Sueños

Noche tras noche, le era infiel en sueños.

Se incorporó como si un pistón empujara su espalda. Hasta que sintió su respiración agitada, el sudor de su frente y espalda y, sobre todo, la humedad entre sus piernas, no fué realmente consciente de donde estaba. Miró el despertador de la mesilla, marcaba las 4 de la madrugada.

  • Has vuelto a soñar con él.

La voz de su marido llegó rotunda a sus oídos, estremecedora. Inútil mentir.

  • Sí... ¿te he despertado?.

  • Cada vez son más intensos... y cada vez hablas más.

  • Sí.

Volvió a tumbarse en la cama y, a pesar de que su marido no volvió a decir ni una palabra, no logró volver a dormir. El día transcurrió normal y monótono. Llegada la tarde regresó a casa. Su marido la esperaba en el salón, fumando un cigarrillo y con un whisky en la mano.

  • Hola... ¿no es un poco pronto para que bebas?

  • Sí... bueno, tenía que pensar. Tenemos que hablar.

  • Ya sabes lo que te voy a decir. No puedo pedirte perdón por algo que no es culpa mía. Son sueños, yo no los controlo. No sé porque los tengo, no sé que quieren decir. Te amo y lo sabes.

  • Anoche fué más intenso que nunca, hablaste mucho.

  • Sí. Fué más intenso y real que las otras veces.

  • Tuviste varios orgasmos. Los sentí. Incluso le llamaste por su nombre mientras lo hacías.

  • ¿Dije su nombre?. No lo recuerdo, ya sabes que no recuerdo todo el sueño nítidamente, apenas algunas escenas.

  • ¿Era igual?. Físicamente, quiero decir.

  • Sí. Como siempre. Moreno, muy alto, casi de dos metros. Unos ojos muy oscuros, cuerpo de atleta... ¿por qué me haces repetirlo cada vez?.

  • Lo siento. No puedo evitarlo... me siento engañado. Sé que es absurdo, que son sueños, que esa persona ni siquiera existe. Pero siento que me eres infiel.

  • Yo jamás lo haría. Te amo, te lo he dicho mil veces. Son sólo sueños. No conozco a nadie así. Es extraño, lo sé, pero debes confiar en mi.

  • Ya lo hago. Sino no me hubieras encontrado aquí.

Cenaron pronto y se fueron a la cama. Y el sueño volvió. El hombre alto, moreno, con unos profundos ojos negros se acerca a ella. Sin pronunciar una palabra la tomaba en sus brazos. Ella, simplemente, es suya. Le pertenece. Cada pedazo de su ser se rinde ante él. Abrazados se besan, sus focas fundidas y sus lenguas nerviosas e inquietas buscándose. Las manos de ella recorren la fuerte espalda. Las manos de él recorren su espalda, buscan su nalgas debajo de su falda. Acarician sus sonrosadas montañas, bajan sus bragas. Sus besos recorren su cuello, su escote, abre su blusa y deja al aire sus hermosos pechos, como dunas. Los lamen, muerden, cubren de besos dejando el rocío de su saliva. Ella se estremece al notar que él no hace sino abrirse camino hacia su interior. Su cabeza desciende hasta el pubis. Ella nota como él se detiene bajo su falda. Nota su aspiración, respirando el aroma de su sexo como si fuera el óxigeno que le da la vida. Y nota su boca, abrasadora, inquieta, quemando su clítoris. No sólo lo lame, también lo muerde, lo subcciona, lo moja, se restriega con su cara, con sus labios. Y luego la lengua quiere probar su interior y sus labios se separan para atraparla. Entra y sale como un hierro candente, provocándola espasmos de placer. Siente el húmedo músculo penetrándola, siente como baña su cara con sus jugos. Y llega el primer estallido, derramando su placer sobre el rostro de él, perdido debajo de su falda, oculto en su sexo. Y él sube, con la cara empapada de ella. Y de nuevo se besan. Y de nuevo martiriza sus pechos con más placer del que pueden soportar. Y él se baja sus pantalones, dejando a la vista su enorme árbol de la vida. Desafiante, orgulloso, sabedor de que la victoria va a ser suya, apuntando hacia ella. Y la toma en sus brazos, como a una niña, como a una muñeca. Ella enrosca sus piernas a su alrededor. No queire que escape, quiere formar parte de él, fundirse, ser uno. Y él, sujetando firmemente sus nalgas, la ensarta, la mata atravesándola con su pula de carne. Y manejándola a su antojo, hace subir y bajar su cuerpo sobre su verga. Ella amarrada a su cintura, con los brazos entorno a su ceullo, deja caer la cabeza haci atrás, incosciente, incapaz de controlar su cuerpo, vencida por las sensaciones que llegan de su vagina. Y el ritmo se acelera. Y ella se viene una, dos, tres, infinitas veces. Y en cada una de ellas grita, se estremece.

  • ¡TE AMO, LUIS, TE AMO!.

Y por fin, él también se estremece. Llega el momento. Ambos gritan, agitándose como animales, penetrándola hasta lo más profundo de su ser. Se entregan el uno al otro e intercambian su amor en forma líquida.

El orgasmo hace que se despierte. Otra vez. Y su marido allí, mirando como cada noche.

El trabajo acumulado encima de su mesa no hace sino aumentar. Su rendimiento no puede ser el mismo. La cabeza no está allí, está muy lejos. La ama. Es su vida. La quiere sobre cualqueir cosa. Moriría por ella sin dudarlo, y sin ella viviría muerto en vida. Y sin embargo, ella... ella sueña con otro. ¿Por qué?. ¿No tiene bastante con él?. ¿Necesita algo más?.

  • Por favor, pasa por mi despacho.

La voz de su jefe por el auricular telefónico le devuelve a la realidad. Cabizbajo arrastra sus pies por el pasillo hasta el despacho del gerente. Nada de lo que le diga puede afectarle ya.

  • Pasa, siéntate, por favor. Mira, llevas 10 años en esta empresa, ya no eres sólo un empleado, ya eres un amigo.

  • Gracias. Yo tampoco me considero un empleado tuyo.

  • Me alegro. Por eso, sé que te pasa algo. No te pido que me cuentes nada. Sé que hay algo que te ocurre y está afectando a tu trabajo.

  • ¿Me vas a despedir?

  • No, te repito que tú no eres sólo un empleado. Mira... sea lo que sea lo que te sucede, puedes contar conmigo. Si necesitas vacaciones, adelante. ¿La excedencia?. No hay problema. Lo único que me importa es recuperarte.

  • Sí, tienes razón. Mi trabajo está afectado, lo sé, mi rendimiento es muy bajo. Soy consciente de ello... pero no puedo dejar de trabajar. De hecho, creo que es lo único que me mantiene cuerdo.

  • Lo suponía. Mira, he pensado una cosa. No te agobies por el trabajo por ahora. He buscado una persona que te ayude, alguien que saque adelante todo lo retrasado. Asi tú puedes irte recuperando. Te lo voy a presentar. Marta, haga el favor de decir a Luis que pase.

La habitación se convierte en una espiral por la que cae, un agujero negro que absorbe la realidad. Todo se hace oscuro, nada es real. Y en el centro del torbellino está Luis... un tipo alto, moreno, de ojos oscuros, cuerpo musculoso.

  • Váis a trabajar codo con codo, por favor ponle al día.

Como un autómata guía a Luis por los pasillos hasta su despacho. Le muestra los temas pendientes, responde a sus preguntas. Los días transcurren. Las noches en vela se suceden. Lo sueños de ella cada vez son más intensos, como si algo se aproximara. Un día, recibe una llamada al trabajo.

  • Hola cariño. ¿Sabes?, trasladan la oficina, voy a estar a unos pocos metros de tí. Puedo ir a buscarte para comer todos los días.

El responde un lacónico "qué bien", porque sabe lo que va a ocurrir. Un sabor amargo en la boca le adelanta su futura existencia. Ese mismo día, decide hablar con Luis.

  • Quiero invitarte a cenar a mi casa. Quiero que conozcas a mi mujer, vendrán unos amigos.

  • Vaya, te lo agradezco. La verdad, no conozco a mucha gente aquí y estoy un poco aburrido.

  • Mañana por la noche, si te parece te espero en la gasolinera del cruce me sigues hasta casa.

Ya ha anochecido y la gasolinera está cerrada cuando dos faros iluminan el interior del coche. El otro vehículo se detiene a su lado y desde su interior Luis saluda amable. Con un gesto le indica que le siga y emprenden la marcha.

Luis se extraña del camino que toman, atravesando un bosque por caminos rurales, fuera del asfalto. Los árboles engullen cualquier atisbo de civilización, cerrándose tras ellos, como un cepo. Se detienen en un lateral de un viejo camino.

  • ¿Qué ocurre?... ¿Por qué venimos por aquí?. ¿Vives en medio del bosque o qué?.

  • Si, este es el camino... pero he pinchado.

  • ¿Pinchado?, no me extraña, casi vamos campo a través.

Luis se inclina para comprobar uno de los neumáticos. "Parece que esta rueda no es", habla antes de recibir el golpe en la cabeza que acaba con su existencia.

Cuando llega a casa, su mujer está en la cama. Llora desconsoladamente.

  • ¿Qué te ocurre?. ¿Por qué lloras?

  • No lo sé, ha sido hace un rato, no sé que me ha pasado... he notado... no sé, como una tristeza, como un vacío, y no he podido evitar ponerme a llorar. Vienes muy tarde... ¿qué ha pasado?.

  • Nada, tenía un trabajo pendiente que hacer.

Esa noche, por primera vez desde hacía meses, hicieron el amor como dos desconocidos.

Dedicado a Ray Bradbury. Gracias por escribir mis sueños.