Sueño que soy tu dueño

Esta es la primera de las fantasías que os quería contar.

Hoy vengo a contaros una fantasía algo recurrente. Además, es una de esas que me gusta llamar “fantasías no planeadas”, ya que sucede en sueños. En este sueño concreto, comienzo en una habitación vacía junto a una mujer con los ojos tapados y completamente desnuda. Tiene un cuerpo muy bonito. No destaca por nada en especial, ni por sus pechos, ni por su culo, ni por nada. Pero, en conjunto, es realmente bonito. Está de rodillas frente a mí, que también estoy desnudo, con un látigo en la mano.

—¿Te vas a portar bien esta vez, esclava? —le pregunto.

—Sí, mi señor. Voy a hacer todo lo que me ordenes.

Yo cojo su mano y la dirijo a mi polla, erecta y, por alguna razón, más grande que en la realidad. Tiene un tamaño descomunal.

—Empezarás por chupármela.

—Sí, mi señor.

Con una maestría descomunal, empieza jugando con su lengua sobre la punta de mi pene. Poco a poco se la va introduciendo en la boca, subiendo y bajando con suavidad. La vista desde arriba es maravillosa, salvo porque la veo masturbarse con la mano que queda libre. Yo doy un latigazo en el suelo con violencia.

—¿Acaso te he dado permiso para tocarte, zorra?

Ella corta la acción inmediatamente, con evidente nerviosismo.

—Lo siento, mi señor.

—Ya tendrás oportunidad de hacer gozar tu coño, pero será cuando yo te lo ordene.

La chica no responde porque sigue realizándome la felación. Yo aprieto con una mano para que le entre la polla entera. Cuando siento que voy a correrme, mantengo su cabeza con firmeza para que no pueda hacer ningún movimiento.

—Te ordeno que te tragues toda mi leche, perra.

Ella, obediente, lo hace. Escucho alguna que otra arcada, pero retiene las ganas de vomitar y acaba tragándose todo mi semen.

—Levántate.

—Sí, mi señor.

La llevo hasta una cama, pero no la acuesto. En su lugar, la dejo que se apoye con los brazos mientras pongo su culo en pompa.

—Vamos a ver cómo recibe este culito.

—No, no, mi señor. Por favor, por el culo no.

Ella está ostensiblemente nerviosa, pero lo lleva claro si piensa detener mis intenciones. Doy un latigazo furioso en el suelo antes de decir nada, para que sepa lo que hay.

—¿¡Qué has dicho!?

—Nada, nada. Perdón, mi señor.

A partir de ahí, se queda quieta mientras yo inicio las embestidas sobre su culo. Está muy apretado, aunque no me hago daño. Al principio, ella llora desconsoladamente. Pero nunca oculta el placer que siente. Va aumentando el ritmo de sus gemidos, al compás de mi penetración. Voy cada vez más rápido y ella gime cada vez más fuerte. Sé que ha llegado al orgasmo cuando sus piernas empiezan a flaquear y casi cae rendida al suelo. Sin embargo, yo la levanto y, esta vez sí, la tumbo sobre la cama. Empiezo a penetrar su coño, y esta vez no opone resistencia. Es más, empieza a sobar sus pechos, cosa que no puedo permitir. Vuelvo a dar un latigazo, esta vez sobre el colchón para que lo sienta cerca.

—¿Ya estamos tocándonos otra vez, pedazo de puta?

—Perdón, mi señor, no puedo evitarlo.

Sigo penetrándola hasta hacer que se corra de placer varias veces.

—Mi señor, pare, ya no puedo más —me dice, exhausta.

—Aquí las órdenes las doy yo, y yo digo cuando parar.

Subo una de sus piernas hasta mi hombro para facilitar la maniobra. Todavía me queda un rato hasta que me corro dentro de ella. A pesar de que ella ha dicho que no puede más, todavía le queda un orgasmo que regalarme cuando mi leche la inunda por completo. Apenas puede moverse tras tanto esfuerzo. Yo la obligo a levantarse y la devuelvo a su jaula, donde tiene que estar arrodillada para estar dentro. No le destapo los ojos. En su lugar, le ato las manos por la espalda para dificultar su movimiento. Cierro y allí se queda. Yo me alejo, mientras se va haciendo un fundido a negro.