Sueño de una noche de verano.

Esta madrugada el calor no me deja dormir y mi mente da vueltas y vuelta. Por el cansancio, por la temperatura o por mi traicionero cuerpo, mi imaginación se despierta y empiezo a escribir sobre deseos inconclusos.

Esta madrugada el calor no me deja dormir y mi mente da vueltas y vuelta. Por el cansancio, por la temperatura o por mi traicionero cuerpo, mi imaginación se despierta y empiezo a escribir sobre deseos inconclusos.

Imagino que me levanto, cojo mi coche y llego a tu casa, abres la puerta con cara de pocos amigos, me imagino que a nadie le hace gracia que toquen a su puerta de madrugada. Me arriesgo a entrar, al fin y al cabo es lo que busco que me castigues.

Paso dentro, la puerta se cierra y comienza el juego.  Me besas sin compasión, muerdes mi pobre boca dejándola roja y dolorida, nos desnudamos con la avidez que permiten las manos que tiemblan por un hambre voraz, la ropa cae al suelo pero me dejas puesta las bragas.

Acaricias mi pelo mientras beso tu cuello y acaricio tu espalda, tus dedos se enredan en mi pelo y vas marcando el sendero que baja por tu esternón, tu vientre y tu ombligo. Ahí está, preparada, caliente y dura.  Pongo mis labios húmedos en la punta y siento su sabor salado y a la vez dulce, con mi lengua voy humedeciendo desde la base hasta volver a la punta. Ahora afianzas el agarre a mi cabeza para marcar el ritmo y la profundidad, siento como se me calienta la garganta al paso de tu polla dura, siento que me ahogo, siento las lágrimas salir de mis ojos y la saliva corriendo por mi barbilla. Se siente bien. Envistes sin piedad a mi pobre boca que ya estaba dolorida, ciento que cada vez están más duros y no puedo evitar mirar hacia arriba para ver tú cara, ojos cerrados.  “Ábrelos y mírame” digo mentalmente y parece que me has oído porque abres los ojos y me miras y sé que estoy haciéndolo bien.

Con tu mano agarrando mi pelo me pones de pie, frente a frente me besas. A pesar de que esta vez no muerdes, me duele la boca y siento tu saliva entrar  mezclándose con el calor del dolor. Es una sensación agradable que calma el palpitar de mis labios. Con voz casi marcial entonas una orden “Date la vuelta” y cumplo sin pensar porque en ese momento eres el dueño de mi voluntad. “Separa las piernas” y cuando lo hago siento tu mano en mi espalda lentamente empujando mi cuerpo hacia adelante hasta que mis manos, mi cara y mis pechos dan contra la pared. Tu mano derecha sujetan las mías sobre mi cabeza en la pared y tu mano izquierda agarra mi cadera para moverla atrás y facilitarte el acceso a mi cuerpo. Así, puedes ver mi coño desde atrás, metes un par de dedos (¿O son tres?), abres el camino despacio para torturarme, salen y vuelven a entrar mientras me dices al oído “Que mojada estas.”. Eso basta para encenderme aún más, los dedos siguen entrando y saliendo mientras vas mordiendo mi hombro, besando después mi piel roja para calmarla. Casi estoy, casi voy llegando y sacas tus dedos de mí. Van subiendo por mis nalgas, por mi espalda, mis hombros y mi cuello dejando un sendero de humedad caliente. Metes tu dedo índice en mi boca, esta salado, sabe a mí.

Me giras nuevamente y me vuelves a besar con un beso rápido, me tomas de la mano y me arrastras como a una pobre chiquilla, me tiemblan las piernas y noto como mis muslos están húmedos pero el camino es corto, llegamos al salón y ahí está la mesa. Me colocas frente a ella y empujas mi cuerpo hacia adelante, siento el frio cristal sobre mi pecho y mi estómago, besas mi cuello y susurras a mi oído: “Cierra los ojos y espera, no te muevas”. Me quedo así, calentando el frio cristal de la mesa durante lo que me parece una eternidad, esperando, concentrada en calmar mi respiración y en el latido duro de mi corazón. Oigo tus pasos, me vuelvo a acelerar y noto como algo suave va acariciando mi espalda, sube por ella hasta llegar a mi cara. Tomas mi pelo y me levantas la cabeza, ya se lo que es. Cubres mis ojos con un pañuelo, acto seguido coges mis manos y con otro pañuelo las atas a mi espalda. Noto que te separas, me imagino que para contemplar tú obra. Atada, ojos cubierto, mojada y jadeando. Un cuerpo que te pide más, unas piernas que tiemblan por la incertidumbre. En ese momento te pregunto: “¿Vas a poner música?”. Y respondes como solo tú sabes hacer para que mi cuerpo se encienda aún más: “No necesito más banda sonora que tu respiración en mi oído”.

Te acercas, acaricias mi culo, noto tu mano caliente y sin esperarlo llega el primer golpe. Sí, es una fusta, la he visto antes. Vas alternando cada golpe de fusta con una caricia de tu mano, noto como se calienta la piel, como se va enrojeciendo, va a quedar marca pero no importa. Han sido 10 golpes de fusta con sus 10 caricias, las he contado mentalmente. Noto como te acercas y vas besando mi espalda, noto tu polla dura sobre mi dolorido culo y no sé qué está más caliente, tu o las marcas. Vas bajando por mi columna vertebral con tu lengua hasta llegar al final de mi espalda, te arrodillas y metes tu cabeza para saborear la humedad que hay entre mis piernas, lames, besas, muerdes cada marca que has dejado. Pasas la lengua por la apertura de mi coño y succionas en el punto justo, creo que me voy pero paras para dejarme con ganas de más.

Me tomas desde atrás, levantas mi cuerpo, de nuevo estoy de recta y sorprendida de que mis piernas puedan sujetarme, noto un dolor en mis entrañas, ese que reclama una liberación para mi cuerpo, exige un orgasmo.

Tus manos ahora masan mis pechos, pellizcan los pezones que están duros mientras noto como tu polla resbala por entre mis muslos dándome un poco de fricción sin entrar aun en mi cuerpo. A qué esperas, libérame de una vez. Pero no, tu crueldad no conoce límites y sigues jugando conmigo.

Ahora me giras, noto tu respiración en mí, esta cerca, puedo olerte pero no me tocas. Tus manos pasan dulcemente por mi cara, pasean por mi cuello, bajan por el esternón y justo noto un pellizco, son ellas, las pinzas que torturan mis pezones, están apretadas y duelen, me gusta que duela. Cuando parece que se calma, juegas con la cadena que las une, vuelve el dolor.

Bajas tus manos por mi cuerpo y tomas la cinturilla de mis preciosas bragas negras de encaje, con un gesto rápido noto como las arrancas y las haces pedazos, igual que a mí, estoy hecha pedazos, soy una masa jadeante, nerviosa que lagrimea por sentir una polla dentro y poder correrse. Pero aun no, me tomas y me sientas en la mesa, se mezclan las sensaciones, el frio del cristal es bienvenido pero mi dolorido culo no está para sentarse, aun así, disfruto del dolor de saber que esas marcas so mi premio por un trabajo bien hecho.

Me atas los tobillos a las patas de la mesa, dejas mi intimidad expuesta, a tu alcance y cuando creía que iba a conseguir mi trofeo oigo un zumbido, algo vibra, se posa suave en mis piernas y va subiendo hasta alcanza mi clítoris. Me voy calentando más, creo que me convierto en vapor, va llegando y noto como tus manos acarician mis piernas y van desatando mis tobillos. Va llegando el momento y el orgasmo es inminente, tiras a un lado el vibrador y entras en mí, embistiendo a golpes mi cuerpo, noto como duelen las marcas de mi culo sobre la mesa, como las pinzas pellizcan mis pezones y como tu polla entra y sale con rudeza. Me tenso, cada musculo de mi cuerpo se tensa mientras muerdo tu hombro y clavo las uñas en tu espalda, llega el momento y me corro. Por fin libre.

Caigo de rodillas frente a ti en ese momento y esta vez soy yo la que marco el ritmo, con tu polla en la boca, grande y dura, entrando hasta la garganta, noto como te tensas también y la carne de gallina de tus muslos y te corres para mí. Ahí está mi premio, todo para mí y lo saboreo. Es dulce y salado a la vez, sabe a ti y a mí, mi sabor favorito.

Abro los ojos y dejo de imaginar, me levanto mojada y cojo las llaves del coche. De ti depende hacer realidad esta fantasía.