me animan a seguir y esmerarme aún más. Tu gozo sexual se multiplica por cien en mi excitación.

Me desnudo mostrándote mi sexo erguido. Me miras y me pides que vaya hasta ti. Bajo cuidadosamente, dirigiendo mi sexo hacia el tuyo y me detengo a sus puertas, esperando un signo tuyo para entrar. Te abrazo y te miro a los ojos. Me devuelves la mirada. Nos mantenemos así unos segundos, mirándonos al interior a través de los ojos. Comienzo a introducir mi sexo en tu humedad, muy, muy despacio, sin dejar de mirar tus ojos, aún a pesar de que la sensación de entrar en ti casi me hace perder el sentido. No es sólo placer físico lo que siento, es algo más, es la sensación de que eres mía, de que te entregas, de tenerte, de amarte...

Tus ojos entrecerrados se abren cada vez que mi sexo entra en el tuyo, todo lo profundo que puedo. Tus gemidos se unen a los míos. Tus piernas me atrapan para que no escape. Tonta. Jamás escaparía, jamás. No hay un centímetro de mi piel que no sienta la tuya. Acompasamos movimientos pélvicos, tú me buscas y yo te busco, y cada encuentro hace que gritemos. Te abrazo y me abrazas.

Llega el momento para ambos, somos dos locos, un cuerpo, un sexo, un sólo placer, un grito, un temblor, un beso, un te quiero al oído. Somos mil caricias, mil escalofríos, mil aromas, mil sentimientos resumidos en uno. Somos un TE QUIERO susurrado al oído. Somos una locura, somos una maleta y un futuro incierto, pero un futuro juntos.

Sí, sabías mi origen, no te hubiera sido difícil adivinar mi vuelo. Podrías haber averiguado la hora en la que tomábamos tierra, no hay tantos vuelos desde mi ciudad.

Sueños, malditos sueños.