Sueño húmedo, muy húmedo
Mail en el que le comento mi sueño húmedo a la mujer màs caliente que existe en el mundo.
¡¡¡Hola mi linda Brenda!!!. ¿Cómo andas linda, todo bien por ahí? Ojalá que si. Hace mucho que no revisaba mi casilla de mail, por lo que decidí chekar, y de paso, enviarte algún mensajito.
Lo que te voy a contar es 100% real. El sábado por la tarde estaba estudiando unas cosas para una materia de la facultad. Como estaba en mi recamara, me tiré en mi cama para leer los apuntes. El sol entraba por la ventana, y como la noche anterior no había dormido muy bien (ya te debes imaginar por qué), me recosté. Pensaba que por tener los libros en la mano no me iba a dormir.
No pasaron más de hora y media cuando un terrible sueño me derribó. A la cálida luz del sol mi cuerpo se desplomó sobre mi lecho. Sin voluntad alguna tomé un almohadón para depositar mi cabeza sobre él. La caricia de la tibia luz sobre mi cara, y el sonido del sauce al que da mi ventana me arrullaba con la melodía de sus hojas al viento.
Quién sabe por qué, de un momento a otro me encontré dentro de una habitación extraña. Sin duda esa no era mi habitación. En su interior había una gran cama tipo King Zise. Con un respaldo en madera toda trabajada con largos y contorneados listones. El cubrecamas era de un color oscuro, haciendo juego con las cortinas que vaya a saber por qué estaban cerradas. Me sentía transportado a un lugar que desconocía por completo.
Cuán grande fue mi sorpresa al verme sin una sola prenda encima. Estaba total y completamente desnudo. Ni siquiera llevaba mis típicos boxers blancos. Todo era muy raro; algo en el ambiente era muy raro. Un aroma muy particular llenaba hasta el último rincón. Ese aroma a Jazmín penetraba hasta los más hondo de mí. En tanto que una tenue luz de dos lamparas antiguas iluminaba todo aquel escenario.
En eso, mientras recorría cada espacio de ese llamativo y estimulante lugar, una voz me llamó por mi nombre. Yo estaba de espaldas a ella, pero aún así podía reconocer esa voz. Esa voz, esa voz, esa melosa voz ya la había escuchado antes. Esa voz era la tuya Bren. Esa voz que era casi una caricia para mis oídos era tu dulce voz.
Me quedé unos instantes disfrutando de la dulce canción de tus palabras pronunciando mi nombre. Pero no resistí demasiado, y me di vuelta. Ahí estabas, para junto a una puerta. Con una prenda blanca que cubría holgadamente tus formas. Te recorrí con mi mirada y pude ver cómo se dibujaban tus pechos y caderas a través de él. Parecía como si en aquellas partes la prenda de adhería, mientras que en otras sólo cubría la desnudez de tu cuerpo.
Estabas hermosa con esa tela cubriéndote y a su vez resaltando lo bello de tus atributos. Correspondí a tu llamado y casi como deslizándote, yo diría flotando, te acercaste a mi. Parada a mi lado y mirándome a los ojos un tierno beso de mis labios abrazó los tuyos. Tu lengua se abrió camino hasta llegar hasta mi interior, y ahí empezó un juego de caricias mutuas entre ambas. El sabor de la miel de tu boca invadía la mía, al tiempo que sorbía hasta la última gota de tu néctar.
Mientras mi boca se apoderaba de la tuya mis manos fueron bajando desde tu cuello hasta tus firmes y sedosos pechos. Esos pechos dorados y firmes que se entregaban a mis caricias. Los envolvía con mis manos y sentía cómo con cada caricia, con cada beso iban poniéndose cada vez más firmes. En tanto que mis pulgares se dirigieron hasta tus pequeños y ya aguzados pezones.
Y en eso, en lo mejor de los más suaves y dulces mimos un calor sofocante me incendió literalmente. Te tomé por los brazos y como una hoja a merced del viento te arrojé sobre la cama. Ahí, tirada sobre ella vi cómo aún tenías marcados en los brazos mi manos. Unas manchas del tamaño y forma de mis manos se habían marcado sobre ambos brazos. Y eso no era nada, lo que iba a venir iba a ser mucho mejor aún.
Más rápido que inmediatamente me fui encima de ti. Y con tu cuerpo bajo el mío di comienzo al más perverso de los juegos eróticos que nunca antes había hecho realidad. Te miraba a los ojos y veía un brillito cómplice que me dejaba entender que vos lo querías tanto como yo; o quizá esa sería mi idea, ya que estaba muy convencido que esta vez ibas a suplicar piedad.
Tomé la funda de la almohada y la hice jirones. Con los trozos de tela até a cada lado del respaldo tu manos; de modo que te tenía con los brazos abiertos y bien extendidos. Sentado sobre tus caderas te hacía sentir mi dura verga en tu vientre, y mientras te mordía los labios, jugaba, amasaba y apretaba tu endurecidos pechos.
Sin mediar palabra, y atada como te encontrabas, tomé la botella con aceites que había sobre una de las mesas de noche que había. Ahora sabía que el perfume a Jazmín venía de ese recipiente que ahora haría mis delicias sazonando tu cuerpo. Puse un poco en mis manos y comencé a frotarlas para calentarlo. Una vez que estuvo en su punto justo lo fui untando por todo tu pecho; tus hombros, tus brazos, tus senos, tu vientre, tus caderas y así por todo tu cuerpo.
Nuevamente nos besamos y mientras me comía tu boca a fuerza de mordiscones y chupones iba sobando todo tu aceitado cuerpo. Te di un último beso y me separé para darme al placer de masajear y sobar tu ungido cuerpo. Sentado a un de los lados de tu cuerpo tomé nuevamente el aceite y lo derramé sobre tu vientre. Y ahí, con movimientos circulares lo fui esparciendo por cada rincón de toda tu geografía.
Con mis dedos totalmente humedecidos por las esencias que te cubrían fui frotándote lenta pero muy firmemente. Mis dedos prácticamente se clavaban en tu piel, sólo el aceite impedía que abrieran heridas en el terciopelo de piel. Y aunque el aceite mediaba entre tu piel y la mía, podías, aún así, sentir la fuerza de mis caricias.
No lo resistí más y me posé nuevamente sobre tu cuerpo. Sentado sobre tu cuerpo, resistiendo el peso del mío y sintiendo lo dura que tenía mi verga comencé a acariciar, sobar, apretar y estrujar tus endurecidas tetas. Las apretaba fuerte y firmemente como no dejando que ni un centímetro de tu piel se escapara por entre mi dedos. Subía y bajaba una y otra vez sintiendo cómo se me clavaban en las palmas tus puntiagudos y endurecidos pezones. Eso me estimulaba más, por lo que el masaje se prolongaba mucho más, haciéndose cada vez más fuerte. Masajeándote cada vez más fuerte, casi hasta el limite del dolor. Un dolor que se confundía con el más profundo de los placeres.
Dejé tus pechos totalmente hinchados de tanto apretarlos y sobarlos por más de una hora. Ya te habías venido como tres veces, y sin embargo eso no bastaba para mi. Quería más, mucho más. E iba a hacer todo lo posible, y hasta lo imposible para verte desfallecer de placer.
Tu cuerpo estaba agitado y de tu boca sólo salían gemidos. Uno tras otro, cuando no era algún insulto hacia mi por prácticamente hacerte sufrir de placer. Ya no había consciencia de tus actos, y aunque te tenía atada tu cuerpo no dejaba de sacudirse con cada roce, cada toque, cada caricia que te daba.
Te había cubierto pero aún faltaba lo mejor. Faltaban tus piernas; tus contorneadas y firmes piernas aún no habían sido ungidas. Tomé el frasco y comencé a derramar gota a gota sobre cada parte de tus piernas la esencia del placer. Una vez que cayeron las gotas suficientes como para cubrirte empecé a esparcirlas por todos y cada uno de los rincones de tus bellas piernas. De alguna manera estaba preparándote para lo que venía.
Con suaves caricias subía y bajaba por el camino que marcaban tus piernas. Una y otra vez hacía el mismo recorrido. Y sin embargo, no cansaba me cansaba nunca de repetirlo una y otra, y otra, y otra vez. Era un placer sentir lo terso de tu piel y el calor que de ella manaba con cada caricia que te daba.
Fui internándome cada vez más dentro de ti hasta que llegué hasta tu lampiña y exageradamente mojada conchita. Estabas completamente empapada, y tus labios mayores estaban muy colorados. Tu clítoris estaba tan hinchado que parecía una cereza madura. Parte de todos los jugos que habías derramado se habían escurrido hasta tu ceñido y rico ano.
Sin más ni más me abalancé sobre tu conchita para chuparla mucho, mucho, mucho. Te lamía un y otra vez, y con cada una de ellas saboreaba mucho más la delicia de tus jugos. El sabor de tus mismas entrañas me excitaba sobremanera. Mi lengua se introducía en tu conchita para sentir lo caliente que estaba, así como también para beber hasta la última gota del espeso jugo que brotaba de ella. Abrí tus piernas y pude ver tu hoyito muy ceñido y mojado por las abundantes cantidades de flujo que salían a borbotones de tu interior. Casi parecía como si te estuvieras orinando encima. Y mientras veía ese espectáculo para mi ojos, mi lengua se iba acercando cada vez más a la plegada piel de tu rico ano. Lo chupaba y pasaba mi lengua por él incansablemente. Sentía el sabor de él y me excitaba hasta la lujuria misma. En tanto me deleitaba con él mis manos no dejaban de estimular tu hinchado clítoris que tanto había chupado ya. Estaba erecto e hinchado; de vez en cuando dejaba descansar tu ano todo mojado por mi saliva y tus jugos para morder, chupar y lamer tu parado clítoris. Me encantaba su sabor; así como la sensación de tenerlo entre mis labios para sentirlo cómo latía. Era una sensación arrobadora.
A todo esto vos no parabas de tener orgasmos. Uno tras otro invadían tu cuerpo. Estabas exhausta, agotada de tanta excitación junta. Literalmente estabas alzada como un animal en celo en busca de infinitas dosis de mucho más placer. Y yo, yo estaba dispuesto a hacer de todo para conseguirlo.
Enajenado tomé el frasco de aceite y con el último poco que quedaba en él comencé a verterlo sobre tu conchita mojada. Abrí tu labios y con la ayuda de mis dedos abrí un poco más el orificio de esta para dejar entrar aceite en su interior. Al tiempo que masajeaba los carnosos, colorados e hinchados labios de ella.
Luego de haberla mojado por completo, y habiendo mezclado tus riquísimos jugos con el tibio aceite, me coloqué un poco en mi mano derecha. Primero en mis dedos, y luego en el resto de ella. Y con suaves movimientos fui mesajeando el exterior de tu conchita. Primero tus labios, y clítoris, y luego me fui internando me mucho más. Tenía dos dedos metidos dentro de tu palpitante conchita; y a estos los metía y sacaba una y otra vez muy lentamente para hacerte desear que lo hiciera con más fuerza.
Tu respiración se agitaba casi hasta bufar del mismísimo placer que estabas sintiendo. Así fui introduciendo un dedo más, y luego otro, y otro, hasta que te metí cinco dedos en tu jugosa conchita toda mojada y abierta por mis dedos que estaban introducidos hasta los nudillos. Te estuve pajeando durante un largo rato para hacerte acabar, pero también, y sobre todo, para dilatarte más. Estabas abierta, pero te quería mucho más todavía.
Y justo cuando te tenía en mis manos, loca de placer y dolor, con tus manitas atadas y totalmente a mi merced, te metí de una sola vez toda mi mano dentro de la conchita. Era riquísimo sentir lo calentito que estaba ahí dentro. No lo podía creer, un conchita toda mojada, rica como ninguna otra, y totalmente penetrada por mi mano que lentamente entraba y salía al tiempo que la otra estimulaba alternadamente tu hinchado y erecto clítoris y tu ceñido y muy mojado ano que también pedía el mismo trato.
Saqué mi mano de tu interior y vi cómo estaba de abierta tu concha. Podía ver todo tu interior y te juro que me calentaba hasta la locura misma. Era tanto lo caliente que estaba que tomé mi mano mojada de aceite y tus jugos y la restregué en mi verga dura e hinchada y totalmente mojada por mis jugos preseminales. A la vista de tus ojos me empecé a hacer una furiosa paja con todos tus jugos en mi endurecida verga hinchada.
Ya cuando sacié mis ansias me restregué ambas manos con tus esencias y mis jugos y nuevamente te metí la mano derecha muy adentro de tu concha. Mientras que con la otra y dilatando poco a poco tu ceñido ano. Ya cuando estuvo bien abierto y lubricado metí mi otra mano. Ahora te encontrabas penetrada por mis dos manos. Una en tu concha hasta la altura de la muñeca, mientras que la otra de igual forma pero en tu culo rico. Además de darme el gusto de meter y sacar una y otra vez mis manos al unísono, me di al juego de mover mis deditos como escarbando dentro de ti. No sabes lo rico que se sentía el contacto de tus mismas entrañas con las yemas de mis dedos.
Así estuve dándote por un largo, largo tiempo hasta que tu excitación y placer se convirtió en puro dolor. Tus lagrimas corrían por tus mejillas al tiempo que de tu boca salían una mezcla de gemidos, quejas y puteadas pidiendo y rogando que de una vez por todas te sacara mis manos de tu interior. Sin embargo no lo hice hasta que te viniste por última vez. Era tal la magnitud del dolor mezclado con placer que sentías que te orinaste con mis manos dentro tuyo mientras gemías como poseída. Me calenté tanto que saqué mis manos y ya habiendo tenido tu orgasmo me empecé a pajear con tu tetas. Te puso mi verga entre medio de tus dos preciosas tetas y comencé a darme una tremenda paja con ellas. No hizo falta mucho porque a los pocos minutos fuerte disparos de leche fueron a parar a tu cara; algunos de ellos cayeron en tu boca. Los degustabas y me pedías que no tirara una gota fuera de tu boca. Querías toda mi leche en tu garganta; y así lo hice. Me incorporé y puse mi verga bien dentro de tu boca y casi tocando tu garganta me descargué hasta la última gota de leche que tenía. Luego la chupaste por un rato dejándola bien limpita. La saqué de tu boca y con restos de leche que aún se podían ver en el interior de ella te solté las manos y nos fundimos en un largo y apasionado beso que conjugo el sabor de mi leche, tus ricos jugos y el indescriptible sabor de tus esencias pasadas por lo mas hondo de tu rico culo. Fundidos en ese beso y con un largo abrazo caímos rendidos, exhaustos de lo que yo llamaría la misma lujuria hecha realidad dentro de esa habitación.
De repente abrí los ojos. Si, abrí los ojos y descubrí que todo aquello había sido el sueño más vívido que jamas había tenido en mi vida. Había desencadenado mis más bajos instintos juntos a vos en un sueño que fue poco menos que real. Me levanté y descubrí que me había ido en seco. Cuando fui al baño a cambiarme vi la cantidad de leche que largué. Como esa vez que hablamos por teléfono por última vez que te conté que me salió leche como nunca. Bueno, esta vez fue igual. Tenía todo mi slip totalmente mojado con mi lechita que aún estaba caliente. Lo cómico fue que mi tía tiempo después me preguntó si es que me sentía bien ya que me había sentido hacer unos extraños ruidos. Ja, ja, ja; si supiera lo que realmente me había sucedido.
Bueno linda, espero que te haya gustado esto que te conté. Para mi es un placer hacerlo, y mucho más si sé que con esto puedo lograr que te excites y pajees pensando en este sueño mío. Te mando muchos, muchos, muchos besos en todo tu cuerpo. En tus pechos de miel, en tu jugosa conchita y por supuesto en ese rico ano que me encantaría probar, lamer, chupar y morder. Y por qué no penetrarlo con mi mano para luego chupármela. Besos, besos, lamidas y muchas chupadas y mordisquitos. Bye ¡¡¡BESOS MI AMOR!!!
P.D: ¿me escribís aunque más no sean dos líneas? Sino ¡Adiós!